El regusto del comunismo de ¡®gulash¡¯
El Gobierno h¨²ngaro est¨¢ dando una buena raz¨®n a los ciudadanos para defender la democracia
La Galer¨ªa Nacional en el castillo de Buda, en su d¨ªa residencia de los reyes h¨²ngaros, era un lugar apropiado para la celebraci¨®n oficial de la nueva Constituci¨®n de Hungr¨ªa. El Gobierno hab¨ªa pedido un centenar de obras de arte que explicasen los mil a?os del Estado h¨²ngaro ¡°para sostener a nuestros ancestros como un escudo contra el cinismo¡±, como declaraba el primer ministro, Viktor Orb¨¢n, en su discurso inaugural. El director de la Galer¨ªa Nacional no asisti¨®. Hab¨ªa presentado su dimisi¨®n el 31 de diciembre, el d¨ªa antes de que la nueva Constituci¨®n entrase en vigor.
S¨ª asistieron, sin embargo, varios artistas y pol¨ªticos leales al partido de Orb¨¢n, y pudieron tambi¨¦n maravillarse ante las 15 nuevas pinturas que conmemoraban los acontecimientos del pasado m¨¢s reciente. El pintor de la Primera Guerra Mundial hizo que el ataque de la caballer¨ªa de los h¨²sares h¨²ngaros pareciese una excursi¨®n dominguera en el campo m¨¢s que un ba?o de sangre. Mi abuelo, que fue oficial del Imperio Austroh¨²ngaro, podr¨ªa ofrecerles un tesoro oculto de historias sobre las cicatrices y los agujeros de bala que hicieron que su piel pareciese un viejo mapa de Europa. Cuando intento imaginarme la historia, veo a mi abuelo tomando el sol en el porche.
La historia es el opio del pueblo centroeuropeo. Los buenos ciudadanos recibieron su dosis diaria cuando Viktor Orb¨¢n anunci¨® ¡°la refundaci¨®n del Estado h¨²ngaro¡± con el impresionante paisaje de Budapest como tel¨®n de fondo. La multitud que particip¨® en la celebraci¨®n se dirigi¨® hacia la gala de la ?pera, donde fue recibida por otra multitud igual de vehemente de decenas de miles de personas que ped¨ªan la dimisi¨®n de Orb¨¢n. En una pancarta se le¨ªa: ?Feliz 1984! A medida que la muchedumbre se hac¨ªa m¨¢s numerosa, el Gobierno y sus invitados ten¨ªan problemas para salir del Palacio de la ?pera. Cuentan que un polic¨ªa le aconsej¨® a un pol¨ªtico de Fidesz que saliese por la puerta de atr¨¢s para evitar la calle principal, o la multitud le despedazar¨ªa.
No pod¨ªa haber estado m¨¢s equivocado cuando, a finales de los a?os noventa, poco despu¨¦s de que Fidesz ganase las elecciones, le dec¨ªa a un amigo que ¨ªbamos camino de convertirnos en un peque?o y aburrido estado del bienestar como Austria. Poco despu¨¦s, nuestro buen vecino se volv¨ªa loco con un experimento con el extremismo de derechas y la UE suspend¨ªa temporalmente sus relaciones con ¨¦l. Por esa misma ¨¦poca, la econom¨ªa h¨²ngara, en su d¨ªa la primera de la regi¨®n, iniciaba su largo y continuo descenso.
Para comprender c¨®mo ha ca¨ªdo en desgracia mi pa¨ªs, es necesario fijarse en el singular camino que tom¨® durante la Guerra Fr¨ªa. Hungr¨ªa no deb¨ªa formar parte del Bloque del Este. Stalin no la tuvo en cuenta en sus planes al crear una hermandad eslava de Estados sat¨¦lite. Los propios h¨²ngaros intentaron corregir el error en 1956 escenificando el mayor conflicto armado al que se enfrentar¨ªa la Uni¨®n Sovi¨¦tica en la Europa de posguerra. Desgraciadamente, en esa ¨¦poca, las revoluciones se consideraban pasadas de moda en el continente y Estados Unidos prefer¨ªa el statu quo al desesperado intento de un pueblo amante de la libertad.
Tras la desilusi¨®n y los a?os de terror, Hungr¨ªa finalmente acat¨® la dura realidad de detr¨¢s del Tel¨®n de Acero. Tras haber producido un centenar de inventos, desde el bol¨ªgrafo hasta la holograf¨ªa, se ve¨ªa abocada a desarrollar la econom¨ªa de mercado negro m¨¢s pr¨®spera del Bloque del Este, lo que inclu¨ªa rasgos de libre mercado y un historial de derechos humanos mejor que el de cualquier otro pa¨ªs del Pacto de Varsovia.
Los Estados policiales vecinos tuvieron menos problemas para romper con su pasado despu¨¦s de 1989, porque los cambios radicales eran inevitables y no hab¨ªa nada por lo que llorar. Hungr¨ªa, con su comunismo de gulash pseudo-democr¨¢tico, daba inicialmente la impresi¨®n de hacer la transici¨®n con suavidad. No result¨® evidente de inmediato que, bajo el camuflaje del libre comercio, prosperaba el viejo sistema con sus lagunas legales secretas. La c¨¦lebre capacidad de supervivencia, que en su d¨ªa convirti¨® a Hungr¨ªa en el hijo ejemplar del socialismo, sigue invadiendo el pa¨ªs con sus dobles raseros, sus pactos bajo cuerda y su sistema de privilegios.
Fidesz ha formado hace poco un nuevo Gobierno que realmente ten¨ªa el poder suficiente para hacer los cambios necesarios y poner al pa¨ªs en el buen camino. Ten¨ªan un plan que no sali¨® bien y ahora est¨¢n improvisando. Eso est¨¢ empujando a los inversores extranjeros a deshacerse de los activos h¨²ngaros. El flor¨ªn h¨²ngaro est¨¢ en sus m¨ªnimos hist¨®ricos. Algo sucede cuando la gente oye al primer ministro decir algo y, al momento siguiente, el dinero que lleva en el bolsillo ya vale menos.
Los h¨²ngaros parecen funcionar de maravilla en las revoluciones, pero no tan bien en los tiempos de paz. Han necesitado 20 a?os para descubrir que la democracia no es algo que se pueda dar por sentado. Los ciudadanos nunca supieron lo que la libertad de prensa significaba para ellos hasta el a?o pasado, cuando pensaron que se la hab¨ªan arrebatado. Hubo una serie de concentraciones en 2011, organizadas por ciudadanos independientes sin el respaldo de los partidos pol¨ªticos. Cada una de ellas atrajo a una multitud mayor que la anterior. Si el Gobierno dimitiese ma?ana, todos estos grupos c¨ªvicos podr¨ªan desaparecer de golpe. Orb¨¢n estaba en lo cierto al afirmar que, con su ayuda, est¨¢ empezando una nueva era, pero el cambio real vendr¨¢ de abajo.
El Gobierno est¨¢ desempe?ando una importante funci¨®n en la transformaci¨®n de la sociedad h¨²ngara al darles a los ciudadanos una buena raz¨®n para defender la democracia. Las personas que participan en las manifestaciones contra el gobierno autoritario tendr¨¢n una participaci¨®n real en la democracia, que hasta ahora ha sido algo abstracto. Si tienen ¨¦xito, podr¨ªan incluso pensar que pueden tener el futuro en sus manos. Una cosa est¨¢ clara: ya no podemos seguir culpando a la Uni¨®n Sovi¨¦tica.
En los a?os ochenta, todo era sencillo. El tiempo se hab¨ªa detenido, las normas estaban claras. La libertad de expresi¨®n era escasa y rara; los viajes al extranjero eran pocos y muy espaciados; los dictadores eran dictadores de verdad; la polic¨ªa secreta no era ning¨²n secreto; todos ¨¦ramos insignificantes y a menudo felices. La gente en el poder, los colaboradores de las fuerzas ocupantes, esos eran los malos. Las personas que desfilaban por las calles con el pu?o en alto, esos ¨¦ramos nosotros ¨C los buenos ¡ª y uno de nosotros, que se meti¨® en pol¨ªtica, es ahora el primer ministro elegido democr¨¢ticamente de un pa¨ªs que es miembro de la Uni¨®n Europea. Un cuento de hadas, desde luego.
El cuento de hadas se ha acabado. Es hora de seguir adelante.
Este art¨ªculo fue publicado en The New York Times el 14 de enero de 2012. Traducci¨®n de News Clips.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.