El a?o en que se entregaron los Oscar, pero nadie lo celebr¨® (en p¨²blico)
Los Oscar de este a?o ser¨¢n un evento presencial. Pero lo que no han podido salvarse son sus fiestas. Esas citas, casi tan legendarias como la ceremonia, convert¨ªan el fin de semana en una bacanal l¨²dica de algo m¨¢s de 72 horas
El ¨²ltimo en rendirse a la evidencia ha sido Elton John. El artista brit¨¢nico est¨¢ muy orgulloso de los cerca de 290 millones de d¨®lares que su fundaci¨®n contra el VIH lleva recaudados desde 1993. Gran parte de ese dinero procede de la fiesta ben¨¦fica que organiza todos los a?os en Los ?ngeles tras la ceremonia de los Oscars, un evento frecuentado sobre todo por la ¨¦lite LGTB+ de la industria del entretenimiento y al que el a?o pasado acudieron famosos gay friendly como Sharon Stone, Heidi Klum, Bella Thorne, Iman, Dita Von Teese, Paz Vega o Donatella Versace.
Este a?o no va a celebrarse. Hollywood no est¨¢ ahora mismo para fiestas. Reunir en un evento bajo techo a alrededor de 600 famosos para que coman, bailan y beban Dom P¨¦rignon en feliz promiscuidad no parece la m¨¢s feliz de las ideas en el segundo a?o de la pandemia. As¨ª que el m¨²sico va a conformarse con un suced¨¢neo virtual, una gala retransmitida en directo para un m¨¢ximo de 400.000 suscriptores a los que se pedir¨¢ una aportaci¨®n, tan voluntaria como imprescindible, de 20 d¨®lares. La presentar¨¢ el actor Neil Patrick Harris, est¨¢ previsto que dure alrededor de una hora y contar¨¢ con actuaciones musicales como un par de temas cantados a d¨²o entre Sir Elton y una de las madrinas de su fundaci¨®n, la londinense de origen kosovar Dua Lipa.
Es el signo de los tiempos. Desde el pasado mes de septiembre llevamos asistiendo a una descorazonadora sucesi¨®n de grandes eventos internacionales resueltos v¨ªa Zoom, de manera tan voluntariosa como desabrida. La Academia de Hollywood se ha resistido con u?as y dientes a pagar tan ingrato peaje, a malbaratar sus premios y renunciar al despliegue desacomplejado de glamour y potencia medi¨¢tica que los viene caracterizando desde 1929. Por ello, ya hace varios meses que decidieron darse algo m¨¢s de tiempo y trasladar la gala de los Oscars de finales de febrero a la ¨²ltima semana de abril con la esperanza de que las condiciones sanitarias mejorasen y, ya de paso, alg¨²n gran proyecto en fase de posproducci¨®n, como el West Side Story de Steven Spielberg, pudiese estrenarse y entrar en la lista de nominados.
Las mejores expectativas no han podido cumplirse. La pandemia sigue su curso y Spielberg no tiene a¨²n listo su tributo al cine musical cl¨¢sico. Pese a todo, una suave ca¨ªda primaveral de la curva de contagios en los Estados Unidos ha hecho posible alcanzar el objetivo m¨ªnimo: que los Oscar de este a?o sean un evento presencial, aunque ¡°¨ªntimo y escalado a la baja¡±, como ha aclarado el productor de la gala, Steven Soderbergh. El cineasta de Atlanta ha confirmado tambi¨¦n que los invitados se reunir¨¢n en el precioso vest¨ªbulo de la Union Station, la gran terminal ferroviaria del centro de Los ?ngeles, que no llevar¨¢n mascarillas ni durante la ceremonia ni en la alfombra roja y que disfrutar¨¢n de un espect¨¢culo ¡°muy cinematogr¨¢fico¡±, sin maestro de ceremonias y con conexiones continuas a una decena de escenarios secundarios, incluido el teatro Dolby, sede de las 19 ceremonias anteriores.
Soderbergh insisti¨® tambi¨¦n a los asistentes en la necesidad de vestirse ¡°con elegancia, sensatez y buen gusto¡±, en una apenas velada referencia a celebridades de instinto rebelde como Jason Sudeikis, que ha convertido en h¨¢bito reciente acudir a entregas de premios poco menos que en ch¨¢ndal: ¡°Hoy m¨¢s que nunca, debemos esforzarnos por estar a la altura de la calidad y el prestigio de nuestra industria. El mundo va a estar mirando¡±, ha dicho Soderbergh. Y es que la Academia se est¨¢ esforzando en trasladar el mensaje de que sus premios de este a?o pretenden ser una celebraci¨®n del cine comparativamente modesta, pero m¨¢s digna que nunca.
Las que no han sobrevivido a esta jibarizaci¨®n forzosa del acontecimiento son las grandes fiestas (previas, simult¨¢neas y posteriores) que convert¨ªan el largo fin de semana de los Oscars en una bacanal l¨²dica de algo m¨¢s de 72 horas, de la tarde del jueves a la madrugada del domingo. Ya a mediados de junio se confirm¨® que se cancelaba el tradicional ¡®baile del gobernador¡¯ (Governors Ball), que se ven¨ªa celebrando en los ¨²ltimos a?os en el Ray Dolby Ballroom del hotel Loews, un fastuoso espacio con capacidad para 1.500 invitados que cuenta con seis salones y una terraza. All¨ª acud¨ªan los ganadores a que inscribiesen su nombre en las estatuillas y a disfrutar de los tequilas y Negronis de fantas¨ªa de mix¨®logos como Charles Joy.
El a?o pasado, el chef austr¨ªaco Wolfgang Puck se gan¨® el elogio incluso de un profesional de la queja met¨®dica como Joaquin Phoenix con un men¨² de gala apto para veganos que inclu¨ªa trufa blanca bolo?esa y delicias de coliflor y aguacate con (o sin) una generosa capa de caviar de Beluga. Alguna de las cr¨®nicas de urgencia m¨¢s maliciosas insist¨ªa en que Tom Hanks y Greta Gerwig se dieron un atrac¨®n de tartares y quinoa mientras Brad Pitt, Laura Dern y Quentin Tarantino se hac¨ªan fuertes en la pista de baile y Maya Rudolph y Ren¨¦e Zellweger hincaban los codos en la barra de c¨®cteles. Rachel Marlowe, redactora de Vogue, celebraba por entonces el esp¨ªritu ¡°cordial y relajado¡± del evento, una de las raras ocasiones en que la ¨¦lite de Hollywood (sobre todo, a partir de ciertas horas) se permite el lujo de desinhibirse y proporcionar an¨¦cdotas fuera de guion. Nada de eso ocurrir¨¢ este a?o.
El otro gran evento cancelado es la fiesta de Vanity Fair, que llevaba celebr¨¢ndose desde 1994. Contaba con la alfombra roja m¨¢s audaz y se desarrollaba en lugares como el hotel Sunset Tower o el centro de artes esc¨¦nicas Wallis Annenbeg, en Beverly Hills. Siempre en espacios di¨¢fanos, sin reservados ni zonas VIP, para que la gente de la industria pudiese mezclarse sin orden ni concierto con medallistas ol¨ªmpicos, modelos bielorrusas, nigerianas o puertorrique?as y miembros de la realeza o la alta aristocracia europea. En saraos como este empez¨® a cimentarse la reputaci¨®n de party animal de un jovenc¨ªsimo Leo DiCaprio. Tambi¨¦n en la fiesta de Vanity toc¨® la gaita Mel Gibson e intrusos ilustres como Courtney Love, Prince, Dennis Rodman o Traci Lords se saltaron cualquier protocolo dando cursos acelerados de lo que entend¨ªan ellos por divertirse. En los ¨²ltimos a?os, la fiesta se estaba aburguesando a marchas forzadas, aparcando en cierta medida el glamour insurgente y canalla de sus inicios, pero segu¨ªa siendo el lugar en el que dejarse ver si aspirabas a hacerte un hueco en los papeles al d¨ªa siguiente. Este a?o, la revista de moda ha asumido que no procede reunir durante horas a una aut¨¦ntica multitud de gente rica y famosa. As¨ª que, como premio de consolaci¨®n, organizar¨¢n una gala virtual ben¨¦fica apadrinada por celebridades como Serena Williams, Amanda Seyfried o Michael B. Jordan. Las entradas se han vendido a entre 20 y 50 d¨®lares por cabeza y toda la recaudaci¨®n ir¨¢ a parar a iniciativas relacionadas con la lucha contra el coronavirus.
La misma suerte han corrido la larga lista de eventos sat¨¦lite de los Oscars que se hab¨ªan ido labrando una reputaci¨®n en las ¨²ltimas d¨¦cadas. Adi¨®s a ese encomiable esfuerzo de contraprogramaci¨®n desde la modestia que era los Independent Spirit Awards, con su cada vez m¨¢s cotizada barbacoa vegana en la playa de Santa Monica, en la que la actriz Aubrey Plaza ejerc¨ªa de maestra de ceremonias. Este a?o conceden sus premios en ceremonia virtual sin fastos de ning¨²n tipo. Lo mismo cabe decir de las cenas, visionados de pel¨ªculas candidatas y actos festivos diversos que organizaban durante el fin de semana marcas como Gucci o Tom Ford, estrellas filantr¨®picas como Byron Allen o personalidades como la fot¨®grafa Diane Von Fustenberg o la familia Grimaldi.
Dicen adi¨®s tambi¨¦n el c¨®ctel en la residencia del c¨®nsul general de Canad¨¢ (los nominados del pa¨ªs de la hoja de arce no se lo perd¨ªan nunca, hubiese sido un ultraje al orgullo nacional), el encuentro de actrices afroamericanas del hotel Beverly Wilshire, los almuerzos organizados por el gremio de montadores, t¨¦cnicos de sonido o directores art¨ªsticos, los pintorescos premios Oscar Wilde, la fiesta de Cadilac en el m¨ªtico Chateau Marmont, as fiestas de agencias de representaci¨®n art¨ªstica como UTA o WME, la Gold Party con la que Beyonc¨¦ y Jay Z han demostrado en los ¨²ltimos a?os su firme voluntad de apuntarse a cualquier bombardeo que se produzca en su ¨¢rea de influencia o la casi reci¨¦n estrenada y cada vez m¨¢s influyente gala de Netflix.
En 2021, no sobran los pretextos para ponerse de tiros largos. Hace d¨¦cadas, en los a?os de mayor esplendor del Hollywood cl¨¢sico, estrellas del calibre de Elizabeth Taylor, Grace Kelly o Marilyn Monroe se reun¨ªan tras la ceremonia para cenar juntas en el restaurante angelino del chef Michel Romanoff. All¨ª, con sus trajes de gala y las estatuillas sobre la mesa, posaron con aire falsamente distendido para fotograf¨ªas en blanco y negro que hoy forman parte de la liturgia y la leyenda del cine estadounidense. Este fin de semana, la ceremonia n¨²mero 93 de los premios de la Academia no dejar¨¢ fotos as¨ª para el recuerdo.
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