Los horrores del har¨¦n de Jeffrey Epstein y su ¡°apetito insaciable¡±
El magnate captaba a menores de pocos recursos para abusar de ellas y les exig¨ªa que a su vez reclutaran a amigas y conocidas, seg¨²n un nuevo libro
Despu¨¦s de m¨¢s de una d¨¦cada de persecuci¨®n contra Jeffrey Epstein, el abogado Bradley Edwards logr¨® ver a su odiado enemigo entre rejas. Pero, m¨¢s all¨¢ de la victoria legal, el letrado necesitaba una victoria moral. De ah¨ª que ahora haya decidido publicar un libro en el que detalla algunos de los asuntos m¨¢s complejos que vivi¨® a lo largo de esos a?os de persecuci¨®n. En Relentless Pursuit: My Fight For The Victims Of Jeffrey Epstein (Persecuci¨®n incansable: mi lucha por las v¨ªctimas de Jeffrey Epstein), Edwards relata detalles sobre el millonario, su madame, Ghislaine Maxwell, o su buen amigo, el pr¨ªncipe Andr¨¦s, de quien asegura que era conocedor de su trama de abusos.
Ahora, en un nuevo cap¨ªtulo del libro que ha publicado en exclusiva el diario brit¨¢nico The Daily Mail, se da una pincelada de c¨®mo Epstein cre¨® y gestion¨® ese har¨¦n de mujeres. ¡°Cu¨¢nto m¨¢s iba sabiendo sobre ello, m¨¢s determinado estaba a acabar con sus abusos y manipulaciones", cuenta Edwards en primera persona. La primera vez que le pusieron sobre la pista fue en 2008, cuando un colega le puso en contacto con una chica de unos 20 a?os, Courtney Wild, que buscaba ayuda legal.
Wild fue una de las primeras v¨ªctimas de Epstein, con una de esas historias que ponen los pelos de punta. De un entorno humilde, su padre las hab¨ªa abandonado a ella y a su madre, que ten¨ªa problemas de drogas. Seg¨²n le cont¨® Wild a Edwards, en 2002, cuando solo ten¨ªa 14 a?os, una amiga del colegio le cont¨® que hab¨ªa un tipo al que, si le daba un masaje, le pagar¨ªa 200 d¨®lares. Ella era buena estudiante, pero no ten¨ªa nada de dinero para subsistir y, aunque no sab¨ªa dar masajes, acudi¨® a su casa de Palm Beach, en Miami. Fue acompa?ada de su amiga, que result¨® ser una intermediaria. Era la primera vez que acud¨ªa a una mansi¨®n de tal calibre, que se codeaba con gente as¨ª.
La peque?a Courtney iba asustada, pero Epstein, vestido solo con una toalla, result¨® encantador y le quit¨® los miedos: la salud¨®, le pregunt¨® por su familia, amigos, por el colegio... ?l le habl¨® de su fortuna y su poder y, ya con m¨¢s confianza, acab¨® pidi¨¦ndole a su amiga que se fuera de la habitaci¨®n. Ah¨ª la cosa se complic¨®. Tras el masaje, Epstein le exigi¨® a Wild pellizcarse los pezones, lo que ella, asustada, acept¨®. ?l se masturb¨® delante de ella, le dio los 200 d¨®lares y le dijo que se fuera. ¡°Es lo que hacen los ricos¡±, le dijo su amiga, como recoge Edwards.
Solo fue la primera vez. Courtney sigui¨® yendo a casa de Epstein con su amiga y empez¨® a llevar a sus propias amigas, incluso a chicas que iba conociendo. ¡°Le dieron a entender que, si no llevaba a amigas, decepcionar¨ªa a Epstein. Ella lo entendi¨® como una clara amenaza. Su relaci¨®n era compleja: cuanto m¨¢s tiempo pasaba con ¨¦l, m¨¢s en deuda se sent¨ªa. No quer¨ªa decepcionar al hombre que se hab¨ªa convertido en amigo, figura paterna, empleador y jefe, que siempre le hablaba educadamente. El apetito sexual de Epstein era extraordinario. Se daba tres o cuatro de esos masajes cada d¨ªa, con adolescentes. A los 17 a?os, Courtney se empez¨® a ver muy mayor¡±, explica el letrado autor del libro.
Los abusos se mantuvieron en el tiempo y la cosa se complic¨® cuando un d¨ªa en casa de Epstein apareci¨® Nadia, una joven yugoslava a la que presumi¨® de haber comprado. El magnate las oblig¨® a besarse, a mantener relaciones sexuales entre ellas y despu¨¦s a participar ¨¦l mismo. ¡°Entonces Courtney supo que hab¨ªa algo que estaba mal, algo que no hab¨ªa visto al principio¡±, cuenta Edwards, que gracias a testimonios como ese logr¨® meter a Epstein en la c¨¢rcel, donde este se suicidi¨® el pasado agosto.
La de Wild, relata Edwards, es solo una historia m¨¢s. Los abusos implicaron a decenas, si no cientos de chicas, durante a?os y a lo largo y ancho del mundo. Hab¨ªa chicas ¡°en su casa de Nueva York, de las mayores de Manhattan; en su rancho de Nuevo M¨¦xico, que le compr¨® al gobernador del Estado; en su apartamento de Par¨ªs; y en su isla privada en Little Saint James, en las islas V¨ªrgenes¡±. ?l la llamaba Little Saint Jeff¡¯s, jugando con su propio nombre. Otros la llamaban, no sin raz¨®n, isla Ped¨®fila.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.