El racismo mata
La caza de todo aquel que no parece europeo se ha generalizado en las ciudades europeas
En el curso de la crisis econ¨®mica y social, estamos asistiendo en todos los pa¨ªses europeos al aumento del odio y del racismo contra los inmigrantes y los extranjeros. Podr¨ªamos hacer aqu¨ª la lista de los pa¨ªses afectados por esa peste de los tiempos modernos y, m¨¢s a¨²n, recordar que esta se desarrolla sin que los poderes, aparte de algunas declaraciones lenitivas, reaccionen seriamente. En Tur¨ªn, acaban de asesinar a dos j¨®venes senegaleses, as¨ª, por pura reacci¨®n visceral contra unos trabajadores que no tienen la fortuna de ¡°parecer¡± del pa¨ªs donde viven¡ La extrema derecha se crece con la crisis: la inmigraci¨®n es un chivo expiatorio ideal, indefensa, sin derechos verdaderos dignos de la civilizaci¨®n europea, y los partidos tradicionales, ya sean de derechas o de izquierdas, solo alzan la voz t¨ªmidamente para condenar el ostracismo del que los extranjeros son v¨ªctimas.
El nacionalismo chovinista, sencillamente xen¨®fobo, se vuelve banal hasta el punto de no sorprender ya a nadie. La crisis econ¨®mica en la que se debate Europa acent¨²a ese estado de ¨¢nimo. Lo que en estos momentos est¨¢ m¨¢s tocado es el concepto mismo de solidaridad. Muchos movimientos y partidos pol¨ªticos que defend¨ªan la inmigraci¨®n callan ahora para no dar la impresi¨®n de estar ayudando a poblaciones al¨®genas en competencia, en el mercado laboral, con las aut¨®ctonas. M¨¢s grave a¨²n: los partidos conservadores europeos, apoyados en su momento por algunos partidos socialistas, adoptaron en junio de 2008 en el Parlamento Europeo la directiva llamada de la ¡°verg¨¹enza¡±, que expon¨ªa a la vindicta p¨²blica (y policial) a los inmigrantes ¡°no comunitarios¡±. Una actitud escandalosa que nunca hay que dejar de recordar a quienes tomaron el partido de dividir la solidaridad humana.
Desde esa ¨¦poca, la caza de todo aquel que no parece europeo se ha generalizado en las ciudades europeas: en las calles, en los metros, se han multiplicado los controles policiales basados en caracter¨ªsticas raciales. En Europa, los ministerios del Interior presentan el n¨²mero de arrestados ¡°ilegales¡± cada a?o como trofeos de guerra, y a¨²n m¨¢s el n¨²mero de expulsiones. La campa?a presidencial francesa, que empieza ahora, ver¨¢ sin duda a un Sarkozy exhibiendo cifras r¨¦cord de expulsiones y a una Marine Le Pen, dirigente del Frente Nacional de extrema derecha, replic¨¢ndole que no ha habido suficientes. Podemos apostar a que Italia, como Grecia, no se quedar¨¢n a la zaga en los dif¨ªciles a?os de crisis que se perfilan. El actual Gobierno de derechas y de extrema derecha griego est¨¢ compuesto por un partido que reivindica abiertamente el racismo y el antisemitismo. Este partido, por cierto, ha participado ya estas ¨²ltimas semanas en acciones contra los inmigrantes en Atenas. En Italia, acabamos de entrar en la fase de los asesinatos.
?Qu¨¦ hacer ante este racismo que mata? No hay 36 soluciones: son necesarias unas leyes mucho m¨¢s estrictas para castigar a los culpables. El racismo no es una opini¨®n, es un delito penal. Las leyes antirracistas son el principal dique contra la barbarie. Si a principios de los a?os treinta del siglo pasado la Alemania de Weimar hubiese estado dotada de un arsenal de leyes represivas contra el racismo y el antisemitismo, el nazismo, que se aprovech¨® de la desesperaci¨®n social provocada por la crisis de 1929, no se habr¨ªa afianzado con tanta facilidad.
Incluso en ¨¦poca
de crisis,
los inmigrantes
deben beneficiarse
de los mismos derechos
que los dem¨¢s
Tambi¨¦n hay que dedicar m¨¢s que nunca una ense?anza obligatoria, tanto en la escuela primaria como secundaria, a la unidad profunda del g¨¦nero humano y a la solidaridad ciudadana. Y hay que eludir los problemas ingenuos de la solidaridad: el de la ¡°tolerancia¡±, por ejemplo. Puesto que no se trata de ¡°tolerar¡± a unas personas diferentes por su cultura o su raza, aunque solo sea porque algunos pueden alegar un derecho a la intolerancia, tal como se oye cada vez m¨¢s en determinados pa¨ªses europeos (derecho siempre justificado por argumentos falaces: no son como nosotros, no quieren adaptarse, etc¨¦tera), sino de hacer comprender que es una cuesti¨®n de derecho, solo de derecho, pero de todo el derecho que tienen a estar aqu¨ª, porque trabajan y contribuyen a la riqueza colectiva. Algunos pondr¨¢n en evidencia a aquellos que, de entre los inmigrantes, hacen uso de derechos sociales sin tener derecho a ellos. ?Pero cu¨¢ntos son y cu¨¢ntos aut¨®ctonos est¨¢n en la misma situaci¨®n? No se hacen m¨¢s trampas ni se cometen m¨¢s delitos entre los extranjeros inmigrantes que entre los aut¨®ctonos. Hay, en cambio, una vigilancia mucho m¨¢s dura y puntillosa hacia los inmigrantes. S¨ª, incluso en ¨¦poca de crisis, los inmigrantes deben beneficiarse de los mismos derechos que los dem¨¢s.
Traducci¨®n de M. Sampons.
?
SAMI
NA?R
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.