Hemos dejado que las instituciones decidan c¨®mo debemos mostrar los afectos
Me estremezco pensando en las muestras de afecto vetadas por el miedo al virus. Pero me estremezco a¨²n m¨¢s recordando el terror a besar en la calle a mi primera novia, el pavor al afecto que tantas y tantos han tenido que arrastrar durante a?os
Elio, Carol, Maya, V¨ªctor.
Esta es mi lista. Son criaturas nacidas en prepandemia o pandemia, criaturas a las que quiero -por transferencia inevitable y l¨®gica del amor que les tengo a sus madres- y a las cuales he visto en directo, pero no me he atrevido a tocar. No soy muy partidaria de besuquear a ni?os que no han decidido que se les besuquee (todos recordamos ese suplicio de la infancia) y agradezco que la infancia se vea, como efecto colateral de la pandemia, libre de este peso. Pero tampoco les he dado la mano para ayudarles a caminar. No he chocado los cinco con ellos. Nadie me h...
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Elio, Carol, Maya, V¨ªctor.
Esta es mi lista. Son criaturas nacidas en prepandemia o pandemia, criaturas a las que quiero -por transferencia inevitable y l¨®gica del amor que les tengo a sus madres- y a las cuales he visto en directo, pero no me he atrevido a tocar. No soy muy partidaria de besuquear a ni?os que no han decidido que se les besuquee (todos recordamos ese suplicio de la infancia) y agradezco que la infancia se vea, como efecto colateral de la pandemia, libre de este peso. Pero tampoco les he dado la mano para ayudarles a caminar. No he chocado los cinco con ellos. Nadie me ha dicho que no deba tocarlos -miento; una madre amiga s¨ª me lo pidi¨®, casi avergonzada- pero lo cierto es que no lo he hecho o lo he hecho con miedo. ¡°T¨² nacer¨¢s en un presente en el que el mundo es un regalo¡±, cantaba Rigoberta Bandini a su hijo en una canci¨®n compuesta durante la pandemia. ¡°No habr¨¢ en la tierra un solo ser que menosprecie los abrazos¡±, dec¨ªa tambi¨¦n en la misma canci¨®n. Quiero columpiarme en la esperanza de esa letra, pero el miedo sigue flotando en esta seminormalidad; el presente como regalo se aleja, el triste devenir del abrazo se menosprecia porque no tiene una traducci¨®n econ¨®mica, porque parece que el contacto f¨ªsico no eleva cifras hacia la recuperaci¨®n, no nos salva de nada.
En estas ¨²ltimas semanas se ha alzado una corriente que ped¨ªa en redes que, por favor, se aprovechara el tir¨®n pand¨¦mico para no volver jam¨¢s a ese engorro protocolario de los dos besos. Y en efecto, parece que los dos besos, costumbre pegajosa y absurda que adem¨¢s tiene sesgo de g¨¦nero, se extinguir¨¢n. Lo agradezco, entiendo a la gente que quiere abolirlos. Sin embargo, siento latir al fondo muy al fondo una nostalgia por esa absurda microbiota social de g¨¦rmenes que antes nos pas¨¢bamos alegremente unos a otros. No quiero que vuelvan los dos besos a diestro y siniestro. Pero miro fijamente el cambio en el patr¨®n afectivo y me estremezco al pensar que, de pronto, hemos dejado que las instituciones, y no el devenir natural, decidan c¨®mo debemos mostrar los afectos (primero fue el codo, luego una mano al coraz¨®n, y todos ten¨ªan, sin excepci¨®n, algo de rid¨ªculo y, sobre todo, de insatisfactorio). Desaparecen los dos besos, entramos en una nueva era afectiva y se a¨²lla de desesperaci¨®n por las ca?as que no tomamos, mientras que se nos olvida preguntarnos por el alejamiento de nuestras carnes, nuevo puntapi¨¦ que a¨ªsla a unos individuos demasiado aislados ya. Pienso en unos chalecos para perros que venden por internet, una prenda que comprime un poco el cuerpo del animal provocando un efecto supuestamente relajante, que calma el terror a los fuegos artificiales. Los vi hace a?os, y no encontraba explicaci¨®n a esa relaci¨®n entre presi¨®n corporal y calma, pero ahora lo entiendo: el chaleco aprieta el cuerpo como un abrazo perpetuo.
Dice Jes¨²s Adri¨¢n Escudero en su art¨ªculo Hacia una fenomenolog¨ªa de los afectos, que el universo de las afecciones y las emociones no goza de buena prensa en la historia de la filosof¨ªa. Estigmatizados desde Plat¨®n y arrinconado por Descartes por no poder aportar conocimiento verdadero, los sentimientos no tienen cabida en los tratados filos¨®ficos. Son difusos, ambiguos, no encajan en el modelo de filosof¨ªa apegado a la certeza del conocimiento matem¨¢tico. Y sin embargo, qu¨¦ surco inmenso se va labrando poco a poco en el terreno de los afectos de nuestra sociedad. Y sin embargo, qu¨¦ importante es que al menos observemos ese surco.
En estos ¨²ltimos d¨ªas, estando de vacaciones en la isla en la que crec¨ª, una amiga de siempre me cont¨® que hab¨ªa digitalizado los v¨ªdeos de nuestra adolescencia. Pinchamos la memoria externa en el ordenador y las que fuimos en el pasado cantaron a c¨¢mara, se emborracharon, bailaron. Las vimos caminar por plataneras que ahora son autopistas. Y de pronto aparec¨ª a los diecis¨¦is, sentada en las rodillas de la que fue mi primera novia. Est¨¢bamos esperando en la antigua terminal de guaguas, acompa?adas de amigos, camino de una acampada. La imagen me golpe¨®: esa adolescente que fui intentaba sonre¨ªr, pero estaba aterrada, p¨¢lida. Supe lo que le suced¨ªa: Est¨¢bamos en mi barrio y ten¨ªa miedo de que alguien nos viera. Recuerdo a un se?or llam¨¢ndonos guarras a gritos en mi calle, las venas de su frente como a punto de explotar de odio. Recuerdo a una amiga del instituto que me retir¨® la palabra. Y recuerdo, con un pinchazo dentro, sentirme tentada a cortar con mi novia por el simple hecho de no poder mostrarle mi amor en p¨²blico. Me frustraba no poder vivir uno de mis primeros amores como otros viv¨ªan los suyos. ¡°En Coru?a han matado a un chico de 24 a?os x ser homosexual. X favor, nada de besos en la calle, ni la mano ni nada!!!¡±, le escrib¨ªa una madre, hace unos d¨ªas, a su hijo gay. El mensaje se archicomparti¨®. El pa¨ªs se estremec¨ªa y se tiraba los trastos a la cabeza por el asesinato hom¨®fobo de Samuel Luiz. A?ado estas otras demostraciones de afecto suspendidas en un limbo a esa lista de besos y abrazos que no hemos podido dar, a ese cubo que rebosa de miedo. Y subrayo, d¨¦monos cuenta: esta seminormalidad sin cercan¨ªa ha sido la normalidad perpetua de mucha gente.
?D¨®nde quedar¨¢n todos esos abrazos reprimidos? ?Se nos ir¨¢n juntando hasta clav¨¢rsenos en el ap¨¦ndice, como le dec¨ªan de ni?o al escritor Roald Dahl que suced¨ªa con las cerdas que se soltaban del cepillo de dientes? ?Qu¨¦ partes del cerebro, a falta de abrazos en esa normalidad que nunca llegar¨¢, se volver¨¢n aristas, qu¨¦ masa de la materia gris mermar¨¢ hasta devenir en una papilla sin sabor?
Y pienso en cu¨¢les ser¨¢n vuestras listas, mientras repaso los nombres de las m¨ªas como quien se duele por el dinero no gastado en causas felices:
V¨ªctor
Elio
Maya
Carol
Y a?ado a las personas mayores a las que he temido abrazar:
Isabel
Asun
Y a¨²n hay m¨¢s, pues hubo en el pasado m¨¢s abrazos que deb¨ª mantener en la oscuridad por miedo a una reacci¨®n social que tambi¨¦n es un virus, y que hoy sigue siendo causa de muerte:
Miriam
Eli
Eva
Ojal¨¢ vuestra lista no sea larga. Ojal¨¢ no teng¨¢is que verter muchos nombres en ese cubo de miedo. Dijo el poeta mexicano Eduardo Lizalde, y recito yo por dentro:
¡°Que tanto amor queme sus naves / antes de llegar a la tierra. / Es esto, dioses, poderosos amigos, perros / ni?os, animales dom¨¦sticos, se?ores / lo que duele¡±.
Sabina Urraca es periodista y escritora. Su ¨²ltimo libro es ¡®So?¨® con la chica que robaba un caballo¡¯ (Lengua de trapo).
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