Filosof¨ªa para los viajeros: c¨®mo frenar la culpa por tu huella de carbono
Con la crisis clim¨¢tica, es normal sentirse mal por contribuir a las emisiones cuando uno se sube a un avi¨®n. El fil¨®sofo Michael Marder nos ofrece algunas ideas para lidiar con los remordimientos del pasajero
En estos tiempos de agravamiento de la descomposici¨®n clim¨¢tica es f¨¢cil sentirse muy culpables por las emisiones de carbono de los medios de transporte que utilizamos, especialmente en los viajes de larga distancia. Yo mismo me obsesiono a veces con la huella de carbono de un vuelo, cada vez m¨¢s visible porque las compa?¨ªas a¨¦reas incluyen el equivalente en kilos de CO2 en los billetes que emiten y las calculadoras e...
En estos tiempos de agravamiento de la descomposici¨®n clim¨¢tica es f¨¢cil sentirse muy culpables por las emisiones de carbono de los medios de transporte que utilizamos, especialmente en los viajes de larga distancia. Yo mismo me obsesiono a veces con la huella de carbono de un vuelo, cada vez m¨¢s visible porque las compa?¨ªas a¨¦reas incluyen el equivalente en kilos de CO2 en los billetes que emiten y las calculadoras en l¨ªnea convierten cada una de nuestras acciones y compras en cifras relativas a las emisiones. Ahora bien, ?es este el m¨¦todo m¨¢s acertado para hacer frente al empeoramiento de la crisis clim¨¢tica?
He estudiado las distintas emociones y los estados de ¨¢nimo que pueden experimentar los pasajeros durante un viaje, desde el aburrimiento hasta la euforia, pasando por la distracci¨®n. Ahora se puede a?adir a la lista la culpa, dado lo que se han extendido el ecotrauma, la ecoansiedad y la depresi¨®n motivada por la crisis clim¨¢tica, en particular entre la generaci¨®n m¨¢s joven. Cuando viajamos en diversos medios de transporte, la culpa viaja encima de nosotros y pesa tanto como la mayor de las maletas sobre la conciencia de los pasajeros.
Como emoci¨®n, la culpa es totalmente negativa y reactiva: nos deprime y empuja a quienes la sienten a flagelarse. Igual que el miedo (por el futuro de nuestros hijos y nuestros nietos, por ejemplo) es una motivaci¨®n insuficiente para llevar a cabo cambios radicales, la culpa no es un buen tel¨®n de fondo emocional para proteger el medio ambiente. Es m¨¢s, puede incluso ser contraproducente si tiene un efecto paralizador y no solo nos pesa, sino que nos retiene con unos lazos invisibles desde dentro. La culpa no solo vuelve infelices a quienes la sienten, sino que interrumpe el pensamiento e impide analizar con lucidez la situaci¨®n, sus causas principales y sus posibles soluciones.
No obstante, es importante recordar que la crisis clim¨¢tica es la consecuencia acumulativa de la actuaci¨®n de muchas generaciones y, dentro de ellas, de grupos pertenecientes a determinadas clases, regiones geogr¨¢ficas, sexos, etc¨¦tera. No podemos sentirnos responsables de esa larga historia, aunque s¨ª podemos ser el punto de inflexi¨®n, el momento en el que las cosas cambien de verdad, en el que esta historia transforme dr¨¢sticamente su proyecci¨®n de futuro. Y, por supuesto, los efectos de las acciones de los pasajeros tambi¨¦n var¨ªan seg¨²n las clases: la huella de carbono de alguien que vuela en clase turista es significativamente menor que la de los pasajeros de business o de primera clase (que ocupan mucho m¨¢s espacio dentro del avi¨®n) y la de quienes viajan en aviones privados. Por tanto, el primer paso para afrontar la culpa es observar el problema desde una perspectiva m¨¢s general y al mismo tiempo m¨¢s diferenciada: la historia acumulada de las emisiones y la contribuci¨®n diferente de cada persona en funci¨®n de su clase socioecon¨®mica y la clase en la que viaja. Este doble enfoque es especialmente ¨²til para el mundo de los pasajeros, donde coexisten la condici¨®n universal y una r¨ªgida estratificaci¨®n.
Otra actitud que puede contribuir a asociar pasajeros y culpa es la pasividad. Cuando estamos a bordo de un avi¨®n, un tren, un autob¨²s o un barco, nos dejamos llevar hacia nuestro destino de manera m¨¢s o menos pasiva. Y la culpa tambi¨¦n empuja a la pasividad. Pero ser pasajeros no es ser puramente pasivos; nos da libertad para hacer lo que queramos durante el viaje (dormir, leer, ver una pel¨ªcula, jugar o trabajar con el port¨¢til) o para no hacer nada. Siempre est¨¢ presente la posibilidad de transformar la pasividad pasajera en acci¨®n, posibilidad que no existe en el caso de la culpa. Esta, como es una emoci¨®n negativa, no puede provocar ninguna acci¨®n, sino solo una reacci¨®n, y la mayor¨ªa de las veces, una reacci¨®n de la propia persona que se siente culpable contra s¨ª misma.
As¨ª como la experiencia del pasajero se extiende m¨¢s all¨¢ de las ocasiones concretas en las que viajamos en diversos medios de transporte hasta convertirse en el paradigma de la existencia individual y colectiva en el siglo XXI, el sentimiento de culpa del pasajero tambi¨¦n tiende a afectar a los m¨¢s diversos ¨¢mbitos de la vida aparte de los viajes. Un ejemplo es la existencia de aplicaciones y calculadoras que muestran la huella de carbono no solo de los vuelos y los trayectos en coche, sino tambi¨¦n de las compras, el env¨ªo de correos electr¨®nicos y otras actividades cotidianas. Esto indica dos cosas. En primer lugar, el trasfondo sobre el que la culpa env¨ªa sus tent¨¢culos a casi todas partes es la energ¨ªa. Para nosotros, la energ¨ªa es algo que hay que extraer y quemar, fuera de nuestro cuerpo (f¨¢bricas, medios de transporte, etc¨¦tera) o dentro de ¨¦l. Cuando tenemos el m¨¢s m¨ªnimo atisbo de la violencia que entra?a esa concepci¨®n y pr¨¢ctica de la energ¨ªa, eso nos provoca unas emociones negativas que abarcan pr¨¢cticamente toda la realidad. En segundo lugar, un veh¨ªculo para la inmensa generalizaci¨®n del sentimiento de culpa son los n¨²meros o, para ser m¨¢s exactos, la traducci¨®n de todo en n¨²meros, la cuantificaci¨®n de la realidad. La producci¨®n y el consumo de energ¨ªa, sus derivados y el uso eficiente o ineficiente que hacemos de ella se miden de forma num¨¦rica, una vez m¨¢s, en todos los ¨¢mbitos de la vida. El exceso de grasa corporal y las emisiones de CO2 entran en el mismo apartado de ineficiencia y producen la misma sensaci¨®n de verg¨¹enza.
La cuantificaci¨®n excesiva, que es parte del problema, sin embargo se acepta sin pensar como medio de conseguir la soluci¨®n deseada. ?Acaso nuestra vida se define por el n¨²mero de pasos que damos al d¨ªa, nuestra dieta por el n¨²mero de calor¨ªas y el contenido de nuestra existencia por la huella de carbono definida en cifras? En esta forma de ver el mundo y a nosotros mismos desaparecen las preguntas de hacia d¨®nde vamos y por qu¨¦, como desaparece la pregunta de qu¨¦ pasar¨ªa si no nos subi¨¦ramos a ese avi¨®n, por ejemplo, para visitar a un familiar querido al que no vemos desde hace meses o incluso a?os. La indiferencia de los valores num¨¦ricos est¨¢ en sinton¨ªa con la condici¨®n de pasajero, porque los pasajeros viajan todos juntos, pero tambi¨¦n separados unos de otros, independientemente del prop¨®sito de su viaje.
Entonces, ?qu¨¦ debemos hacer con el sentimiento de culpa que puede inundarnos justo cuando estamos embarc¨¢ndonos en ese vuelo o (con menos frecuencia) subi¨¦ndonos a ese tren? Sugiero que, en lugar de rechazarlo, asumamos del todo y veamos con total claridad nuestra condici¨®n de pasajeros, tanto en los medios de transporte que tomamos como en la vida. Eso no significa pasar por alto el impacto ambiental de nuestras acciones y contribuir gratuitamente al desastre ambiental (de hecho, no es gratuito: la factura llega a nuestras puertas en forma de inundaciones, deslizamientos de tierra, graves incendios forestales y sequ¨ªas). Se trata de aprovechar la libertad de acci¨®n que tenemos dentro de la pasividad que caracteriza a la condici¨®n de pasajeros para transformarla desde dentro. La renuncia, el ascetismo y el sentimiento de culpa no son opciones viables: incluso Buda, en su camino hacia la iluminaci¨®n, rechazaba las privaciones extremas y recomendaba ¡°el camino intermedio¡± entre una abundancia y una escasez excesivas.
Transformar desde dentro nuestra condici¨®n de pasajeros parece m¨¢s f¨¢cil de decir que de hacer. ?Qu¨¦ implica, de forma concreta, respecto a las emisiones de carbono y la crisis clim¨¢tica? Un ejemplo de transformaci¨®n ser¨ªa reinventar el viaje, tener en cuenta qu¨¦ sinergia podr¨ªa haber entre nuestros desplazamientos, tanto los cotidianos como los no tan frecuentes, y los elementos (las corrientes de aire y de agua, por ejemplo), en lugar de gastar energ¨ªa en ofrecerles resistencia. Ese es el esfuerzo que ha hecho el artista argentino afincado en Berl¨ªn Tom¨¢s Saraceno, cuyas obras de arte acompa?an los cap¨ªtulos de Filosof¨ªa del pasajero. En el proyecto multidisciplinar Aerocene, llevado a cabo en colaboraci¨®n con cient¨ªficos e ingenieros del MIT de Estados Unidos, Saraceno hizo experimentos de vuelo sin combustibles f¨®siles y teniendo en cuenta, entre otras cosas, la direcci¨®n del viento en todo el planeta. Su investigaci¨®n, fruto de la creatividad y la colaboraci¨®n, sent¨® las bases (y las alturas) para viajar sin hacer da?o al planeta vivo e integr¨¢ndonos sin ceder a la exigencia ludita de renunciar por completo a la tecnolog¨ªa.
Aun as¨ª, sigue habiendo una pregunta fundamental: ?qu¨¦ puede hacer una persona corriente, que no sea un cient¨ªfico del MIT o un artista visionario, en esta situaci¨®n? En lugar de sucumbir al peso del sentimiento de culpa, debemos emprender peque?as acciones positivas que promuevan la salud medioambiental. Plantar ¨¢rboles, participar en limpiezas locales y reducir dr¨¢sticamente los residuos no reciclables pueden ser grandes aportaciones si se hacen a gran escala. Lo que no hay que hacer, de ninguna manera, es dejar de viajar para conocer gente nueva, para mantener el contacto con viejos amigos y familiares, para conocer otros lugares y experiencias. Una ecolog¨ªa social variopinta es indispensable para un planeta ecol¨®gicamente sano.
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