Miguel Primo de Rivera: el macho patri¨®tico que quiso imponer su modelo de masculinidad
El historiador Alejandro Quiroga, que acaba de publicar un libro sobre el dictador, nos recuerda en este texto que el v¨ªnculo entre la imagen de lo masculino y la identidad nacional es m¨¢s antiguo de lo que sugiere la acalorada actualidad
Las identidades nacionales y de g¨¦nero han estado en el centro del debate pol¨ªtico espa?ol en las ¨²ltimas d¨¦cadas. La discusi¨®n ha sido, y est¨¢ siendo, compleja y acalorada, pero no por ello novedosa. Hace aproximadamente un siglo la dictadura de Primo de Rivera puso las identidades patri¨®ticas y de g¨¦nero en un primer plano pol¨ªtico al promover unas nuevas ¡°masculinidades nacionales¡± vinculadas al militarismo, la moralidad cristiana y el autoritarismo. Lo...
Las identidades nacionales y de g¨¦nero han estado en el centro del debate pol¨ªtico espa?ol en las ¨²ltimas d¨¦cadas. La discusi¨®n ha sido, y est¨¢ siendo, compleja y acalorada, pero no por ello novedosa. Hace aproximadamente un siglo la dictadura de Primo de Rivera puso las identidades patri¨®ticas y de g¨¦nero en un primer plano pol¨ªtico al promover unas nuevas ¡°masculinidades nacionales¡± vinculadas al militarismo, la moralidad cristiana y el autoritarismo. Los primorriveristas estaban convencidos de que la necesaria regeneraci¨®n del pa¨ªs pasaba por la restituci¨®n de una virilidad supuestamente perdida a?os atr¨¢s. De hecho, los v¨ªnculos entre la recuperaci¨®n de la virilidad patria y el resurgir nacional fueron se?alados desde el primer d¨ªa de la dictadura. En su Manifiesto al pa¨ªs y al Ej¨¦rcito, del 13 de septiembre de 1923, la proclama que justific¨® el golpe de Estado, Primo de Rivera incluy¨® la siguiente frase: ¡°Este movimiento es de hombres: el que no sienta la masculinidad completamente caracterizada, que espere en un rinc¨®n, sin perturbar los d¨ªas buenos que para la patria preparamos. Espa?oles: ?Viva Espa?a y viva el Rey!¡±.
Con semejante declaraci¨®n de principios en el origen de la dictadura, no es de extra?ar que la propaganda oficial presentara posteriormente a Primo de Rivera como el l¨ªder providencial que hab¨ªa salvado a la patria de la descomposici¨®n, adem¨¢s de como militar viril de actitud caballerosa, buen cat¨®lico y considerado padre de familia. Al marqu¨¦s de Estella le gustaba mostrarse ante la prensa como un hombre sencillo, que cenaba con sus hijas en casa y que, alguna noche, se acercaba desde su residencia del palacio de Buenavista a rezar a la bas¨ªlica del Cristo de Medinaceli. Es m¨¢s, el ¨¦xito del desembarco de Alhucemas en septiembre de 1925 fue explicado tanto por las invocaciones del dictador a la Providencia para que le asistiera en la guerra de Marruecos como a la virilidad y la gallard¨ªa del dictador, elementos todos aparentemente mucho m¨¢s importantes para derrotar a los rife?os que la ayuda militar francesa. As¨ª, el decreto que concedi¨® al marqu¨¦s de Estella la Gran Cruz Laureada de San Fernando por su triunfo en Alhucemas hablaba de ¡°la voluntad f¨¦rrea, el valor sereno, la prodigiosa inteligencia, [y] la competencia militar insuperable del general Primo de Rivera¡±, quien ¡°asumiendo gallardamente todas sus responsabilidades¡± hab¨ªa conseguido guiar al Ej¨¦rcito espa?ol hacia la victoria.
¡°El que no sienta la masculinidad por completo caracterizada, que espere en un rinc¨®n¡±Miguel Primo de Rivera
La promoci¨®n de este tipo de masculinidad nacional por el dictador y sus propagandistas ten¨ªa el objetivo de restaurar un orden social y sexual que se consideraba seriamente amenazado en la d¨¦cada de los veinte del siglo pasado. En la Europa latina, las soluciones pasaban, en palabras de Primo, por ¡°restablecer el buen sentido, levantar el principio de autoridad, vigorizar la moral ciudadana, establecer normas de ordenaci¨®n nacional [y] fortalecer la subordinaci¨®n del individuo a la sociedad¡±. Esta ¡°masculinizaci¨®n de la pol¨ªtica¡± buscaba responder a lo que se entend¨ªa como un proceso de debilitaci¨®n de Espa?a producido por un ¡°afeminamiento¡± del pa¨ªs y contrarrestar la figura del donju¨¢n, identificada con la falta de ideales y el caos civilizatorio. Como se?al¨® el primorriverista Ramiro de Maeztu, el Tenorio representaba el orgullo ego¨ªsta, el instinto libidinoso, el desarreglo sexual que conduc¨ªa al desorden social revolucionario; o, en palabras del escritor vitoriano, ¡°no abre don Juan la boca sin que le caiga la baba al bolchevique que vive dentro de cada hombre¡±.
El problema para el r¨¦gimen fue que, a los ojos de muchos espa?oles, Primo de Rivera era precisamente una especie de don Juan. Frente al buen padre de familia de estricta moral cat¨®lica que el presidente del Gobierno dec¨ªa ser, los rumores sobre sus amor¨ªos varios, su afici¨®n al juego y su gusto por las fiestas daban una imagen muy distinta del dictador. Las contradicciones entre el modelo de masculinidad nacional primorriverista y la vida privada del dictador pronto fueron muy evidentes para amplios sectores de la opini¨®n p¨²blica. Ya en enero de 1924, Primo de Rivera intervino personalmente para que se pusiera en libertad a una conocida madama amiga suya apodada La Caoba, que hab¨ªa sido detenida por tr¨¢fico de drogas. Ante la negativa del juez y las posteriores reticencias del presidente del Tribunal Supremo a seguir las indicaciones de Primo de Rivera, el marqu¨¦s de Estella forz¨® el cese de ambos magistrados. Es m¨¢s, Primo de Rivera justific¨® ante la prensa su defensa de La Caoba y declar¨® que lo volver¨ªa a hacer, ya que ten¨ªa ¡°a gala de su car¨¢cter haberse sentido inclinado toda la vida a ser amable y ben¨¦volo con las mujeres¡±. Las explicaciones del marqu¨¦s de Estella no hicieron m¨¢s que reforzar en el imaginario popular la figura del dictador como un mujeriego.
El esc¨¢ndalo de La Caoba le sirvi¨® a la oposici¨®n al r¨¦gimen para presentar a Primo como un habitual de los prost¨ªbulos y de los bajos fondos madrile?os. La afilada pluma de Vicente Blasco Ib¨¢?ez describi¨® al presidente como un ¡°eterno tertuliano de las casas de juego y las casas de ventanas cerradas donde se expende el amor f¨¢cil¡±; como un hombre dispuesto a sacar de la c¨¢rcel a una ¡°trotadora de aceras¡±, que traficaba con coca¨ªna y otros estupefacientes, aunque para ello tuviera que reprobar a un juez y jubilar al presidente del Tribunal Supremo.
Otros republicanos en el exilio, como Miguel de Unamuno, estuvieron siempre dispuestos a recordarle a Primo que el suyo era un r¨¦gimen que hab¨ªa manchado la bandera espa?ola ¡°con sangraza de asesinatos, con bilis y baba y pus de envidia cainita, con vomitonas de juerguistas, con drogas de rameras, con tinta de groser¨ªas y calumnias oficiales¡±. El fil¨®sofo bilba¨ªno pidi¨® a ¡°las mujeres espa?olas¡± que libertaran a la patria ¡°echando a escobazos al chulo ese de casas de lenocinio, al que cobra el barato y saquea el menguado tesoro de la naci¨®n¡±.
Parece claro que la muy ¨¢cida cr¨ªtica de los republicanos a las masculinidades nacionales primorriveristas tuvo una repercusi¨®n significativa en Espa?a, entre otras cosas porque el propio Primo se encarg¨® de atacar a estos opositores en declaraciones a la prensa y de movilizar a sus seguidores para que se manifestaran contra los ¡°malos espa?oles¡± que, desde Francia, se atrev¨ªan a fustigarle tanto a ¨¦l como a Alfonso XIII.
Pero pese a los esfuerzos por convertir esta masculinidad nacional de corte autoritario, mon¨¢rquico y cat¨®lico en hegem¨®nica, las pol¨ªticas primorriveristas acabaron por producir los efectos contrarios a los buscados. A la altura de 1931, amplios sectores de la poblaci¨®n apostaron por una Espa?a democr¨¢tica, republicana y laica en las ant¨ªpodas del modelo dictatorial. No ser¨ªa hasta julio de 1936 cuando muchos aspectos del arquetipo de masculinidad nacional primorriverista volver¨ªan con fuerza de la mano de los generales sublevados. Sin embargo, en esta ocasi¨®n el modelo de macho patri¨®tico ser¨ªa impuesto a sangre y fuego y acabar¨ªa por condicionar la vida de los espa?oles durante d¨¦cadas.
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