En las marismas de la historia
En esta tercera entrega, los expertos navegan por el vientre de Irak, a trav¨¦s de los humedales del sur llenos de tumbas milenarias y zigurats que apuntan al cielo
Ur, 26 de octubre de 2011
Cuando el coche arranc¨®, precedido por un veh¨ªculo militar, supimos que finalmente ¨ªbamos a Ur. La Direcci¨®n General de Antig¨¹edades, temerosa por nuestra seguridad, y sospechando del jefe de polic¨ªa local, cambia constantemente los planes (como, por otra parte, hab¨ªa recomendado la Embajada de Espa?a), y nos conduce hacia el yacimiento no previsto, pidi¨¦ndonos que no comuniquemos a nadie en Irak nuestro programa.
Apenas dejamos a nuestra izquierda la gigantesca base militar norteamericana de Talil, bajo el ruido atronador de un avi¨®n y dos helic¨®pteros que sobrevuelan a baja altura, casi constantemente el ¨¢rea, la carretera enfila directamente hacia el zigurat de Ur.
En fotos, la reconstrucci¨®n parcial de principios de los a?os sesenta, apenas. En el lugar, se revela necesaria, acertada, y no evoca en absoluto un decorado. Las t¨¦cnicas empleadas fueron las mismas que se hab¨ªan seguido cuatro mil cien a?os antes.
Destaca desde lejos en medio de un paisaje ¨¢rido, cubierto de arcilla reseca. A sus pies, en el ¨¢ngulo izquierdo, los restos de la ¨²ltima trama urbana sumeria conservada. Emociona lo que el arque¨®logo Woolley bautiz¨®, en los a?os veinte, como Straight Street: un callej¨®n muy estrecho, de poco m¨¢s de un metro de ancho, entre los muros (de un metro de altura, m¨¢s o menos) de viviendas construidas alrededor de un patio, a las que se accede por una, quiz¨¢ dos entradas.
Caminando por el callej¨®n, se llega a tener la misma sensaci¨®n que una medina produce hoy: un espacio agobiante, en el que es f¨¢cil perderse, como si uno se abriera camino entre riscos, pero, sin duda, m¨¢s fresco que el exterior. Hoy Ur est¨¢ en medio del desierto. Anta?o, se hallaba en una pen¨ªnsula bordeada por el ?ufrates y un afluente, y estaba, quiz¨¢ recorrida por uno o varios canales, invisibles hoy. Pese a la presencia del agua, el desierto, que hoy invade Ur, se hallaba cerca. Se dir¨ªa que las primeras ciudades, en Sudam¨¦rica (Per¨²), el valle del Hindus, y en Sumer, se construyeron en la confluencia de r¨ªos y desiertos o p¨¢ramos ¨¢ridos. Quiz¨¢ las ciudades respondieran no solo o tanto a una necesidad econ¨®mica o sociol¨®gica (el intercambio de bienes y mujeres, el control del territorio), sino "emocional" o psicol¨®gica: la necesidad de sentirse amparado en un territorio tan hostil, carente de l¨ªmites, en los que la vista se pierde, as¨ª como el equilibrio.
La ciudad ser¨ªa el resultado de la necesidad de vivir juntos, dando la espalda al ¨¢rido infinito, cuya dureza, cuya inhumanidad; a las poderosas aguas del ?ufrates, dif¨ªciles de atravesar, lentas como el paso de los siglos y violentas en ocasiones como un animal hambriento o acorralado, acrecentaban, bajo un cielo pardo y gris, desdibujado por las nubes -de aqu¨ª a poco empezar¨¢n las lluvias- y el polvo en suspensi¨®n.
Desde la cumbre se descubre, con sorpresa que el n¨²cleo del zigurat est¨¢ hecho de adobes macizos, separados, cada metro, por una capa de alquitr¨¢n sobre una capa de ladrillos cocidos, y por finas capas de cal, tambi¨¦n impermeabilizante, situadas tambi¨¦n cada metro. El per¨ªmetro exterior del zigurat y las terrazas son de gruesas capas (unos dos metros) de ladrillos cocidos unidos con alquitr¨¢n mezclado con paja, recubiertos con el mismo material. La construcci¨®n est¨¢ en perfecto estado, si bien los adobes se van deshaciendo con las lluvias y las tormentas de arena.
A un centenar de metros, en una ¨¢rea vallada, las tumbas reales de Ur. Est¨¢n siempre cerradas. Se proh¨ªbe el acceso, en parte por su insegura condici¨®n. Se ha logrado, empero, recorrerlas. Dos tumbas se abren a lado y lado de un pozo -por el que se desciende por una escalera de madera actual-. A partir de media altura, dos rampas escalonadas apuntan hacia las entradas de cada tumba: un gigantesco arco de medio punto protege la puerta de la celda. El espacio interior tiene unos diez metros de largo; posiblemente sea m¨¢s alto. Est¨¢ cubierto por una b¨®veda de medio punto de ladrillo en perfecto estado. Los muros tambi¨¦n son de ladrillos, cubiertos por una gruesa capa de salitre.
Se conservan en las paredes los hoyos en los que se empotraban las cabezas de las vigas de madera por las que transitaban los constructores para levantar muros y b¨®veda. Esta se logra mediante la superposici¨®n de ladrillos retranqueados: el superior avanza con respecto al inferior. En las paredes sobre las que se apoya la b¨®veda, que recuerda a una nave invertida -maquetas de barcas acompa?aban al difunto en su tr¨¢nsito al m¨¢s all¨¢, como las hermos¨ªsimas depositadas en el Museo de Bagdad-, se intuyen arcos de descarga.
Las tumbas fueron construidas hace cuatro mil seiscientos a?os, casi antes que las pir¨¢mides de Egipto. No son comparables con ninguna otra tumba sumeria. Mas, incluso en el esplendor de su tama?o y perfecci¨®n, evocan una concepci¨®n de la morada eterna similar a la terrenal: c¨¢lida, sin alardes ni ostentaci¨®n, como si la vida, aqu¨ª y en el m¨¢s all¨¢ no mereciera atenciones que la equipara con la de los dioses. Las tumbas no son muy distintas que las casas de juncos de las marismas, tambi¨¦n cubiertas con b¨®vedas alargadas, que ya se constru¨ªan hace cinco mil a?os.
Tan solo el ladrillo sustituye al junco; pero toda la tumba parece un admirable trabajo de cester¨ªa. El descenso a trav¨¦s del juego de rampas y escaleras, que descienden alrededor de un gran patio central, evoca bien el regreso a un vientre materno, a la sombra del zigurat que ofrece el movimiento contrario, ascensional, solo apto para los dioses cuando, habiendo descendido entre los hombres, quer¨ªan regresar a su morada eterna. Los movimientos que el zigurat y las tumbas suscitan construyen bien el imaginario mesopot¨¢mico. Los humanos nada tienen que ver con las divinidades; y los encuentros temporales en la tierra se clausuran en la hora final.
A lo lejos, los estrafalarios y temibles veh¨ªculos militares norteamericanos siguen retir¨¢ndose hacia el sur.
El puerto de la ciudad de UR, 28 de octubre de 2011
Y de pronto lo vimos.
Llev¨¢bamos dos d¨ªas buscando uno de los dos puertos de Ur. Situado en el lado oeste de la ciudad, dando a la parte trasera del zigurat, cuesta reconocer el ¨¢rea, a la que no se nos permiti¨® el acceso el primer d¨ªa, al estar desprotegida, lejos de la vigilancia de los soldados y polic¨ªas que nos acompa?an.
Ur era una ciudad fluvial dotada de dos puertos, dando al r¨ªo ?ufrates y a un afluente. Situada sobre una pen¨ªnsula, en la confluencia de dos anchurosos r¨ªos, como la ciudad actual de Lyon, en Francia, el agua parec¨ªa rodearla. El mar estaba cerca. Es posible que al menos un canal cruzara la ciudad y uniera ambos puertos. Se ha llegado a suponer que, al igual que en Uruk, se acced¨ªa a Ur en barca y se pod¨ªa recorrer la ciudad a trav¨¦s de canales, hoy desaparecidos, si es que existieron.
El arque¨®logo ingl¨¦s Woolley, en uno de los planos coloreados a gran escala que mand¨® trazar (hoy en los archivos del Museo Brit¨¢nico de Londres), se?al¨® la presencia de este canal que formaba un ¨¢ngulo recto y rodeaba el zigurat.
Desde 2003, gracias a las precisas fotos a¨¦reas militares, los arque¨®logos norteamericanos han reconocido o cre¨ªdo reconocer la ubicaci¨®n de los puertos y de canales. El arque¨®logo franc¨¦s Jean-Louis Huot sostiene, sin embargo, que se ve lo que se quiere ver. Hoy, los arque¨®logos norteamericanos han decidido reconocer la existencia de canales.
Desde el suelo nada se ve. En fotos de Google Earth, se perciben zonas m¨¢s oscuras que otras, que corresponden a la ubicaci¨®n de los puertos, seg¨²n Woolley, y franjas oscuras que recorren el yacimiento. Seg¨²n Huot, podr¨ªan ser canales, calles, o vaguadas; y estos no tienen por qu¨¦ ser de ¨¦poca sumeria o neosumeria (tercer milenio aC).
La existencia de canales es por tanto, discutible. Algunos estudiosos, incluso, se preguntan acerca de la realidad de los puertos.
La misi¨®n de reconocimiento del Museo Brit¨¢nico, en junio de 2008, dur¨® dos horas; algunas zonas solo fueron observadas desde el helic¨®ptero militar. Y no llegaron hasta la zona del puerto.
Pero uno de los "puertos" existe. Existe porque lo vimos; o lo imaginamos. En el yacimiento, en una de las pendientes del tell, se abre una boca, rodeada de mont¨ªculos y estructuras arruinadas de ladrillos, que evoca un puerto.
?ste da al r¨ªo.
Pues vimos el r¨ªo. Aunque Ur est¨¦ rodeada por el desierto, desde el "puerto", de s¨²bito, se descubre (el amplio cauce de) el ?ufrates, n¨ªtidamente marcado, con la otra orilla -desde la cual empieza una zona f¨¦rtil, agr¨ªcola, que contrasta con el paisaje des¨¦rtico circundante- perfectamente trazada, que va rodeando el tell sobre el que se ubica Ur, continuando, a lo lejos, detr¨¢s del zigurat.
?Vimos o so?amos el puerto, y el potente r¨ªo? Existe porque nos lo imaginamos. Las creaciones de la imaginaci¨®n no son contestables. Existen mientras se crean en ellas. Y su "realidad" es mayor que la informaci¨®n brindada por los sentidos. Mientras la realidad no despierte nuestra imaginaci¨®n, de alg¨²n modo, no tiene verdadera existencia; nada nos dice; solo nos dice que (no) es nada.
El ¨¢rea del barrio "portuario" est¨¢ en mucho peor estado que cuando fue excavado a finales de los a?os veinte. De nuevo, la erosi¨®n y las aguas han derribado lo que la tierra hab¨ªa preservado.
Woolley llam¨® a la callejuela que cruza el barrio Gay Street, seguramente para evocar ("victoriamente") el bullicio de una zona portuaria, en la que se cruzaban mercaderes, negociantes, transportistas, vendedores y lugare?os. Gay Street apenas se reconoce. Pero s¨ª se tiene la impresi¨®n de una zona densa y desordenadamente construida, ubicada en una zona levemente empinada, dando la espalda a la ciudad -como si de un barrio secreto se tratara, o se hubiera buscado camuflar lo que ten¨ªa "lugar", operando discretamente, lejos de los ojos de dioses y sacerdotes-, en la que unos edificios deb¨ªan elevarse por encima de los que se hallaban situados m¨¢s cerca del "puerto", y se intuye, por lo angosto de la callejuela, y los espacios constre?idos -que tanto contrastan con las amplias y despejadas ¨¢reas sagradas, situadas a la izquierda del acceso al zigurat-, que el puerto y el barrio circundante, abocados a un r¨ªo tan potente -el tiempo no ha borrado el imponente lecho-, tuvieron que ser una de las zonas m¨¢s pobladas y llenas de vida de la ciudad, desde la que las zonas entregadas a los dioses, no se descubren o aparecen empeque?ecidas. De alg¨²n modo, el barrio de Gay Street, y el puerto, eran de exclusiva humana incumbencia. Quiz¨¢ en el puerto de Ur se fue generando el ¨¢gora griega: all¨ª donde los hombres ya no negocian con los dioses.
Las Marismas, o las Aguas de la Sabidur¨ªa (Abzu), 29 de octubre de 2011
En 1995, el presidente Sadam Husein decidi¨® desecar los extens¨ªsimos humedales, de centenares de kil¨®metros cuadrados (unos doscientos kil¨®metros de largo), que forman el delta de los r¨ªos Tigris y ?ufrates. Afirmaba que esta zona consum¨ªa mucha agua, necesaria para la supervivencia de Irak. Tambi¨¦n aduc¨ªa que las marismas eran el refugio de los sin ley, que se opon¨ªan a sus "sabios" consejos.
Gase¨® la zona, lanz¨® bombas de uranio empobrecido (lo que la coalici¨®n internacional que gan¨® la primera Guerra del Golfo permiti¨®, pues creaba una zona de separaci¨®n con Ir¨¢n), y empez¨® a levantar barreras en los innumerables brazos de los r¨ªos.
En 2005, una gran parte de las marismas se hab¨ªan perdido. La sal, que afloraba a la superficie, era diseminada por el viento en las tierras f¨¦rtiles ribere?as y las enfermedades se multiplicaron (a¨²n hoy, la tasa de c¨¢ncer, y de malformaciones en reci¨¦n nacidos, es espeluznante, como espeluznantes son las deformaciones en los supervivientes).
Desde la ca¨ªda del r¨¦gimen anterior, planes de salvamento han recuperado los humedales, y se espera llegar a inundar de nuevo un 80% de la superficie. Mas las aguas y la tierra, de la que se alimentan y beben las poblaciones nativas que lentamente vuelven a sus parajes, est¨¢n contaminadas.
Las marismas exist¨ªan ya en tiempos de los sumerios (cuarto milenio a.C.), si bien la extensi¨®n y la ubicaci¨®n eran distintas, debido a las nuevas tierras creadas por los sedimentos en estos ¨²ltimos seis mil a?os. Las marismas se han ido desplazando hacia el sur, a medida que la l¨ªnea costera ha ido retrocediendo, ayudada por la bajada del nivel de las aguas del golfo P¨¦rsico, un fen¨®meno sin duda natural. Las ciudades sumerias, hoy en el desierto, m¨¢s al norte, se miraban en las aguas de las lagunas.
El imaginario, la mitolog¨ªa, la visi¨®n del mundo de los sumerios estuvieron marcados por las marismas. La materia primordial, la diosa madre creadora de la que nacieron todas las divinidades celestiales, y a cuyas orillas descendieron del cielo las primeras ciudades, era una laguna de aguas turbias, llamada Abzu: las Aguas Sapienciales, consideradas tambi¨¦n como una gran matriz.
Sobre estas aguas reinaba el dios de la inteligencia y las artes: Enki, cuyo templo principal flotaba sobre las aguas, en la ciudad de Eridu. De las aguas cargadas de limo, Enki tom¨® el barro con el que model¨® a los primeros seres humanos.
Hoy, el Abzu sigue siendo tierras pantanosas, en la que crecen juncos y papiros, y en cuyas islas artificiales, formadas por lechos de juncos cubiertos de barro, pastan b¨²falos y viven, en moradas trenzadas, ganaderos y pescadores.
Se trata de sociedades tribales, presididas por un anciano jeque. Posee una amplia casa comunitaria cubierta por una b¨®veda hecha de juncos trenzados, al igual que los muros en los que un trenzado menos tupido compone celos¨ªas que cubren huecos verticales coronados con arcos de medio punto. En ¨¦sta, recibe a los visitantes que, tras saludar (dando la mano derecha, un beso en la mejilla, y golpe¨¢ndose levemente los hombros derechos), debe sentarse sobre alfombras, apoy¨¢ndose en los muros perimetrales, cuidando de no mostrar las plantas de los pies a los dem¨¢s (un signo casi de violencia), mientras aguarda que sirvan t¨¦ azucarado. Los viernes, los hombres -solo los hombres est¨¢n autorizados a penetrar en la casa comunal-, rezan en dicho lugar.
Las comidas se toman en el suelo. Todos los platos, bebidas y fruta se disponen en bandejas colectivas sobre esterillas o alfombras. Los comensales, siempre hombres, se sientan sobre los talones. Comen con la mano derecha -lo que para los zurdos constituye un problema, pues no siempre se permite utilizar la mano izquierda-. La comida se ingiere directamente con los dedos, o se coge con pan de pita reci¨¦n horneado (en los restaurantes m¨¢s modernos, al igual que en las casas de las ciudades del sur, tambi¨¦n se come con los dedos, pero la comida se dispone en mesas). Al mediod¨ªa se suele comer pescado hecho en un horno alimentado con bo?iga de b¨²falo. Puesto que el pescado da sed, se toman d¨¢tiles muy hechos y dulces, que evitan tener que beber demasiada agua. Finalmente, la mano derecha se limpia con una corteza de naranja, cuyos gajos constituyen el postre, antes de un t¨¦ fuertemente azucarado. A la salida, tras volver a calzarse, un ni?o tiende un recipiente pl¨¢stico, con agua caliente, para lavarse las manos. El agua se recoge en una palangana, sin que sepamos qu¨¦ se hace con ella.
Una vez que los invitados, y los hombres en general, han comido, los restos son llevados a una sala vecina y m¨¢s pobre para ser servidos a las mujeres y los ni?os.
Las mujeres pescan, llevan las barcas, acarrean fajos de juncos con los que dan de comer al ganado, cocinan y limpian.
Tienen que ir siempre veladas.
Hombre y mujeres se suelen casar a los catorce a?os. Las mujeres viven en las casas de los suegros. Estos, en funci¨®n de sus ingresos, ampl¨ªan la casa familiar para acoger a las nuevas familias. Tener doce hijos, a los cincuenta a?os, no es ins¨®lito.
Incluso en c¨ªrculos universitarios, fuera de Bagdad, sobre todo en el sur, se piensa que las mujeres tienen que tener una libertad y una formaci¨®n limitadas. Incluso los pisos m¨¢s modestos reci¨¦n construidos deben disponer de una zona, cercana a la puerta de entrada, para hombres e invitados, separada de la zona de las mujeres. ?stas pueden ir con la cabeza descubierta, en casa, siempre que no las vea nadie fuera del c¨ªrculo familiar. En caso de contacto visual imprevisto, esconden la cabeza debajo de la mesa o huyen, se desvanecen detr¨¢s de puertas. No suelen salir al exterior.
No es extra?o que un joven tenga varias prometidas, algo l¨®gico ya que, debido a las sucesivas guerras, desde 1980, la poblaci¨®n femenina triplica a la masculina.
El Gobierno norteamericano pens¨® que, derribando al gobierno de Sadam Husein, prohibiendo al partido Baaz, y entregando el poder a iraqu¨ªes opuestos al Gobierno anterior, que viv¨ªan desde hac¨ªa decenios en el extranjero, sin contacto con la realidad iraqu¨ª, la democracia se impondr¨ªa.
Hoy, la sociedad iraqu¨ª est¨¢ deshecha, campea la corrupci¨®n, la polic¨ªa no es de fiar; se priman proyectos fara¨®nicos con presupuestos por las nubes, mientras trabajos modestos de mantenimiento o rehabilitaci¨®n del espacio p¨²blico y de los servicios b¨¢sicos, que pocos beneficios generan, est¨¢n abandonados o no son prioritarios. Los cortes de luz son diarios (unos cuatro al d¨ªa); la basura se recoge irregularmente; sanidad, educaci¨®n y cultura est¨¢n dejadas de lado. Los ocupantes norteamericanos han repartido ingentes cantidades de dinero para financiar proyectos que nunca se han llevado a t¨¦rmino.
El enfrentamiento mort¨ªfero entre chi¨ªes, sun¨ªes y kurdos, inexistentes bajo los dominios otomano (sun¨ª), brit¨¢nico, e iraqu¨ª, hasta Sadam Husein, tardar¨¢ decenas de a?os en apagarse, seg¨²n los iraqu¨ªes m¨¢s serenos. Se espera que una nueva generaci¨®n genere moralmente a Irak.
?Aguas de la Sabidur¨ªa?
?La Universidad de Bagdad, 1 de noviembre de 2011
Cruzar el espejo. Tal es la sensaci¨®n que se tiene, tras sortear el sever¨ªsimo control de la entrada, en el campus de la Universidad, p¨²blica y laica, de Bagdad. Se trata de otro mundo, culto, tolerante y libre, que nada tiene que ver con la vida del pa¨ªs, y la organizaci¨®n pol¨ªtica.
Proyectada por Walter Gropius, en 1957, y empezada a construir en 1961, la Universidad se sit¨²a en una pen¨ªnsula, bordeada por un meandro del r¨ªo ?ufrates, justo enfrente de una isla, cercana a la orilla vecina, que Wright escogi¨® para su proyecto de la ?pera de Bagdad -que no se construy¨®-, a mediados de los a?os cincuenta del siglo pasado.
Gropius, al igual que Wright, tras sobrevolar la ciudad, escogi¨® el emplazamiento de la Universidad, alejado del centro, a fin de evitar los problemas que las manifestaciones estudiantiles causaban. El lugar, por otra parte, recordaba la ubicaci¨®n, en el centro urbano, de la primera instituci¨®n universitaria, proyectada en los a?os veinte por un arquitecto colonial ingl¨¦s.
La v¨ªa de acceso, a trav¨¦s del campus, se dirige hacia la mezquita que Gropius proyect¨® como un espacio circular, cubierto por una c¨²pula, y que nunca ha sido utilizada, ya que la forma impide la correcta orientaci¨®n hacia la Meca, y presenta problemas ac¨²sticos debido a su excesiva altura y a la caja de resonancia que todo el volumen interior crea. Por otra parte, su uso implicar¨ªa decidir entre el dominio de sun¨ªes y de chi¨ªes, un enfrentamiento que la Universidad, sobre todo hoy, quiere evitar a toda costa. Desde hace a?os, la mezquita est¨¢ abandonada (aunque preservada mal que bien); el recubrimiento de la c¨²pula est¨¢ da?ado, debido a la excesiva diferencia de temperatura entre los lados oriental y occidental.
Desde la mezquita, el camino apunta ahora hacia la torre que acoge la administraci¨®n de la Universidad. Situada en el centro del campus, se relaciona visualmente con la mezquita hasta tal punto que parece el minarete del que carece la mezquita, lo que seg¨²n la Dra. Siliq no es casual. Gropius habr¨ªa querido destacar el poder ejecutivo y decisorio, laico, sobre el poder religioso. Latorre, por otra parte, ocupa la posici¨®n que todo minarete tiene en la ciudad ¨¢rabe: el centro de la ciudad, desde donde se lanzan las proclamas y los dogmas, o las leyes civiles, en el caso de la Universidad.
La universidad, sin embargo, no escapa a la situaci¨®n que se vive en Irak. As¨ª como en 2008, las estudiantes cubiertas con un hijab eran a¨²n minoritarias, son hoy, en 2011, la mayor¨ªa. Sorprende que sean las numerosas profesoras y directoras de Departamentos, las que vistan sin signos religiosos. Seg¨²n ¨¦stas, ninguna estudiante porta el pa?uelo por motivos de fe, sino por la presi¨®n de las familias temerosas por la suerte de sus hijas si no llevan un pa?uelo, en el Irak de hoy. Las estudiantes tratan de dar la vuelta a la recomendaci¨®n, llevando el hijab de manera lo m¨¢s favorecedora posible. Algunas profesoras musulmanas, sin embargo, no llevan ostensiblemente el pa?uelo, pues con la creciente "islamizaci¨®n" de la sociedad, las mujeres que no llevan velo son consideradas cristianas, lo que las se?ala en el seno de la sociedad. Al comportarse como unas cristianas, algunas mujeres musulmanas las defienden y manifiestan que no sienten diferencia alguna. Son seres humanos, mujeres, que no aceptan que el rigor religioso las divide.
Cuando pensamos que algunas feministas norteamericanas y europeas consideran que las mujeres musulmanas llevan el hijab -por no hablar del chador o de la burka, presentes sobre todo en el sur- porque quieren, deber¨ªan quiz¨¢ hablar con mujeres iraqu¨ªes.
Profesores, alumnos y el personal no docente empiezan a irse a la una y media de la tarde. Se cierran puertas, se bloquean accesos. Las clases concluyen a las tres. Nadie se queda ni puede quedarse. Todo el mundo parte antes de que caiga la noche, lo que no ocurr¨ªa antes de 2003. De hecho, en Bagdad, solo se puede trabajar por la ma?ana, por lo que no es pensable llevar a cabo m¨¢s de una actividad al d¨ªa.
La oposici¨®n entre chi¨ªes y sun¨ªes, amortiguada, no deja de deste?ir en la Universidad. No se conciben cargos -direcci¨®n de Departamentos, decanos, etc.-que no est¨¦n en manos chi¨ªes.
Sorprenden las fotos de las bibliotecarias de la Universidad de Bagdad, en los a?os cincuenta y sesenta. Vest¨ªan como quer¨ªan, seg¨²n nos cuentan. Las im¨¢genes dan fe de esa libertad. En este sentido, el mundo universitario iraqu¨ª en los a?os cincuenta y sesenta estaba mucho m¨¢s evolucionado que el espa?ol. Hoy, las profesoras iraqu¨ªes no entienden qu¨¦ ha ocurrido desde entonces.
Sorprende a¨²n m¨¢s saber que Nasiriya, una ciudad del sur tomada por cl¨¦rigos en los que el chador es de rigor, fue una ciudad de artistas y poetas de vanguardia, plenamente laica, dirigida por el partido comunista, laico y culto, en los a?os cincuenta. El velo negro tambi¨¦n se ha abatido sobre Nasiriyia, y avanza sobre toda Irak.
Los profesores universitarios se refieren al periodo entre los a?os cincuenta y finales de los ochenta (incluso bajo el presidente Sadam Husein, antes de que se creciera tras la aceptaci¨®n de Ir¨¢n del tratado de paz con Irak, tras no lograr ganar la guerra) como la Edad de Oro: una ¨¦poca culta, laica, de libertad para las mujeres (de clase alta, urbana y universitaria).
Qu¨¦ error, qu¨¦ tremendo error cometimos en las universidades espa?olas cuando apoyamos las sanciones, a principios de los a?os noventa, creyendo que las estrecheces lograr¨ªan que los iraqu¨ªes se levantaran contra el poder de Sadam Husein.
Hace fr¨ªo (quince grados) y caen gotas en Bagdad. La ciudad tirita, como si temiera el negro futuro que le espera. Los profesores conf¨ªan en las nuevas generaciones, si es que se puede confiar siempre en ellas.
La electricidad vuelve a fallar. Los generadores no se ponen en marcha. El hotel est¨¢ a oscuras. Cierro.
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