En defensa de Greta
Para atajar el gran desastre medioambiental va a hacer falta que cambiemos nuestra forma de vida. Despilfarrar en caprichos y en lujos de consumo los bienes que hacen posible la vida es indecente
La raz¨®n principal de que Greta Thunberg provoque tanta hostilidad no est¨¢ en lo que dice, sino en lo que hace. A su manera simple y obstinada, cruzando el Atl¨¢ntico en un velero o llegando a Madrid desde Lisboa en un viaje casi tan lento y tan inc¨®modo como una traves¨ªa mar¨ªtima, Greta Thunberg nos echa en cara, literalmente, nuestro grado de responsabilidad personal ante la gran crisis clim¨¢tica que ya est¨¢ sucediendo, y nos da el ejemplo de un activismo hecho a la vez de agitaci¨®n pol¨ªtica y de cambios concretos en la vida diaria de cada uno. Las palabras son gratis. Las causas nobles son m¨¢s llevaderas cuando lo ¨²nico que exigen es la firma de un manifiesto, o una declaraci¨®n p¨²blica. Las personas de mi generaci¨®n nos educamos pol¨ªticamente en un mundo de resplandecientes abstracciones que no necesitaban traducirse en nada concreto en nuestra vida diaria. Uno dec¨ªa que era algo y eso bastaba para que lo fuera instant¨¢neamente. La insufrible arrogancia pol¨ªtica y moral de tantos fantasmones de entonces hubiera debido vacunarnos contra ese tipo de hero¨ªsmos progresistas que consist¨ªan solo en nubes de palabras destinadas a envolver comportamientos con frecuencia canallescos. Hemos conocido a incorruptibles luchadores que montaban en c¨®lera si no se les albergaba en hoteles de lujo, y a santones de la integridad de manos tan largas que las secretarias desaparec¨ªan en los cuartos de ba?o en cuanto los ve¨ªan entrar en las oficinas. Tambi¨¦n conocemos a activistas contra el calentamiento global que viajan a las cumbres internacionales en aviones privados.
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Lo que Greta Thunberg nos dice, queramos escucharla o no, es que para atajar en lo posible el gran desastre que no har¨¢ m¨¢s que acelerarse en los pr¨®ximos a?os, no solo vamos a tener que afirmar algunas ideas, sino que va a hacer falta que cambiemos nuestra forma de vida. Las causas nobles ganan mucho lustre cuando son muy abstractas. Se parecen a la ¡°filantrop¨ªa telesc¨®pica¡± que practicaba una se?ora beata y virtuosa en una novela de Dickens: era telesc¨®pica porque se fijaba en la salvaci¨®n de las almas de los pobres paganos en las colonias de ?frica, pero permanec¨ªa ciega ante la pobreza que ten¨ªa delante nada m¨¢s salir a la calle en su propia ciudad, y sus sentimientos bondadosos hacia aquellos primitivos tan lejanos excusaban su crueldad con quienes trabajaban para ella en su casa.
En la actitud de Greta Thunberg, en sus declaraciones claras y urgentes, hay algo de ese esp¨ªritu de radicalismo del Nuevo Testamento, cuando San Pablo dice que la fe sin las obras es una fe muerta, o cuando Cristo responde secamente al joven rico que le pregunta qu¨¦ ha de hacer para seguir su camino: ¡°Vende todo lo que tienes y d¨¢selo a los pobres¡±. Hay que hacer algo y hay que empezar a hacerlo ahora mismo. Despilfarrar en caprichos in¨²tiles y en lujos de consumo los bienes elementales que hacen posible la vida humana sobre la tierra es irracional y es indecente. Y, sin la menor duda, los cambios m¨¢s radicales no ser¨¢n los que hagamos voluntariamente, sino los que nos ser¨¢n impuestos a la fuerza por las circunstancias.
Conocemos a activistas contra el calentamiento global que viajan a las cumbres internacionales en aviones privados
Uso el futuro pero no es m¨¢s que una inercia gramatical. Los grandes incendios en California y en Australia ya han cambiado a la fuerza y para siempre las vidas de centenares de miles de personas. Es la extensi¨®n hacia el sur del desierto del S¨¢hara el motivo de que tantos hombres y mujeres que ya no pueden vivir de la agricultura ni de la ganader¨ªa emigren a capitales africanas ya superpobladas y se arriesguen a cruzar el Mediterr¨¢neo en lanchas hinchables y a escalar las vallas de la frontera de Ceuta y Melilla. Una infamia a?adida es que son los m¨¢s pobres y los m¨¢s inocentes los que est¨¢n pagando ya las consecuencias de la contaminaci¨®n que emitimos los privilegiados.
En Espa?a todav¨ªa es de buen tono el sarcasmo hacia quienes llaman la atenci¨®n sobre el cambio clim¨¢tico. Medios tan poco sospechosos de radicalismo o de idealismo como Financial Times o The Economist dedican cada vez m¨¢s espacio a las informaciones relacionadas con ¨¦l y a los debates sobre las posibilidades de atajarlo, o al menos de buscar alg¨²n tipo de remedio contra sus efectos m¨¢s graves. La multiplicaci¨®n de las noticias inquietantes puede provocar lo mismo la indiferencia que una especie de resignaci¨®n apocal¨ªptica, todo lo cual, en el fondo, es muy confortable, porque justifica la inacci¨®n. En estas mismas p¨¢ginas, hace unos d¨ªas, el ensayista Paul Kingsnorth, que se define como ¡°ecologista en rehabilitaci¨®n¡±, anuncia casi jubilosamente que no hay marcha atr¨¢s en la cat¨¢strofe clim¨¢tica y que llegar¨¢ el apocalipsis.
Thunberg nos da el ejemplo de un activismo hecho a la vez de agitaci¨®n pol¨ªtica y de cambios en la vida diaria
En la misma entrevista, por cierto, Kingsnorth confiesa que vot¨® a favor del Brexit. Los vaticinios del fin del mundo resultan compatibles con la simpat¨ªa por personajes tan t¨®xicos como Boris Johnson, y por pol¨ªticas tan destructivas y tan demag¨®gicas como las que ejercen sin ning¨²n escr¨²pulo el propio Johnson y su maestro Donald Trump. Para todos ellos, Greta Thunberg es un objeto de escarnio, porque es tambi¨¦n un ejemplo de disidencia radical contra la inevitabilidad del mundo en el que todos ellos y sus patrocinadores y beneficiarios aspiran a disfrutar cada vez m¨¢s de una acumulaci¨®n de poder y de riqueza que no ha existido nunca antes. Por una parte invierten fortunas colosales en propagar el negacionismo del cambio clim¨¢tico; por otra, al mismo tiempo, proclaman que es inevitable: en ambos casos la respuesta es que no hace falta hacer nada, y que no hay nada que se pueda hacer. Es un fatalismo semejante al que durante los ¨²ltimos cuarenta a?os ha decretado que no hab¨ªa otras pol¨ªticas posibles que las del capitalismo liberado de cualquier tipo de regulaci¨®n y responsabilidad, fuera social, o ambiental, o pol¨ªtica.
Pero ah¨ª sigue Greta, con su chubasquero, con su cara redonda y su gesto de enfado m¨¢s infantil que adolescente, con su templanza admirable en medio del circo que all¨¢ por donde va montan a su costa los medios. Lo que nos dice es que lo muy limitado de la acci¨®n individual no es una excusa para no ejercerla, sino un acicate: porque es poco lo que una persona aislada puede hacer, es preciso que quienes comparten un ideal de sensatez y justicia se unan en una gran conspiraci¨®n que ser¨¢ m¨¢s efectiva seg¨²n vaya siendo m¨¢s amplia, hasta convertir la rareza o la extravagancia del activismo solitario en una gran ola que transforme el mundo, y en la que cada uno, aun sum¨¢ndose a todos los dem¨¢s, siga ejerciendo sus inexcusables tareas personales, la responsabilidad que solo a ¨¦l o a ella les corresponde porque nadie m¨¢s puede cumplirla.
La igualdad entre hombres y mujeres solo empieza a lograrse cuando la imponen las leyes: pero las leyes ni llegar¨ªan a existir ni tendr¨ªan fuerza verdadera si no las alentara una gran suma de comportamientos individuales. A un sistema econ¨®mico depredador que envenena la tierra y el aire y el mar y esclaviza a los seres humanos solo se le impedir¨¢ que termine por destruir el mundo si se vuelve universal la rebeld¨ªa al principio solitaria de Greta Thunberg.
Antonio Mu?oz Molina es escritor.
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