La frontera de sangre del Dari¨¦n
Panam¨¢ no quiere que se termine la carretera desde Colombia por miedo a la violencia y drogas de su vecino
Son 69 kil¨®metros, con un puente de 1,3 kil¨®metros sobre el r¨ªo Atrato, que desaf¨ªa a la selva y al conflicto armado que asola el abandonado departamento colombiano del Choc¨®. Pero la carretera, de la que faltan 30 kil¨®metros, provoca una batalla, pac¨ªfica pero enconada, en la intrincada y turbulenta zona fronteriza entre Colombia y Panam¨¢. El Gobierno colombiano insiste en hacer franqueable el tap¨®n del Dari¨¦n y su consejero presidencial, Fabio Valencia, reitera que la v¨ªa estar¨¢ terminada en 2010. Entretanto, Panam¨¢ se hace el loco; su ministro de Obras P¨²blicas, Benjam¨ªn Colamarco, responde a Colombia con contundencia: "Esa carretera no est¨¢ en nuestros planes".
Para los empresarios de la rica regi¨®n de Antioquia, en Colombia, la v¨ªa que llevar¨¢ el asfalto hasta la frontera es fundamental para que sus exportaciones alcancen el canal de Panam¨¢ de forma m¨¢s r¨¢pida y barata. Pero en Panam¨¢, nadie quiere abrir el tap¨®n del Dari¨¦n. Temen que los males colombianos se contagien a la tranquila Panam¨¢ con m¨¢s facilidad que ahora. Los argumentos oficiales para poner la carretera que una los dos pa¨ªses en el ¨²ltimo lugar de las prioridades son medioambientales y de seguridad.
El tap¨®n del Dari¨¦n, como se conoce popularmente a esta barrera selv¨¢tica que marca los 16.803 kil¨®metros cuadrados de la frontera menos medi¨¢tica de Colombia, ha sido tradicionalmente un muro divisorio entre Centroam¨¦rica y Suram¨¦rica que, primero, presum¨ªa de frenar la fiebre aftosa (la plaga de la ganader¨ªa m¨¢s temida en la regi¨®n), y luego, de constituir un freno al conflicto armado colombiano.
El ministro de Gobierno y Justicia de Panam¨¢, Daniel Delgado, reconoci¨® recientemente que por esta frontera y por las aguas del Pac¨ªfico y del Atl¨¢ntico que la flanquean circular¨¢n este a?o unas 1.400 toneladas de coca¨ªna procedente de Colombia. En las playas del Pac¨ªfico paname?o que limitan con la frontera colombiana es tan f¨¢cil ver cascadas de ensue?o, o delfines y ballenas, como lanchas r¨¢pidas en un trasiego ilegal que parece invisible para las fuerzas de seguridad de uno y otro lado de la frontera. Narcotraficantes y miembros del Frente 57 de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) hacen un sandwich entre mar y selva en el que sobreviven comunidades ind¨ªgenas ember¨¢, a las que nadie ayuda. Por si su aislamiento fuera poco, ahora se les a?ade el estigma de "colaboradores de los terroristas", es decir, de la guerrilla.
"Somos paname?os y merecemos que se nos respete la vida, pero empezamos a pensar que nos quieren sacar de ac¨¢", explica L¨¢zaro Pacheco, l¨ªder de la comunidad de Guayabito, mientras mira con preocupaci¨®n el ej¨¦rcito infantil que juega en esta playa paradisiaca donde se est¨¢ viviendo un infierno. En voz baja, mirando al suelo, los moradores confiesan que s¨ª, que por aqu¨ª pasan guerrilleros. "Y tambi¨¦n los narcos, pero ?qu¨¦ podemos hacer?, ?les decimos que no arrimen la lancha?", se pregunta de manera ret¨®rica uno de los pescadores del lugar.
Al miedo a los ilegales hay que agregar el que genera la autoridad. Hasta hace meses era extra?o ver en esta zona, a poco m¨¢s de media hora de Colombia por mar, a las unidades de la polic¨ªa fronteriza paname?a (lo m¨¢s parecido a un Ej¨¦rcito en un pa¨ªs que carece de ¨¦l desde la invasi¨®n estadounidense en 1989). Todo cambi¨® tras un choque a tiros en el mar entre una lancha con seis presuntos integrantes de las FARC y otra con polic¨ªas en febrero.
La ¨²ltima semana de abril, la polic¨ªa fronteriza paname?a lanz¨® una operaci¨®n llamativa en un lugar conocido como Playa Luciano, para detener al cabeza de familia de la decena de ind¨ªgenas que all¨¢ malviven. Josefino Chimicui, conocido como Yaviza, de 66 a?os malvividos, no estaba en casa, pero las fuerzas de seguridad dispararon, lanzaron granadas y tomaron una playa donde s¨®lo encontraron a tres mujeres, cinco ni?os y un hombre adulto. Ni rastro de la guerrilla.
Cuando se marcharon no quedaba un plato entero, hab¨ªan quemado una lancha, otra la hab¨ªan partido y tirado al mar, y cualquier cosa de valor fue confiscada. Yaviza ya ha sido acusado formalmente de colaborar con la guerrilla. Al temor habitual, ahora se suma la frustraci¨®n. La presi¨®n viene de todas partes. Las fuerzas de seguridad colombianas, acantonadas en la atrincherada poblaci¨®n de Jurad¨® (tomada por las FARC en diciembre de 2000), tampoco dejan a estos ind¨ªgenas de la frontera comprar v¨ªveres en cantidades importantes, por si terminan en manos de la guerrilla, ni vender su pescado.
Del lado colombiano, la situaci¨®n real es un enigma. De la frontera con Panam¨¢ apenas se habla en Bogot¨¢. El departamento del Choc¨®, uno de los m¨¢s empobrecidos del pa¨ªs, s¨®lo es famoso por matanzas —como la que en 2002 caus¨® 90 muertos— o los casos de fallecimiento de ni?os ind¨ªgenas por hambre o desastres naturales.
Los datos, dif¨ªciles de compilar, hablan de la mayor presencia militar del pa¨ªs en proporci¨®n a la poblaci¨®n. Hay un soldado por cada 130 chocoanos civiles, mientras cada 3.750 ciudadanos tienen que pelearse por un m¨¦dico y s¨®lo hay 90 camas de hospital para 450.000 habitantes.
"Lo que ha cambiado en los ¨²ltimos seis o siete a?os tiene mucho que ver con la libertad de expresi¨®n. Ahora se mata y se atenta contra los derechos humanos igual o peor que antes, pero ahora nadie denuncia", dice un misionero laico que lleva 30 a?os en la zona pra explicar la ley del silencio que all¨ª rige.
El recorrido por el imponente r¨ªo Atrato es un buen indicador de la cr¨ªtica situaci¨®n. Poblaciones empobrecidas, sin trabajo, sin otra cosa que hacer que ver pasar el agua, entre peque?as bases militares, patrulleras armadas, retenes? ?Y en la selva? Las FARC y el Ej¨¦rcito de Liberaci¨®n Nacional (ELN). "Hay combates y muertos todo el tiempo, pero eso no lo cuentan los medios colombianos, aliados del Gobierno", aseguraba hace meses el comandante Becerro, dirigente del Frente 57 de las FARC, desde uno de los afluentes del Atrato. Armas y m¨¢s armas que no han logrado devolver la paz a una zona que vio c¨®mo la irrupci¨®n del paramilitarismo en 1996 trajo la confrontaci¨®n y la peor de las pesadillas para la poblaci¨®n civil.
?C¨®mo han cambiado las cosas desde la desmovilizaci¨®n? Una sonrisa ir¨®nica se dibuja en el rostro de un analista que no quiere que se publique su nombre, an¨®nimo en un pa¨ªs de an¨®nimos por el riesgo que comporta abrir la boca. "No ha habido desmovilizaci¨®n paramilitar, sino reorganizaci¨®n", se?ala.
Ahora, los ?guilas Negras, principal reagrupaci¨®n paramilitar, compite con grup¨²sculos como Los Rastrojos por el control del negocio de la coca, de la madera o del comercio local. "Y lo m¨¢s incre¨ªble es que a veces el negocio lo arreglan con la guerrilla", explica otra fuente fiable.
En Quibdo, la capital del departamento colombiano del Choc¨®, se ve cierta prosperidad esquiva. Y no es que la econom¨ªa haya resucitado donde no hay econom¨ªa, sino que los tr¨¢ficos ilegales est¨¢n pasando por un buen momento.
Mucho m¨¢s al este de Quibdo se encuentra el golfo de Urab¨¢, la desembocadura del r¨ªo Atrato y otro de los agujeros de este tap¨®n maltrecho. Desde all¨¢, uno de los bastiones hist¨®ricos del paramilitarismo, se inicia el tr¨¢fico humano hacia Panam¨¢. "Ahora llegan a cuentagotas y muchos mueren en el camino, pero nadie va a reclamar por los ilegales", diagnostica un polic¨ªa paname?o del cuartel de La Palma, el principal de Dari¨¦n.
El tap¨®n est¨¢ abierto. Un secreto a voces silenciado en Panam¨¢ por el temor a la colombianizaci¨®n del pa¨ªs. Un embajador europeo que conoce la zona lo resume as¨ª: "Es tan selv¨¢tica, que esta frontera es incontrolable. Es rid¨ªculo siquiera pensar que sea posible".
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