El precio de mirar hacia otro lado
La comunidad internacional permaneci¨® pasiva ante el asesinato de 800.000 tutsis y hutus moderados en el pa¨ªs africano
Ruanda ha comenzado a conmemorar su mayor tragedia nacional: el genocidio que en la primavera de 1994 acab¨® con la vida de 800.000 tutsis y hutus moderados. En s¨®lo 100 d¨ªas, los genocidas acabaron con el 20% de la poblaci¨®n. Mataron lista en mano, dirigidos por las milicias del Poder Hutu y alentados por locutores de la radio de las Mil Colinas que exig¨ªan arrancar los fetos de las mujeres embarazadas tutsis.
La llamada comunidad internacional dispone tambi¨¦n de 100 d¨ªas para recordar y meditar sobre su pasividad mientras los interhamwe (los que matan juntos) macheteaban a un ritmo de 333 muertos a la hora. La Iglesia cat¨®lica tiene tambi¨¦n motivos para la reflexi¨®n y para pedir perd¨®n a las v¨ªctimas por el papel de algunos de sus sacerdotes y monjas, que reunieron a sus fieles tutsis en los templos y despu¨¦s participaron, cuando no dirigieron, su asesinato.
A¨²n se discute qui¨¦n dispar¨® o mand¨® disparar el misil tierra-aire que derrib¨® el avi¨®n del presidente de Ruanda, Juv¨¦nal Habyarimana, el 6 de abril de 1994, y cuya muerte puso en marcha la maquinaria del genocidio. Se discute con pasi¨®n en Francia, cuyo Gobierno liderado entonces por Fran?ois Mitterrand fue de los mayores responsables: aliment¨® durante a?os de armas al Poder Hutu y organiz¨® en los estertores del genocidio la Operaci¨®n Turquesa, que no era una misi¨®n humanitaria, sino militar, cuyo fin fue salvar a los l¨ªderes de su r¨¦gimen favorito a los que asent¨® en la frontera de Zaire en decenas de campamentos.
Se discute qui¨¦n mat¨® a Habyarimana cuando el hecho incontestable es que la matanza estaba preparada minuciosamente por el Poder Hutu y que exist¨ªan listas de tutsis por distritos, aldeas y barrios y las milicias de asesinos sab¨ªan lo que deb¨ªan hacer cuando se diera la orden.
Al presidente lo pudieron matar los radicales de su r¨¦gimen que lo consideraban un traidor por firmar los acuerdos de paz de Arusha con la guerrilla del Frente Patri¨®tico Ruand¨¦s (FPR), creada por los tutsis exiliados en Uganda a finales de los a?os cincuenta y que hab¨ªa ocupado el norte de Ruanda. Lo pudo matar el FPR, que ten¨ªa acantonado en Kigali a 600 hombres tras esos acuerdo de paz, y lo pudo matar una potencia extranjera insatisfecha con el manejo de la situaci¨®n de su antiguo cliente. La lista de sospechosos es larga; las pruebas, escasas.
Discutir tanto sobre la excusa que pone en marcha una maquinaria de muerte que asesin¨® a un ritmo tres veces superior al de los nazis en el Holocausto y obviar el genocidio posterior es una forma de negacionismo, de empat¨ªa moral con los ejecutores, con los asesinos.
El genocidio de 800.000 personas y la huida de dos millones de hutus asustados a Zaire, arrastrados por el Poder Hutu (a los que se negaban a abandonar sus aldeas se les acusaba de colaboracionistas), provoc¨® una quiebra moral, tal vez irreparable, de la sociedad ruandesa. La toma del poder por parte del Frente Patri¨®tico Ruand¨¦s en julio de 1994 puso fin al genocidio de tutsis, pero no a la muerte (una epidemia de c¨®lera mat¨® en Goma a 30.000 hutus ese verano) ni a las matanzas, las de los otros y las suyas.
Durante dos a?os, la comunidad internacional (ONU y ONG incluidas, aunque ¨¦se no era su trabajo) mantuvo campos de refugiados de Zaire en las provincias de Kivu Norte y Kivu Sur, fronterizos con Ruanda, pese a que eran gobernados por los genocidas. Desde esos campos se lanzaron incursiones contra la nueva Ruanda y se produjeron nuevos asesinatos. Nadie hizo nada por impedirlo. Se prefiri¨® otra vez mirar hacia otro lado. Algunos de los pa¨ªses que enviaban ayuda a los Kivus vend¨ªan armas a los asesinos que obten¨ªan el dinero para pagarlas del comercio ilegal de la ayuda humanitaria recibida.
En 1996, las nuevas autoridades de Ruanda lanzaron una ofensiva militar contra los campos a trav¨¦s de una guerrilla local, los banyamulengues (tutsis zaire?os), apoyada por soldados regulares. Decenas de miles de hutus huyeron a la selva, aunque la gran mayor¨ªa opt¨® por regresar a su pa¨ªs. La ca¨ªda de los campos a finales de 1996 puso en marcha una rebeli¨®n m¨¢s amplia, liderada por Ruanda y Uganda y su hombre, Laurent Kabila, contra Mobutu Sese Seko, el dictador de Kinshasa y estrecho aliado de Francia. El FPR aprovech¨® ese avance hacia la capital zaire?a para matar todos los hutus posibles, sin diferenciar entre genocidas y escudos humanos.
Aquel avance hacia Kinshasa de una guerrilla variopinta liderada por Kabila escond¨ªa otra guerra dentro la guerra, la pugna entre Francia, la vieja metr¨®poli, y EEUU que, ganada la Guerra Fr¨ªa, dej¨® de ver comunistas por doquier y empez¨® a detectar valiosos minerales en el subsuelo africano.
En mayo de 1997 cay¨® Mobutu del trono de Kinshasa y se instal¨® en ¨¦l Kabila, el hombre de Ruanda y Uganda que no cumpli¨® las expectativas. Por ello, sus patrocinadores trataron de derrocarle en agosto de 1998. Del fracaso de aquella asonada brot¨® otra guerra que implic¨® a Zaire (llamada ya Rep¨²blica Democr¨¢tica de Congo), Ruanda, Uganda, Burundi, Namibia, Angola, Chad, Sud¨¢n y Zimbabue. Esta guerra mundial africana, que finaliz¨® con unos precarios acuerdos de paz en julio de 2003, ha causado la muerte directa o indirecta (hambre y enfermedades) de m¨¢s de cinco millones de personas, seg¨²n las ONG.
Dec¨ªa al principio que todo empez¨® con un genocidio de 800.000 personas que nadie quiso o supo parar. Como ahora en Sud¨¢n, donde tambi¨¦n falta perspectiva. O como sucedi¨® en Bosnia-Herzegovina: m¨¢s de 100.000 muertos y dos millones de desplazados y refugiados de una guerra que en marzo se cumplieron 17 a?os de su inicio. De aquella incapacidad de actuar naci¨® Kosovo y sus consecuencias de Abjacia y Osetia del Sur. La pol¨ªtica internacional es una compleja madeja que no obedece a c¨®modos plazos electorales de cuatro a?os. A veces, mirar hacia otro lado mata, es obsceno, y a la larga resulta demasiado caro desde el punto de vista pol¨ªtico.
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