El odio: ese segregador de ¡°otros¡± potencialmente infinito
La palabra escrita es un aspecto central del odio contempor¨¢neo. En su libro ¡®A vueltas con el odio¡¯, los profesores de literatura Gabriel Giorgi y Ana Kiffer desmenuzan esta tendencia en alza
Las escrituras del odio son vociferantes, cacof¨®nicas, chillonas: transmiten un teatro de la voz que opera en el l¨ªmite del lenguaje articulado. Escenifican una centralidad de la voz y del grito sobre la que me gustar¨ªa detenerme, dado que creo que all¨ª se juega un aspecto central del odio contempor¨¢neo: su lugar lim¨ªtrofe entre el lenguaje articulado y el ruido de la voz, all¨ª donde los l¨ªmites mismos de lo decible entran en cuesti¨®n. Dado que si el odio es una disputa sobre lo decible p¨²blico, entonces esa disputa tiene lugar en el l¨ªmite entre la palabra articulada, autorizada, con valor normativo, y aquellos lenguajes irreconocibles, ileg¨ªtimos, sin autoridad, insignificantes. Murmullo, tumulto, rumor, clamor, ese contorno en el que las palabras se disuelven en el grito, el susurro, la media voz, el tramo an¨®nimo de las enunciaciones, esa zona impersonal entre palabra y mero sonido a-significante. La fricci¨®n entre voz y palabra: donde no se sabe si hay significados v¨¢lidos, reconocibles, capaces de definir im¨¢genes y sentidos de lo colectivo. Ah¨ª se sit¨²a el odio.
En este sentido se vuelve productiva la reflexi¨®n de Jacques Ranci¨¨re en torno al ruido como factor decisivo de la esfera p¨²blica. Dado que m¨¢s que una reflexi¨®n sobre lo p¨²blico como horizonte de di¨¢logo, de disputa y de formaci¨®n de argumentos, Ranci¨¨re piensa lo p¨²blico ¨Cque para ¨¦l es inseparable del demos, y por lo tanto de la disputa por la igualdad¨C a partir del ruido:
Hay pol¨ªtica porque el logos nunca es meramente la palabra, porque siempre es indisolublemente la cuenta en que se tiene esa palabra: la cuenta por la cual una emisi¨®n sonora es entendida como palabra, apta para enunciar lo justo, mientras que otra solo se percibe como ruido que se?ala placer o dolor, aceptaci¨®n o revuelta.
El malentendido ¨Ces decir, esa disputa por lo que cuenta como logos o como ruido¨C, que Ranci¨¨re llama la mesent¨¨nte, es el punto inicial, y esencial, de lo p¨²blico, y no su falla ni su margen. Para el autor, la clave es ese momento o ese umbral en el que las expresiones que salen de cuerpos insignificantes pol¨ªticamente ¨Cque ¨¦l llama ¡°plebeyos¡±¨C reclaman su derecho a ser o¨ªdos y reconocidos como enunciados pol¨ªticamente v¨¢lidos, es decir, enunciados en los que se reconoce una construcci¨®n del mundo en com¨²n, y donde esos cuerpos revelan y reclaman su capacidad como seres hablantes; y, por lo tanto, iguales a quienes ya detentan el derecho a la palabra y a su poder normativo, su poder de hacer mundo. Es, como sabemos, una disputa por las competencias, en la que Ranci¨¨re ve la legitimaci¨®n misma del poder: qui¨¦n sabe, qui¨¦n puede trazar los contornos del mundo en com¨²n sobre el que tienen lugar las luchas por la igualdad, y qui¨¦n puede decir ese mundo. En el centro de esa disputa: el grito, el rumor, el tumulto, el murmullo, el chisme, la voz an¨®nima, lo que se dice a medias, lo que circula y fricciona los modos de la dicci¨®n p¨²blica: la voz, el ruido en la lengua. En esa fricci¨®n entre lo que puede o no ser palabra, enunciado v¨¢lido, tiene fuerza de verdad, ah¨ª es donde Ranci¨¨re sit¨²a el trabajo de lo p¨²blico, el hacer p¨²blico. Lo p¨²blico como pr¨¢ctica no ser¨ªa entonces solamente la circulaci¨®n y el debate de ideas, o la oferta y el consumo de bienes simb¨®licos; su punto central ser¨ªa este deslizamiento permanente, esa tensi¨®n pero sistem¨¢tica alrededor de los l¨ªmites de la palabra v¨¢lida, del enunciado reconocible, de las f¨®rmulas de inteligibilidad a trav¨¦s de las cuales una sociedad define el mundo en com¨²n sobre el que tienen lugar las disputas por la igualdad.
Tensi¨®n entre la palabra y el ruido
Creo que es en esta tensi¨®n entre palabra y ruido como configuradora de lo p¨²blico donde hay que situar la pregunta por el odio, del odio pol¨ªtico en tanto que odio escrito. Me parece que en el ruido, en la cacofon¨ªa y la vocingler¨ªa del odio como afecto pol¨ªtico central en las democracias contempor¨¢neas se leen no solo la emergencia de nuevas subjetivaciones pol¨ªticas ¨Cque son a la vez plebeyas y conservadoras o restauradoras¨C, sino tambi¨¦n un corrimiento del pacto de lo decible y de la distribuci¨®n de la palabra p¨²blica, los modos de expresi¨®n y las formas del sentido reconocibles como v¨¢lidas: all¨ª se juega, quiero sugerir, algo m¨¢s que las expresiones de viejos y nuevos racismos, masculinismos, fobias, clasismos. All¨ª se juega tambi¨¦n una rearticulaci¨®n de pactos democr¨¢ticos que pasa, fundamentalmente, por esa antiqu¨ªsima tecnolog¨ªa de la relaci¨®n que llamamos ¡°escritura¡±.
Lo que aqu¨ª se denomina ¡°odio¡±, adem¨¢s del sentido m¨¢s cl¨¢sico como afecto que degrada y violenta a un otro, lleva adelante una operaci¨®n cl¨¢sica de las sociedades modernas: la que transcribe antagonismos de clase, de g¨¦nero, sexuales ¨Cantagonismos de naturaleza pol¨ªtica¨C en distinciones inmediatamente biopol¨ªticas, que pasan la constituci¨®n biol¨®gica, anat¨®mica y racial, por una ¡°naturaleza¡± que demarca los l¨ªmites mismos de lo humano. La diferencia pol¨ªtica y cultural vuelta antagonismo ontol¨®gico, que actualiza y moviliza todo el tiempo el l¨ªmite mismo de la especie humana: pasamos de los lenguajes de la diferencia social o cultural a los lenguajes de la especie y de la ¡°naturaleza¡±. Eso es lo que permea estas escrituras. La raza, o mejor dicho la racializaci¨®n, evidentemente; pero tambi¨¦n el g¨¦nero y la sexualidad. Raza, g¨¦nero, sexualidad, corporalidad: ¡°cesuras biopol¨ªticas¡±, podr¨ªamos decir con Giorgio Agamben. Estas escrituras proliferan sobre esas cesuras, sobre esa marcaci¨®n en la que se va hilvanando una demarcaci¨®n de la ontolog¨ªa de lo humano y la desagregaci¨®n de lo menos-que-humano, ya-no-humano, etc. El ¡°dispositivo de la persona¡± del que habla Roberto Esposito aqu¨ª encuentra una especie de festival escriturario: las operaciones de demarcaci¨®n de la no-persona y su exhibici¨®n como hecho pol¨ªtico se conjugan y hacen serie. Es esa marcaci¨®n biopol¨ªtica lo que emerge bajo el signo del odio.
Y lo hace de manera proliferante en estos materiales: el ¡°negro¡± o el ¡°zumbi¡±, el indio, los vagabundos, la puta, el puto, la feminazi, los nordestinos, etc., en una serie abierta, potencialmente infinita, en la que se demarca el umbral bajo de la especie. El odio, entonces, como demarcador de propiamente humano a partir de esta segregaci¨®n, potencialmente infinita, de ¡°otros¡±.
Estos vocabularios biopol¨ªticos, que son recurrentes, inmediatamente evocan las operaciones que Foucault asignaba al ¡°racismo de Estado¡±: la demarcaci¨®n de una ¡°subraza¡± en tono a la que conjuga el trabajo del biopoder y su engranaje con el Estado moderno, cuya eliminaci¨®n promete ¡°m¨¢s vida¡± y a la vez condensa la tarea del Estado en tanto que ¡°defensor de la sociedad¡±.
Gabriel Giorgi es cr¨ªtico cultural y profesor de Literatura en la Universidad de Nueva York. Este extracto es un adelanto del libro 'A vueltas del odio. Gestos, escrituras, pol¨ªticas", que firma junto a Ana Kiffer, profesora de Literatura. Es de la editorial Eterna Cadencia, que lo publica el pr¨®ximo martes 20 de octubre.
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