EE UU llega a Hait¨ª para imponer el orden
Ante la inoperancia de Naciones Unidas, el pueblo haitiano se encomienda a Estados Unidos para huir del desastre y del hambre
Al aeropuerto de Puerto Pr¨ªncipe no dejan de llegar aviones cargados de medicinas, alimentos y pol¨ªticos de alto rango. Pero las medicinas y los alimentos se quedan en su mayor¨ªa en la orilla de las pistas, dentro de cajas bien apiladas, y los pol¨ªticos se montan en un helic¨®ptero para ver la ciudad por encima del olor a cad¨¢ver y del llanto de los ni?os, hacen unas declaraciones a la altura de la tragedia y se marchan un rato despu¨¦s. Todo eso lleva pasando una semana, bajo la mirada de decenas de haitianos que acuden cada d¨ªa para observar por encima de la tapia o a trav¨¦s de las alambradas. Este lunes, esas decenas de personas se convirtieron en miles ante el anuncio del desembarco inminente de las tropas norteamericanas. La tensi¨®n fue creciendo y la gente intent¨® traspasar la alambrada para hacerse por las bravas con la ayuda que Naciones Unidas no ha sido capaz de repartir a¨²n. Se produjeron forcejeos, disparos de los antidisturbios y varios heridos.
Los incidentes se desataron al tiempo que el primer buque norteamericano de desembarco atracaba en el puerto. Y s¨®lo un rato despu¨¦s de que un avi¨®n de carga de EE UU con la inscripci¨®n El esp¨ªritu de los hermanos Wright abriera su compuerta trasera bajo el ruido infernal de sus turbinas. Pero, para entonces, ya los ¨¢nimos estaban caldeados. Desde hace unos d¨ªas, y ante la inoperancia de Naciones Unidas, la pregunta m¨¢s repetida en Hait¨ª es: "?Usted sabe cu¨¢ndo llegan los americanos?". La coletilla, con ligeras variaciones, siempre es la misma, da igual que la formule un maestro de escuela que se salv¨® de la muerte por unos segundos o Wilfredo, un estudiante de enfermer¨ªa asfixiado por la cantidad de heridos sin el consuelo de un calmante que siguen doli¨¦ndose en los jardines del Hospital General: "No tenga duda. O esto lo arreglan los americanos o no lo arregla nadie". Y, por lo vivido en Hait¨ª desde el terremoto, ni el maestro ni Wilfredo deben de andar muy descaminados.
Porque no son los haitianos los ¨²nicos que esperan la llegada de los 10.000 soldados de Obama. A pie de pista, dos funcionarios europeos, un gendarme franc¨¦s y un guardia civil espa?ol, ofrecieron a este peri¨®dico la misma versi¨®n de lo sucedido en el interior del aeropuerto de Puerto Pr¨ªncipe desde el martes del terremoto: "Hasta 40 horas despu¨¦s del temblor no recibimos una orden. Los cooperantes de los distintos pa¨ªses nos dedicamos a intentar salvar a las nuestros. Hasta que pas¨® mucho tiempo, nadie pareci¨® percatarse de que los haitianos tambi¨¦n necesitaban ayuda. Y seguimos como nos ve usted, mano sobre mano, esperando que alguien decida algo para salir a patrullar las calles, a poner un poco de orden, a repartir la ayuda. F¨ªjese hasta d¨®nde llegar¨¢ el descontrol que han tenido que cambiar por ineficaz al anterior jefe de seguridad. Y el nuevo ha dicho que quien tenga miedo que se vaya lo antes posible a su pa¨ªs, que prefier a 13 trabajando que a 600 par¨¢sitos...".
El franc¨¦s admite que, aunque su gobierno haya criticado el desembarco norteamericano antes de producirse, por el momento son los ¨²nicos que saben c¨®mo funcionar en Hait¨ª. Un ejemplo es el campo de golf Club Petionville. Desde all¨ª se divisa toda la ciudad. Junto a la piscina, donde antes disfrutaban los pocos ricos de Puerto Pr¨ªncipe, ahora hay 300 soldados de la 82nd Airborne Division. Este lunes repartieron 10.000 bolsas de agua y 4.000 de comida. El oficial Barrieau, de 26 a?os, explica: "Nosotros s¨®lo nos limitamos a organizar la ayuda. F¨ªjese all¨ª: nuestros soldados le est¨¢n entregando los alimentos a los haitianos y ellos se la reparten con sus vecinos". En efecto, los marines se pasan de uno en uno las cajas y el ¨²ltimo eslab¨®n de la cadena de ayuda es un civil haitiano. "Queremos que la poblaci¨®n interact¨²e entre ellos", a?ade el oficial, y luego cita a su comandante en jefe: "Como ha dicho nuestro presidente Obama, nuestro objetivo es poner a este pa¨ªs de pie y hacer de Hait¨ª un lugar estable en el medio plazo. No venimos a conquistar a nadie. F¨ªjese que nuestra divisi¨®n no va armada...". Este lunes, cientos de v¨ªctimas del terremoto iban entrando de forma ordenada en el campo de golf, recog¨ªan su comida y su agua y se iban. La cola med¨ªa m¨¢s de 300 metros. Fuera del alcance de la vista de las v¨ªctimas, un segundo cintur¨®n de marines armados supervisaba la operaci¨®n.
Unas calles m¨¢s abajo, la ciudad sigue ofreciendo el mismo aspecto que d¨ªas atr¨¢s salvo en una cuesti¨®n: cada vez hay m¨¢s tensi¨®n y el pillaje se ha convertido en un espect¨¢culo habitual en las calles del centro de Puerto Pr¨ªncipe. Pero, por lo dem¨¢s, sigue habiendo muertos abandonados por las esquinas -una semana despu¨¦s del terremoto...- y los hospitales siguen sin dar abasto. Los m¨¦dicos tienen que seguir practicando amputaciones y hace falta dar muchas vueltas por la ciudad para encontrar alg¨²n cami¨®n repartiendo comida o agua. Si los haitianos sobreviven a estas alturas es porque llevan d¨¦cadas haci¨¦ndolo frente a la adversidad. En medio del olor insoportable que envuelve el mercado del puerto, de pronto aparecen una lechuga muy fresca y un tomate reluciente, un barbero afeitando a su cliente y un tipo que se hace lustrar los zapatos mientras mira al horizonte la llegada del primer buque del desembarco.
Una semana justa despu¨¦s del terremoto, Hait¨ª vivi¨® este lunes el principio de una esperanza -la de la ayuda que por fin est¨¢ a punto de llegar—y el fin de otra. A la altura del 353 de la calle Bourdon, un polic¨ªa pide a los transe¨²ntes que guarden silencio y escuchen. El s¨¢bado pasado, una mujer mand¨® un mensaje de m¨®vil diciendo que se encontraba bajo las ruinas del Unibank. Fue su ¨²ltimo mensaje. Como dice el oficial paname?o que dirige su rescate: "Ya no hubo m¨¢s mensajes. O se acab¨® la bater¨ªa del tel¨¦fono o la mujer muri¨®". Pero, hace un rato, alguien dijo que hab¨ªa escuchado una voz, o un golpe, o tal vez s¨®lo un deseo.
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