Los engorros de la libertad
Con las redes sociales, la pregunta actual es qui¨¦n tiene derecho a hablar y, si se da el caso, a mentir con desparpajo
La participaci¨®n de los ciudadanos en el debate pol¨ªtico es siempre un engorro. Lo que llamamos democracia tiene ese inconveniente, adem¨¢s de muchos otros. Incluso en su modelo m¨¢s funcional y manejable, la democracia representativa (el ciudadano elige a unos delegados que deciden en su nombre), plante¨® desde el principio el problema de qui¨¦n ten¨ªa el derecho al voto. El primer sistema moderno, el estadounidense, arranc¨® privando de ese derecho a las mujeres y a los esclavos negros. Los negros pudieron votar gracias a la enmienda constitucional n¨²mero 15 (1870) y las mujeres tuvieron que esper...
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La participaci¨®n de los ciudadanos en el debate pol¨ªtico es siempre un engorro. Lo que llamamos democracia tiene ese inconveniente, adem¨¢s de muchos otros. Incluso en su modelo m¨¢s funcional y manejable, la democracia representativa (el ciudadano elige a unos delegados que deciden en su nombre), plante¨® desde el principio el problema de qui¨¦n ten¨ªa el derecho al voto. El primer sistema moderno, el estadounidense, arranc¨® privando de ese derecho a las mujeres y a los esclavos negros. Los negros pudieron votar gracias a la enmienda constitucional n¨²mero 15 (1870) y las mujeres tuvieron que esperar hasta la enmienda 19 (1920). Cada uno de esos avances tuvo que superar enormes movimientos de rechazo. De hecho, hicieron falta guerras para conseguirlos.
En Espa?a, parte de la izquierda se resisti¨® al voto femenino porque tem¨ªa que resultara mayoritariamente conservador. En efecto, la derecha gan¨® las primeras elecciones (1934) con participaci¨®n de las mujeres. En 1936, en cambio, la derecha perdi¨®.
La irrupci¨®n de nuevas tecnolog¨ªas suele percibirse como un peligro para las democracias. Los fascismos dif¨ªcilmente habr¨ªan sido posibles sin la radio, que empez¨® a popularizarse a partir de 1920. Gracias a la retransmisi¨®n radiof¨®nica de sus discursos, y luego a los incipientes noticiarios cinematogr¨¢ficos, Adolf Hitler dej¨® de ser un antiguo cabo que gritaba en cervecer¨ªas y se convirti¨® en otra cosa.
Recuerdo que en la fase menos cruenta del franquismo, del Plan de Estabilizaci¨®n de 1959 en adelante, la progres¨ªa coincid¨ªa en atribuir a la televisi¨®n (la ¡°caja tonta¡±) la relativa conformidad con que gran parte de la sociedad viv¨ªa bajo la dictadura.
El actual salto tecnol¨®gico, representado por las redes sociales y los instrumentos de comunicaci¨®n transversal, supone el en¨¦simo engorro. La verdad y la mentira se difunden por igual, las fake news distorsionan el debate pol¨ªtico, las teor¨ªas conspirativas calientan millones de tel¨¦fonos y parece definitivamente cumplido el mensaje del tango Cambalache, que no por casualidad se compuso en 1934, en pleno apogeo de la radio, y que no por casualidad fue prohibido en 1943 por el gobierno militar argentino.
Con las redes sociales, la pregunta actual es qui¨¦n tiene derecho a hablar y, si se da el caso, a mentir con desparpajo
Ahora el problema no consiste en decidir qui¨¦n tiene derecho a votar. Eso est¨¢ casi superado. La pregunta actual se refiere a qui¨¦n tiene derecho a hablar, a dirigirse a una audiencia potencialmente masiva y, si se da el caso, a mentir con desparpajo. Ese derecho, hasta hace poco, correspond¨ªa casi en exclusiva a las personas de poder, las que controlaban la radio, la televisi¨®n y, en menor medida, la prensa escrita. Por alguna raz¨®n nos parec¨ªa (a muchos a¨²n les parece) m¨¢s ordenado, o incluso m¨¢s cabal, que la potestad de hablar y ocasionalmente mentir a muchos fuera patrimonio de unos pocos.
?No es normal que el primer reflejo de una ciudadan¨ªa con voz, adem¨¢s de voto, consista en atacar a las ¨¦lites? ?En rechazar lo que se consideraba asumido? Si la ciencia y la evidencia afirman que la Tierra tiene forma de bal¨®n, yo afirmo que es plana como un disco. Si quiero pensar que las vacunas producen autismo y que forman parte de una conspiraci¨®n para controlarnos, lo pregono y ya est¨¢. El derecho a pensar me otorga autom¨¢ticamente el derecho a ser imb¨¦cil.
La cacofon¨ªa tumultuosa que caracteriza a las democracias contempor¨¢neas es, en realidad, un progreso. Como lo fue el derecho al voto. Forma parte de unos mecanismos de representaci¨®n cada d¨ªa m¨¢s complejos e inmanejables. Ninguna democracia tuvo nunca una vida tranquila (no, tampoco el peculiar sistema suizo); m¨¢s bien al contrario, las democracias propenden al riesgo de morir de ¨¦xito (la vieja paradoja de la tolerancia frente a los intolerantes) y resultan consustancialmente ca¨®ticas, cortoplacistas e ineficaces.
Limit¨¦monos a recordar aquello tan sobado: los otros sistemas son mucho peores.