El arte de manipular a los enemigos
Los problemas que hoy afronta Yemen son el resultado de las pol¨ªticas de Saleh, ocupado en el juego del divide y vencer¨¢s
San¨¢ se ha llenado esta noche de disparos festivos. Es la forma que los yemen¨ªes tienen de celebrar los grandes acontecimientos. Y la salida pactada del presidente Ali Abdal¨¢ Saleh despu¨¦s de 33 a?os al frente de Yemen constituye uno de ellos. Despu¨¦s de declarar que estaba dispuesto a dejar el poder para desdecirse hasta en tres ocasiones, muchos tem¨ªan que solo una guerra civil fuera capaz de desalojarlo del Palacio de Saba¨ªn, como desde enero ped¨ªa el movimiento popular inspirado en las revueltas de T¨²nez y Egipto.
Ha sido un largo trayecto desde que en 1978, siendo un joven oficial, alcanz¨® la presidencia del entonces Yemen del Norte, poniendo fin a dos d¨¦cadas de guerra civil. Para sorpresa de sus compa?eros de armas, que aceptaron su nombramiento crey¨¦ndole maleable, se revel¨® m¨¢s astuto que sus dos predecesores, quienes murieron asesinados. ¡°Gobernar Yemen es como bailar con serpientes¡±, sol¨ªa decir a sus interlocutores, present¨¢ndose como el ¨²nico capaz de preservar un Yemen unido frente a la rebeld¨ªa de las tribus y el secesionismo del sur.
En 1990 se colg¨® otra medalla al reunificar el pa¨ªs, aprovechando que con la desaparici¨®n de la Uni¨®n Sovi¨¦tica, el Sur se qued¨® sin su principal patrocinador. Acord¨® entonces repartir el poder con los dirigentes de Ad¨¦n, establecer un sistema multipartidista y convocar elecciones legislativas tres a?os despu¨¦s. El descontento con los resultados llev¨® a los sure?os a levantarse en armas en 1994. Saleh aplast¨® la insurrecci¨®n sin contemplaciones. Pero fue la recuperaci¨®n por la v¨ªa diplom¨¢tica de una isla yemen¨ª en poder de Eritrea lo que le granje¨® que el Parlamento le ascendiera a mariscal.
A sus 69 a?os, Saleh se ha convertido en el presidente que m¨¢s tiempo ha estado al frente del pa¨ªs y uno de los m¨¢s veteranos del mundo. Dos factores han contribuido a ello: su habilidad para manipular a unos grupos contra otros y el sistema de clientelismo con el que ha gobernado. La primera le ha permitido mantener el pa¨ªs en un estado de caos controlado que le hac¨ªa parecer imprescindible. El segundo ha comprado lealtades y distribuido cargos entre familiares y fieles. Ambos han alentado la corrupci¨®n que ahora alienta las protestas.
De hecho, gran parte de los problemas que hoy afronta Yemen son el resultado de sus propias pol¨ªticas. Su historial de coqueteo con los extremistas isl¨¢micos en busca de apoyo pol¨ªtico es para muchos responsable tanto de la rebeli¨®n de los Huthi en el Norte, como de la presencia de Al Qaeda en suelo yemen¨ª. En los a?os noventa del siglo pasado, Saleh alent¨® a la minor¨ªa chi¨ª zaid¨ª (a la que ¨¦l mismo pertenece) para que hiciera frente al avance del salafismo. Eventualmente, la milicia, dirigida por miembros del clan Huthi (de ah¨ª su nombre), se le fue de las manos.
De igual modo, acogi¨® a los muyahid¨ªn ¨¢rabes que hab¨ªan luchado contra la URSS en Afganist¨¢n y los utiliz¨® para vencer a los rebeldes del Sur en la guerra civil de 1994. Sin embargo, a partir del atentado contra el destructor estadounidense Cole en el a?o 2000, se convirtieron en un quebradero de cabeza. Tras el 11-S, Saleh incluso viaj¨® a Washington temeroso de que EE UU fuera a bombardear su pa¨ªs. Pero su compromiso con la lucha antiterrorista ha sido como m¨ªnimo ambiguo, tal como revelaron las filtraciones de Wikileaks.
Ocupado en el juego del divide y vencer¨¢s, Saleh ha tenido poco tiempo o pocas ganas para invertir en el desarrollo del rinc¨®n m¨¢s pobre de la pen¨ªnsula Ar¨¢biga. A medida que aumentaba la poblaci¨®n y disminu¨ªan los ingresos del petr¨®leo descubierto hace dos d¨¦cadas, tambi¨¦n se fue quedando sin recursos para seguir cooptando a las tribus. A¨²n as¨ª, y a pesar de todos los pron¨®sticos en contra, ha logrado salir indemne de su baile con las serpientes.
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