Tahrir, la madre de todas las plazas
La enorme glorieta que han vuelto a tomar los manifestantes es el centro de la vida de El Cairo
Si, como dicen los ¨¢rabes, El Cairo es la madre de todas las ciudades, Tahrir es la madre de todas las plazas. La enorme glorieta que aparece ya en nuestro imaginario llena de tiendas de campa?a y manifestantes es el punto neur¨¢lgico de la capital egipcia, una rotonda en la que confluyen las principales arterias de la ciudad, dos de las tres l¨ªneas de Metro y un trasiego de coches y gente que hacen imposible imagin¨¢rsela vac¨ªa. Pero, sobre todo, es el s¨ªmbolo de la revoluci¨®n que en febrero consigui¨® deponer a Hosni Mubarak, un lugar al que acudir para reivindicar la libertad y que ahora han vuelto a tomar miles de personas para evitar que los vientos de cambio choquen con el f¨¦rreo muro del ej¨¦rcito.
En Midan Tahrir -como la conocen los cairotas-, el simbolismo empieza por su propio nombre (liberaci¨®n, en ¨¢rabe) y contin¨²a por las decenas de manifestaciones que se han realizado all¨ª cada viernes, mes tras mes, desde finales de enero. En ellas es habitual ver tanto ni?os con la bandera de Egipto pintada en la cara como ancianos con barba y galabiya (una t¨²nica tradicional), pasando por j¨®venes con carteles reivindicativos en ¨¢rabe o ingl¨¦s. El v¨ªdeo de la canci¨®n Sout al Hurriya (La voz de la libertad), grabado en la plaza, ha contribuido a popularizarla como un lugar en el que todo parece posible. ¡°En cada calle de mi pa¨ªs / la voz de la libertad nos llama¡±, cantan ni?os, j¨®venes y mayores en las im¨¢genes, que han visto cerca de dos millones de personas en Youtube.
Pero su encanto no s¨®lo proviene del eterno bullicio que la adorna, sino tambi¨¦n de la cantidad de edificios que la fortifican. De entrada, el Museo Egipcio, un mamotreto rosado y con un aire marchito que alberga aut¨¦nticas joyas de la civilizaci¨®n fara¨®nica. A su izquierda, a pocos metros, llama la atenci¨®n una construcci¨®n carbonizada: la que fuera sede del partido de Mubarak, a la que prendieron fuego en los primeros momentos de la revoluci¨®n y que se ha mantenido en el mismo estado. Todos los turistas que visitan el vecino museo contemplan una curiosa panor¨¢mica de los restos del incendio, situado justo frente a la salida de este.
Al otro lado, cruzando la enorme avenida, hay una mezquita y, unos pasos m¨¢s all¨¢, la Mugamma, un monstruoso edificio gris en el que se albergan dependencias gubernamentales y al que el visitante tal vez deba acudir para solicitar una ampliaci¨®n del visado u otros papeleos. Y todav¨ªa hay m¨¢s: en el otro lado de la rotonda se encuentran algunos comercios y varias teter¨ªas siempre a rebosar de cairotas y for¨¢neos que quieren pararse a contemplar la plaza. En uno de estos establecimientos, seg¨²n cuentan, sol¨ªa sentarse durante horas Naguib Mahfuz, Premio Nobel de Literatura pero, sobre todo, uno de los escritores que mejor ha descrito la ciudad, es decir, a sus habitantes.
En Tahrir, adem¨¢s, confluyen varios mundos. De aqu¨ª parten la calle Talab Harb, una de las m¨¢s comerciales de la capital, y Al Kasr Al Aini, llena de bancos y oficinas en su camino hacia el barrio noble de Garden City. Pero sale tambi¨¦n la avenida Tahrir, que deja intuir, unos metros adelante, el Nilo, protagonista de las noches de la capital egipcia y en cuya orilla pasan las noches las clases menos pudientes.
El centro de la plaza, sin embargo, no es nada majestuoso: la preside una glorieta de tierra, enorme, con apenas unos matorrales como adorno. Un espacio que da la impresi¨®n de haber quedado como olvidado, como si alguien no se hubiera acordado de plantar flores en su interior. Sin embargo, todo el entorno se transforma cuando, como ahora, lo ocupan miles de personas y aparece en nuestras pantallas atestado de ciudadanos unidos en un grito de libertad.
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