El futuro ya pas¨®
En todo el mundo los valores se reacomodan, las fuerzas pol¨ªticas se redefinen y las personas viven una p¨¦rdida ¨ªntima
Entonces ya podemos viajar en el tiempo. Lo oficializan las im¨¢genes del telescopio James Webb, esa er¨®tica demostraci¨®n de luz que hemos visto en las pasadas semanas. Asombra la ciencia, la escala y dimensi¨®n del viaje; no tanto as¨ª la cuesti¨®n del tiempo, pues viajar en el tiempo es algo que sabemos hacer hace mucho tiempo.
En una ocasi¨®n estaba con un maestro caminando al final de un peque?o muelle en un pueblo del Caribe colombiano. El lugar se parec¨ªa a uno similar en la playa de Ponce, municipio al sur de Puerto Rico que mira de frente a las aguas azul claro del mar Caribe, siempre tanto m¨¢s cristalinas que las aguas azul de tono m¨¢s oscuro del Atl¨¢ntico, frente a las cuales se mira desde el norte la ciudad de San Juan. Dos tonos de agua distintos rodean una misma isla, dos ritmos y tiempos distintos la atraviesan de norte a sur.
En aquel muelle ¨¦ramos un grupo de poco m¨¢s de una decena de alumnos y cuando llegamos hasta el borde del muelle me toc¨® caminar junto al maestro. Quer¨ªa proponerle una reflexi¨®n interesante, profunda, yo qu¨¦ s¨¦, quer¨ªa parecer digna de estar all¨ª. Entonces, le dije una de esas adolescentadas que una a¨²n dice ya entrada la veintena: ¡°Este lugar se siente como estar en el fin del mundo¡±. Lo escribo y la mezcla de verg¨¹enza, ternura y pudor que siento por la joven que fui me abruma y complace en igual medida. ?l respondi¨® algo en esta l¨ªnea: ¡°S¨ª, el fin del mundo est¨¢ en todas partes. Hay miles de lugares que parecen el fin del mundo, porque el mundo empieza y acaba en todas partes¡±. Ahora lo pienso y sospecho que ¨¦l tambi¨¦n quer¨ªa sonar como maestro. Qu¨¦ mucho nos importa cumplir el papel asignado. Qu¨¦ mucho nos importa ser lo que corresponde a ¡°nuestro tiempo¡±.
Como si fuera necesaria mayor confirmaci¨®n, al caminar de regreso en direcci¨®n contraria al mar, unos cuatro o cinco ni?os de unos 10 a?os, aproximadamente, emergieron del fondo del muelle. Estaban jugando all¨ª hac¨ªa rato, bajo nuestros pasos, como si fueran una especie de sirenos de un tiempo que hace tiempo hab¨ªa terminado para nosotros, pero que all¨ª apenas comenzaba. En ese muelle entend¨ª que viajar en el tiempo era una experiencia mucho m¨¢s cotidiana que habitar el presente; ese lugar en el que estamos obligados a admitir que nada de lo que nos pasa es particularmente excepcional y que lo ¨²nico especial y particular que tenemos es el hecho de que no lo somos. El presente es una cuesti¨®n plural y estamos ante una cultura que todo lo singulariza.
De ah¨ª que sea tan dif¨ªcil el darnos cuenta de que el futuro imaginado ¡ªsobre todo¡ª a finales del siglo pasado y principios de este, hoy es m¨¢s pasado que presente. Alrededor del mundo los valores se han reacomodado, las fuerzas pol¨ªticas retan sus propias definiciones, cada persona vive una ¨ªntima p¨¦rdida y en las peque?as rep¨²blicas del hogar se escriben nuevas constituciones que los estados no dan abasto para comprender. Las trompetas de un nuevo apocalipsis ya son un sonido lejano, un ya pas¨® que no vimos pasar. Estamos viviendo un tiempo nuevo, un futuro que fue y al cual no podremos viajar con la luz. El consuelo es saber que este es el fin de un mundo y todo final trae su purga y, con suerte, algo de alivio o, mejor a¨²n, de silencio.
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