La muerte acecha a los ca?eros
Una letal enfermedad renal se ceba con los hombres que trabajan en el az¨²car en un peque?o pueblo de Nicaragua, ahora conocido como la ¡®Isla de las Viudas¡¯
Silvana Aguerri perdi¨® a su esposo, Santiago, hace tres a?os debido a una letal enfermedad que ahora tambi¨¦n amenaza la vida de sus hijos mayores, Germ¨¢n y Santos. Los dos padecen insuficiencia renal cr¨®nica (IRC), un mal que ataca los ri?ones y que en Nicaragua caus¨® la muerte de m¨¢s de 800 personas solo en 2009. La mayor¨ªa eran hombres cortadores de ca?a de az¨²car como el esposo de Silvana. Esta mujer menuda, de piel morena quemada por el sol, habita en una pobre y peque?¨ªsima comunidad del oeste nicarag¨¹ense en la que se ha cebado la enfermedad, hasta el punto de cambiarle el nombre. Es la Isla de las Viudas.
El verdadero nombre del pueblo es La Isla, a secas. Est¨¢ en Chichigalpa, a 123 kil¨®metros de Managua. Se trata de un pedazo de tierra rodeado de riachuelos en el que se levantan humildes casas hechas con maderos viejos, latones oxidados y pl¨¢sticos negros que sirven de paredes, techos o divisiones para las habitaciones. Ni?os descalzos, de vientres hinchados, corretean junto a animales de corral, mientras culebras y otros bichos pasean libremente por las propiedades. Una pobreza que contrasta con la riqueza de esta regi¨®n, una de las m¨¢s pr¨®speras de Nicaragua, donde se halla el ingenio San Antonio, un inmenso ca?averal que es la base de la riqueza de la Nicaragua Sugar State Limited, una empresa propiedad del poderoso Grupo Pellas ¡ªel m¨¢s grande de Nicaragua¡ª, que es la mayor productora de ron y az¨²car del pa¨ªs, y que en 2010 factur¨® unos 112 millones de euros.
En 2009 murieron por esta enfermedad en Nicaragua 800 hombres, la mayor¨ªa cortadores de ca?a de az¨²car
Ese ca?averal es la principal fuente de trabajo para los habitantes de Chichigalpa y sus comunidades aleda?as. Pero tambi¨¦n es su condena, a decir de los vecinos, espantados por el creciente n¨²mero de fallecidos por ¡°el mal de los ri?ones¡±, casi todos extrabajadores del ca?averal. El esposo de Silvana trabaj¨® durante d¨¦cadas en estas plantaciones de ca?a, hasta que fue diagnosticado de insuficiencia renal cr¨®nica y dado de baja. Al morir, Silvana, de 55 a?os, se qued¨® con sus 12 hijos y cobrando una pensi¨®n de viudedad de unos 38 euros al mes. Su subsistencia depende de su trabajo lavando y planchando, pero tambi¨¦n del dinero que ganan en la plantaci¨®n sus dos hijos mayores, ahora afectados por la misma enfermedad que mat¨® a su padre.
Germ¨¢n es el mayor. Est¨¢ casado y espera una ni?a en mayo. Dice que no le queda m¨¢s remedio que seguir trabajando en el ca?averal, a pesar de que lo hace de forma clandestina: con un diagn¨®stico de insuficiencia renal est¨¢ prohibido trabajar en la plantaci¨®n. Sin embargo, los capataces, dice Germ¨¢n, se saltan las reglas y los emplean nuevamente, pero esta vez sin contrato. ¡°Uno tiene que trabajar, si no de qu¨¦ va a vivir. Usamos un n¨²mero [de identificaci¨®n] prestado. Si est¨¢s enfermo no te dan la oportunidad. A veces entro con el nombre de otro¡±, relata Germ¨¢n, quien admite temer por su futuro, m¨¢s ahora que va a ser padre. Cuando le diagnosticaron la insuficiencia renal cr¨®nica y lo echaron de la plantaci¨®n, Germ¨¢n emigr¨® a Costa Rica, donde estuvo trabajando en la construcci¨®n, pero decidi¨® regresar a Nicaragua y ahora vive con su madre y otros hermanos en una casucha desvencijada donde se hacinan 10 personas, que por las noches duermen en hamacas.
La IRC consiste en la p¨¦rdida de la capacidad de los ri?ones de filtrar las toxinas u otros desechos del cuerpo, por lo que los enfermos necesitan someterse a costosas sesiones de di¨¢lisis o a un trasplante de ri?¨®n. En Nicaragua, una sesi¨®n de di¨¢lisis cuesta unos 923 euros, y son necesarias tres sesiones por semana. Un trasplante de ri?¨®n supera los 15.000 euros. Esta letal enfermedad se diagnostica a trav¨¦s de la medici¨®n de los niveles de creatinina en el cuerpo. Cuando se detecta que son mayores de 1.3 por decilitro de la sangre, se confirma la enfermedad.
La Nicaragua Sugar State dice que no se ha demostrado la relaci¨®n causal
Hasta ahora los especialistas no han podido averiguar las causas de la epidemia de IRC que afecta a varios pa¨ªses de Centroam¨¦rica, principalmente a hombres de mediana edad. Algunos investigadores sospechan que las extenuantes condiciones laborales en las plantaciones, donde los trabajadores se exponen a temperaturas de hasta 40 grados y deshidrataci¨®n, podr¨ªan ser la causa de esta enfermedad, que en 2009 mat¨® a 2.793 hombres en Nicaragua, El Salvador, Guatemala y Costa Rica, seg¨²n la Organizaci¨®n Mundial de la Salud.
Virgilio Pozo fue trabajador del ingenio San Antonio, y muri¨® de esta enfermedad a los 32 a?os. Su esposa, Paula Ch¨¦vez, de 29 a?os, sobrevive con sus cuatro hijos en La Isla, dedic¨¢ndose a vender grano. Paula asegura que no recibe pensi¨®n de viudez. ¡°Fui al seguro en varias ocasiones, pero me dijeron que ni por orfandad le pod¨ªan dar [pensi¨®n] a los ni?os, porque ¨¦l no ten¨ªa las suficientes semanas cotizadas¡±.
Esta mujer recuerda el sufrimiento de su esposo a causa de la IRC: v¨®mitos constantes, mareos, p¨¦rdida de peso, hipo, dolores fuertes en los ri?ones e inflamaciones en el cuerpo. ¡°En varias ocasiones hab¨ªa ca¨ªdo en cama. La ¨²ltima vez solo soport¨® 13 d¨ªas. Dur¨® 10 a?os con la enfermedad, pero en ese tiempo sigui¨® trabajando por debajera [clandestino] en el ingenio, usted sabe, por la necesidad¡±, explica Paula. ¡°Aqu¨ª la mayor¨ªa de los hombres se han muerto de eso. De esa enfermedad nadie se capea¡±, agrega la mujer.
¡°Es espeluznante¡±, dice Francisco Ch¨¦vez, un anciano de 70 a?os, padre de Paula, y que trabaj¨® desde los 12 en el San Antonio. Ch¨¦vez asegura que fue diagnosticado con un nivel de creatinina de 1.6, pero hasta ahora no ha desarrollado mayores complicaciones. ?l cree que la enfermedad est¨¢ ¡°controlada¡±, pero la p¨¦rdida de la funci¨®n de los ri?ones puede tardar a?os en ocurrir. El anciano se lamenta de la muerte de tantos hombres en Chichigalpa, y culpa a las plantaciones de ca?a de este bello paisaje nicarag¨¹ense, de tierra f¨¦rtil y dominado por imponentes volcanes.
En Managua, el Grupo Pellas concentra sus actividades administrativas en una lujosa torre de cemento y cristal levantada en lo que se conoce como el nuevo centro de la capital. All¨ª, Gabriel Granera, director de Comunicaci¨®n de la Nicaragua Sugar State, explica que hasta ahora no se ha comprobado que haya un v¨ªnculo entre la IRC y el trabajo en el ingenio San Antonio. ¡°No hay un solo estudio que abone esa tesis¡±, dice Granera. El ejecutivo explica que su empresa cofinancia una investigaci¨®n de la Universidad de Boston que intenta dar con la causa de la peste, pero que sus conclusiones finales a¨²n no est¨¢n listas. Cuando escucha las acusaciones de las mujeres de La Isla, Granera responde: ¡°Culpar requiere sustentar esa acusaci¨®n. Los estudios serios que se han hecho no han comprobado la causa¡±.
En Chichigalpa, centenares de extrabajadores de la Nicaragua Sugar State exigen a la empresa una indemnizaci¨®n por la enfermedad. Jos¨¦ Cort¨¦s es el presidente de una organizaci¨®n que agrupa a 2.100 ca?eros. Muchos de ellos se plantan todos los d¨ªas en la entrada del ingenio San Antonio en espera de una respuesta a sus demandas. Jos¨¦ recibe tratamiento contra la IRC, dos sesiones semanales de di¨¢lisis, pero asegura que es un afortunado, por eso, dice, lucha con sus compa?eros para que todos reciban una respuesta. ¡°Mueren dos personas al d¨ªa por la enfermedad. Queremos que se llegue a un arreglo con la empresa, una compensaci¨®n, algo que sea justo¡±.
Mientras los hombres protagonizan una pelea legal que podr¨ªa no tener fin, en La Isla las viudas siguen con sus vidas. Su mayor preocupaci¨®n es cuidar a los hu¨¦rfanos y sobrevivir. En la Isla de las Viudas, olvidada por las autoridades, los ni?os corretean descalzos al lado de los ca?averales, esos que posiblemente sean en un futuro su ¨²nica fuente de trabajo.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.