Analizar el miedo al futuro
La tarea pol¨ªtica m¨¢s urgente es combatir los temores que despierta el porvenir, cuya otra cara es la despolitizaci¨®n nihilista
En un libro de conversaciones de 2003 entre Peter Sloterdijk y Alain Finkielkraut (Los latidos del mundo), a¨²n marcado por los ecos del espejismo del ¡°fin de la historia¡±, estos dos peculiares conservadores ilustraban su desorientaci¨®n acudiendo a las im¨¢genes de ¡°lo ligero¡± y ¡°lo pesado¡±. En el pasado la Izquierda representaba la voluntad de aligerar la vida y las cargas sobre la dignidad humana, mientras que la Derecha buscaba reaccionar ante esta movilizaci¨®n tempestuosa subrayando...
En un libro de conversaciones de 2003 entre Peter Sloterdijk y Alain Finkielkraut (Los latidos del mundo), a¨²n marcado por los ecos del espejismo del ¡°fin de la historia¡±, estos dos peculiares conservadores ilustraban su desorientaci¨®n acudiendo a las im¨¢genes de ¡°lo ligero¡± y ¡°lo pesado¡±. En el pasado la Izquierda representaba la voluntad de aligerar la vida y las cargas sobre la dignidad humana, mientras que la Derecha buscaba reaccionar ante esta movilizaci¨®n tempestuosa subrayando el peso tr¨¢gico del mundo y las dulces inercias de la continuidad hist¨®rica (el velo respetuoso del entramado social frente al desgarro jacobino, que dir¨ªa el contrarrevolucionario Edmund Burke).
Hoy las cosas han cambiado. Tras el siglo XX, no son los conservadores los que m¨¢s defienden un concepto de realidad duro, resistente al cambio, incluso tr¨¢gico. Por otro lado, no son los ¡°progresistas¡± los que principalmente esgrimen la bandera de un progreso autom¨¢tico. El hecho de que parte de la Izquierda haya tenido que asumir el diagn¨®stico de un horizonte posrevolucionario tras su fracasado asalto a los cielos repudiando toda aspiraci¨®n prometeica, por otra parte ha generado una cierta indefinici¨®n sobre el futuro. Con la siguiente paradoja: cuanto m¨¢s se moviliza y globaliza el mercado, m¨¢s insensata aparece la pretensi¨®n de intervenirlo y frenarlo. Quiero decir, someterlo a normas de justicia y redistribuci¨®n, algo que desde el ala neoliberal se percibe casi como vestigio totalitario. ?No sentimos una p¨¦rdida de realidad cuando el Covid-19 detiene la maquinaria econ¨®mica?
La izquierda no puede despreciar ese malestar de la deslocalizaci¨®n como si fuera la ¡°cesta de los deplorables¡± (H. Clinton)
Pero si la relaci¨®n levedad-gravedad se ha modificado, tambi¨¦n se ha complicado la existente entre la hist¨®rica aspiraci¨®n a la s¨ªntesis de la izquierda y el mayor peso de la diferencia. La izquierda vive en un umbral en el que la cr¨ªtica moderna de la crisis capitalista se ha transformado en crisis de la cr¨ªtica. Hoy es dif¨ªcil iniciar un debate en el marco de esta herencia sin que el t¨®pico de la crisis de la izquierda nos entretenga como chucher¨ªa intelectual en Twitter, reproduciendo reflejos sectarios. Parece complicado, pues no solo la fragmentaci¨®n de los espacios y la multiplicaci¨®n de identidades acent¨²a la importancia de las din¨¢micas grupales como refugio de la inhospitalidad producida por la corrosi¨®n del trabajo y nuestros ecosistemas afectivos; es que vivimos bajo un nuevo dispositivo hist¨®rico cuyas transformaciones econ¨®micas (formas de dominio del capital financiero y globalizaci¨®n), tecnol¨®gicas (una modernizaci¨®n que ha eliminado casi toda naturaleza), psicol¨®gicas (dispersi¨®n de experiencias) y pol¨ªtico-culturales (eclipse de la diferencia entre alta y baja cultura, crisis del sistema representativo y de partidos) han modificado nuestra comprensi¨®n de la cuesti¨®n de clase respecto al XIX y el XX. Entre otras causas, porque este paisaje fragmentado bloquea cualquier cartograf¨ªa estructural del sistema; esto es, una mirada a nuestra complejidad con alguna voluntad de totalizaci¨®n e historizaci¨®n.
El asunto es que estamos dentro de la vor¨¢gine posmoderna hasta tal punto que tan est¨¦ril es su repudio simplista y moralizante como irresponsable su fr¨ªvola celebraci¨®n. En este nuevo escenario da la impresi¨®n de que, por una parte, la condena al ¡°tramposo¡± o ¡°caballo de Troya¡± dentro del canon de la Izquierda o, por otra, un ingrato adanismo se convierten en polos de una pinza que impide toda discusi¨®n fruct¨ªfera. Desde el primer bloque, toda ambig¨¹edad, ya sea la supuesta pusilanimidad na¨ªf de Greta Thunberg, la posici¨®n queer o la ¡°izquierda posmoderna¡±, se caricaturiza como un simple reflejo ideol¨®gico del sistema; desde el segundo polo, muchas veces toda aspiraci¨®n a una articulaci¨®n m¨¢s compleja se denuncia, siguiendo patrones del individualismo liberal, como autoritaria. Sin embargo, m¨¢s que atribuir a la mala fe las feroces discrepancias entre las diferentes culturas de izquierda existentes, ?no ser¨ªa m¨¢s interesante pensar si esta supuesta inconmensurabilidad de lenguajes obedece a un l¨ªmite objetivo? Y desde esta premisa, ?no deber¨ªa la izquierda dejar de enrocarse melanc¨®licamente en los debates acerca de su supuesta identidad perdida ¡ªel fetiche Izquierda¡ª o su erosi¨®n por el ecologismo o los feminismos y construir desbloqueando el deseo de futuro desde un m¨ªnimo com¨²n denominador?
El te¨®rico norteamericano Fredric Jameson plante¨® hace a?os, apostando por reconstruir un horizonte marxista desde el reconocimiento de la situaci¨®n posmoderna, una pregunta que hoy resulta m¨¢s significativa: ?por qu¨¦ es m¨¢s f¨¢cil imaginarnos un hipot¨¦tico fin del mundo que el fin, o al menos un cuestionamiento, del capitalismo actual? ?Por qu¨¦ nuestro imaginario pol¨ªtico y colectivo orientado al futuro se ha bloqueado, arrastrando cierto ensimismamiento depresivo?
Aunque el Gobierno espa?ol parezca ir a contracorriente de una tendencia global, no nos enga?emos: la sociedad civil asiste a la crisis ideol¨®gica de la izquierda y sus debates cada vez m¨¢s distante y, como mucho, interpelada para elegir entre males menores o a la defensiva contra posibles involuciones. Es por ello decisivo que en su programa, frente a este impulso reactivo, se nutra de las experiencias transformadoras m¨¢s efectivas de las ¨²ltimas d¨¦cadas, las feministas y ecologistas, cuyas demandas, en caso contrario, pueden ser traducidas e incorporadas por una agenda conservadora o incluso reaccionaria, como estamos empezando a ver en Europa. Se ha convertido ¨²ltimamente en un mantra de cierta izquierda la tesis simplista de que la pulsi¨®n ut¨®pica expresada en los sesenta no fue sino el caballo de Troya del neoliberalismo. Cabe otra lectura: si el neoliberalismo tuvo ¨¦xito fue precisamente porque supo hegemonizar, aunque deform¨¢ndola en t¨¦rminos antiestatales, individualistas y competitivos, esa tensi¨®n de cambio subyacente a la cr¨ªtica del trabajo disciplinado bajo el r¨¦gimen fordista. En esta disputa, la izquierda obrerista envejeci¨® r¨¢pidamente. Si hoy la izquierda no moviliza esos nuevos deseos desde una orientaci¨®n pluralista y atenta a las desigualdades materiales, pueden caer del lado de la reacci¨®n.
No hay hoy una tarea de izquierdas m¨¢s urgente que analizar y combatir este miedo al futuro cuya otra cara es la despolitizaci¨®n nihilista. Una situaci¨®n donde los fantasmas de una vieja clase obrera industrial tambi¨¦n reaparecen melanc¨®licamente como nostalgia del viejo mundo perdido. En este programa la izquierda no puede despreciar ese malestar de la deslocalizaci¨®n como si fuera solo ¡°la cesta de los deplorables¡± (Hillary Clinton), pero tampoco idealizarlo, pues est¨¢ compuesto de actitudes inaceptables como la misoginia y la xenofobia; ha de trabajar en esos terrenos impuros, ambivalentes, contradictorios, donde se mueve como pez en el agua la derecha, sabedora de que la incoherencia program¨¢tica, lejos de ser un l¨ªmite, lanza mejor su mensaje en sociedades fragmentadas. El gran reto de un horizonte que pueda desbloquear este deseo de futuro pasa por trabajar pol¨ªtica y culturalmente en una dif¨ªcil tensi¨®n: entre el impulso hist¨®rico de un proceso de unidad y la obstinada, pero necesaria, realidad de la pluralidad.