Esnifar pegamento
La ciudad a dos ritmos. Por un lado, el lujo y la especulaci¨®n, por otro, la desesperaci¨®n en las calles
Cuando baj¨¦ a comprar apio y tomates, ya anocheciendo, vi a un tipo tirado en la penumbra amarilla, entre los contenedores de reciclaje, donde siempre se acumula demasiada basura. Iba con el ch¨¢ndal azul y la gorra roja; flaco y agazapado se colocaba en la cara una bolsa de pl¨¢stico blanco que se hinchaba y deshinchaba muy lentamente. Esa candencia resultaba hipn¨®tica, extra?amente relajante, muy llamativa, como una estrella variable de las Cefeidas entre los desechos. Alrededor, la ciudadan¨ªa, a pesar del fr¨ªo invernal, se entreten¨ªa ...
Cuando baj¨¦ a comprar apio y tomates, ya anocheciendo, vi a un tipo tirado en la penumbra amarilla, entre los contenedores de reciclaje, donde siempre se acumula demasiada basura. Iba con el ch¨¢ndal azul y la gorra roja; flaco y agazapado se colocaba en la cara una bolsa de pl¨¢stico blanco que se hinchaba y deshinchaba muy lentamente. Esa candencia resultaba hipn¨®tica, extra?amente relajante, muy llamativa, como una estrella variable de las Cefeidas entre los desechos. Alrededor, la ciudadan¨ªa, a pesar del fr¨ªo invernal, se entreten¨ªa en las terrazas de la calle m¨¢s populosa de Lavapi¨¦s, como si nada.
Al pasar cerca del tipo me invadi¨® el fuerte olor a pegamento que tambi¨¦n invad¨ªa todo ese fragmento de calle. Las trabajadoras de la limpieza miraban con desaprobaci¨®n. Una vecina airada pas¨® diciendo qu¨¦ asco. Un grupo de chavales se detuvo a mirar. En mitad de la calle cotidiana, como un rinoceronte, el hombre aquel esnifaba pegamento, entre los contenedores, entre las terrazas, sin importarle demasiado lo que hubiera alrededor, con su ligero bamboleo m¨ªstico.
Hac¨ªa tiempo que no ve¨ªa esnifar pegamento, y nunca lo hab¨ªa visto con tanta fruici¨®n (el tipo, insaciable, manten¨ªa muchos minutos la nariz en la bolsa), ni con tanto descaro, all¨ª, en mitad de una calle principal. Ol¨ªa tan fuerte a qu¨ªmica que hasta a m¨ª me dol¨ªa el c¨®rtex frontal. Daban ganas de decirle oye, de verdad, no hagas eso, que es mal¨ªsimo. No est¨¢bamos en la favela de S?o Paulo ni en los suburbios de Medell¨ªn, sino en pleno distrito centro de la flamante y ambiciosa ciudad de Madrid. ¡°Este ser¨¢ el a?o de la generaci¨®n de una marca global¡±, ha dicho el alcalde Almeida.
El presidente Pedro S¨¢nchez se?al¨® el otro d¨ªa algo evidente al paseante: que en las calles de Madrid cada vez se nota m¨¢s la desesperaci¨®n. Por lo general, la pobreza tiende a ocultarse, la gente prefiriere no verla, pero cuando sobrepasa ciertos l¨ªmites acaba por aflorar. El ¨²ltimo informe de C¨¢ritas se?ala ese aumento dram¨¢tico de la pobreza tras la pandemia. La presidenta Isabel D¨ªaz-Ayuso, presa de sus sue?os lis¨¦rgicos de grandeza madrile?a, respondi¨®: ¡°?l no sale a la calle y la izquierda se empe?a en creer que Madrid es Cuba¡±.
Uno no esnifa pegamento de la misma forma que esnifa coca¨ªna en los ba?os de una discoteca de moda o en una feria art¨ªstica. Uno esnifa pegamento tirado en la calle por pura desesperaci¨®n, por la ausencia de futuro, por la pobreza rampante. En Lavapi¨¦s, en Madrid, parece darse eso que dicen que provoca el dogma econ¨®mico: una ciudad a dos ritmos. Por un lado, los pisos de lujo, los bares de moda, los especuladores; por otro, los pobres, tirados en la calle, envenen¨¢ndose. Cuando regres¨¦ con los tomates y el apio, el esnifador callejero, con sus neuronas pegadas, ya no estaba all¨ª, qui¨¦n sabe d¨®nde.
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