¡°Pas¨¦ de reunir a 20.000 personas con Pereza a 350 como Leiva. Fue una bajada de humos¡±
Esto no es una entrevista. Es un largo recorrido a pie por Madrid junto a Leiva, creador de canciones, antiguo componente de 'Pereza', solista desde 2012, amante del futbol, el vino y la m¨²sica de Bob Dylan
Miguel Conejo, alias Leiva, busca su sitio. En la vida y en la m¨²sica. Un lugar donde llegar y quedarse. A trav¨¦s de un camino de imperfecci¨®n. M¨¢s ¨¢spero, arriesgado y desnudo. Pero ausente de miedos e inseguridades. M¨¢s cerca de Bob Dylan, Patti ?Smith o Leonard Cohen que de las megabandas de relumbr¨®n e Instagram ("nunca he cultivado las redes"); relatando en primera persona sus amores, neuras y pasiones; grandezas y miserias; subidas y bajadas; a base de temas propios, ideados e interpretados con el coraz¨®n y los ojos entornados, que representan el sumidero de su existencia, atormentada, aprensiva, enamoradiza, m¨¢s que las superproducciones estelares sin alma y a la medida de un p¨²blico voraz que busca productos fugaces de usar y tirar. ?l ha renunciado a ese sendero. Se ha refugiado en su propia concha.
Leiva, la estrella; que fue Leivinha en el colegio, aquel instituto Villa de Madrid, donde corr¨ªa como una liebre en el campo de f¨²tbol, con ese f¨ªsico fibroso a mitad de camino de un atleta de los 5.000 metros y un anguloso torero de plata de preguerra; Lei, hoy, para los cercanos, es, simplemente, un rockero. Un canto rodado. Un chico de barrio de clase media, con acento cheli y buena suerte. Que empez¨® a tocar pronto; renunci¨® a los estudios (ante el mosqueo de su padre, poeta y periodista); trabaj¨® de jardinero, toc¨® en la calle y pint¨® pasos de cebra para echar una mano en su casa en tiempos de zozobra. Con una inmensa actitud esc¨¦nica. Que le permite dominar las tablas. Una voz que brota de muy dentro. Y un curioso balanceo corporal en sus gestos, como si estuviera acariciando una guitarra o atacando un tema.
No hace productos, hace canciones. Muchas noches y cada d¨ªa. Mientras pasea por la ciudad anhelando el anonimato perdido, camina por Gredos o surca las mesetas en la furgo con su banda. Cuenta historias. Una perpetua: la suya. En sus palabras, "en estos momentos he escogido un camino con menos pirotecnia y m¨¢s emoci¨®n; con m¨¢s aristas, con m¨¢s verdad. S¨ª, con conciertos de 20.000 personas, pero tambi¨¦n con shows para 300, en los que ves la cara a cada espectador y pones los pies en el suelo. Ya no busco la perfecci¨®n, sino la verdad. Y eso que el perfeccionismo es uno de los fantasmas que me acechan. Soy mi peor juez. Es uno de mis miedos, junto a la inseguridad y la hipocondr¨ªa. Hay otros monstruos m¨¢s que conjuro con ayuda. Pero rozo los 40. Y empiezo a ser m¨¢s libre".
Esos son los hilos con los que ha trenzado, como una vieja artesana en el bastidor de su telar, su cuarto disco en solitario, Nuclear (a la venta desde el pr¨®ximo viernes), algo as¨ª como el decimoquinto de su carrera. Doce canciones acompa?adas de notas de voz originales sobre c¨®mo se construy¨® cada una, una delicada expresi¨®n gr¨¢fica en su empaquetado y promoci¨®n audiovisual (por los que siempre apuesta) y una edici¨®n en vinilo para los adictos a los viejos tiempos. Con este ¨¢lbum, este artista que no sabe cu¨¢ntos discos vende ni cu¨¢ntas escuchas provoca y que afirma comer gracias a los conciertos, dice encontrarse m¨¢s cerca de la estaci¨®n de llegada.
¡ª?C¨®mo surge una canci¨®n?
¡ªNo hay un libro de instrucciones. A m¨ª me surge de un verso. Es un proceso duro. Para un m¨²sico solo hay una cosa peor que escribir: una prueba de sonido.
¡ªUsted es algo as¨ª como un cantautor 3.0. ?Existe una f¨®rmula para componer?
Yo no podr¨ªa vivir sin hacer canciones. Sin relatar historias. Es lo ¨²nico que s¨¦ hacer
¡ªOjal¨¢ la hubiera. Pero a la hora de hacer canciones no hay orden ni manera. No puedes explicar por qu¨¦ un tema te ha salido como t¨² quer¨ªas, y, por lo tanto, no puedes reproducir esa f¨®rmula. Yo empiezo por una frase. Es algo m¨¢gico. Viene de alg¨²n lugar y se introduce en tu cabeza. Y eliges esa aventura. Yo no podr¨ªa vivir sin hacer canciones. Sin relatar historias. Es lo ¨²nico que s¨¦ hacer. Fui muy mal estudiante. Tanto que mi padre me oblig¨® a estudiar percusi¨®n para que hiciera algo positivo tras tripitir.
¡ª?Es un disco de madurez?
¡ªEs lo que m¨¢s se parece a lo que quer¨ªa contar cuando empec¨¦ de chaval tocando la bater¨ªa. Y con mi carpeta forrada de estrellas del rock de los sesenta. Es un fiel retrato de mi ¨²ltimo a?o. La foto fija de mi monta?a rusa. Es un trabajo con pocos elementos, con una b¨²squeda profunda de otro tipo de sonido. M¨¢s desnudo. Pero no me gusta hablar de mis discos. No s¨¦ qu¨¦ decir. Ni tampoco las entrevistas. Te expones demasiado. Y bastante me expongo con mis letras. Y con los 80 conciertos que hago en un a?o.
Me molesta que me roben fotos. Conozco mejores formas de ganarse la vida que siendo paparazi
¡ª?Le molesta ser conocido?
¡ªMe molesta que me roben fotos. Conozco mejores formas de ganarse la vida que siendo paparazi.
¡ª?A veces piensa dejarlo todo?
¡ªCuando salto al escenario, pienso: "Qui¨¦n me habr¨¢ convencido para meterme en este l¨ªo". Empiezas fr¨ªo, acojonado, con la responsabilidad de darlo todo. Le debes un respeto a la gente. Pagan una pasta por verte. Y a la tercera o cuarta canci¨®n, entras en calor, les ves las caras, y no te bajar¨ªas nunca.
A lo largo de 20 a?os de carrera y un millar de actuaciones, acompa?ado de m¨²sicos virtuosos de garito, sus colegas del barrio y la vida, de barra de bar, escenario, carretera y brasa de porro, ha subido todos los pelda?os que conducen al estrellato. Desde aquellos grupos adolescentes de su barrio madrile?o, la Alameda de Osuna, prol¨ªfica cantera de bandas (hasta ser conocido como la Alameda de Rocksuna), a vender todas las entradas en los grandes templos de la m¨²sica en directo, despachar cientos de miles de discos, ser el frontman de una banda generacional, vivir el desenfreno de sexo y droga y madrugadas concatenadas, propio de una estrella del rock, tener novias famosas, tocar de telonero de The Rolling Stones, ganar un Goya a la mejor canci¨®n, producir un disco a Sabina, componer para los grandes, tocar con casi todas las leyendas espa?olas y ganar dinero. Hoy vive en una casita setentera en su viejo barrio madrile?o, lejos del centro, con su hermano Juancho, compa?ero de banda, ruta y l¨ªder Sidecars. Y su perro.
A comienzo de los dos mil, un cazador de talentos musicales le descubri¨® tocando una madrugada en el madrile?o Siroco, una sala m¨ªtica al oeste de Malasa?a, junto a su socio de Pereza, Rub¨¦n Pozo. Ten¨ªa 20 tacos. "Y nos hac¨ªamos cada local grande y peque?o al que ten¨ªamos acceso esperando que alguien nos diera la oportunidad de grabar un disco. Una noche ocurri¨®. Como en las pel¨ªculas. Nos fich¨® RCA. Rub¨¦n y yo no nos lo pod¨ªamos creer: ?era la misma discogr¨¢fica de Elvis!".
¡ªPereza fue una banda generacional...
¡ªEstoy conforme. De gente que hoy tiene entre 30 y 40 a?os. Me gusta cruz¨¢rmelos. Son personas ya calmadas y se acercan a ti con buen rollo. Hemos crecido juntos. Hay gente que no es tan agradable..., pero es imposible que te gusten todos tus seguidores. No me fijo mucho en las redes. No llevo la cuenta de mis haters.
No me fijo mucho en las redes. No llevo la cuenta de mis haters.
¡ª?Cu¨¢l es su pr¨®ximo proyecto?
¡ªUn disco solo con mujeres.
Esto no es una entrevista. No est¨¢ grabada ni anotada. Es un paseo de mi¨¦rcoles fr¨ªo y soleado por Madrid. Entre Conde Duque, Malasa?a y Chueca. De dos personas que no se conocen. Una tiene cinco horas para contar qui¨¦n es. La otra, para descubrirlo. No es f¨¢cil. El artista es entra?able, pero discreto. Si se habla de f¨²tbol, todo transparencia; si es de pol¨ªtica, surge su miedo a que los que vengan, la derecha, fumiguen derechos ganados a pulso, por ejemplo, los de las mujeres. En el terreno de sus amores, mejor no colarse. Cerrojazo.
Es flaco y de estatura media. Tiene cintura de avispa y extremidades de saltamontes embutidas en pitillos. Rostro de calavera, ojos verdes (el derecho zigzaguea), bigote y patillas sesenteros, manos peque?as, pies grandes, tatuajes asom¨¢ndole por las bocamangas, dos pendientes de plata y un pelo ensortijado y menguante oculto bajo una visera de lana. Define su nariz ganchuda como "propia de los Ketama". Posee una colecci¨®n envidiable de sombreros. Sonr¨ªe con guasa. Tiene un marcado estilo de vestir. Si en m¨²sica es heredero del rock and roll, la psicodelia y los sesenta, las grandes bandas espa?olas de los ochenta y noventa y los buenos cantautores, de Serrat a Sabina, su imagen es una mezcla, con naturalidad y desparpajo, del look de Keith Richards, Jimi Hendrix, Lenny Kravitz, George Harrison y, por supuesto, su adorado Bob Dylan. Hoy viste de negro. Jersey de cuello vuelto, vaqueros y botas militares. Chaquet¨®n de marinero de grandes solapas y enorme bufanda. El resultado es un beatle en la era de Rubber Soul o un Dylan en la de Blonde on Blonde. No deja de estirarse del cuello del su¨¦ter ni de bajar y subirse las mangas. Jam¨¢s para. Es un inquieto compulsivo. Un reptil.
?Qu¨¦ hace una estrella del rock cuando no trabaja? ?Se promociona, viaja o sube a un escenario? Leiva, b¨¢sicamente, comer y beber. Rodeado de amigos. Y escuchar m¨²sica cl¨¢sica en el Auditorio Nacional junto a David Trueba. "El vino ha sido mi descubrimiento. Cada noche me bajo una botella. Y compongo. Experimento y descubro. ?ltimamente, con vinos gallegos y catalanes". Esta ma?ana de marzo se decide en una bodega remota de Madrid (Reserva y Cata) por un par de vinos con alma del colectivo Env¨ªnate. Un tinto y un blanco. Un extreme?o y un canario. Producci¨®n m¨ªnima. Reflejo de un suelo y un paisaje. Experiencia asegurada. Acierta. Lo confesar¨¢ d¨ªas m¨¢s tarde.
Las viejas im¨¢genes de la d¨¦cada gloriosa de Pereza muestran un artista m¨¢s activo en el escenario, m¨¢s rolling, m¨¢s de fuegos artificiales, chuler¨ªa y canciones entonadas por las fans. En 2011 ese modelo para todos los p¨²blicos saltaba por los aires. El grupo se disolv¨ªa. En su mejor momento. Rub¨¦n y Leiva tiraban cada uno por su lado. "No fue una ruptura personal, sino art¨ªstica. Nuestros estilos comenzaban a ser muy distintos. Uno se iba a Brasil y el otro a Nashville. Acabamos bien. Yo continu¨¦ con la mayor¨ªa de la banda. Somos nueve contra viento y marea". La apuesta de 2011 era iniciar una carrera en solitario. Empezar de nuevo. ?C¨®mo se iba a bautizar art¨ªsticamente? "No pod¨ªa llamarme Miguel Conejo, porque sonaba a cantautor, como del Nuevo Mester de Juglar¨ªa", explica entre risas mientras paladea un verm¨² en una tasca del Dos de Mayo. "En nuestro ¨²ltimo concierto como Pereza hab¨ªamos reunido a 20.000 personas. En mi primero como Leiva, en Burgos, 350. Fue una bajada de humos. Pero era feliz. Aunque perdiese 3.000 euros por actuaci¨®n".
Leiva no solo es un buen compositor y un animal esc¨¦nico. Es, sobre todo, un profesional de la industria. Afirma que se emociona m¨¢s que reflexiona, pero la realidad es que domina su carrera con maestr¨ªa. Tiene una imagen limpia. Es amigo y prescriptor de todos los m¨²sicos espa?oles anteriores y contempor¨¢neos a ¨¦l, desde Bunbury, Calamaro y Ariel Rot hasta Quique Gonz¨¢lez, Vetusta, Amaral o Iv¨¢n Ferreiro. No ha sucumbido a los contratos de 360 grados, habituales en la industria. Que dan poder a las multinacionales no solo sobre los trabajos discogr¨¢ficos de su artista, sino de cada euro que produce. "Yo soy el promotor de mis conciertos", explica, mientras compramos una enorme y oscura hogaza de centeno. "Me ?juego mi dinero pero toco donde quiero y pongo el precio que considero justo. Y nos va bien. Llenamos lo grande y lo peque?o".
Este paseo ma?anero concluye en un callej¨®n cerca de la plaza de Espa?a. En un peque?o restaurante porte?o, Casa Federica. Argentina es una de sus pasiones. Mientras se despacha unas empanadillas, bu?uelos de espinacas, humitas y unas cervezas Quilmes, relata su profundo miedo a la soledad. Y, sobre todo, a la sequ¨ªa creativa. Es decir, al paso de los a?os. "Veo que los grandes hicieron sus mejores temas antes de los 50. No me queda tanto tiempo. Es verdad que Bob Dylan hizo Modern Times con 65 a?os. Eso me conforta". Y se r¨ªe con el morro torcido y los ojos brillantes. Un abrazo y se pierde por Tribunal en busca de su amigo Iv¨¢n Ferreiro.
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