Placeres de verano | So?ar con cambiar de vida
Haces c¨¢lculos, echas cuentas. Piensas en el teletrabajo, con cu¨¢nto podr¨ªas vivir. Ya te ves explic¨¢ndolo en la oficina, una decisi¨®n irrevocable, la envidia de los dem¨¢s, un valiente
No hacer nada en vacaciones es algo que proclama todo el mundo como su m¨¢xima aspiraci¨®n, pero pocos consiguen, pues no suele ser verdad que se desee realmente, y en realidad es una actividad exigente, y hasta peligrosa. Si te sale un verano existencial casi mejor suspender el viaje, no se sabe d¨®nde puedes acabar. Para no hacer nada hay que levantarse temprano, no es cosa de hacerlo a mediod¨ªa, que ya has perdido mucho tiempo de hacer nada. ...
No hacer nada en vacaciones es algo que proclama todo el mundo como su m¨¢xima aspiraci¨®n, pero pocos consiguen, pues no suele ser verdad que se desee realmente, y en realidad es una actividad exigente, y hasta peligrosa. Si te sale un verano existencial casi mejor suspender el viaje, no se sabe d¨®nde puedes acabar. Para no hacer nada hay que levantarse temprano, no es cosa de hacerlo a mediod¨ªa, que ya has perdido mucho tiempo de hacer nada. Perder el tiempo implica ser consciente de ello, si no es que lo pierdes sin darte cuenta. Lo ideal es buscar un destino hermoso, un rinc¨®n de paz, de naturaleza. La belleza se contagia y dispone a la contemplaci¨®n.
Hay que vencer las tentaciones, pues uno acaba haciendo lo que sea con tal de no estar haciendo nada, y la gente se pone muy pesada con sus planes. La obligaci¨®n m¨¢s insidiosa y dif¨ªcil de burlar es la de pas¨¢rselo bien, el miedo a no hacer nada extraordinario, el sentimiento de culpa, si es que uno ha tenido una educaci¨®n seria. Hay que atravesar el aburrimiento, y llega un momento casi espiritual en el que da igual todo, no sabes ni el d¨ªa que es, te llegas a asustar. Entonces ya est¨¢s flotando en el tiempo, como en el primer d¨ªa de la creaci¨®n. Parar tiene efectos cognitivos profundos. Redescubres lo largo que puede ser el d¨ªa, puede ser una cosa muy densa. ¡°Oh momento suntuoso, vete m¨¢s despacio¡±, dec¨ªa Emily Dickinson, pero claro, si uno no es Emily Dickinson, puedes sentir que se te va el d¨ªa sin hacer nada y te entra la angustia. Hay ratos dif¨ªciles, s¨ª, pero hay que resistir. Porque un d¨ªa, de pronto, ves tu vida a tu disposici¨®n, no como algo que se te entrega empaquetado a las siete de la ma?ana. El instante decisivo es cuando te preguntas seriamente qu¨¦ quieres hacer cuando dejes de hacer nada. Y vienen extra?as ideas: uno se cree libre. Este es uno de los efectos m¨¢s perturbadores de las vacaciones, la recuperaci¨®n de la voluntad. Realmente llegas a la conclusi¨®n de que puedes hacer lo que te d¨¦ la gana. Entonces vas y lo haces.
Hacer exactamente lo que te apetece es un descubrimiento. Te desprendes de todas las inercias y pegotes de la vida diaria. El m¨®vil queda en un caj¨®n. La tele no existe. Te vas poniendo de buen humor sin saber por qu¨¦. Vuelve la despreocupaci¨®n de la infancia. Disfrutas de tu tiempo, de los placeres simples. Tambi¨¦n te empiezas a enamorar del lugar, y un atardecer desliza en tu cabeza la idea de que, en realidad, podr¨ªas llegar a acostumbrarte a vivir as¨ª, a vivir all¨ª. Por qu¨¦ no. Resuenan en tus o¨ªdos las palabras de Rilke: ¡°Tienes que cambiar de vida¡±. Como lo dijo tras contemplar un torso de Apolo, yo cre¨ªa que hablaba de apuntarse a un gimnasio, pero con la edad me he dado cuenta de que no. Entonces empiezas a planear una huida, que no te vuelvan a atrapar.
Te sientes capaz de afrontarlo, ahora que has roto con la rutina y se ha abierto una v¨ªa de fuga. Lo comentas con temor a tu pareja y resulta que ha pensado lo mismo, esto te reafirma. Conoces gente simp¨¢tica de la que crees que podr¨ªas hacerte amigo. Vas a un bar que te gusta y dices: ¡°Ah, mira, aqu¨ª vendr¨ªa yo a desayunar y leer el peri¨®dico¡±. Te aficionas al diario local y sus diatribas, intuyes un mundo desconocido. Un d¨ªa empiezas a mirar precios de pisos, solo por curiosidad. Haces c¨¢lculos, echas cuentas. Piensas en el teletrabajo, con cu¨¢nto podr¨ªas vivir. Ya te ves explic¨¢ndolo en la oficina, una decisi¨®n irrevocable, la envidia de los dem¨¢s, un valiente. Imaginas la vida tan enriquecedora y creativa que tendr¨ªas. Preguntas por los colegios de la zona. Aqu¨ª todo es mucho m¨¢s barato, y la leche sabe a leche. No hay cine, pero bueno, hay uno a 40 kil¨®metros. Todo encaja. Ya no es solo una ocurrencia, lo sueltas en una cena. Todos te siguen el juego porque todos lo han imaginado. Hay un punto en el centro de las vacaciones, equidistante entre el d¨ªa que te fuiste y el que tienes que volver, en que realmente est¨¢s convencido.
Pero luego pasan los d¨ªas y al final no hay tiempo, se deber¨ªan tomar decisiones r¨¢pidas y radicales, sientes que no est¨¢s preparado, que no lo has pensado lo suficiente, que necesitar¨ªas m¨¢s vacaciones para estar seguro, te entra v¨¦rtigo. Entonces te lo tomas a broma. Ha sido una enso?aci¨®n de verano y recuerdas que cada a?o te pasa lo mismo, en todos los lugares donde vas. Pero es que esta vez parec¨ªa tan veros¨ªmil. Y ese ser confuso que llega al trabajo, que en el fondo agradece reencontrarse con sus cosas, que intuye que quiz¨¢ todo habr¨ªa sido un desastre, ese eres t¨², un superviviente de las vacaciones. Entonces te propones metas m¨¢s asequibles: trabajar lo menos posible. Te dura una semana, luego te matas a trabajar.