A matar al mensajero
En M¨¦xico, la censura a la prensa cambi¨® de due?o: en vastas regiones, el narco silencia a periodistas
Trabajar como periodista en M¨¦xico puede ser una cosa de vida o muerte. Sobretodo si se vive y labora en las zonas m¨¢s calientes en el pa¨ªs, donde los c¨¢rteles de la droga han sentado sus imperios. En esas regiones la autoridad no importa, pues mandan los criminales. Como los gobiernos no son capaces de proveer seguridad para el trabajo, los medios optan por callar. La censura en M¨¦xico cambi¨® de due?o aceleradamente: de ser la bota dura de gobiernos aut¨®cratas hasta hace unos tres lustros, pas¨® a ser la mano dura de los monopolios que exig¨ªan impunidad a cambio de publicidad a principio de esta d¨¦cada. Hoy, las cosas son m¨¢s violentas.
El viejo adagio de plata o plomo de las mafias se transform¨® en silencio o plomo. Muy simple. Antes compraban su silencio con dinero; ahora con su benevolencia para permitir mantener la vida. Casi nadie traga fuego en M¨¦xico. El ¨²ltimo, y pr¨¢cticamente el ¨²nico que s¨ª lo hizo fue Jes¨²s Blancornelas, un periodista controvertido y heroico que viv¨ªa en Tijuana, Baja California, la frontera m¨¢s transitada hacia Estados Unidos, donde cuando los pol¨ªticos dejaron de ser relevantes se enfrent¨® a los narcotraficantes. Los jefes del C¨¢rtel de Tijuana ordenaron su asesinato, pero sobrevivi¨® gracias a que 120 balazos de un fusil de asalto que estaban dirigidos a ¨¦l, pegaron sobre su chofer que se lanz¨® sobre de ¨¦l para protegerlo.
Blancornelas acab¨® su vida de muerte natural, pero sus ¨²ltimos a?os vivi¨® muerto. Tras el atentado, una escolta de militares se encarg¨® de cuidar de ¨¦l; perdi¨® toda la libertad de movimiento. Pese a vivir recluido y amenazado, nunca perdi¨® la libertad de pensamiento y continu¨®, hasta el final, horadando todo lo que pod¨ªa a los narcotraficantes. Su pluma se convirti¨® en fierro caliente, y hace casi una d¨¦cada empez¨® a notar c¨®mo cada vez m¨¢s, los peri¨®dicos de la frontera norte mexicana y algunos m¨¢s hacia el sur, dejaban de publicar sus art¨ªculos. En las condiciones de inseguridad que viv¨ªan, eran imposibles de publicar.
Con ¨¦l se dio el punto de inflexi¨®n real en la vida diaria de los medios y los periodistas que trataban de registrar lo que estaba sucediendo en sus plazas con el deterioro en la seguridad. Fue un cambio notable en la batalla por la libertad de prensa en M¨¦xico, que siempre tuvo sus bemoles y rem¨® a contracorriente. Durante los 25 ¨²ltimos a?os del Siglo XX fue una lucha de algunos contra el autoritarismo, donde se pagaba con represi¨®n y despidos realizados por due?os subordinados al poder. Siguen existiendo vestigios de aquellas ¨¦pocas hoy en d¨ªa, pero lo que antes era norma, hoy es excepci¨®n.
Con la delincuencia organizada, los t¨¦rminos son distintos. En un peri¨®dico de Tamaulipas llegaron un d¨ªa hace no mucho los abogados del C¨¢rtel del Golfo para pagar un desplegado de su ex l¨ªder, Osiel C¨¢rdenas. Cuando los due?os dijeron que no lo publicar¨ªan, la respuesta de los abogados fue muy clara: o publicaban la inserci¨®n, o al d¨ªa siguiente publicaban el obituario del propietario. La espectacularidad de recientes acontecimientos en varias ciudades de la frontera norte regres¨® a un primer plano de preocupaci¨®n la seguridad de los periodistas.
Este es un tema que divide a muchos, e inclusive polariza. Hay a quienes no les importa en absoluto lo que suceda o deje de suceder con ese gremio, y otros, periodistas algunos de ellos, consideran que la protecci¨®n para ellos debe ser la misma que tiene un ciudadano ordinario. No es lo mismo, por las caracter¨ªsticas del trabajo que realizan los periodistas y los medios. En los tiempos que se viven, acallar a la prensa ha permitido a la delincuencia organizada en varias regiones del pa¨ªs proveer un blindaje a los funcionarios y polic¨ªas que tienen en sus n¨®minas, y a dejar inermes a las sociedades que los padecen. El que las cosas nunca lleguen a la opini¨®n p¨²blica no significa que no sucedan. A lo que s¨ª contribuye el silencio de la prensa es a la impunidad.
En Michoac¨¢n, una provincia en la costa del Pac¨ªfico, los periodistas viven permanentes bajo amenaza. Cada vez que escriben un texto o salen a hablar en la radio o televisi¨®n, deben de cuidar muy bien sus palabras para evitar que alguien, entendi¨¦ndose por alguien un capo de las drogas, se vaya a sentir afectado y ordene matarlo. En Zacatecas, hace poco m¨¢s de un a?o, los criminales convocaron a una rueda de prensa para exigir a los periodistas -que llevaron el mensaje a sus jefes- que dejaran de informar sobre hechos en donde estuvieran involucrados, o se atuvieran a las consecuencias.
La semana pasada, dos enviados de la estaci¨®n de televisi¨®n del Grupo Milenio en Reynosa, una ciudad en la provincia de Tamaulipas que hace frontera con Texas, fueron "levantados" (secuestrados) por sicarios y los expulsaron de la ciudad. Les sali¨® barato. Periodistas en esa zona ni siquiera hablan en privado de lo que sucede, ni env¨ªan correos electr¨®nicos aportando alguna informaci¨®n sobre lo que sucede, por temor de que los criminales monitoreen sus comunicaciones y les cueste la vida. Alejandro Junco, due?o del influyente diario Reforma, se fue con sus hijos y nietos a vivir a Estados Unidos luego que recibi¨® un video que mostraba los movimientos de sus familiares al salir de su casa, en las escuelas de los ni?os y en los trabajos. Como en Colombia, cuando en v¨ªsperas de asesinar a un periodista le llegaban flores sin destinatario, el video que le lleg¨® a Junco parec¨ªa seguir el mismo patr¨®n.
A diferencia de la gran mayor¨ªa de los periodistas, Junco pudo acudir a una pronta cita con el presidente Felipe Calder¨®n para exponerle el caso. La respuesta de Calder¨®n fue descorazonadora: est¨¢ mal, pero se va a poner peor. De hecho, se ha puesto peor para los periodistas. El Centro de Periodismo y ?tica Pol¨ªtica document¨® el a?o pasado 183 actos de violencia contra periodistas en el pa¨ªs, que signific¨® un incremento de 10,23% con respecto a 2008. De ellos, presume en 12 la autor¨ªa de la delincuencia organizada. Un creciente n¨²mero de medios en todo el pa¨ªs est¨¢ dejando de publicar las firmas de sus reporteros en informaciones relacionadas con el narcotr¨¢fico; varios de ellos como resultado de amenazas directa contra sus periodistas.
La semana pasada el presidente Calder¨®n reconoci¨® que la delincuencia organizada se ha convertido en la principal amenaza para la libertad de prensa, pero sus palabras parecen estar m¨¢s cerca de la demagogia que del reconocimiento pleno de lo que significa una sociedad sin informaci¨®n. El gobierno federal est¨¢ pensando en crear una comisi¨®n intersecretarial que incluya a representantes de periodistas y de defensores de derechos humanos para enfrentar los riesgos en los que viven. Organizaciones de periodistas dicen que no est¨¢ mal, pero que es insuficiente.
Lo que no ataca el gobierno, pese a reconocerlo, es que la debilidad de las instituciones y la falta de gobernabilidad en varias regiones del pa¨ªs han permitido que sean los c¨¢rteles de la droga quienes decidan qu¨¦ se informa y qu¨¦ no, qui¨¦n vive y qui¨¦n no. Se supone que uno de los objetivos de la guerra contra el narcotr¨¢fico era precisamente fortalecer instituciones y generar gobernabilidad, lo que no ha sucedido. Se pueden haber reducido las bolsas territoriales controladas por los criminales, es cierto, pero como lo pueden corroborar en diversas regiones del pa¨ªs consideradas como zonas calientes, el gobierno no ha podido proveer seguridad a los informadores para que informen, y tampoco ha tenido la capacidad para frenar la temporada de caza de periodistas en la que estamos entrando.
El autor dirige el portal www.ejecentral.com.mx.
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