"C¨®mo me col¨¦ y le di la mano a Obama"
Quer¨ªa conocer a Barack Obama. Verlo en persona. Como periodista, me interesaba mucho. Y, para qu¨¦ negarlo, quer¨ªa saber qu¨¦ apariencia ten¨ªa el c¨¦lebre personaje en vivo. Estaba convencida de que ser¨ªa inaccesible, de que las medidas de seguridad me lo impedir¨ªan siempre. Pens¨¦ que ser¨ªa imposible. Pero me equivoqu¨¦. Consegu¨ª acercarme al mism¨ªsimo presidente de Estados Unidos. Me present¨¦, le di la mano y tras dedicarme las pocas palabras que conoce en espa?ol "Buenas tardes, amiga", sal¨ª por donde hab¨ªa entrado, sorteando decenas de guardaespaldas.
Todo ocurri¨® en la V Cumbre de las Am¨¦ricas, la primera reuni¨®n de los 34 presidentes latinoamericanos con el nuevo l¨ªder de EE UU. Se celebraba en Puerto Espa?a, capital de Trinidad y Tobago, durante el fin de semana del 17 al 19 de abril pasado. Yo me encontraba entonces en Venezuela colaborando con un diario de Maracaibo. Les coment¨¦ si podr¨ªamos cubrir esa cumbre internacional. No hab¨ªa presupuesto. Decid¨ª pagarlo de mi propio bolsillo. Al llegar a Puerto Espa?a, procedente de la Isla de Margarita, se form¨® una fila ante una mesa con un cartel: Acreditaciones. Yo no ten¨ªa. Me coloqu¨¦ en la fila, esper¨¦ turno hasta que toc¨® identificarme: Lidia Jim¨¦nez. "No la encontramos en la lista", dijeron en ingl¨¦s. "Qu¨¦ raro", contest¨¦ yo. Tras preguntar a otras cuatro personas, se concluy¨® que definitivamente mi nombre no figuraba en ninguna parte. "?Y qu¨¦ hago ahora? ?He venido hasta aqu¨ª para nada?", pregunt¨¦ enfadada. "No se preocupe, le acreditamos ahora mismo", contestaron. Superado el primer obst¨¢culo.
Un hotel de lujo albergaba a la mayor¨ªa de mandatarios. Algunos, como Hugo Ch¨¢vez, hab¨ªan enviado a su equipo de seguridad varios d¨ªas antes para supervisarlo todo. En la prensa local se criticaba el hecho de que hab¨ªan aislado la zona de celebraci¨®n de la cumbre y ning¨²n vecino de la ciudad pod¨ªa acercarse a un kil¨®metro de lo que fue definido como red zone (zona roja). Pero yo ya estaba dentro, con mi acreditaci¨®n colgada del cuello. Ocup¨¦ una mesa y un ordenador del edificio de prensa en el que hab¨ªa profesionales de todos los rincones del mundo. El primer d¨ªa estuvo muy interesante. Pero el segundo fue mejor. Se celebrar¨ªa una reuni¨®n privada de los 34 presidentes. All¨ª estar¨ªa Barack Obama. El encuentro se desarrollar¨ªa en el edificio que quedaba frente al gran hotel. Para acceder a ¨¦ste, las decenas de guardaespaldas -no s¨®lo de Obama sino del resto de presidentes-, se fijaban en la acreditaci¨®n, muy serios, y despu¨¦s abr¨ªan el paso. Junto a las puertas del sal¨®n de actos, el asunto se puso m¨¢s serio. La prensa estaba prohibida. Obama iba a llegar. El personal de seguridad de la Casa Blanca era el doble de alto que el resto, con el m¨ªtico pinganillo en la oreja, en plan El Guardaespaldas.
Uno era tan grande que sac¨® a un periodista venezolano en volandas y los pies le colgaban como si fuera un mu?eco. Creo que hab¨ªa desobedecido alguna orden. Yo no desobedec¨ª ninguna. "Por aqu¨ª. ?chense para atr¨¢s. Despejen la zona". De repente, vi el ¨²nico hueco posible para entrar en la sala-b¨²nker: la fila de siete fot¨®grafos con permiso especial que dispon¨ªan de tres minutos para retratar al presidente norteamericano. Llevaban un chaleco amarillo y circulaban, a pasitos, con la mano en el hombro de la persona de delante. Intent¨¦ meterme entre el segundo y el tercer fot¨®grafo. Me lo impidi¨®. Lo volv¨ª a intentar. Nada. Al ¨²ltimo intento, el tercero, un chico me col¨® en la fila ante la mirada un tanto desconcertada de dos guardaespaldas. Nuevo obst¨¢culo superado.
Ya dentro de la sala, todo eran sonrisas e incluso alg¨²n saludo, como el del presidente ecuatoriano, Rafael Correa. La seguridad hab¨ªa desaparecido. Me pase¨¦ por la sala, observ¨¦ la mesa ovalada gigante repleta de botellas de agua y cartelitos con los nombres de cada uno de los presidentes: Michelle Bachelet; Luiz In¨¢cio Lula da Silva; Evo Morales ... Estaban todos. Mientras los gr¨¢ficos hac¨ªan su trabajo de tres minutos, me acerqu¨¦ a Obama, por detr¨¢s, y esper¨¦ mi turno. El presidente se gir¨®, me vi¨® y me alarg¨® la mano. Tras estrech¨¢rsela, le dije que era espa?ola, periodista y que no le preguntar¨ªa nada. No estaba permitido. "That's fine. Buenas tardes, amiga", respondi¨®. Despu¨¦s me mov¨ª por la sala, le d¨ª la mano a Hugo Ch¨¢vez y me sent¨¦ en una silla. Todos los presidentes ten¨ªan dos o tres asientos reservados para su personal privado. A mi lado una asesora, creo que chilena, me llam¨® la atenci¨®n. "Si te ven con esa acreditaci¨®n de periodista te van a echar de aqu¨ª", me advirti¨®. "Bueno, ya me la quito", contest¨¦. "No s¨¦ si puedes estar aqu¨ª, es una reuni¨®n privada", contraatac¨®. "No, yo s¨®lo entr¨¦ para saludar a Obama", reconoc¨ª. "?En serio?", salt¨® ella, "Qu¨¦ suerte". A los cinco minutos, temiendo que alguien me descubriera, sal¨ª por donde hab¨ªa entrado. Un guardaespaldas abri¨® la puerta y me salud¨® atentamente.
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