La democracia es fr¨¢gil
Aumenta en las encuestas el n¨²mero de personas que no consideran imprescindible vivir bajo un r¨¦gimen democr¨¢tico. Las distop¨ªas imaginadas por Aldous Huxley y Orwell est¨¢n m¨¢s cerca
El 21 de octubre de 1949, Aldous Huxley envi¨® una carta a George Orwell para agradecerle que le mandara su libro 1984; y, de paso, para decirle, orgulloso, que su propia visi¨®n del autoritarismo del futuro, la contenida en Un mundo feliz, era mucho m¨¢s acertada. No es que fuera muy educado eso de se?alarle sus errores, pero en esa misma misiva Huxley establece una distinci¨®n interesante entre dos formas de concebir la tiran¨ªa que nos espera: la que vendr¨¢ a trav¨¦s de la represi¨®n, ¡°instigando y empujando a la obediencia¡± (el modelo Orwell); o la que se impondr¨¢ mediante la sugesti¨®n y la seducci¨®n, haciendo que seamos inducidos a ¡°amar nuestro sometimiento¡± (el modelo Huxley). A pesar de sus diferencias, ninguno de estos autores daba dos duros por la pervivencia de la democracia tal y como la conocemos.
Hoy no tenemos a dos o m¨¢s intelectuales que compitan por ver qui¨¦n acierta m¨¢s en la escenificaci¨®n de los horrores del porvenir, sino a miles de polit¨®logos indagando qu¨¦ diablos est¨¢ pasando con la democracia. Es la nueva industria acad¨¦mica, desentra?ar qu¨¦ hay detr¨¢s de los populismos y el estremecedor giro hacia las democracias iliberales. Medimos as¨ª con pulcritud cada avance de los partidos populistas, identificamos a sus votantes, hacemos llamadas de alerta ante la aparici¨®n de los ¡°hombres fuertes¡± y sus sibilinas y torticeras estrategias de comunicaci¨®n con las masas, u observamos c¨®mo aumenta en las encuestas el n¨²mero de personas que no ven imprescindible el vivir bajo un sistema democr¨¢tico. Y al fondo, en alg¨²n lugar del futuro, atisbamos con pavor el rostro del fascismo.
Casi todas estas inquietudes beben, pues, m¨¢s del modelo de Orwell que del de Huxley. Desde luego, es dif¨ªcil que nos emancipemos psicol¨®gicamente de la experiencia del periodo de entreguerras y la ca¨ªda en los totalitarismos. El aire de familia es adem¨¢s indudable. Como entonces, vivimos tiempos de un radical ajuste a la modernizaci¨®n tecnol¨®gica ¡ª¡°hipermodernizaci¨®n¡±, en nuestro caso¡ª; el miedo al futuro y al desclasamiento nos impele a buscar la seguridad detr¨¢s del rearme del Estado; el temor a la inmigraci¨®n y la inestabilidad existencial nos hace a?orar las supuestas ¡°comunidades naturales¡±; se ha eliminado el tab¨² del racismo y los discursos del odio son moneda com¨²n ¡ªpor doquier se se?alan con nitidez a los enemigos interiores y exteriores¡ª. Vuelve tambi¨¦n el resentimiento como pasi¨®n dominante y retorna la ¡°l¨®gica de la horda¡±, aunque ahora cobra mucho m¨¢s a menudo la forma de enjambres en la Red que la de masas en la calle. Hay, por tanto, suficientes motivos para la preocupaci¨®n. Pero todo es a la vez mucho m¨¢s complejo. Tratemos de ser, pues, un poco did¨¢cticos.
Un gobierno del pueblo
La democracia liberal es algo muy sencillo, pero nada f¨¢cil de llevar a la pr¨¢ctica. Se concreta en la proclamaci¨®n de la igualdad pol¨ªtica de todos los ciudadanos y el respeto a la autonom¨ªa individual, que debe ser garantizada mediante la protecci¨®n de los derechos individuales, el pluralismo y el control del poder pol¨ªtico. A ello habr¨ªa que a?adir la capacidad por parte de los ciudadanos de poder participar en lo posible en las decisiones que les afecten. Solo as¨ª cabe imaginar un gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo. Todo lo dem¨¢s, esa incre¨ªble variedad de pr¨¢cticas e instituciones con las que siempre la asociamos, no son m¨¢s que diferentes variaciones hist¨®ricas destinadas a permitir la realizaci¨®n de esos principios, instrumentos para la realizaci¨®n del ideal. Aunque sean tambi¨¦n decisivos.
Desde hace ya tiempo observamos que muchos de estos elementos instrumentales comenzaban a fallar, como la divisi¨®n de poderes, el sistema de representaci¨®n partidista o el aumento de la ingobernabilidad. Que me perdonen mis colegas por la simplificaci¨®n, pero todas estas deficiencias pod¨ªan caracterizarse como problemas de fontaner¨ªa, requisitos institucionales y procedimentales dirigidos a conectar el ideal normativo a los condicionantes pol¨ªticos emp¨ªricos. El drama empieza cuando ya no hay agua que introducir en el sistema y toda esa tupida red de conducciones que traslada la voluntad popular y permite el control ciudadano comienza a griparse; es decir, cuando el poder ha emigrado a instancias distintas de las institucionales, como son los mercados, las grandes empresas u otros imperativos sist¨¦micos. Aparece, por tanto, el d¨¦ficit de soberan¨ªa y la crisis de gobernanza derivada de la globalizaci¨®n y de las nuevas interdependencias.
La consecuencia principal es que dejamos de ejercer un eficaz control democr¨¢tico sobre las decisiones que m¨¢s nos afectan, con la correlativa p¨¦rdida de confianza de los ciudadanos en los gobernantes, incapaces de trasponer coherentemente la voluntad popular en decisiones pol¨ªticas concretas. De esta forma se rompe por el eje la promesa de la democracia, el poder imaginar a un demos con libertad para decidir su destino. Por otro lado, la supuesta igualdad pol¨ªtica de los ciudadanos se convierte en una farsa ante la galopante desigualdad econ¨®mica. La m¨¢xima de W. Streeck, voters versus markets (votantes frente a mercados), se?ala con acierto la actual disyuntiva.
El desaf¨ªo tecnol¨®gico
A pesar de todo lo que hemos visto hasta aqu¨ª, y aunque sea a trancas y barrancas, la democracia sobrevive. Est¨¢ demostrando una gran resiliencia, aunque tengo para m¨ª que sus dos mayores desaf¨ªos de futuro est¨¢n conectados con el propio desarrollo tecnol¨®gico. El primero, derivado de la espectacular reorganizaci¨®n de la esfera p¨²blica, es la progresiva p¨¦rdida de un mundo com¨²n que est¨¢ provocando Internet, con la ca¨ªda en las cajas de resonancia y la sistem¨¢tica distorsi¨®n de la verdad. Una de las grandes virtudes de las sociedades plurales era que las discrepancias pod¨ªan dirimirse a partir de un espacio y un lenguaje compartidos. Ya no los tenemos. Las palabras cambian de significado para ajustarse a los intereses de cada cual, cada facci¨®n las distorsiona para crear su propia realidad. Y, como dec¨ªa el bueno de Montaigne, ¡°al realizarse nuestro entendimiento ¨²nicamente por medio de la palabra, aquel que la falsea (...) disuelve todos los lazos de nuestra pol¨ªtica¡±.
Curiosamente, t¨¦rminos como ¡°comunicaci¨®n¡± o ¡°comunidad¡± tienen la misma ra¨ªz. Sin b¨²squeda de un entendimiento sincero, la esfera p¨²blica pierde su sentido como el lugar en el que negociar todo lo que nos es ¡°com¨²n¡±. La raz¨®n exige pluralidad y el dejarse llevar por la argumentaci¨®n, no por ¡°razones¡± espurias envueltas en emociones primarias. Para romper esa pluralidad es por lo que Orwell imagin¨® que los nuevos dominadores dise?ar¨ªan una ¡°neolengua¡± que impedir¨ªa imaginar mundos alternativos. Es lo que utilizan los nuevos dictadores blandos a lo Putin mediante el control de la informaci¨®n. El autor ingl¨¦s no cay¨® en la cuenta, sin embargo, de que es mucho m¨¢s sencillo recurrir a la estrategia que Yahv¨¦ sigui¨® en Babel, disolver toda comunicaci¨®n creando islotes ling¨¹¨ªsticos separados, justo aquello a lo que parece que nos estamos dirigiendo. Pero hay algo en lo que tanto Orwell como Huxley estar¨ªan de acuerdo: no hay forma m¨¢s eficaz de poder que ser capaces de decidir lo que es verdad. Para eso est¨¢n los hechos alternativos y todas las astucias de la pol¨ªtica posverdad. Nos encontramos as¨ª con que una pol¨ªtica cada vez m¨¢s tecnocr¨¢tica puede convivir con todo el vocer¨ªo de las meras opiniones, sustentadas sobre poco m¨¢s que la inducci¨®n emocional.
En este r¨¢pido cabalgar hemos olvidado ese sacrosanto principio de la democracia liberal que es la autonom¨ªa individual, la capacidad para conformar el mundo a partir de nuestras voliciones. Sin ella no hay libertad posible, porque aqu¨ª cada sujeto es soberano. Y, sin embargo, como nos cuenta el historiador y pensador Yuval Harari, este es precisamente el ¨¢mbito donde las nuevas tecnolog¨ªas constituyen la mayor amenaza.
La novedad es que las preferencias individuales, deseos y pensamientos, que antes solo eran accesibles a los propios individuos, est¨¢n abiertos ahora a observadores externos. El individuo ya no es una caja negra. Por un lado, porque no para de dejar sus rastros por todo el ciberespacio; y, por otro, porque gracias a las neurociencias, la psicolog¨ªa cognitiva, las biotecnolog¨ªas, cada vez sabemos m¨¢s sobre c¨®mo reacciona a los est¨ªmulos y, por ende, permite abrir m¨²ltiples formas de manipulaci¨®n. El modelo de Huxley ya habr¨ªa dejado de ser una fantas¨ªa. Los avances en inteligencia artificial pronto podr¨¢n adem¨¢s automatizar diferentes formas de intervenci¨®n sobre el alma humana seg¨²n convengan a quienquiera que tenga el control.?En palabras de Harari, ¡°una vez que alguien (...) consiga la habilidad tecnol¨®gica para manipular el coraz¨®n humano ¡ªde forma fiable, barata y a escala¡ª, la pol¨ªtica democr¨¢tica se convertir¨¢ en un espect¨¢culo de gui?ol emocional¡±.
Si la pol¨ªtica democr¨¢tica se organiza a partir de la libre expresi¨®n de las preferencias individuales, cuando esta voluntad haya sido reducida al sutil control de poderes an¨®nimos es cuando de verdad peligrar¨¢ la democracia. Porque all¨ª donde hay una dictadura cl¨¢sica uno sabe al menos identificar al enemigo y luchar contra ¨¦l. La eficacia del nuevo sometimiento radica en que muy probablemente ignoremos que nos lo est¨¢n aplicando. Es m¨¢s, se nos har¨¢ disfrutar, excitados y felices, de un mundo hiperconsumista y seductor. Lo cl¨¢sico, panem et circenses: renta m¨ªnima para las ¡°clases superfluas¡± e industria del entretenimiento para todos. Y ni siquiera har¨¢ falta romper formalmente con el sistema democr¨¢tico. ?La dominaci¨®n perfecta! Pero no olvidemos que de nosotros depende que pueda llegar a hacerse realidad. Todav¨ªa estamos a tiempo.
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