Comida ultraprocesada: ?por qu¨¦ mentimos sobre lo que comemos?
Si lo que afirmamos comer fuera realmente lo que comemos, no habr¨ªa nadie con colesterol alto y ni una f¨¢brica de este tipo de alimentos en funcionamiento en todo el planeta
La c¨¦lebre psicoanalista sudafricana Edna O¡¯Shaugh?nessy razonaba que si el psicoan¨¢lisis se funda sobre la franqueza, al tratar a un mentiroso habitual, su verdad ser¨ªa el enga?o, puesto que precisa de una persuasi¨®n encerada de falsedad para ser ¨¦l mismo. Sin embargo, si tergiversar es su frecuencia connatural, podr¨ªa darse la paradoja de que sincer¨¢ndose contradijera la hip¨®tesis de que no dice la verdad, dejando en el aire conocer cu¨¢nto de cierto hay en lo que expresa y cu¨¢nto no.
Si pasamos por alto las manifestaciones patol¨®gicas, la mentira no es monol¨ªtica. En realidad posee muchas dimensiones, tantas como prop¨®sitos soterra, puesto que no miente quien no dice la verdad, sino quien dice aquello que sabe que no es verdad. Del falso testimonio o la exageraci¨®n a la minimizaci¨®n de sucesos o la omisi¨®n de informaci¨®n. El inventario es may¨²sculo. No cabe duda de que la verdad desfigurada se engrana con un prop¨®sito; suele perseguir un fin.
Si acometemos la mentira como un enga?o voluntario, contrario a la propia conciencia, quedar¨ªan en tierra de nadie situaciones como la sonrisa fingida o el asombro simulado, que aun siendo postizos se conceden por cortes¨ªa. Retocarse est¨¦ticamente e incluso maquillarse hay quien lo considera de igual modo burlar la realidad, pese a que algunas personas poseen una identidad manifiestamente subordinada a su manera de vestir, peinarse o definir la mirada pint¨¢ndose los ojos. Se?ala la psic¨®loga Mar¨ªa Jes¨²s ?lava Reyes en su ensayo La verdad de la mentira que en esencia todos mentimos diariamente y los que menos lo hacen apilan uno o dos enga?os por jornada. Alguno m¨¢s si se trata de intentar preservar intacta la quebradiza imagen mental que tenemos de nosotros mismos, algo que en psicolog¨ªa se conoce como disonancia cognitiva.
Resolver las discrepancias entre las ideas y creencias o conductas que se mantienen a menudo requiere de una pizca de cooperaci¨®n propia para reducir las potenciales desavenencias internas. Al parecer, el 65% de los espa?oles afirma preocuparse por llevar una vida saludable; sin embargo, muchos de esos desvelos suelen concluir en un surtido de extravagantes justificaciones con el fin de no poner en riesgo las disculpas que acompa?an a la falta de ejercicio f¨ªsico. M¨¢s a¨²n, muchos ciudadanos que afirman que les incumbe el destino de los productos locales de kil¨®metro cero, la situaci¨®n provocada por el cambio clim¨¢tico, el bienestar animal, el incremento de la obesidad infantil o la restricci¨®n de los ingredientes artificiales eluden todo esto persiguiendo los descuentos y promociones en los lineales, incluso pudi¨¦ndolo no hacer.
Son los comportamientos aparentemente contradictorios de un autoenga?o que responde conforme creemos socialmente que deber¨ªa hacerse. Pese a que, por un lado, preocupa el abandono de la dieta tradicional, por otro, se simplifican las comidas dom¨¦sticas, reduci¨¦ndose a un plato ¨²nico, cuando no dando paso al consumo de preparados y pedidos a domicilio. La coherencia es tal que el 90% de lo que se comercializa como azafr¨¢n espa?ol se produce en otros pa¨ªses. Como ejemplo, hay que reconocer que la producci¨®n de la DO La Mancha, que en su mayor¨ªa se exporta, si se repartiese entre la poblaci¨®n del pa¨ªs, corresponder¨ªa a 0,01 gramos por habitante, en tanto que se estima que la media de consumo de k¨¦tchup anual es de 450 gramos. Y si esto es as¨ª de cara a uno mismo, con respecto a terceros, las reacciones son, si cabe, m¨¢s asim¨¦tricas. Presuntamente, ese es el motivo por el que muchas personas no son del todo honradas cuando se prestan a responder una encuesta sobre h¨¢bitos de vida. Nos gusta proyectar una imagen positiva pese a que la encuesta sea an¨®nima. Es lo que se conoce como deseabilidad social sesgada.
Sosten¨ªa el psic¨®logo austriaco Alfred Adler que una mentira no tendr¨ªa sentido si la verdad no fuera percibida como peligrosa. Y si lo pensamos detenidamente, pocos actos nos han expuesto tanto a lo largo de la evoluci¨®n como comer. Eso debe de ser.