Las ¡®bestas¡¯ de San Francisco: el millonario que encerr¨® la casa de su vecino en una verja de 13 metros de altura
La resistencia numantina de un humilde habitante en un barrio californiano de nuevos ricos fren¨®, en 1876, los planes inmobiliarios del magnate Charles Crocker, quien, tras varios intentos de desmotivar a su rival, decidi¨® rodear su vivienda con una valla de madera
El miedo al vecino y otros depredadores pr¨®ximos no pasa de moda: ah¨ª est¨¢ As bestas, nominada a 17 Premios Goya e inspirada en hechos reales, que trata exactamente este tema. Pero hay otro caso, anterior y m¨¢s lejano, en que este miedo se tradujo en delirio arquitect¨®nico.
La historia empieza con Nicholas Yung, hombre que en 1876 se interpuso en los planes inmobiliarios del magnate Charles Crocker. Nacido en Alemania, Yung hab¨ªa migrado en 1848...
El miedo al vecino y otros depredadores pr¨®ximos no pasa de moda: ah¨ª est¨¢ As bestas, nominada a 17 Premios Goya e inspirada en hechos reales, que trata exactamente este tema. Pero hay otro caso, anterior y m¨¢s lejano, en que este miedo se tradujo en delirio arquitect¨®nico.
La historia empieza con Nicholas Yung, hombre que en 1876 se interpuso en los planes inmobiliarios del magnate Charles Crocker. Nacido en Alemania, Yung hab¨ªa migrado en 1848 a Estados Unidos en busca de oportunidades. Y las encontr¨®. Tras a?os de esfuerzo y trabajo duro, reuni¨® riqueza suficiente para poner en marcha en la ciudad de San Francisco uno de esos negocios que siempre tienen futuro: una funeraria. Gracias a ella, se pudo mudar junto a su esposa Roseta a una parcelita en lo alto de la colina de la calle California (en la intersecci¨®n con la calle Powell), donde se construyeron una casita con jard¨ªn que, adem¨¢s, ten¨ªa unas vistas envidiables, con el Golden Gate al norte, la bah¨ªa de San Francisco al este y la ciudad al sur.
Tan atractiva era esa zona que pronto otras personas m¨¢s acaudaladas se interesar¨ªan en ella. Charles Crocker (1822 ¨C 1888) hab¨ªa hecho su fortuna a costa de mano de obra extranjera y muy barata, como uno de los cuatro grandes inversores en el gigante ferroviario Central Pacific Railroad, cuando los trenes iban a ser la siguiente gran industria americana. Tras ello, sus socios y ¨¦l pensaron que un buen lugar para construir las viviendas m¨¢s exclusivas de San Francisco era aquella colina, por su panor¨¢mica, la tranquilidad que ofrec¨ªa, la proximidad a la ciudad financiera y la conexi¨®n que preve¨ªan llevar a cabo con la instalaci¨®n de un telef¨¦rico. El exgobernador republicano Leland Stanford se mud¨® all¨ª, igual que har¨ªa el tambi¨¦n empresario ferroviario Mark Hopkins, Jr. En un alarde de poder, Crocker se hizo una mansi¨®n a¨²n m¨¢s arriba de la colina, de casi 23 metros de altura y m¨¢s de 1.000 metros cuadrados de extensi¨®n. Justo pegado a los Yung. El barrio comenz¨® a ser conocido como Nob Hill, traducible como ¡°la colina de los ricos¡± (nob, en jerga anglosajona, significa ¡°persona rica y distinguida¡±).
Para la instalaci¨®n de todas estas ostentosas viviendas, Crocker y sus socios no hab¨ªan encontrado demasiada resistencia de los antiguos residentes, pero en la esquina noreste de su propia manzana, al empresario, que llevaba adquiridas 12 parcelas de 13, le surgi¨® un enemigo inesperado. La casa de Yung era rid¨ªcula en comparaci¨®n con esos inmuebles gigantescos que surg¨ªan a su alrededor. Sus vistas ya no eran tan buenas por culpa de ellos, para empezar. Y a Crocker, como magnate y gestor de un barrio exclusivo, tampoco le gustaba que una familia de clase trabajadora estropease el marco incomparable que se cern¨ªa ante ¨¦l. Le ofreci¨® 3.000 d¨®lares (con la inflaci¨®n, el equivalente a m¨¢s de 83.000 d¨®lares actuales; es decir, m¨¢s de 78.000 euros) a Yung para que, como sus antiguos vecinos, se fuera. Pero no iba a ser tan sencillo. Y no es que Yung fuese ning¨²n activista contrario a la gentrificaci¨®n: simplemente, oy¨® que Crocker hab¨ªa pagado a otro la despampanante cifra de 25.000 d¨®lares por el terreno de su casa, de manera que aspiraba a una mejor oferta.
La negociaci¨®n se fue enquistando progresivamente. Crocker subi¨® a 6.000 d¨®lares primero y a los 9.000 despu¨¦s, pero el lucrativo precedente, que tal vez era un rumor o tal vez era cierto, hab¨ªa convencido al hombre de la funeraria de que deb¨ªa mantenerse firme. Seg¨²n diarios de la ¨¦poca, Yung anunci¨® que se conformar¨ªa ¡ªen el amplio sentido del t¨¦rmino¡ª con 12.000 d¨®lares.
La cifra era asequible para Charles Crocker, pero no para su orgullo. Molesto porque un humilde inmigrante le ganase el pulso, el magnate subi¨® el tono: dio instrucciones a sus trabajadores para que los escombros resultantes de la dinamita que estaban detonando para nivelar la colina se condujesen hacia la casa de los Yung. Aquello no surti¨® efecto, y Crocker increment¨® las hostilidades, invirtiendo 3.000 d¨®lares (la cantidad que no quiso a?adir a su ¨²ltima oferta) en instalar una valla de madera de casi 13 metros de altura para cubrir el hogar de la familia.
Memento mori
La instalaci¨®n de una valla erigida con el prop¨®sito ¨²nico de enervar a un vecino (que en ingl¨¦s tiene concepto propio, spite fence o spite wall, algo as¨ª como ¡°muro del desprecio¡±) est¨¢ actualmente penada por la ley, pero no en la California del siglo XIX, para desgracia de Nicholas Yung y los suyos, que debieron acostumbrarse a vivir sumidos en la oscuridad, sin las vistas ni el aire fresco de aquel hogar de sus sue?os que hab¨ªan adquirido tiempo atr¨¢s.
El disparatado montaje se convirti¨® en una aut¨¦ntica atracci¨®n tur¨ªstica gracias al telef¨¦rico, de igual forma que la resistencia numantina de Yung, a quien no le cost¨® ganarse a la opini¨®n p¨²blica, adquiri¨® rango de s¨ªmbolo de la lucha entre el hombre de a pie y la voraz maquinaria capitalista. El peri¨®dico The San Francisco Chronicle lleg¨® a referirse al muro como un ¡°crimen¡± y un ¡°monumento a la maldad¡±.
Desde las p¨¢ginas de ese mismo diario, Yung recogi¨® el guante y ret¨® a su rico vecino a que construyera un muro m¨¢s alto: seg¨²n ¨¦l, su plan era colocar en lo alto de su casa una bandera con calaveras y huesos junto a un ata¨²d gigante, como anuncio para su funeraria y tambi¨¦n como un recordatorio de la muerte que espantase a los millonarios del barrio. No consta que Yung cumpliera su amenaza, pero en 1880 hizo propia la advertencia sobre la fugacidad de la vida y falleci¨®.
La historia, sin embargo, estaba lejos de terminar: a Roseta, su viuda y c¨®mplice en esta lucha quijotesca, tampoco le dio la gana vender. Charles Crocker morir¨ªa ocho a?os despu¨¦s sin ver cumplidos sus deseos. La se?ora Yung, adem¨¢s, rechazar¨ªa tambi¨¦n ofertas de una lavander¨ªa china y de una empresa de publicidad. Desgraciadamente, ella tampoco vivir¨ªa para ver la retirada del muro pese a sus apelaciones al Ayuntamiento, al no existir una legislaci¨®n espec¨ªfica. A su muerte en 1902, The San Francisco Chronicle dedic¨® un editorial a los herederos de Crocker por haber ¡°preservado el testimonio de rencor¡± del millonario y mantenido su ¡°legado de odio¡±, en lugar de derribarlo.
Los hijos del matrimonio, sin embargo, s¨ª se entendieron r¨¢pidamente con la familia Crocker y vendieron el terreno por una cantidad no revelada. El muro del desprecio cay¨® en 1905¡ como caer¨ªa toda la nueva propiedad un a?o despu¨¦s, con el famoso terremoto de San Francisco, de entre 7,5 y 8 grados en la escala Richter, el cual dej¨® al menos 10.000 muertos. Tras el fat¨ªdico suceso, el espacio fue donado a la caridad y sobre ¨¦l, actualmente, se erige la iglesia episcopal Grace Cathedral. El templo se reconoce, entre otros motivos, por haber acogido uno de los discursos de Martin Luther King, un concierto religioso de Duke Ellington o haber servido de escenario en pel¨ªculas como Bullitt (1968), La trama (1975), El hombre bicentenario (1999), Mi nombre es Harvey Milk (2008) o Venom: Habr¨¢ matanza (2022).
Temer¨¢s a tu vecino
A partir de 1956, el Estado de California promulg¨® una ley que prohibi¨® definitivamente la instalaci¨®n de muros de desprecio; esto es, sin mayor funci¨®n que la de quitar vistas a un vecino para molestarle, en sinton¨ªa con la mayor¨ªa de Estados del pa¨ªs, que las limitan a un m¨¢ximo de 6 pies (1,83 metros). Ello no ha sido ¨®bice, valga la redundancia, para que otros ciudadanos explorasen modos creativos de fastidiar al pr¨®jimo. Tambi¨¦n en California, la justicia tuvo que intervenir para dictaminar que la plantaci¨®n de ¨¢rboles altos en el l¨ªmite de una propiedad se consideraban otra forma de muro de desprecio, despu¨¦s de que un residente de California respondiera as¨ª a la reforma que un vecino hab¨ªa hecho en su casa para poder ver el monte.
En 2008, un granjero de Utah coloc¨® tres coches viejos en vertical a modo de valla entre su explotaci¨®n ganadera y los vecinos, que, seg¨²n ¨¦l, se hab¨ªan quejado de las moscas y el polvo, pero no eran partidarios de instalar una cerca (pagada a medias) porque les gustaba ver su jard¨ªn, los caballos y el ganado. El granjero llam¨® a su obra Redneck Stonehenge, en alusi¨®n al c¨¦lebre monumento megal¨ªtico de Reino Unido y a los sure?os conservadores (rednecks), aunque afirm¨® que su intenci¨®n era solo recordar a los nuevos habitantes de la zona que aquello era el campo y que los coches no se quedar¨ªan ah¨ª de manera permanente.
La historia muestra que los muros de desprecio tambi¨¦n pueden levantarse para uno mismo: tal fue la ense?anza del irland¨¦s Robert Rochfort, conde de Belvedere, que en el siglo XVIII construy¨® el hoy conocido como Muro de los Celos en la ciudad de Mullingar con el fin de no ver la enorme mansi¨®n que su hermano George (sospechoso, para m¨¢s inri, de haberse acostado con su mujer) se hab¨ªa construido delante de su casa.
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