¡®Chillinguitos¡¯: comida regular, precios desorbitados y muchas ¨ªnfulas
Los ¡®beach clubs¡¯ son esos sitios de playa con pretensiones llenos de tumbonas de Bali, m¨²sica chill y ¡°buenas vibraciones¡±. Su car¨ªsima oferta gastron¨®mica suele ser una trampa aspiracional
Hay locales pegados a la playa donde sirven ostras y bocadillos de langosta con patatas fritas mientras est¨¢s envuelto en mosquiteras de IKEA a modo de supuesto chill out. Tambi¨¦n puedes comer tumbado un ss?m de camarones al lado de alguien que toca un cuenco tibetano, el escenario perfecto para recordarte los seis c¨®cteles supuestamente de autor ¡ªaunque sospechas que el autor es el se?or Bacard¨ª¡ª que ya te vendieron ayer. Las pizzas llevan aguacate, el refresco m¨¢s habitual es el cava ¡ªaunque a veces lo llaman champ¨¢n¡ª y todas las sillas, hamacas y tumbonas proceden de Bali, que al parecer posee una industria del mueble tan pr¨®spera como la sueca.
Un chillinguito es un chiringuito concebido para personas excepcionales seg¨²n los baremos desarrollados por el ¡°M¨¢ster en Bartendismo y Cocina Wellness¡± que realizan los empleados de cualquier beach club, nombre real de estos establecimientos desperdigados por nuestras costas e islas. Se llaman as¨ª, beach club, porque b¨¢sicamente son un coto de playa donde una pareja de j¨®venes emprendedores con apellidos mixtos, o un bronceado promotor sesent¨®n con pel de ric, ubican un tendej¨®n de lino y maderas leves para que veraneantes premium coman, beban, bailen y retocen como hace la common people a la que cantaba Pulp en los campings y arenales.
Los langostinos se acevichan, las cigalas se alinean en vertical, los tomates de las ensaladas son rojos, amarillos y naranjas, y en los espetos, las sardinas vienen limpias. Muchos chillinguitos ofertan men¨²s de burbujas en los que el champ¨¢n se marida con panes de cristal, tortilla de patata en coqueta raci¨®n individual coronada por una banderita y bandejas con lascas de jam¨®n que pagas casi por unidad. ¡°I wanna do whatever common people do¡±, pero adaptado a mi Insignia Visa Infinite Card, la tarjeta de cr¨¦dito m¨¢s exclusiva. Como indica uno de estos establecimientos, ofrecen ¡°coherencia est¨¦tica y personal en todos los contextos¡±: cu¨¦ntale eso a los t¨¢banos de tu pueblo.
Las viandas, la bodega y el estudiado desali?o de los clientes imitan con gracia los del veraneante vulgar, pero con una sofisticaci¨®n en el porte y con un blanqueamiento dental colectivo que hacen del est¨ªo una interminable puesta de sol bajo la que olvidarse de cotizaciones, briefings, dividendos, servicio dom¨¦stico y cirujanos pl¨¢sticos.
Porque la categor¨ªa de un Beach Club se calibra, en primer lugar, por la majestuosidad de su puesta de sol: en tu pueblo atardece mientras los insectos zumban; aqu¨ª se habilitan camas balinesas para disfrutar las good vibes del sunset. La hora punta de cualquier chillinguito, su explosi¨®n de mindfulnes, la componen esos breves minutos del ocaso en los que tu cuerpo y tu alma se funden en armon¨ªa mientras persigues al astro rey en su huida con una copa de Veuve Clicquot. De fondo, alguien pincha melod¨ªas de yoga, y si tienes suerte, ver¨¢s entre la concurrencia a Victoria Federica.
Estas ermitas del placer en caft¨¢n son sencillas de identificar por su nombre: Salt Beach, Nikki Beach Club, Beso Beach... Algunos chillinguitos optan por bautismos m¨¢s sugerentes, como Amante, The Sunny Seaside o La Milla. Bah¨ªa Lim¨®n, en C¨¢diz, es el ¨²nico que se autodenomina ¡°chiringochill¡±, t¨¦rmino que adaptamos aqu¨ª para reunir una corriente hostelera pre?ada de fantas¨ªa humana, capazos de rafia y chancletas enjoyadas. Aparte de las fiestas tem¨¢ticas, de pijamas o kimonos, de las celebridades que atrae con sus relaciones p¨²blicas el empresario que da la cara al fondo de inversi¨®n an¨®nimo, aparte de las antorchas y del bamb¨² de pl¨¢stico, la ¡°experiencia gastron¨®mica¡± que prometen estos lugares combina lo marino y lo tropical, la quinta gama ex¨®tica y el ruralismo envuelto en un wrap.
Es probable, sin embargo, que tu ilusi¨®n muera en la orilla. Si te mueves alrededor del Salario M¨ªnimo Interprofesional y tu outfit as¨ª lo delata, incumpliendo la m¨ªnima desenvoltura trendy y casual, en m¨¢s de un beach club el portero te detendr¨¢ con un ligero pero severo adem¨¢n cuando intentes franquear su p¨¦rgola. El morlaco te inspeccionar¨¢ de arriba a abajo con la indiferencia de un mec¨¢nico harto de su trabajo, sosteniendo con su descomunal brazo derecho el pinganillo en la oreja ¡ª?qu¨¦ les pasa a esos chismes, siempre se sueltan?¡ª, como esperando la validaci¨®n de una inteligencia artificial que escaneara tu silueta y tu ocupaci¨®n profesional.
¡°?Qu¨¦ criterio aplican los porteros?¡±, te preguntar¨¢s. ¡°?Hacen alg¨²n curso de formaci¨®n para perfeccionar su oficio, para conseguir un escrutinio infalible, capaz de anticipar qu¨¦ vas a aportar como cliente al ambiente, la recaudaci¨®n y la reputaci¨®n del local?¡± Transcurrir¨¢n unos segundos largu¨ªsimos, en los que contendr¨¢s la respiraci¨®n como si leyeras de corrido una p¨¢gina sin puntos y aparte de Los hermanos Karamazov, pregunt¨¢ndote con crueldad qu¨¦ has conseguido hasta ese momento en la vida. Pero si tienes suerte, si tu combo de tejidos no resulta irremediablemente lamentable, si tus ojos sugieren que eres capaz de diferenciar entre el guipur y el crochet, el portero retirar¨¢ el otro brazo, el que no sosten¨ªa el intercomunicador y que hasta entonces hac¨ªa las veces hac¨ªa de barrera de autopista, y te dejar¨¢ pasar. Te permitir¨¢ alunizar en la arena del lujo, sin peaje.
Solo encontrar¨¢s un peque?o problema. Despu¨¦s de que unos camareros de jovialidad desbocada ¡ªcontratados por una ETT con criterios diametralmente opuestos a los del portero¡ª te ubiquen en una mesa o tumbona acorde a tu categor¨ªa, y de que toda la concurrencia te alcahuetee con desprecio, como si acabaras de entrar en el teleclub en penumbra de un pueblo de Soria desacostumbrado a recibir for¨¢neos, entonces, abochornado de tu aspecto, abrir¨¢s la carta para tapar tu verg¨¹enza y descubrir¨¢s la ¨²ltima verdad de cualquier beach club: la comida y la bebida son exactamente iguales que en cualquier gastrobar urbano con pretensiones, solo que anticipando una factura m¨¢s avara a¨²n.
Arroces con carabineros congelados, ensaladas de queso de una cabra cualquiera, deditos de pollo rebozados con salsa de miel y mostaza, y mojitos con tallos de yerbabuena y extracto industrial de lim¨®n: una farsa de quinta gama, una trampa aspiracional, vaya. Porque casi todos estos negocios son franquicias, que replican los manjares como las caras de alrededor replican las sonrisas de silicona. ¡°And you¡¯ll dance and drink and screw. Because there¡¯s nothing else to do¡±.
Aunque igual tienes suerte de verdad, suerte genuina, y el chillinguito despacha pescados y mariscos de calidad. A un precio tambi¨¦n desorbitado, claro, pero animales pescados en el mar y bien cocinados en una brasa de verdad: que es lo que siempre, desde tiempos inmemoriales, desde antes del Ministerio de Turismo de Fraga, desde antes de los sayos estampados y de los reclinatorios de Bali, han hecho los verdaderos chiringuitos de playa de toda Espa?a.
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