Por qu¨¦ este es el momento de negociar la paz. El alegato de J¨¹rgen Habermas
Occidente suministra armas a Ucrania, y tiene buenas razones para hacerlo. Pero con ello se hace corresponsable del curso de la guerra y de sus consecuencias
La decisi¨®n de proporcionar tanques Leopard acababa de ser aclamada como ¡°hist¨®rica¡± cuando la noticia ya hab¨ªa sido superada ¡ªy relativizada¡ª por las sonoras reclamaciones de aviones de combate, misiles de largo alcance, buques de guerra y submarinos. Las llamadas de ayuda, tan dram¨¢ticas...
La decisi¨®n de proporcionar tanques Leopard acababa de ser aclamada como ¡°hist¨®rica¡± cuando la noticia ya hab¨ªa sido superada ¡ªy relativizada¡ª por las sonoras reclamaciones de aviones de combate, misiles de largo alcance, buques de guerra y submarinos. Las llamadas de ayuda, tan dram¨¢ticas como comprensibles, de una Ucrania v¨ªctima de una invasi¨®n contraria al derecho internacional encontraron en Occidente el eco que cab¨ªa esperar. La ¨²nica novedad en este caso ha sido la aceleraci¨®n del conocido juego de exigencias cargadas de indignaci¨®n moral de que se entreguen armas m¨¢s potentes, y de la posterior mejora, efectuada una y otra vez, aunque no sin vacilaciones, de los tipos de armas prometidos.
Incluso en los c¨ªrculos del Partido Socialdem¨®crata Alem¨¢n (SPD) se escucha ahora que no hay ¡°l¨ªneas rojas¡±. Con la excepci¨®n del canciller y su entorno, el Gobierno, los partidos y la prensa hacen suyas de manera casi un¨¢nime las palabras suplicantes del ministro de Asuntos Exteriores de Lituania: ¡°Debemos vencer el miedo a querer derrotar a Rusia¡±. Desde la incierta perspectiva de una ¡°victoria¡± que puede significar cualquier cosa, parece sobrar otro debate sobre el objetivo de nuestra ayuda militar y sobre la forma de alcanzarlo. As¨ª, el proceso de rearme parece adquirir un impulso propio empujado por la insistencia m¨¢s que comprensible del Gobierno ucranio, pero alimentado en nuestro pa¨ªs [Alemania] por la actitud belicista de una opini¨®n publicada casi sin fisuras que no da la palabra a la mitad de la poblaci¨®n alemana con sus dudas y razones.
?O tal vez no sea as¨ª del todo? Mientras tanto, surgen voces reflexivas que no solo defienden la postura del canciller, sino que instan a que se tome en consideraci¨®n abiertamente el dif¨ªcil camino hacia las negociaciones. Si me uno a estas voces es precisamente porque la frase ¡°Ucrania no debe perder la guerra¡± dice la verdad. Lo importante para m¨ª es el car¨¢cter preventivo de unas conversaciones a tiempo que eviten que una larga guerra se cobre a¨²n m¨¢s vidas, cause m¨¢s destrucci¨®n y acabe enfrent¨¢ndonos a una disyuntiva desesperada: intervenir activamente en el conflicto o abandonar a Ucrania a su suerte para no desencadenar la primera guerra mundial entre potencias con armas nucleares.
La guerra se prolonga; el n¨²mero de v¨ªctimas y la devastaci¨®n aumentan. ?Deber¨ªa el impulso de la ayuda militar que prestamos con buenas razones desprenderse ahora de su car¨¢cter defensivo porque el ¨²nico objetivo posible es la victoria sobre Putin? Washington ¡ªen su postura oficial¡ª y los gobiernos de los dem¨¢s Estados miembros de la OTAN acordaron desde el principio parar en el punto de no retorno: la entrada en la guerra.
Las dudas del presidente estado?unidense, Joe Biden, justificadas no solo desde el punto de vista t¨¦cnico, sino tambi¨¦n estrat¨¦gico, con las que se encontr¨® el canciller alem¨¢n, Olaf Scholz, cuando los tanques estaban a punto de ser entregados, han ratificado esa premisa del apoyo occidental a Ucrania. Hasta ahora, la preocupaci¨®n de Occidente se centraba en el problema de que ser¨ªan ¨²nicamente los dirigentes rusos los que decidir¨ªan en qu¨¦ momento el alcance y las caracter¨ªsticas de las entregas de armas occidentales se considerar¨ªan una entrada en guerra.
Pero desde que China tambi¨¦n se ha declarado contraria al uso de armas de destrucci¨®n masiva, esta preocupaci¨®n ha pasado a un segundo plano. En consecuencia, los gobiernos occidentales deber¨ªan dirigir su atenci¨®n a otro aspecto del problema. Desde la perspectiva de la victoria a toda costa, la mejora de la calidad de las armas que entregamos ha adquirido un impulso propio que podr¨ªa empujarnos de manera m¨¢s o menos inadvertida a traspasar el umbral de una tercera guerra mundial. Por eso, ahora ¡°no se deber¨ªa sofocar todo debate sobre en qu¨¦ momento tomar partido podr¨ªa convertirse en ser parte con el argumento de que solo con ello ya se le est¨¢ haciendo el juego a Rusia¡± (en palabras de Kurt Kister en el suplemento del S¨¹ddeutsche Zeitung del 11-12 de febrero de 2023).
Caminar son¨¢mbulo al borde del abismo se convierte en un peligro real sobre todo porque la alianza occidental no solo respalda a Ucrania, sino que no se cansa de asegurarle que apoyar¨¢ a su Gobierno durante ¡°el tiempo que sea necesario¡±, y que el Gobierno ucranio es el ¨²nico que puede decidir el calendario y el objetivo de las posibles negociaciones. Puede que esta aseveraci¨®n desanime al adversario, pero es incoherente y enmascara diferencias evidentes. Sobre todo, puede hacer que nos enga?emos sobre la necesidad de emprender iniciativas propias para las conversaciones.
Por un lado, no tiene sentido que solo una de las partes implicadas en la guerra pueda determinar su objetivo b¨¦lico y, dado el caso, el calendario de las negociaciones. Por otro, el tiempo que Ucrania podr¨¢ resistir depende tambi¨¦n del apoyo de Occidente.
Los intereses y las obligaciones de Occidente
Occidente tiene sus intereses leg¨ªtimos y sus propias obligaciones. Los gobiernos occidentales operan en una esfera geopol¨ªtica m¨¢s amplia y en esta guerra deben tener en cuenta otros intereses adem¨¢s de los de Ucrania. Tienen obligaciones legales con las necesidades de seguridad de sus ciudadanos y tambi¨¦n ¡ªindependientemente de lo que opine la poblaci¨®n ucrania¡ª una corresponsabilidad moral por las v¨ªctimas y la destrucci¨®n que causan las armas procedentes de sus pa¨ªses. Por lo tanto, no pueden trasladar al Gobierno ucranio la responsabilidad de las brutales consecuencias de una prolongaci¨®n de las hostilidades que solo es posible gracias a su apoyo militar.
El hecho de que Occidente no puede evitar tomar sus propias decisiones importantes y responder de ellas se manifiesta tambi¨¦n en su mayor temor: el escenario ya aludido en el que la superioridad militar rusa lo sit¨²e ante la disyuntiva de doblegarse o convertirse en parte beligerante. Otros motivos m¨¢s inmediatos por los que el tiempo apremia para negociar son el agotamiento de las reservas de personal y de los recursos materiales necesarios para la guerra. El factor tiempo influye tambi¨¦n en las convicciones y disposiciones de la poblaci¨®n occidental. Asimismo, es demasiado sencillo reducir las posturas en relaci¨®n con la controvertida cuesti¨®n del calendario de las negociaciones a la mera oposici¨®n entre moral e inter¨¦s propio. Las razones que urgen a poner fin a la guerra son, sobre todo, morales.
As¨ª pues, la duraci¨®n de la guerra influye en las perspectivas desde las que las poblaciones la perciben. Cuanto m¨¢s dura un conflicto armado, con m¨¢s fuerza se impone la percepci¨®n de la violencia explosiva que caracteriza en particular a las guerras modernas y m¨¢s determina la visi¨®n de la relaci¨®n entre la guerra y la paz en general. Me interesan estas perspectivas por lo que ata?en al debate que se est¨¢ iniciando poco a poco en Alemania sobre el sentido y la posibilidad de las negociaciones de paz. Ya desde el principio de la guerra, dos perspectivas desde las que percibimos y evaluamos los conflictos b¨¦licos encontraron expresi¨®n en la disputa sobre dos formulaciones vagas pero contrapuestas del objetivo de la guerra: ?la finalidad de nuestras entregas de armas a Ucrania es que esta ¡°no pierda¡± la guerra, o m¨¢s bien lograr la ¡°victoria¡± sobre Rusia?
Esta diferencia no aclarada en el plano conceptual tiene poco que ver con tomar partido a favor o en contra del pacifismo. Aunque es cierto que el movimiento pacifista surgido a finales del siglo XIX politiz¨® la dimensi¨®n violenta de las guerras, el motivo que lo impuls¨® no fue la superaci¨®n gradual de estas como medio de resoluci¨®n de los conflictos internacionales, sino la negativa absoluta a tomar las armas. En este sentido, el pacifismo no tiene relevancia para estas dos perspectivas, que se diferencian una de otra por el peso que conceden a las v¨ªctimas de la guerra.
Esto es importante porque el matiz ret¨®rico entre las expresiones ¡°no perder¡± y ¡°ganar¡± la guerra ya no separa a los pacifistas de los no pacifistas. Hoy en d¨ªa se?ala tambi¨¦n las oposiciones dentro de la facci¨®n pol¨ªtica que considera que la alianza occidental no solo est¨¢ legitimada para apoyar a Ucrania, sino tambi¨¦n obligada pol¨ªticamente a prestarle ayuda con entregas de armas, apoyo log¨ªstico y asistencia civil en su valiente lucha contra un ataque, contrario al derecho internacional, a la existencia y la independencia de un Estado soberano, y manifiestamente criminal.
Esta toma de partido tiene que ver con la simpat¨ªa por la dolorosa suerte de una poblaci¨®n que, tras muchos siglos de dominaci¨®n extranjera polaca, rusa y austriaca, no obtuvo su independencia como Estado hasta la ca¨ªda de la Uni¨®n Sovi¨¦tica. Entre las naciones europeas ¡°tard¨ªas¡±, Ucrania es la m¨¢s reciente. Podr¨ªa decirse que es todav¨ªa una naci¨®n en ciernes.
Pero incluso en el amplio bando de los partidarios de Ucrania, las opiniones sobre el momento adecuado para las negociaciones de paz est¨¢n divididas. Una parte se identifica con la demanda del Gobierno ucranio de que se aumente sin l¨ªmites el apoyo militar para derrotar a Rusia y restaurar as¨ª la integridad territorial del pa¨ªs, incluida Crimea. La otra quiere impulsar los intentos de lograr un alto el fuego y unas negociaciones que al menos eviten una posible derrota y restablezcan el statu quo anterior al 23 de febrero de 2022. Los pros y los contras de esas posiciones son el reflejo de experiencias hist¨®ricas.
No es casualidad que este conflicto latente reclame ahora con urgencia su resoluci¨®n. Desde hace meses, la l¨ªnea del frente est¨¢ congelada. Con el titular ¡®La guerra de desgaste favorece a Rusia¡¯, el Frankfurter Allgemeine, por ejemplo, informa sobre la guerra de posiciones en torno a Bajmut, en el norte de Donb¨¢s, con graves p¨¦rdidas para ambos bandos, y cita la desgarradora declaraci¨®n de un alto funcionario de la OTAN: ¡°Aquello parece Verd¨²n¡±. Las comparaciones con esa horrible batalla, la m¨¢s larga y mort¨ªfera de la Primera Guerra Mundial, solo guardan una relaci¨®n remota con el conflicto de Ucrania, y ¨²nicamente en la medida en que, a diferencia del objetivo pol¨ªtico que ¡°da sentido¡± al choque b¨¦lico, una prolongada guerra de posiciones sin grandes cambios en la l¨ªnea del frente nos hace conscientes del sufrimiento de las v¨ªctimas. El estremecedor reportaje de Sonia Zekri sobre el frente, que no oculta sus simpat¨ªas, pero tampoco dulcifica nada, recuerda de hecho a las descripciones del horror en el frente occidental en 1916. Los soldados ¡°a deg¨¹ello¡±, las monta?as de muertos y heridos, los escombros de casas, cl¨ªnicas y escuelas, en otras palabras, la obliteraci¨®n de toda vida civilizada, reflejan el n¨²cleo destructivo de la guerra, que sit¨²a bajo una luz diferente la declaraci¨®n de nuestra ministra [alemana] de Exteriores de que ¡°nuestras armas salvan vidas¡±.
En la medida en que las v¨ªctimas y la destrucci¨®n causadas por los combates nos obligan a verlas como lo que son, la otra cara del enfrentamiento armado pasa a primer plano, y ya no es solo un medio de defensa contra un agresor sin escr¨²pulos; el curso mismo de la guerra se experimenta como una violencia aplastante que deber¨ªa cesar cuanto antes. Y cuanto m¨¢s se desplazan los pesos de un aspecto al otro, m¨¢s claramente se impone esa sensaci¨®n de que la guerra no deber¨ªa existir. En las guerras, el deseo de vencer al enemigo siempre ha ido acompa?ado del deseo de acabar con la muerte y la destrucci¨®n. Y en la medida en que la ¡°devastaci¨®n¡± ha aumentado junto con la potencia de las armas, el peso relativo de estos dos aspectos tambi¨¦n se ha desplazado.
La experiencia previa
Las b¨¢rbaras experiencias de las dos guerras mundiales y de la tensi¨®n de la Guerra Fr¨ªa a lo largo del siglo pasado dieron lugar a un cambio conceptual latente en las mentes de las poblaciones afectadas. A menudo de manera inconsciente, estas llegaron a la conclusi¨®n de que las guerras, esa forma hasta entonces evidente de conducir y resolver los conflictos internacionales, eran del todo incompatibles con las normas de la coexistencia civilizada.
El car¨¢cter violento de la guerra perdi¨® en cierto modo su aura de naturalidad. Este cambio generalizado de conciencia tambi¨¦n ha dejado su huella en el desarrollo legal. El derecho humanitario b¨¦lico ya hab¨ªa sido un intento no demasiado fruct¨ªfero de domar el ejercicio de la violencia en la guerra. Pero al final de la Segunda Guerra Mundial, la violencia de la guerra en s¨ª misma ten¨ªa que ser pacificada por medio del derecho y sustituida por la ley como ¨²nico modo de resoluci¨®n de los conflictos in?terestatales. La Carta de Naciones Unidas, que entr¨® en vigor el 24 de octubre de 1945, y la creaci¨®n de la Corte Internacional de Justicia de La Haya revolucionaron el derecho internacional. El art¨ªculo 2 obliga a todos los Estados a resolver sus controversias internacionales por medios pac¨ªficos. La conmoci¨®n provocada por los excesos violentos de la guerra fue la que dio origen a esta revoluci¨®n.
Las conmovedoras palabras del pre¨¢mbulo reflejan el horror ante la visi¨®n de las v¨ªctimas de la Segunda Guerra Mundial. La frase clave es la que llama a ¡°aunar esfuerzos para¡ establecer procedimientos que garanticen que la fuerza armada solo se utilice en inter¨¦s com¨²n¡±, es decir, en inter¨¦s de los ciudadanos de todos los Estados y de todas las sociedades del mundo tal y como establece el derecho internacional. Esta consideraci¨®n por las v¨ªctimas de la guerra explica, por un lado, la abolici¨®n del ius ad bellum, el funesto ¡°derecho¡± de los Estados soberanos a hacer la guerra a su antojo, pero tambi¨¦n por qu¨¦ la doctrina de la guerra justa basada en la ¨¦tica no ha conocido ninguna forma de restauraci¨®n, sino que ha sido abolida salvo en lo que respecta al derecho de leg¨ªtima defensa del agredido. Las diversas medidas contra los actos de agresi¨®n que se enumeran en el cap¨ªtulo VII se refieren a la guerra como tal, y exclusivamente en el lenguaje jur¨ªdico. Para ello basta el contenido moral inherente al propio derecho internacional moderno.
A la luz de estos hechos es como he entendido la formulaci¨®n de que Ucrania ¡°no debe perder la guerra¡±. Porque a partir de la moderaci¨®n interpreto la advertencia de que tampoco Occidente, que permite que Ucrania siga la lucha contra un agresor criminal, debe olvidar ni el n¨²mero de v¨ªctimas, ni el peligro al que se exponen las v¨ªctimas eventuales, ni la magnitud de la destrucci¨®n real y posible que se acepta con el coraz¨®n encogido en nombre del objetivo leg¨ªtimo. Ni siquiera el partidario m¨¢s altruista queda exonerado de la responsabilidad de ponderar esta proporcionalidad.
La vacilante formulaci¨®n de que Ucrania ¡°no debe perder¡± pone en entredicho una perspectiva amigo-enemigo que considera la soluci¨®n b¨¦lica de los conflictos internacionales algo ¡°natural¡± y sin alternativa, incluso en el siglo XXI. Una guerra, y con m¨¢s raz¨®n la que ha iniciado Putin, es el s¨ªntoma de un retroceso con respecto al nivel de interacci¨®n civilizada entre potencias alcanzado a lo largo de la historia, especialmente entre aquellas potencias que han aprendido la lecci¨®n de las dos guerras mundiales. Si el estallido de conflictos armados no puede evitarse con sanciones dolorosas incluso para los propios defensores del derecho internacional quebrantado, la alternativa necesaria ¡ªfrente a una continuaci¨®n de la guerra cada vez con m¨¢s v¨ªctimas¡ª es la b¨²squeda de compromisos tolerables.
La objeci¨®n es evidente: por el momento no hay indicios de que Putin vaya a emprender negociaciones. ?No es esto raz¨®n suficiente para obligarle a dar su brazo a torcer por medios militares? Hay que a?adir, adem¨¢s, que Putin ha tomado decisiones que hacen casi imposible entablar negociaciones prometedoras, ya que con la anexi¨®n de las provincias orientales de Ucrania ha creado hechos y cimentado reclamaciones inaceptables para los agredidos.
Por otra parte, esto quiz¨¢ haya sido una respuesta, aunque desacertada, al error de la alianza occidental de dejar a Rusia deliberadamente a oscuras desde el principio en cuanto al objetivo de su apoyo militar, ya que ello dejaba abierta la perspectiva de un cambio de r¨¦gimen, algo inaceptable para Putin. Por el contrario, el objetivo declarado de restablecer el statu quo anterior al 23 de febrero de 2022 habr¨ªa allanado el camino posterior hacia las negociaciones. Pero ambas partes quer¨ªan desalentar a la otra marcando posiciones muy ambiciosas y aparentemente inamovibles. Las condiciones no son prometedoras, pero tampoco desesperadas.
Porque, adem¨¢s de las vidas humanas que la guerra se est¨¢ cobrando cada d¨ªa que pasa, los costes en recursos materiales que no pueden reemplazarse a voluntad van en aumento. Y para la Administraci¨®n de Biden, el tiempo corre. Solo esta idea ya deber¨ªa invitarnos a presionar para que se hagan esfuerzos en¨¦rgicos de iniciar negociaciones y buscar una soluci¨®n de compromiso que no otorgue a la parte rusa ninguna ganancia territorial posterior al inicio de la guerra, y que al mismo tiempo le permita salvar la cara.
Independientemente de que algunos jefes de Gobierno occidentales como el alem¨¢n Scholz y el presidente franc¨¦s, Emmanuel Macron, tengan contacto telef¨®nico con Putin, el Gobierno estadounidense, aparentemente dividido en este asunto, no puede mantener el papel oficial de espectador. Un desenlace negociado y sostenible no puede integrarse en el contexto de unos acuerdos de gran alcance sin la participaci¨®n de Estados Unidos. Las dos partes beligerantes est¨¢n interesadas en ello. Esto es v¨¢lido para las garant¨ªas de seguridad que Occidente debe proporcionar a Ucrania, pero tambi¨¦n para el principio de que el derrocamiento de un r¨¦gimen autoritario solo es cre¨ªble y estable en la medida en que surge de su propia poblaci¨®n, es decir, en que cuenta con apoyo desde dentro.
En general, la guerra ha dirigido la atenci¨®n a la necesidad acuciante de una regulaci¨®n en toda la zona de Europa Central y del Este que vaya m¨¢s all¨¢ de los objetos de litigio entre las partes beligerantes. El experto en Europa del Este Hans-Henning Schr?der, exdirector del Instituto Alem¨¢n de Asuntos Internacionales y de Seguridad de Berl¨ªn, se?al¨® (en el Frankfurter Allgemeine) los acuerdos de desarme y las condiciones marco econ¨®micas sin los cuales no es posible un tratado estable entre las partes implicadas directamente. La disposici¨®n de Estados Unidos a entablar esta clase de negociaciones de alcance geopol¨ªtico ser¨ªa un m¨¦rito que Putin podr¨ªa atribuirse.
Precisamente porque el conflicto afecta a una red de intereses m¨¢s amplia, no puede descartarse de entrada la posibilidad de encontrar la manera de poner de acuerdo unas exigencias por ahora diametralmente opuestas que salve la cara a ambas partes.