El trabajo infinito y sin relevo de dos hermanos para vivir del ganado
Los ganaderos Jorge y ?ngel Izquierdo tratan de subsistir y adaptarse a los vaivenes constantes del sector con cada vez menos mano de obra dispuesta a trabajar en el campo, lo que les sit¨²a ante un futuro incierto.
Los hermanos Izquierdo multiplican en pesetas, aunque las cuentas de final de mes no les queda m¨¢s remedio que hacerlas en euros. Hay costumbres del pasado que es imposible modernizar por la sencilla raz¨®n de que todav¨ªa funcionan. Algo similar le sucede a su furgoneta Ford, un veh¨ªculo vetusto pero ¨²til con el que llevan transitando los caminos de Colmenar Viejo (Madrid) desde hace d¨¦cadas en busca del ganado. Sobre el salpicadero, una libreta tama?o folio con hojas de cuadros donde est¨¢n apuntados todos y cada uno de los datos personales (nombre y n¨²mero) de las m¨¢s de 550 vacas y terneros que Jorge, de 58 a?os, y ?ngel, de 49, poseen. Cuando alguna de ellas fallece o es sacrificada, un sencillo tach¨®n pone el punto final de su vida.
¡°Trabajar en el campo es como jugar un partido infinito¡±, explica Jorge. ¡°Todos los d¨ªas hacemos lo mismo. El problema que hay ahora mismo es que te cambian las reglas con el juego empezado. Te adaptas como puedes, improvisas. No podemos tener visi¨®n a medio-largo plazo¡±, a?ade. Desde que amanece hasta que anochece, los Izquierdo, como el resto de ganaderos, est¨¢n a merced de circunstancias ¡ªla meteorolog¨ªa, subida del gasoil, la guerra de Ucrania, la sequ¨ªa...¡ª que escapan a su control y condicionan el futuro.
¡°Cuando piensas que todo va a ir bien y te relajas, algo pasa de nuevo¡±, advierte ?ngel mientras conduce de buena ma?ana por una carretera secundaria de camino a la finca. Pocos minutos despu¨¦s, una llamada le alerta del primer giro de guion de la jornada: el cami¨®n que transporta los 20.000 kilos de paja que comer¨¢n las vacas durante los pr¨®ximos d¨ªas ha quedado atravesado en la carretera al borde de la entrada. Al llegar y contemplar que una hilera de coches se amontonan a ambos lados del armatoste de m¨¢s de 20 metros de longitud, ?ngel detiene la furgoneta y ordena a Moussa El Angoudi, un empleado marroqu¨ª de 22 a?os que les acompa?a durante todo el d¨ªa:
¡ª ?R¨¢pido! Baja y abre la puerta que aqu¨ª la liamos.
Las tareas se acumulan. Anoche trabajaron hasta las diez y aun as¨ª no dio tiempo a colocar algunos bloques de paja de un pedido anterior. Hoy deber¨¢n dedicar varias horas a la tarea y hacerlo a contrarreloj por la amenaza de lluvia. ?ngel, a manos del tractor, agrupa los paquetes en grupos de tres y los coloca en el interior de una nave techada. ¡°La paja sirve para llenar el buche de los animales, pero lo que les alimenta es el pienso prensado¡±, explica el mayor de los hermanos. ¡°Antes lo compr¨¢bamos a cinco pesetas (tres c¨¦ntimos), y ahora a diez (seis c¨¦ntimos). Echa cuentas, a ver si te salen, porque a nosotros no. Estamos comprando por adelantado ante la previsi¨®n de que se siga encareciendo¡±, prosigue. Sin soltar el volante, ?ngel alza la voz sobre el ruido del tractor y apostilla, ¡°como empecemos a depender de darle nosotros de comer a los animales no aguantamos ninguno¡±.
A su alrededor, cuatro perros ¡ªChulo, Epi, No s¨¦ y el Viejo¡ª custodian el lugar con algo de pereza a la par que juegan entre unas 40 gallinas, a las que dos buitres negros vigilan de cerca desde lo alto de un enebro y una encina. Moussa, que acata con diligencia y esfuerzo cada una de las ¨®rdenes que recibe, inspecciona entre los paquetes almacenados en la nave para asegurarse de que no hay ninguna gallina o pollo escondidos que puedan quedar atrapados.
La ma?ana se echa encima y los animales, que no entienden de circunstancias ni imprevistos, necesitan seguir con el curso natural de sus d¨ªas. Pero antes de que ellos coman, los hermanos Izquierdo no perdonan el caf¨¦ de media ma?ana en El Olivar, un bar de confianza. Apenas ha dado Jorge dos sorbos y ?ngel levantado la mano para pedir un descafeinado con leche, cuando un wasap de la mujer de ?ngel les anuncia nuevas dificultades: el coste del sacrificio del cordero va a subir un euro la pr¨®xima semana. ¡°No mandamos ni en la venta ni en la compra. Hemos aumentado el precio de la carne, pero no lo suficiente para afrontar los gastos con garant¨ªas. Como encarezcas mucho tu producto, la gente prescinde de ti. Est¨¢n cambiando los h¨¢bitos de alimentaci¨®n por los precios, la carne ya no es imprescindible como antes¡±, confiesa Jorge.
En la Dehesa de Navalmillar, un espacio natural donde el rey Alfonso X cazaba osos, 300 vacas nodrizas esperan hambrientas. No puede el ganado pastar directamente del suelo porque est¨¢ carcomido por una plaga de conejos que azota la zona. Lo que queda libre es directamente un secarral por culpa de la sequ¨ªa. Con un gesto un¨¢nime, los animales levantan y giran la cabeza en direcci¨®n al veh¨ªculo. ?ngel y Moussa se encargan de ir tirando la paja y el pienso desde el remolque mientras Jorge conduce despacio para esparcir el alimento hasta completar un ¨®valo de cien metros. Desde el asiento de conductor, Jorge no pierde detalle de lo que sucede a su alrededor y compara el paisaje con el del salvaje Oeste, un entorno que le enamora. ¡°El cine western son las ¨²nicas pel¨ªculas que me gustan¡±, asegura. Conduce por los caminos de piedra cuando, de pronto, ralentiza el paso y rompe el silencio:
¡ª Est¨¢ muerta¡
¡ª?Qui¨¦n?
¡ª La vaca. La hija de Ceniza, la 0770. Estaba un poco enferma pero a¨²n serv¨ªa. Se la han cargado los buitres. Es el cuarto ataque en un mes.
Al llegar al punto donde yace el animal, los Izquierdo comprueban que est¨¢ desangrada. ¡°Se han comido hasta el ojo¡±, comenta ?ngel, que alza la vista en busca de otro ternero perdido que probablemente corra la misma suerte si no lo localizan. Horas m¨¢s tarde llegar¨¢ hasta el lugar una patrulla de guardas forestales para levantar acta y preguntar por lo sucedido. Los agentes se muestran algo esquivos ante las explicaciones de los hermanos, ya que no tienen la capacidad de hacer una autopsia y esclarecer el asunto. ¡°Son siempre reacios, se piensan que les quieres enga?ar¡±, comenta Jorge. Existe un seguro por el que el ganadero recibe una indemnizaci¨®n si alguno de sus animales es asesinado por otro. En cualquier otra circunstancia, no se proceder¨ªa al pago.
Con el reposo de la sobremesa, despu¨¦s de degustar una lasa?a casera en una cafeter¨ªa del centro del pueblo, ?ngel y Jorge miran la televisi¨®n, aunque en realidad ponen la vista en el pasado. Su padre, Hermenegildo, un ¡°hombre tranquilo y sin grandes ambiciones¡±, les entreg¨® el negocio familiar cuando se jubil¨® a los 65 a?os. Pocos meses despu¨¦s fallecer¨ªa de c¨¢ncer. ¡°Con 26 a?os me qued¨¦ a cargo de todo. Somos la quinta generaci¨®n de ganaderos. Yo quer¨ªa estudiar, pero renunci¨¦. La necesidad obliga¡±, rememora Jorge. Actualmente, adem¨¢s de la cr¨ªa de ganado, realizan tambi¨¦n parte de la comercializaci¨®n de la carne que ellos mismos reparten a particulares y restaurantes de Madrid y alrededores. ?ngel, obnubilado con el telediario, baja la mirada del televisor y confiesa la mayor de sus preocupaciones. ¡°No hay relevo. La juventud no est¨¢ dispuesta a este sacrificio. Ni mi hijo ni mi hija quieren continuar. Prefieren un trabajo que termine a las cinco de la tarde. Aqu¨ª son 24 horas, no hay domingos, ni festivos. Quieren la libertad que nosotros no tenemos¡±, afirma.
¡°Si por nosotros fuera, vender¨ªamos la ganader¨ªa ma?ana mismo. Hemos vivido sin tiempo para nosotros¡±, explica Jorge. ¡°Desde la finca vemos las Cuatro Torres [del Paseo de la Castellana en Madrid], est¨¢n a treinta kil¨®metros, pero parece un abismo. Me encantar¨ªa poder bajar a Madrid, pasear, convertirme en un observador. Estar tranquilo, mirar el mundo, guardarlo en mi cabeza y que ah¨ª se pierda¡¡±, finaliza.
La tarde a¨²n ser¨¢ ardua. Hay que retirar el esti¨¦rcol de los cebaderos donde descansan una centena de terneros para sacrificar. ¡°Se volver¨¢n a cagar y haremos de nuevo lo mismo, una y otra vez¡±, dice ?ngel con resignaci¨®n. Jorge mete prisa a Moussa y su hermano. Pr¨¢cticamente es de noche y le cuesta enfocar como anta?o. Quedan tareas pendientes, pero no pueden posponer m¨¢s el final de la jornada. Ma?ana toca repartir desde primera hora los lechales. Jorge, adem¨¢s, a¨²n contempla la idea de salir a buscar el ternero perdido en la dehesa mientras los rascacielos de Madrid se iluminan a lo lejos.
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