¡°Sigamos rodando¡±: 40 a?os de la catastr¨®fica decisi¨®n que mat¨® a dos ni?os y al actor principal de un rodaje en Hollywood
La pel¨ªcula ¡®En los l¨ªmites de la realidad¡¯ se estren¨® hace cuatro d¨¦cadas con un director procesado por homicidio por la negligencia que ocasion¨® uno de los peores accidentes de la historia del cine
El d¨ªa de su estreno en Estados Unidos, el 24 de junio de 1983, En los l¨ªmites de la realidad: La pel¨ªcula (Twilight Zone: The Movie) recibi¨® cr¨ªticas inmisericordes. Vincent Canby la describi¨® en The New York Times como ¡°un gigante fl¨¢cido y sin cerebro¡±. Colin Greenland dej¨® escrito en la revista Imagine que le parec¨ªa ¡°un esfuerzo fallido, del...
El d¨ªa de su estreno en Estados Unidos, el 24 de junio de 1983, En los l¨ªmites de la realidad: La pel¨ªcula (Twilight Zone: The Movie) recibi¨® cr¨ªticas inmisericordes. Vincent Canby la describi¨® en The New York Times como ¡°un gigante fl¨¢cido y sin cerebro¡±. Colin Greenland dej¨® escrito en la revista Imagine que le parec¨ªa ¡°un esfuerzo fallido, del todo indigno de los cuatro grandes maestros del cine fant¨¢stico moderno [Steven Spielberg, John Landis, Joe Dante y George Miller] que han trabajado en ella¡±.
Dave Kehr, de The Chicago Reader, salv¨® de la quema uno de los cuatro segmentos, el dirigido por el australiano Miller, y afirm¨® que los otros tres resultaban de una mediocridad ¡°tan palmaria como inesperada si atendemos al curr¨ªculo de sus autores¡±. De entre los cr¨ªticos ilustres, Roger Ebert, de The Chicago Sun-Times, fue tal vez el que se mostr¨® m¨¢s magn¨¢nimo, aunque no se abstuvo de dedicarle a la producci¨®n de Warner Bros un elogio envenenado: ¡°Arranca despacio, est¨¢ a punto de descarrilar en la segunda curva y, solo a partir de la tercera, recupera el aliento y se propulsa hacia la meta¡±. Y eso que, en un pacto t¨¢cito atribuible a lo mucho que se hab¨ªa hablado ya del tema en los meses anteriores, la mayor¨ªa de las cr¨ªticas optaron por no mencionar siquiera el detalle que convert¨ªa a la pel¨ªcula en un producto francamente antip¨¢tico: la falta de rigor y profesionalidad de sus responsables hab¨ªa causado tres v¨ªctimas mortales.
La cinta aterriz¨® en Espa?a cuatro meses despu¨¦s, en octubre, hace ahora casi 40 a?os. Por entonces, su (p¨¦sima) fama la preced¨ªa, pero eso no le impidi¨® reunir en nuestro pa¨ªs a alrededor de medio mill¨®n de espectadores y recaudar el equivalente a algo m¨¢s de 750.000 euros. Atendiendo a sus cifras globales, una de las pel¨ªculas con peor reputaci¨®n de la d¨¦cada de los ochenta fue tambi¨¦n un negocio redondo: cost¨® 10 millones de d¨®lares y recaud¨® en los cines cerca de 43. Como ocurrir¨ªa m¨¢s adelante con otras producciones cinematogr¨¢ficas te?idas de sangre (El cuervo, Top Gun, Jumper), las muertes accidentales acabaron resultando una tan eficaz como involuntaria campa?a de marketing.
Idea nefasta, ejecuci¨®n calamitosa
Werner Herzog dijo en cierta ocasi¨®n que las pel¨ªculas son un deporte de alto riesgo, y que si no se producen m¨¢s v¨ªctimas mortales durante los rodajes es porque ¡°los dioses del cine protegen a sus insensatos feligreses¡±. Herzog se refer¨ªa tanto a sus propios rodajes (no se pierdan, en Fitzcarraldo, la escena del barco a vapor de 320 toneladas que se desliza pendiente abajo desde la cima de una colina mientras centenares de extras se alejan despavoridos) como a los de su buen amigo Francis Ford Coppola (ah¨ª est¨¢ Apocalypse Now, un alarde de funambulismo y megaloman¨ªa tan desproporcionado que casi resulta un milagro que el ¨²nico cad¨¢ver en su armario fuese el de un b¨²falo de agua). Pero ni siquiera ellos concibieron una escena tan arriesgada y tan mal calibrada y ejecutada como la que cost¨® la vida al actor Vic Morrow y a dos ni?os de origen vietnamita en el segmento de En los l¨ªmites de la realidad dirigido por John Landis.
El atentado contra el sentido com¨²n se perpetr¨® el 23 de julio de 1982 alrededor de las 2:30 de la madrugada en el rancho Indian Dunes, un popular escenario de rodajes en exteriores situado en el municipio de Valencia, a pocos kil¨®metros de Los ?ngeles. La escena ni siquiera estaba prevista en el guion inicial, fue un a?adido de ¨²ltima hora con el que John Landis se propuso ¡°humanizar¡± al protagonista de Time Out, la primera de las cuatro historias en que se divide la pel¨ªcula. En ella, Bill Connor, el tipo amargado y prejuicioso al que interpretaba Morrow, se ultrajaba porque un compa?ero de trabajo jud¨ªo consegu¨ªa un ascenso que ¨¦l cre¨ªa merecer. Un par de inopinados viajes por el tiempo, con destino a la Alemania ocupada por los nazis durante la II Guerra Mundial o a la Alabama en que el Ku Klux Klan linchaba a ciudadanos afroamericanos en la d¨¦cada de los cincuenta, hac¨ªan que el hombre se replantease por fin el alto grado de toxicidad de sus convicciones racistas.
En la escena que iba a cerrar el segmento, un final alternativo sugerido por uno de los productores, Connor decid¨ªa rescatar a dos hu¨¦rfanos vietnamitas cuya aldea estaba siendo bombardeada por helic¨®pteros estadounidenses. Tal y como explica Robert Weintraub en Slate, a Landis le seduc¨ªa sobre todo el aspecto ¡°t¨¦cnico¡± de esa nueva escena final. Se trataba de filmar ¡°explosiones grandiosas¡±, dignas, s¨ª, de Apocalypse Now y su sentido de la epopeya contempor¨¢nea.
El cineasta y su equipo incurrieron en una casi inveros¨ªmil cadena de imprudencias. Para empezar, contrataron a dos actores infantiles, Myca Dinh Le y Renee Shin-Yi Chen, de siete y seis a?os, pese a que las leyes de California prohib¨ªan expresamente el empleo de mano de obra infantil en horario nocturno y, en cualquier caso, la contrataci¨®n de menores exig¨ªa siempre un permiso especial que ni siquiera fue solicitado. Todo se resolvi¨® con un apresurado acuerdo con Peter Wei-Te Chen, t¨ªo de Renee, que ejerci¨® de representante improvisado de las familias y acept¨® en su nombre un pago bajo cuerda y en met¨¢lico, sin contrato ni seguro de ning¨²n tipo.
El trato lo cerr¨®, de manera un tanto apresurada, uno de los productores asociados, George Folsey Jr., que ni siquiera inform¨® a los encargados del casting o a la brigada de bomberos presente en el set de rodaje. Landis quer¨ªa rodar su escena y quer¨ªa hacerlo de prisa, sin tr¨¢mites farragosos que en el fondo consideraba innecesarios. Despu¨¦s de todo, los ni?os iban a aparecer apenas unos segundos en pantalla.
Una explosi¨®n descontrolada y un inoportuno ataque de p¨¢nico
Para simular el bombardeo de la aldea se hizo uso de un helic¨®ptero militar Bell UH-1 Iroquois. Lo pilot¨® un veterano de la fuerza a¨¦rea que hab¨ªa combatido en Vietnam, un tal Dorcey Wingo. Wingo, que trabajaba por vez primera en una pel¨ªcula, particip¨® en la prueba de pirotecnia que se realiz¨® poco antes del rodaje de la escena y tuvo la sensaci¨®n de que el helic¨®ptero se sacud¨ªa de manera ¡°anormal¡± durante las explosiones. Sin embargo, aconsejado por un compa?ero del departamento de efectos visuales, que le dijo que Landis, un director con reputaci¨®n de d¨¦spota, estaba de un p¨¦simo humor y le despedir¨ªa sin dudarlo si formulaba la m¨¢s m¨ªnima objeci¨®n, el veterano opt¨® por callarse.
En cuanto las c¨¢maras empezaron a rodar, seg¨²n explican Stephen Farber y Marc Green en su libro Outrageous Conduct (Conducta inaceptable), una cr¨®nica pormenorizada del accidente, las llamas provocadas por la explosi¨®n ¡°se elevaron muy por encima de lo previsto hasta rodear casi por completo el helic¨®ptero¡±. Wingo sufri¨® un ataque de p¨¢nico. El c¨¢mara que filmaba desde el helic¨®ptero, Randall Robinson, asegur¨® que recibieron instrucciones contradictorias. Mientras el asistente de producci¨®n les recomendaba que se alejasen de all¨ª lo antes posible, Landis les segu¨ªa ordenando que descendiesen un poco m¨¢s. El director a?adi¨®, seg¨²n testimonio de otro de los c¨¢maras, una frase francamente desafortunada pero que al parecer no pretend¨ªa ser tomada en serio: ¡°La toma est¨¢ quedando genial, pero a este paso vamos a perder el helic¨®ptero¡±.
Cada vez m¨¢s abrumado por la situaci¨®n, el piloto, en vez de seguir el protocolo previsto y ganar algo de altura para zafarse de las llamas, intent¨® una imprecisa maniobra lateral que le hizo perder el control del aparato y precipitarse sobre el r¨ªo que Morrow y los ni?os estaban cruzando en aquel preciso instante. La peque?a Ren¨¦e fue aplastada por el impacto. Myca y Vic Morrow, neoyorquino de 53 a?os con una s¨®lida carrera en la televisi¨®n y el cine, murieron decapitados por las aspas del helic¨®ptero. Farber y Green explican en el libro que, tras la ca¨ªda del helic¨®ptero, se produjeron unos instantes de ¡°espeluznado silencio¡±, seguidos a continuaci¨®n por los gritos de la madre de Renee, que acababa de abrirse paso hacia el cad¨¢ver de su hija. Morrow nunca lleg¨® a pronunciar el ¨²nico par de frases previsto en la escena: ¡°Yo os salvar¨¦, ni?os, no os preocup¨¦is. Os juro por Dios que nadie va a haceros da?o¡±.
El desastre que cambi¨® las reglas del juego
La investigaci¨®n oficial sobre el accidente no se cerr¨® hasta octubre de 1984. Por entonces, pese a la prensa negativa y la hostilidad de gran parte de la cr¨ªtica especializada, la pel¨ªcula hab¨ªa cosechado ya un ¨¦xito considerable. Los expertos concluyeron que la tragedia se hab¨ªa debido tanto a la excesiva potencia de las explosiones como al vuelo rasante del helic¨®ptero. Es decir, que parec¨ªa m¨¢s atribuible a un grave problema de planificaci¨®n que a errores humanos puntuales.
Landis, Folsey, Wingo y otras dos personas, uno de los managers de producci¨®n y el experto en explosivos, fueron acusados de homicidio involuntario, pero fueron declarados inocentes tras un juicio de muy alto perfil medi¨¢tico que se celebr¨® entre abril de 1986 y febrero de 1987. Landis se convirti¨® en diana preferente tanto de la prensa sensacionalista que le reprochaba su aparente frialdad y arrogancia, como de la fiscal del distrito, Lea D¡¯Agostino, que lleg¨® a referirse a ¨¦l como un ¡°asesino de guante blanco¡±.
Folsey, descrito inicialmente por la prensa como una v¨ªctima de la falta de sensatez de Landis, acab¨® gan¨¢ndose la animadversi¨®n general con afirmaciones tan controvertidas como esta: ¡°Morrow podr¨ªa haber evitado la tragedia si hubiese seguido mis instrucciones. Le dije una y otra vez que, sobre todo, no perdiese nunca de vista el helic¨®ptero¡±. S¨ª prosper¨® la demanda civil contra la productora de las familias de las v¨ªctimas, que se sald¨® con indemnizaciones millonarias por comportamiento imprudente y violaci¨®n de las leyes laborales.
Seg¨²n afirma Tayler Golsen, redactor de Far Out Magazine, la ¨²nica consecuencia positiva de semejante desastre fue que En los l¨ªmites de la realidad transform¨® Hollywood: oblig¨® a las productoras a ¡±prestar mucha m¨¢s atenci¨®n a los protocolos de seguridad en escenas de alto riesgo, que hasta entonces eran bastante laxos¡±, y puso coto a la autoindulgencia irresponsable de directores narcisistas como John Landis, acostumbrados a compartirse como tiranos caprichosos en sus reinos de taifas. Landis, nacido en Chicago en 1950 y triunfador precoz desde que la comedia universitaria Desmadre a la americana (1978) le puso en el candelero, ven¨ªa de disparar su cr¨¦dito hasta el delirio con ¨¦xitos sucesivos como Granujas a todo ritmo (1980), Un hombre lobo americano en Londres (1981) o Entre pillos anda el juego (1983). Pronto firmar¨ªa tambi¨¦n El pr¨ªncipe de Zamunda (1988), una de las comedias m¨¢s taquilleras de los ochenta. Durante el juicio, tal vez por recomendaci¨®n de sus abogados, Landis se condujo con una educada suficiencia que le hizo parecer insensible al sufrimiento causado.
En 1996, en una entrevista con The Financial Times, el director incurri¨® por fin en algo parecido al acto de contrici¨®n que sus detractores le ven¨ªan pidiendo desde hac¨ªa m¨¢s de 20 a?os: ¡°No hay nada ni remotamente positivo en toda esta historia. Fue una enorme tragedia en la que no he dejado de pensar desde entonces ni un solo d¨ªa de mi vida. Me sigue atormentando y ha tenido un profundo impacto en mi carrera del que posiblemente ya no me recuperar¨¦ nunca¡±.
M¨¢s contundente a¨²n resulta la valoraci¨®n de Steven Spielberg, que considera, seg¨²n cont¨® a su bi¨®grafo, Joseph McBride, que el accidente fue la peor experiencia profesional de su carrera y la raz¨®n por la que decidi¨® romper su amistad con Landis, al que ve como responsable del desastre: ¡°Ninguna pel¨ªcula vale la vida de un ser humano. Por suerte, hoy en d¨ªa, los profesionales de la industria son mucho m¨¢s conscientes de que pueden (y deben) plantarse cuando productores o directores les exigen demasiado¡±.
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