Entre coche y and¨¦n
Cada madrile?o tiene su propia vida en las entra?as de la ciudad
¡°Atenci¨®n, estaci¨®n en curva. Al salir tengan cuidado para no introducir el pie entre coche y and¨¦n¡±. Esa frase la llevan taladrada todos los madrile?os en sus mentes, es una Biblia de la anatom¨ªa capitalina. La ciudad se puede resumir en ella: la sinuosidad del subsuelo, el manual de supervivencia instalado ya en nuestro cerebro, la voz que nos gu¨ªa de manera subconsciente mientras uno va con prisas, leyendo, filosofando, escuchando su m¨²sica o simplemente no pensando despu¨¦s de un d¨ªa agotador.
Y es que Madrid son esas entra?as. En las que uno nace, aprende o se hace. Confieso que las...
¡°Atenci¨®n, estaci¨®n en curva. Al salir tengan cuidado para no introducir el pie entre coche y and¨¦n¡±. Esa frase la llevan taladrada todos los madrile?os en sus mentes, es una Biblia de la anatom¨ªa capitalina. La ciudad se puede resumir en ella: la sinuosidad del subsuelo, el manual de supervivencia instalado ya en nuestro cerebro, la voz que nos gu¨ªa de manera subconsciente mientras uno va con prisas, leyendo, filosofando, escuchando su m¨²sica o simplemente no pensando despu¨¦s de un d¨ªa agotador.
Y es que Madrid son esas entra?as. En las que uno nace, aprende o se hace. Confieso que las primeras veces que cog¨ª el metro ya viviendo aqu¨ª sent¨ªa casi ansiedad al tener que hacer un trasbordo. La l¨ªnea 6 me llevaba desde la zona de Ciudad Universitaria hacia el centro. Llegaba el temido momento en Pr¨ªncipe P¨ªo y recuerdo bajarme para no tener que hacerme un l¨ªo conectando. De aquella primera ¨¦poca, me quedan las caminatas por la Cuesta de San Vicente, bajo los imponentes y siempre fr¨ªos muros que rodean el Palacio Real. Entonces, aparec¨ªa la plaza de Espa?a donde empezaba a volverse todo de color y de ne¨®n a las puertas de la Gran V¨ªa.
Cada uno tiene su estaci¨®n y su historia. Un trabajador de Metro me cont¨® un d¨ªa que no nos pod¨ªamos imaginar la cantidad de notas que recogen todas las noches en los vagones, principalmente de amor. Y mucha gente llama luego a los servicios centrales para pedir im¨¢genes (que obviamente no se dan) de lugares dentro para reconocer a la persona de la que se hab¨ªa enamorado.
En aquellas primeras incursiones en el Metro vi a un grupo con sus guitarras. Me sonaban las caras y ca¨ª que los hab¨ªa visto en aquellos min¨²sculos conciertos del vest¨ªbulo de la FNAC de Callao. Se promocionaban todav¨ªa ¡®singles¡¯ de desconocidos en esa Espa?a que hab¨ªa cambiado de siglo. ?Vosotros cant¨¢is ¡®Pompa de jab¨®n¡¯? ¡°S¨ª¡±, se sorprendieron en el vag¨®n. Me regalaron un par de entradas cutronas naranjas para un concierto en un garito por Carabanchel. Entonces apenas ellos sab¨ªan que se llamaban Pereza.
A m¨ª me sigue fascinando observar a la gente en los vagones, adivinar en qu¨¦ trabajan, a d¨®nde van con esa maleta, qu¨¦ humor tienen ese d¨ªa. Retorcer un poco el cuello para descifrar qu¨¦ est¨¢n leyendo. Esas sensaciones tan madrile?as tambi¨¦n del vac¨ªo existencial cuando se escapa delante de tus narices el tren o c¨®mo evitar cruzar la mirada con alguien que no te apetece durante los dos minutos entre estaci¨®n y estaci¨®n. Y, siempre, encontrar el cielo de la ciudad cuando sales por la boca del metro. Servidor siente cosquilleo todav¨ªa cuando emerge en la plaza de Callao, en la calle de Alcal¨¢ desde la parada de Sevilla o ante el bullicio nocturno de Tribunal. Queridos lectores, nos vemos por el subsuelo, en las calles, en los bares, en las librer¨ªas, en los teatros, en los cines, en los museos, en el Rastro, en una terraza con el verm¨². Siempre en Madrid, siempre Madrid. Atenci¨®n, estaci¨®n en curva.
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