El pa¨ªs de los mon¨®logos
Recuerdo en la infancia algunos carteles en los bares: ¡°Prohibido hablar de pol¨ªtica y blasfemar¡±. Con el tiempo, fui comprendiendo: en Espa?a no se habla de pol¨ªtica, solo se discute de pol¨ªtica
Recuerdo en la infancia algunos carteles en los bares: ¡°Prohibido hablar de pol¨ªtica y blasfemar¡±. Otros inclu¨ªan ¡°cantar¡±. No lo entend¨ªa, porque era comprensible que insultar las creencias sagradas de alguien o pegar voces pod¨ªa molestar, pero se me escapaba por qu¨¦ estaba en el mismo plano hablar de pol¨ªtica. Con el tiempo, fui comprendiendo: en Espa?a no se habla de pol¨ªtica, solo se discute de pol¨ªtica. Hablar de pol¨ªtica es discutir. Como la blasfemia, tambi¨¦n ofende que alguien tenga ideas distintas, subleva los instintos, se puede llegar a las manos. El propio sentido negativo del verbo discutir, entendido como pelear o enfrentarse, es curioso: no tiene ese matiz dominante en otras lenguas, franc¨¦s, ingl¨¦s, alem¨¢n o italiano, donde se refiere en primer lugar a una conversaci¨®n o un intercambio de puntos de vista.
No solo en los bares, en muchas casas estaba y est¨¢ prohibido hablar de pol¨ªtica en la mesa, es de mal gusto, y no digamos con la familia pol¨ªtica. Se deja un ¨¢ngulo muerto de silencio, aunque siempre caen comentarios, para chinchar al otro y para que quede claro lo que piensa cada uno, que por otra parte ya se sabe. Solo se refuerza la posici¨®n. As¨ª que, contra lo que pueda parecer, y quiz¨¢ pensar¨¢n que estoy loco, creo que en Espa?a en realidad se habla poco de pol¨ªtica, salvo con quien piensa como t¨². En la vida p¨²blica igual, y la pandemia ha agudizado la tendencia al soliloquio. Se habla solo a los afines, para que te aplaudan. Uno se levanta pensando a ver a qui¨¦n le sacudo hoy y nada regocija m¨¢s que una hostia bien dada, tanto en el Congreso como en las tertulias, en las columnas o en la isla de los famosos. En las sesiones de control en el hemiciclo se llevan ya escritas de casa hasta las r¨¦plicas. Cuando me ha tocado seguirlas recuerdo un pasaje de Cort¨¢zar en Rayuela que se titula ¡°Di¨¢logo t¨ªpico de espa?oles¡±:
¡°L¨®pez: Yo he vivido un a?o entero en Madrid Ver¨¢ usted, era en 1925, y...
P¨¦rez: ?En Madrid? Pues precisamente le dec¨ªa yo ayer al doctor Garc¨ªa...
L¨®pez: De 1925 a 1926, en que fui profesor de literatura de la Universidad.
P¨¦rez: Le dec¨ªa yo: ?Hombre, todo el que haya vivido en Madrid sabe lo que es eso.?
L¨®pez: Una c¨¢tedra especialmente creada para m¨ª para que pudiera dictar mis cursos de Literatura.
P¨¦rez: Exacto, exacto. Pues ayer mismo le dec¨ªa yo al doctor Garc¨ªa, que es muy amigo m¨ªo...¡±
Y as¨ª sigue, cada uno a lo suyo. Es fascinante observar en nuestras charlas cotidianas que, m¨¢s que escuchar, se espera el momento de poder decir lo que se est¨¢ pensando. ¡°En nuestra patria no hay conversaci¨®n¡±, se lamentaba Salvador de Madariaga, y lo dec¨ªa en abril de 1935, desesperado del alejamiento a los extremos. A?ad¨ªa: ¡°Genial ser¨¢ el estadista que consiga realizar el gran milagro de Espa?a: la s¨ªntesis de los mon¨®logos¡±. Madariaga, hoy bastante olvidado y que vivi¨® en el exilio, pero el de verdad, no esa chorrada que ha dicho Pablo Iglesias, busc¨® incesantemente un punto de encuentro entre bandos, por el bien com¨²n. ?Qui¨¦n hace eso hoy?
Tiene narices que tengamos que mirar a otro pa¨ªs para ilusionarnos con el llamamiento de Joe Biden a la unidad y a dejar de gritar, y con esa poetisa de 22 a?os, Amanda Gorman, tan bella, tan luminosa, que hac¨ªa recuperar la fe en la fuerza arrebatadora de las palabras, de la predisposici¨®n al entendimiento: ¡°Cerramos la brecha porque sabemos que, para poner nuestro futuro primero, primero debemos dejar a un lado nuestras diferencias¡±. Parec¨ªa que nos hablaba a nosotros, ojal¨¢ hiciera una gira por los bares de Espa?a.
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