Trazas de las primeras ciudades
Un grupo de profesores y arquitectos viaja a Irak para desentra?ar los misterios de la cuna de la civilizaci¨®n. Su viaje es un descubrimiento, no solo del Irak del pasado, sino del presente. A partir de hoy EL PA?S publica en una serie el diario de su aventura
La guerra de Crimea, entre los imperios otomano y ruso, y, un a?o m¨¢s tarde, la guerra entre los imperios otomano y persa, que se sucedieron a mitad del siglo XIX, fueron el pistoletazo (nunca mejor dicho) para el inicio de las excavaciones arqueol¨®gicas europeas en el Pr¨®ximo Oriente. Los Ej¨¦rcitos brit¨¢nico y franc¨¦s, en el que los militares eran tambi¨¦n arque¨®logos -con la excusa de apoyar a los otomanos, en el primera guerra, y a los persas, en la segunda-, lograron poner pie en el hasta entonces vetado imperio otomano, y explorar las ruinas de las ciudades mesopot¨¢micas mencionadas en la Biblia, con vistas a la obtenci¨®n de obras (asirias, babil¨®nicas), perfectas como las griegas y romanas, que pudieran llenar los recientemente creados grandes museos en Par¨ªs, Londres y, posteriormente Berl¨ªn, Nueva York, Filadelfia y Chicago.
?Qu¨¦ queda? Colinas artificiales romas de lo que fueron zigurats o los sucesivos niveles de asentamientos, salpicadas de conchas marinas
Las primeras misiones, ¨¢vidas de tesoros, y desconocedoras de la arquitectura de barro, propia de las primeras ciudades de la historia, en el sur de Irak, como Uruk, Ur, Eridu y Tello, fundadas en el V milenio antes de Cristo, saquearon los yacimientos. Los da?os fueron tales que yacimientos como Tello no pueden ser hoy estudiados nuevamente, y fueron mayores que los saqueos practicados desde la guerra entre Irak e Ir¨¢n y las guerras del Golfo, desde 1980 (en busca de piezas con las que se ha traficado hasta hace poco).
Y, sin embargo, pese (o debido) a la desolaci¨®n de las ruinas, en medio de la arena parda, o de tierra arcillosa yerma, recubierta por una costra de sal, como si de una tierra maldita se tratara, las primeras ciudades de la historia, azotadas por el viento y el paso de una fila ininterrumpida de estrafalarios veh¨ªculos militares norteamericanos que baten (o bat¨ªan, hasta hace una semana) en retirada hacia Kuwait, bajo un rayo que anuncia una tormenta seca, son fascinantes. ?Qu¨¦ queda? Colinas artificiales romas de lo que fueron zigurats o los sucesivos niveles de asentamientos, salpicadas de conchas marinas ¨Clas ciudades eran puertos fluviales en medio de las marismas del delta de los r¨ªo Tigris y ?ufrates-, fragmentos de cer¨¢micas pintadas, ladrillos enteros estampillados cuya escritura cuneiforme a¨²n puede leerse, y estatuillas de animales de terracota, que quiz¨¢ hubieran sido ofrendas o exvotos. Ciudades como Uruk tuvieron centenares de miles de habitantes hace cinco mil a?os, pero los barrios residenciales no interesaron a los primeros arque¨®logos que buscaban templos y palacios. La mayor parte de los yacimientos est¨¢n a¨²n por excavar.
Desde 1980, empero, las misiones internacionales -salvo las iraqu¨ªes-, escasean o son imposibles. El Gobierno iraqu¨ª a¨²n limita fuertemente las visitas. Concede pocos visados, siempre precedidos de invitaciones oficiales. Se teme por la seguridad de los extranjeros (secuestros, asesinatos), y por lo que pueda ocurrir a los iraqu¨ªes que los acompa?en. Aqu¨¦llos no pueden viajar sin protecci¨®n militar. Se requieren permisos oficiales para sortear los numerosos y severos controles de carretera.
Sin embargo, recientemente, a finales de octubre pasado, Albert Imperial, Marc Mar¨ªn y yo mismo (arquitectos, Universitat Polit¨¨cnica de Catalunya), junto con Marcel Borr¨¤s (actor, autor y cineasta, Universitat de Barcelona), nos desplazamos -gracias a una beca de la Fundaci¨®n alemana Gerda Henkel, y con la ayuda de organismos privados y oficiales iraqu¨ªes, espa?oles y norteamericanos-, al centro y al sur de Irak para comprobar el estado de seis yacimientos sumerios, del museo (vaciado o saqueado) de Nasiriyia, y de las marismas (que el presidente Sadam Husein intent¨® desecar, y sobre las que lanz¨® bombas sucias ¨Cvendidas por diversos pa¨ªses durante el embargo- en los a?os noventa, y que las tropas de la coalici¨®n utilizaron de nuevo en 2003, con el resultado de la grav¨ªsima contaminaci¨®n permanente de tierras y agua, la mayor tasa de c¨¢ncer del mundo, y deformaciones en reci¨¦n nacidos tales que no se pueden contemplar).
Desde 1980 las misiones internacionales -salvo las iraqu¨ªes-, escasean o son imposibles.
Quiz¨¢ fuera la luz cegadora aunque gris del cielo de tormenta, las violentas r¨¢fagas de viento, la tierra removida (por el paso de blindados), las dunas ocasionales, los reflejos de la sal y la p¨¦rdida de cualquier noci¨®n de medida y profundidad en un paisaje plano y vac¨ªo, pero se llegan a vislumbrar -o a imaginar- fragmentos de ciudades rodeadas de agua -quedan los cursos secos de los meandros de los r¨ªos-, con los puertos, los canales, talleres y templos, y algunas calles (como en Ur) , o el que fuera el imponente Templo Blanco -a¨²n quedan algunas grandes placas cuadradas del pavimento de cal, dispuestas en diagonal-, en lo alto de una triple base escalonada, bordeada por una rampa y una escalinata de tres tramos (hoy convertida en una pendiente incierta), en un extremo de Uruk, mirando a lo que hoy es un desierto hasta el horizonte.
De alg¨²n modo, la cultura sumeria, devastada por el tiempo, la erosi¨®n natural y la incuria, a¨²n es capaz de conjurar sus logros -las comunidades que cre¨® y fij¨®, rodeadas por el desierto, el control del territorio- hace seis mil a?os, cuando dio origen a quiz¨¢ toda la civilizaci¨®n mundial.
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