Habermas y la crisis de identidad alemana
El fil¨®sofo alem¨¢n public¨® a finales de abril un art¨ªculo defendiendo al canciller Olaf Scholz y le llovieron las cr¨ªticas. Pero Habermas no es ning¨²n conformista. Y no quiere que la indignaci¨®n con Rusia empa?e a?os de esfuerzos de su pa¨ªs por promover la paz
La invasi¨®n de Ucrania por parte de Vlad¨ªmir Putin ha trastocado por completo la pol¨ªtica mundial, y especialmente la alemana. Durante la sesi¨®n de emergencia del Bundestag celebrada el 27 de febrero, el canciller alem¨¢n, Olaf Scholz, proclam¨® que nos encontr¨¢bamos en una Zeitenwende, un punto de inflexi¨®n en la historia. El ataque de Rusia a Ucrania significaba el comienzo de una nueva era para Europa y Alemania. Pero ?en qu¨¦ direcci¨®n se encamina la historia?
Scholz prometi¨® aumentar el gasto de defensa de Alemania y en marzo anunci¨® la compra de un gran n¨²mero de los car¨ªsimos aviones de combate estadounidenses F-35. Posteriormente se endurecieron las sanciones contra Rusia, y Alemania ha aceptado incluso enviar armamento pesado a Ucrania. Pero Berl¨ªn se opone a un boicoteo total del petr¨®leo y el gas rusos, y el material militar que puede ofrecer a Kiev es limitado en comparaci¨®n con otros pa¨ªses eu?ropeos, por no hablar de Estados Unidos. Siempre existe la sospecha de retrasos deliberados, reticencias y miedos. La situaci¨®n se ha interpretado, en Alemania y en otros pa¨ªses, como una aut¨¦ntica crisis de identidad pol¨ªtica. En ning¨²n otro pa¨ªs de Occidente se ha movilizado la clase intelectual como en Alemania ni ha habido tanto debate y tanta cr¨ªtica sobre la actuaci¨®n del Gobierno en las televisiones y los peri¨®dicos. La situaci¨®n se ha exacerbado despu¨¦s de que Volod¨ªmir Zelenski criticara la tradicional pol¨ªtica de distensi¨®n de Alemania respecto a Rusia en el discurso que pronunci¨® ante el Bundestag en marzo y tras los comentarios asombrosamente sinceros del embajador de Ucrania en Berl¨ªn. Sabemos que las cosas se est¨¢n poniendo verdaderamente serias cuando J¨¹rgen Habermas, el decano de la filosof¨ªa y el comentario pol¨ªtico en Alemania, a sus 92 a?os, ha entrado en la refriega, por una vez para defender al Gobierno.
La agresi¨®n de Rusia ha hecho que en Alemania se planteen unas discusiones tan importantes porque el pa¨ªs debe su forma actual al fin pac¨ªfico de la Guerra Fr¨ªa y la reunificaci¨®n. El ¨¦xito de 1989 y 1990 fue posible gracias a casi dos d¨¦cadas de Ostpolitik, durante las que el comercio y la distensi¨®n con la Uni¨®n Sovi¨¦tica sirvieron para empezar a derribar el tel¨®n de acero. Para tener buenas relaciones con Mosc¨² siempre ha habido que pactar con el diablo, primero con el r¨¦gimen sovi¨¦tico y opresor, en los a?os setenta y ochenta, y luego con Vlad¨ªmir Putin, desde el a?o 2000. Cuando Rusia invadi¨® Georgia en 2008, cuando se anexion¨® Crimea en 2014 y cuando envenen¨® a Alex¨¦i Navalni en 2020, Berl¨ªn se encogi¨® de hombros y sigui¨® adelante. Ahora, el ataque de Putin a Ucrania y la extraordinaria resistencia ucrania impiden mantener esa estrategia.
El problema es especialmente delicado porque fue precisamente el partido del canciller Scholz, el Partido Socialdem¨®crata (SPD), entonces encabezado por el carism¨¢tico Willy Brandt, el que a finales de los a?os sesenta puso en marcha la Ostpolitik. La distensi¨®n est¨¢ muy arraigada en el SPD, y quien mejor lo simboliza es Gerhard Schr?der, excanciller e impenitente [ex]presidente del consejo de administraci¨®n de la petrolera estatal rusa Rosneft [casrgo del que dimiti¨® el viernes[. Pero los socialdem¨®cratas no son los ¨²nicos. Muchas voces de la derecha alemana han hablado desde siempre de las ventajas de lograr un modus vivendi con Rusia, primero con el zar, luego con los sovi¨¦ticos y ahora con Putin. Para ellos, Bismarck es el m¨¢ximo modelo de equilibrio entre Oriente y Occidente. En 2013, la ultraderechista Alternative f¨¹r Deutschland (AfD) hizo p¨²blico un programa de pol¨ªtica exterior directamente inspirado en el Canciller de Hierro y que defend¨ªa una pol¨ªtica exterior nacional segura de s¨ª misma pero consciente de la importancia de Rusia en la historia de Alemania desde la ¨¦poca de Federico el Grande y respetuosa con los intereses rusos en los Estados pos-sovi¨¦ticos. Esta tendencia es a¨²n m¨¢s fuerte por un trasfondo de antiamericanismo que destaca especialmente en la extrema izquierda de Die Linke. Y, como ha quedado vergonzosamente claro en los ¨²ltimos meses, en Berl¨ªn hay un desprecio generalizado por los derechos nacionales de los Estados ¡°peque?os¡± de Europa del Este ¡ªen particular Polonia y Ucrania¡ª que tienen la desgracia de estar encajonados entre Alemania y Rusia. Por su parte, las empresas industriales alemanas, como Siemens, se aferran a los 150 a?os de negocios rentables con Rusia, una relaci¨®n que no quieren que se rompa por una frusler¨ªa como la anexi¨®n de Crimea.
Ahora bien, aunque todos estos factores sean muy alemanes, tambi¨¦n han estado presentes en el resto del mundo desde el final de la Guerra Fr¨ªa. El petr¨®leo mueve mucho m¨¢s dinero que el gas ruso del que depende Alemania, y fueron las grandes petroleras brit¨¢nicas, estadounidenses y francesas las que llevaron a cabo grandes inversiones en Rusia en los a?os noventa y dos mil. En el terreno diplom¨¢tico, la tradici¨®n gaullista francesa busca el equilibrio entre Washington y Mosc¨². En Italia, Rusia siempre ha suscitado profundas simpat¨ªas. Y luego est¨¢ Londongrado.
Tambi¨¦n ser¨ªa est¨²pido decir que la Ostpolitik se ha vuelto controvertida ahora, despu¨¦s de que Putin invadiera Ucrania. La verdad es que ni en Bonn ni en Berl¨ªn fue nunca una estrategia dominante. Cuando la coalici¨®n social-liberal y progresista de Willy Brandt elabor¨® su pol¨ªtica exterior, a finales de los a?os sesenta, la derecha la critic¨® con enorme dureza. Siempre hubo que hacer equilibrios. Los cancilleres Helmut ?Schmidt, Helmut Kohl y Angela Merkel, por mucho que quisieran tener buenas relaciones con Mosc¨², eran atlantistas ac¨¦rrimos. En Alemania, ser un Putin-versteher (¡°comprensivo con Putin¡±) declarado no es lo m¨¢s habitual, sino una opini¨®n marginal. Die Linke y la AfD cuentan con grandes apoyos en la antigua RDA, pero no parece que ninguno de los dos vaya a formar parte nunca del gobierno nacional. Es significativo que el Partido de los Verdes, al que en alg¨²n momento se consider¨® un caballo de Troya de la neutralidad y el nacionalismo alem¨¢n, haya asumido desde hace tiempo una pol¨ªtica exterior que se define por dar prioridad absoluta a los derechos humanos y, en consecuencia, por alinearse sin vacilaciones con ¡°Occidente¡±.
Los estereotipos de trazo grueso no captan la complejidad de la pol¨ªtica alemana. El problema de mantener un equilibrio respecto a Alemania es real, y tanto las relaciones exteriores como la democracia son objeto de pol¨¦mica en el pa¨ªs, afortunadamente. Y no hay nadie que encarne esa historia con tanta solidez como J¨¹rgen Habermas.
Hace medio siglo, Habermas surgi¨® como el heredero en Alemania Occidental de la corriente te¨®rica cr¨ªtica conocida como la Escuela de Fr¨¢ncfort, as¨ª llamada por el Instituto de Investigaci¨®n Social fundado en la Universidad de Fr¨¢ncfort en 1929. A partir de las ra¨ªces del Instituto en el marxismo de entreguerras, Habermas, en los a?os sesenta y setenta, centr¨® su teor¨ªa cr¨ªtica no en el trabajo, sino en la comunicaci¨®n. Su preocupaci¨®n ha sido, toda la vida, la posibilidad de la raz¨®n y la emancipaci¨®n inherente al lenguaje, el discurso y la deliberaci¨®n. Impulsado por ese compromiso con una tradici¨®n que se remonta a la Ilustraci¨®n, en los a?os ochenta se distanci¨® de pensadores radicales franceses como Michel Foucault y Jacques Derrida. A finales de los noventa apoy¨® los bombardeos de la OTAN contra Yugoslavia. Y todo ello le granje¨® la fama de defensor del poder occidental.
Pero deducir que Habermas es un conformista es malinterpretar por completo su filosof¨ªa, su pol¨ªtica y, sobre todo, su presencia p¨²blica en la Alemania moderna. Habermas es desde hace 70 a?os una figura discutidora y a veces pol¨¦mica en la vida p¨²blica de la Rep¨²blica Federal. En los a?os cincuenta y sesenta puso en tela de juicio los v¨ªnculos de Martin Hei?degger con el nazismo y las beater¨ªas de la Guerra Fr¨ªa. En 1968 hizo de mediador con los estudiantes radicales. En los a?os setenta formul¨® una compleja teor¨ªa de la crisis de legitimaci¨®n. En los ochenta se opuso al rearme nuclear y denunci¨® el giro nacionalista y revisionista de la historiograf¨ªa, que amenazaba con relativizar el car¨¢cter singular del Holocausto. En el momento de la unificaci¨®n nacional, en 1990, exigi¨® que no se hiciera un mero Anschluss [anexi¨®n] de Alemania Oriental, sino que hubiera una convenci¨®n constitucional. A finales de los a?os noventa, su propuesta ¡ªjunto con Joschka Fischer¡ª de que Los Verdes aprobaran la intervenci¨®n en Yugoslavia, en nombre del deber de proteger, fue una posici¨®n controvertida y dif¨ªcil de seguir. En 2003, Habermas hizo frente com¨²n con Derrida contra la guerra de Irak. Entre 2010 y 2015, despu¨¦s de haber criticado durante mucho tiempo la judicializaci¨®n de la pol¨ªtica alemana bajo la autoridad del poderoso Tribunal Constitucional, denunci¨® la deriva tecnocr¨¢tica de la pol¨ªtica de la eurozona.
Esta no es la trayectoria de un conformista. En 2022, Habermas teme que vuelva a reforzarse la derecha con la excusa del entusiasmo por la resistencia ucrania. Y, una vez m¨¢s, su largo y reflexivo art¨ªculo del 28 de abril en el S¨¹ddeutsche Zeitung [y en Ideas] fue blanco de una avalancha de cr¨ªticas. Como muchas otras veces, la indignaci¨®n encontr¨® una plataforma en las p¨¢ginas del diario conservador Frankfurter Allgemeine Zeitung. En esta ocasi¨®n se acusa a Habermas de defender una tradici¨®n maltrecha y desacreditada de la pol¨ªtica germano-occidental, de estar en connivencia con Putin y de aferrarse a viejas ideas preconcebidas sobre la guerra nuclear, mientras trata con condescendencia a los ucranios y sus partidarios entre los j¨®venes alemanes.
No hizo ning¨²n favor a Habermas el hecho de que su art¨ªculo se publicara al lado de una carta abierta sin pies ni cabeza, que expresaba una posici¨®n derrotista. El te¨®rico radical y activista multimedia Alexander Kluge se las arregl¨® para decir a un entrevistador de radio que la rendici¨®n de 1945 le hab¨ªa ense?ado que rendirse no estaba mal. Olvid¨® mencionar que su ciudad natal se rindi¨® a los estadounidenses. Alice Schwarzer, una figura inmensa del feminismo alem¨¢n, insiste en que Zelenski es un provocador. Ambos firmaron una carta abierta que pon¨ªa en duda el derecho del Gobierno de Ucrania a decir a Alemania cu¨¢l era la pol¨ªtica adecuada e incluso el derecho de Zelenski a hablar en nombre de su pueblo, que, seg¨²n imaginaban los firmantes alemanes, quiz¨¢ preferir¨ªa un alto el fuego inmediato y las consiguientes negociaciones.
Habermas no firm¨® la carta. No es ning¨²n pacifista. La objeci¨®n a la violencia tiene un l¨ªmite, que es cuando est¨¢n en juego las libertades fundamentales. Habermas reconoce que el suministro de armas a Ucrania es esencial. Lo que critica no son las peticiones de que se tomen m¨¢s medidas, sino el tono en que se hacen. Le preocupa ¡°la seguridad con la que los alemanes llenos de indignaci¨®n moral atacan a un gobierno federal introspectivo y reservado¡±.
Esa seguridad se traiciona a s¨ª misma. Todas las personas decentes estar¨¢n de acuerdo en que la agresi¨®n de Putin no debe triunfar. Pero tambi¨¦n debemos convenir en que una guerra con Rusia es inconcebible. Rusia es una potencia nuclear y la posibilidad de escalada causa espanto. Cualquier intervenci¨®n pol¨ªtica de buena fe, insiste Habermas, tiene que abordar de frente este dilema.
Para Occidente, escrib¨ªa Habermas en su art¨ªculo, ¡°dado que ha decidido ser parte beligerante en este conflicto, hay un umbral de riesgo que le impide comprometerse a enviar todo el armamento que haga falta a Ucrania¡ Quienes no tienen en cuenta ese umbral y se empe?an en seguir presionando de forma agresiva al canciller alem¨¢n pasan por alto o no entienden el dilema en el que esta guerra ha sumido a Occidente, que, con su decisi¨®n ¡ªmoralmente justificada¡ª de no pelear en el conflicto, se ha atado de pies y manos¡±.
Ante este dilema, la impaciencia de los detractores de Scholz ¡ªentre los que, adem¨¢s de los portavoces ucranios y los halcones de la derecha, est¨¢n muchos de los viejos pacifistas en las filas del Partido Verde¡ª no es inocente. Lo que est¨¢n poniendo en duda, dice Habermas, es ¡°la estrategia general de la pol¨ªtica alemana de dar prioridad al di¨¢logo y la paz¡±, que nunca debe darse por sentada. Cost¨® mucho conseguirla y, como se?ala Habermas, ¡°ha recibido cr¨ªticas constantes de la derecha¡±.
Los que alegan que pensar en la amenaza nuclear de Rusia es ceder al chantaje tienen raz¨®n. Pero cometen el error de creer que as¨ª zanjan la discusi¨®n. En realidad, lo ¨²nico que hacen es reformular el problema. Como indica Habermas, ¡°quienes se oponen a ejercer una ¡®pol¨ªtica del miedo¡¯ de forma racional y justificada ya se han sumado al tipo de argumento en el que insiste con raz¨®n el canciller Olaf Scholz: el de una reflexi¨®n minuciosa, pol¨ªticamente responsable y objetivamente exhaustiva¡±.
Este modo de argumentaci¨®n es t¨ªpico de Habermas. Por un lado, ofrece una afilada cr¨ªtica pol¨ªtica y, por otro, expone las condiciones imprescindibles para un consenso racional. Tambi¨¦n hace otra cosa t¨ªpica de ¨¦l, que es proponer un an¨¢lisis de los motivos sociopol¨ªticos de la confusi¨®n actual. La causa principal de la intensidad del debate alem¨¢n es, seg¨²n Habermas, que la guerra ha desencadenado, m¨¢s que un giro hist¨®rico decisivo ¡ªen palabras de Scholz¡ª, un enfrentamiento de distintas temporalidades. Un choque, como dice Habermas, entre ¡°mentalidades contempor¨¢neas pero no simult¨¢neas desde el punto de vista hist¨®rico¡±.
Parte de la tensi¨®n procede de la propia Alemania. Como alegan los cr¨ªticos y Habermas est¨¢ dispuesto a reconocer, su propia generaci¨®n vive con la huella pol¨ªtica indeleble de la era at¨®mica y sus consecuencias, que estableci¨® el fin de la historia militar convencional.
Los hijos y nietos de esa generaci¨®n heredaron una cultura a¨²n m¨¢s convencida de la fuerza del derecho internacional. Y la interpretaci¨®n de Habermas es que es ese compromiso con las normas el que les hace exigir que Putin comparezca ante el Tribunal de La Haya. Lo incongruente es que tenga que ser precisamente Habermas quien les recuerde que ni Rusia ni Estados Unidos aceptan la autoridad del tribunal internacional y que exigir que se juzgue a Putin como criminal de guerra equivaldr¨ªa a una declaraci¨®n de guerra. Que los antiguos pacifistas conviertan ahora la defensa de Ucrania en una justa cruzada no significa, dice Habermas, que se hayan vuelto realistas, sino que han puesto el realismo del rev¨¦s. El denominador com¨²n es un apasionado compromiso de defender las normas frente a las situaciones m¨¢s duras.
Luego est¨¢ la enigm¨¢tica figura del propio Putin. ?A qu¨¦ ¨¦poca pertenece? ?Es una criatura de la historia profunda de Rusia? ?O, como prefiere Habermas, un arribista resentido, surgido tras la ca¨ªda del poder sovi¨¦tico? ?Representa un verdadero peligro nuclear, dispuesto a llegar hasta el final? ?O todo esto es un farol? Nuestra desorientaci¨®n, en parte, se debe a que no sabemos hasta qu¨¦ punto debemos tomarle en serio.
Por ¨²ltimo, est¨¢ la gran sorpresa que nos ha deparado esta crisis que es Ucrania con su extraordinaria resistencia. Como subraya Habermas, ¡°en nuestra admiraci¨®n por Ucrania hay tambi¨¦n un elemento de asombro ante la certidumbre de la victoria y el valor inquebrantable de los soldados y reclutas de todas las edades, decididos como sea a defender su patria de un enemigo militarmente muy superior¡±.
En opini¨®n de Habermas, ese fen¨®meno es otra forma m¨¢s de expresar la contemporaneidad de lo no contempor¨¢neo. Ucrania est¨¢ en la fase de creaci¨®n de un Estado nacional, Alemania ya la super¨® hace tiempo. Cuando vemos las reacciones espont¨¢neas de entusiasmo y solidaridad con Ucrania, los alemanes y todos los occidentales deber¨ªamos tener en cuenta esa diferencia y lo que implica. Nos emociona el hero¨ªsmo de los ucranios, y eso pone de manifiesto el des¨¢nimo que invade nuestra pol¨ªtica. Pero no debemos despreciar sin m¨¢s nuestra cultura posheroica. Es una consecuencia hist¨®rica l¨®gica de vivir bajo el paraguas de la OTAN. En cambio, el coraje desesperado de los ucranios refleja que ellos no. En estas circunstancias, se pregunta Habermas, ¡°?no es una forma de enga?osa santurroner¨ªa apostar por la victoria ucrania contra la guerra asesina de Rusia sin empu?ar nosotros las armas? La ret¨®rica belicosa no concuerda con las gradas desde las que se utiliza¡±.
Esta distancia entre las naciones-Estado ya asentadas y la que todav¨ªa est¨¢ por hacerlo tiene consecuencias para ambas partes. No podemos seguir jaleando la sangre desde la seguridad de las gradas. Pero Ucrania tambi¨¦n debe revisar sus t¨¢cticas diplom¨¢ticas.
A Habermas se le ha acusado de insinuar que Volod¨ªmir Zelenski y los guerreros de la informaci¨®n de Ucrania nos est¨¢n manipulando con una h¨¢bil operaci¨®n medi¨¢tica y que est¨¢n ejerciendo un chantaje moral, cosa que, por supuesto, es verdad. Tampoco hay que avergonzarse de ello. Kiev est¨¢ librando la batalla de la informaci¨®n con la misma determinaci¨®n y habilidad que muestra en otros frentes. Est¨¢ haciendo exactamente lo que debe hacer. Lo que quiere subrayar Habermas es algo m¨¢s sutil.
Ucrania aprovecha el sentimiento de culpa de los alemanes por su pasividad. Pero la posici¨®n de Alemania tambi¨¦n se explica por su historia. Como se?ala Habermas, ¡°los aliados no deben reprocharse mutuamente el hecho de tener diferentes mentalidades pol¨ªticas que hist¨®ricamente no coinciden porque unos est¨¢n todav¨ªa en pleno proceso de construir un Estado nacional y otros han superado ya ese proceso de formaci¨®n¡±.
Ucrania y Alemania tienen que aprender a relacionarse pese a ese desfase. Y para eso hacen falta tacto, perspicacia y diplomacia. Dice Habermas: ¡°¡ Hay que aceptar que esas diferencias son una realidad y tenerlas en cuenta a la hora de cooperar. Mientras esas diferencias que definen la perspectiva permanezcan en segundo plano, lo ¨²nico que crear¨¢n es confusi¨®n emocional¡±.
Se pudo comprobar con la reacci¨®n al estremecedor discurso de Zelenski en el Bundestag, en el que calific¨® la atenci¨®n que presta Alemania a la memoria del Holocausto de palabrer¨ªa sin valor. Aunque el Gobierno y el Bundestag no dedicaron ni un minuto a discutir el discurso, la poblaci¨®n s¨ª reaccion¨®, seg¨²n Habermas, con una mezcla confusa de ¡°claros indicios de aprobaci¨®n¡± e identificaci¨®n espont¨¢nea con la posici¨®n de Zelenski y una actitud defensiva y de orgullo.
La cr¨ªtica de Zelenski fue un ataque contundente, que, con su ¡°olvido de las diferencias hist¨®ricas de percepci¨®n e interpretaci¨®n de la guerra, no solo desemboca en errores importantes a la hora de relacionarse con el otro, sino, a¨²n peor, en una mutua incomprensi¨®n de lo que el otro piensa y quiere verdaderamente¡±.
Habermas est¨¢ advirtiendo a sus conciudadanos contra el espejismo de que, a trav¨¦s de Ucrania, hay una v¨ªa para regresar al futuro. La actitud posheroica es una reacci¨®n hist¨®ricamente l¨®gica a la historia de Europa desde el final de la II Guerra Mundial y la Guerra Fr¨ªa. Tratar de cerrar la brecha emocional y cultural que separa a Alemania de Ucrania en medio de la constante realidad del enfrentamiento nuclear es poco realista y peligroso. El problema que debemos resolver colectivamente es c¨®mo ofrecer nuestro apoyo genuino sin dejar de ser conscientes de la distancia. Se podr¨ªa decir que Habermas nos exhorta a desentra?ar la pol¨ªtica de alianzas en el escenario internacional y bajo la sombra de la amenaza nuclear.
Lo que est¨¢ claro es que tenemos que encontrar una soluci¨®n constructiva al dilema planteado por la guerra, una soluci¨®n que, como dice Habermas en su ¨²ltima frase, debe definirse en funci¨®n de una aspiraci¨®n esencial: ¡°Ucrania ¡®no debe perder¡¯ esta guerra¡±. Su proyecto de construcci¨®n de un Estado nacional debe continuar.
En cuanto a Europa, su tarea es otra. Lo que el contraste con Ucrania debe sacar a la luz no es tanto la falta de una identidad nacional debidamente heroica como la falta de capacidades posnacionales en la UE. Como se?ala Habermas, si los que han proclamado que estamos en un punto de inflexi¨®n hist¨®rico son los mismos que defienden desde hace mucho que Europa debe ser capaz de defenderse militarmente por s¨ª sola para garantizar que ¡°su forma de vida social y pol¨ªtica¡± no se desestabilice desde fuera ni se vac¨ªe desde dentro. Esa no ser¨ªa una respuesta equiparable al hero¨ªsmo de Ucrania, pero al menos permitir¨ªa a Europa hacer pol¨ªtica con independencia tanto de Estados Unidos como de Rusia. En estos momentos, los pol¨ªticos estadounidenses se desviven por dar decenas de miles de millones de d¨®lares a Ucrania para luchar contra Rusia. El hecho de que puedan ponerse de acuerdo en eso y no en la pol¨ªtica de salud o el cambio clim¨¢tico es un s¨ªntoma de la situaci¨®n disfuncional de Estados Unidos. Pero no sabemos qu¨¦ nos va a deparar la pol¨ªtica estadounidense a corto plazo. Es posible que Europa se encuentre, m¨¢s pronto que tarde, ante un desorientador choque de temporalidades hist¨®ricas y tiempo pol¨ªtico, no en Europa del Este, sino al otro lado del Atl¨¢ntico. Como nos recuerda Habermas, la reelecci¨®n de Macron nos ha proporcionado otra oportunidad. ?La aprovechar¨¢ Europa?
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