75 a?os de Potsdam: Europa se despedaz¨® en tres semanas
La Conferencia de Potsdam, celebrada hace 75 a?os, defini¨® el destino del continente. En aquellos d¨ªas, mapas y fronteras se reformulaban con una facilidad pasmosa
El momento m¨¢s terrible de Alemania despu¨¦s de la Segunda Guerra Mundial est¨¢ representado en el Museo Nacional de Historia de este pa¨ªs en Berl¨ªn por un sencillo y peque?o carrito de madera, de los que se tira con una cuerda, y dos maletas apiladas. Simbolizan la limpieza ¨¦tnica de 11 millones de alemanes de los pa¨ªses del este y el centro de Europa, que fueron expulsados, pr¨¢cticamente con lo puesto, de los lugares donde hab¨ªan vivido durante generaciones, ya fuese en Polonia, Checoslovaquia, Hungr¨ªa o la URSS. Esta tragedia final, que qued¨® eclipsada por los horrores del conflicto y por el sentimiento de responsabilidad colectiva alemana en los cr¨ªmenes nazis, ya hab¨ªa empezado en mayo de 1945, con el final de la guerra, pero fue sancionada hace ahora 75 a?os en la Conferencia de Potsdam, el ¨²ltimo de los grandes encuentros en los que las potencias vencedoras reformularon mapas y fronteras.
La idea de una Europa formada por Estados multi¨¦tnicos, por naciones dentro de pa¨ªses, se acab¨® entonces, como explica Tony Judt en Posguerra (Taurus): ¡°La historia de la posguerra de Europa est¨¢ ensombrecida por los silencios; por la ausencia. El continente europeo fue anta?o un intrincado tapiz de lenguas, religiones, comunidades y naciones entremezcladas¡±. Las conclusiones de Potsdam dictaminaron la ¡°transferencia de forma ordenada y humana de las poblaciones alemanas¡±, lo que en el despiadado escenario de la posguerra se tradujo en matanzas y muertes de refugiados en los caminos por hambre y agotamiento. Entre 600.000 y dos millones de alemanes ¨¦tnicos fallecieron durante aquel ¨¦xodo.
En un mundo embrutecido por seis a?os del peor conflicto de la historia, que hab¨ªa acabado en Europa ¡ªpero no en Asia, porque la guerra con Jap¨®n continu¨® hasta agosto¡ª, las transferencias de poblaciones y el destino de los pa¨ªses se decretaban con una facilidad pasmosa. El diplom¨¢tico, escritor y h¨¦roe de guerra Fitzroy MacLean, enviado brit¨¢nico a los Balcanes, cuenta en sus memorias, Eastern Approaches, que cuando le explic¨® a Winston Churchill que era muy posible que Yugoslavia terminase siendo un pa¨ªs comunista, el primer ministro le respondi¨®: ¡°?Pretende vivir ah¨ª cuando acabe la guerra?¡±. ¡°No, se?or¡±, replic¨® McLean. Y Churchill prosigui¨®: ¡°Yo tampoco. Y, por eso, cuanto menos me preocupe la forma de gobierno que establezcan, mucho mejor¡±. El historiador Keith Lowe reproduce en su ensayo Continentes salvajes (Galaxia Gutenberg) una frase del pol¨ªtico brit¨¢nico en Potsdam todav¨ªa m¨¢s despiadada sobre la expulsi¨®n de los alemanes: ¡°Ser¨ªa una l¨¢stima cebar la oca polaca con demasiada comida alemana y provocarle as¨ª una indigesti¨®n¡±.
Estas palabras fueron pronunciadas en el palacio de Cecilienhof de Potsdam, un pastiche arquitect¨®nico a medio camino entre una mansi¨®n campestre inglesa y un castillo centroeuropeo situado frente a un pl¨¢cido lago, que acogi¨® entre el 17 de julio y el 2 de agosto a las tres grandes potencias vencedoras de la Segunda Guerra Mundial: Estados Unidos, Reino Unido y la URSS. Tras Teher¨¢n, en 1943, y Yalta, en febrero de 1945, fue la tercera ¡ªy la m¨¢s improductiva¡ª de las conferencias entre unos aliados que ya estaban metidos en un juego de poder por el control de Europa.
En aquel primer verano de la posguerra en Europa, la desconfianza era total y se estaban sentando las bases de la Guerra Fr¨ªa. De hecho, junto a la expulsi¨®n de los alemanes, la divisi¨®n de Alemania en cuatro sectores y las fronteras definitivas de Polonia, con la l¨ªnea Oder-Neisse como demarcaci¨®n occidental, la conclusi¨®n m¨¢s perdurable que produjo Potsdam ocurri¨® al margen de la conferencia: EE?UU hab¨ªa probado con ¨¦xito un d¨ªa antes del principio del encuentro un arma de un poder destructivo desconocido hasta entonces, y estaba dispuesto a utilizarla contra Jap¨®n si no se rend¨ªa, lo que ocurri¨® en agosto en Hiroshima y Nagasaki. La carrera at¨®mica acababa de empezar.
En un bloque se encontraban Estados Unidos (representado por Harry Truman, que hab¨ªa reemplazado a Franklin D. Roosevelt, fallecido en abril de una hemorragia cerebral); junto al Reino Unido (por el que acudi¨® primero Churchill y luego Clement Attlee, cuando el primer ministro conservador perdi¨® las elecciones en mitad de la conferencia). En el otro se situaba la URSS, que viv¨ªa bajo el dominio del terror de Josef Stalin. El margen de maniobra era m¨ªnimo porque las tropas sovi¨¦ticas dominaban una gran parte de Europa y no ten¨ªan la m¨¢s m¨ªnima intenci¨®n de irse. Cada vez estaba m¨¢s claro que la posibilidad de que estos pueblos recuperasen la libertad a trav¨¦s de elecciones democr¨¢ticas era una quimera.
Como explica la historiadora Diana Preston en su libro Eight Days at Yalta, ¡°a Stalin le gustaba decir, ¡®Quienquiera que ocupe un territorio impone en ¨¦l su propio sistema social¡¯, y la Uni¨®n Sovi¨¦tica era demasiado poderosa para resistirse. Roosevelt y Churchill lucharon por la autodeterminaci¨®n de Polonia y otros pa¨ªses de Europa del Este, pero al final s¨®lo consiguieron promesas sobre el papel que Occidente no ten¨ªa forma de hacer cumplir¡±.
El gran historiador de la Segunda Guerra Mundial, Antony Beevor, tambi¨¦n considera que las tres conferencias ¡ªTeher¨¢n, Yalta, Potsdam¡ª forman parte de una misma negociaci¨®n y que, finalmente, fue el dictador sovi¨¦tico el que se sali¨® con la suya. ¡°Una vez que Stalin persuadi¨® a Roosevelt en Teher¨¢n de que la estrategia militar de los aliados occidentales deb¨ªa consistir en invadir Alemania a trav¨¦s del norte de Francia, la ocupaci¨®n sovi¨¦tica de Europa Central y la limpieza ¨¦tnica de los alemanes fue el resultado obvio¡±, explica Beevor en una entrevista por correo electr¨®nico. ¡°Stalin explot¨® el sacrificio del Ej¨¦rcito Rojo para asegurarse de que su estrategia fuera aceptada. Fue brillante en la forma en que se las arregl¨® para explotar las l¨ªneas divisorias entre estadounidenses y brit¨¢nicos. Stalin sab¨ªa exactamente lo que quer¨ªa: un cord¨®n sanitario defensivo de pa¨ªses sat¨¦lite controlados a trav¨¦s del centro y sur de Europa para que la Uni¨®n Sovi¨¦tica no se viera sorprendida de nuevo por otra invasi¨®n de Occidente como en junio de 1941¡±.
La Europa dividida por muros y alambradas y ¨¦tnicamente homog¨¦nea ¡ªsalvo en algunas zonas de los Balcanes¡ª naci¨® en Potsdam. Sin embargo, no todo fueron malas noticias. Los aliados occidentales no repitieron el error del Tratado de Versalles, con el que acab¨® la Primera Guerra Mundial, y ten¨ªan claro que solo una Alemania pr¨®spera y democr¨¢tica pod¨ªa garantizar la paz y la estabilidad en el continente. Esa idea tambi¨¦n se confirm¨® aquellos d¨ªas de julio. Pero durante 40 a?os, la mitad de los europeos miraron con envidia la libertad de sus vecinos. El propio palacio donde se celebr¨® la conferencia se encontraba muy cerca de la frontera entre el este y el oeste de Alemania y a apenas unos cientos de metros del famoso puente Glienicke, conocido como ¡°puente de los esp¨ªas¡±, donde se produc¨ªan los intercambios de agentes durante la Guerra Fr¨ªa. Su mismo emplazamiento es un poderoso recordatorio de la Europa rota que se sancion¨® entonces.
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