?Que cambien ellos!
Quienes se declaran protectores de los sirios deben demostrarlo con reformas en sus pa¨ªses
Con las masacres cerni¨¦ndose sobre las ciudades de Siria, sobran motivos para afearles a Rusia y China su veto a la resoluci¨®n, auspiciada por la Liga ?rabe, reclamando la salida del presidente sirio. Pero que lo hiciese nada menos que el rey Abdul¨¢ de Arabia Saud¨ª entra en el terreno de lo extraordinario. ?Se habr¨¢n convertido las monarqu¨ªas del Golfo en paladines de los derechos humanos en el camino a Damasco?
En el caso de Catar, la apuesta por ser lo que Paul Salem denomina un hub geopol¨ªtico pasa desde hace un a?o por impulsar los procesos de cambio que sacuden al mundo ¨¢rabe. En la ¨²ltima d¨¦cada, el rico emirato, que mantiene buenas relaciones tanto con Israel como con Ir¨¢n, ha reforzado sus bazas y, adem¨¢s de albergar la sede de Al Yazira, cuenta con una diplomacia activa en la mediaci¨®n en conflictos y el di¨¢logo con los actores m¨¢s dispares: en Catar, una base a¨¦rea estadounidense coexiste con la viuda de Sadam Husein y con una oficina de los talibanes afganos. Con la primavera ¨¢rabe, Catar troc¨® su perfil mediador por uno intervencionista: campa?a a¨¦rea en Libia, armas a los rebeldes, apoyo a nuevos l¨ªderes, partidos y asociaciones... El emir y su entorno no esconden sus simpat¨ªas islamistas, pero para ellos estas son perfectamente compatibles con una mayor democratizaci¨®n. Parten de la premisa de que las elecciones dar¨¢n expresi¨®n pol¨ªtica a un islamismo moderado que ya es mayoritario en la sociedad y, de momento, los resultados electorales en T¨²nez, Egipto y Marruecos parecen darles la raz¨®n. Ese apoyo a la democracia, sin embargo, no se aplica en casa, ni a las monarqu¨ªas vecinas del Golfo.
Arabia Saud¨ª, por su parte, no esconde su desd¨¦n por la democracia dentro y fuera de sus fronteras. La opresi¨®n que padecen los y, en particular, las saud¨ªes se recrudece en el caso de la minor¨ªa chi¨ª, vista por Riad como una quinta columna de su archirrival, Teher¨¢n. De ah¨ª la prisa en aplastar la revuelta en Bahrein, donde la mayor¨ªa chi¨ª reclama, adem¨¢s de democracia, igualdad de derechos. El r¨¦gimen saud¨ª lee los acontecimientos en Oriente Pr¨®ximo en el marco de su enemistad con Ir¨¢n, de quien teme tanto la capacidad de desarrollar el arma nuclear como la influencia regional. Bajo ese prisma, la retirada estadounidense de Irak, dejando un Gobierno con preeminencia chi¨ª y buenos contactos en Teher¨¢n, es un desaf¨ªo de primer orden. En cambio, la revuelta en Siria abre nuevas posibilidades: la ca¨ªda de El Asad acabar¨ªa con el mejor aliado de Ir¨¢n, debilitar¨ªa su influencia en L¨ªbano y Palestina y, con toda probabilidad, dar¨ªa un papel protagonista a los sunn¨ªes en Siria.
Al inicio de las revueltas de 2011 el Consejo de Cooperaci¨®n del Golfo (CCG), que re¨²ne a las monarqu¨ªas de la zona, se ocup¨® de problemas internos (atajar las protestas por las buenas, en Om¨¢n, o por las malas, en Bahrein) y luego de Yemen, donde auspici¨® la salida pactada de Saleh. El CCG est¨¢ ahora en el n¨²cleo motor de la Liga ?rabe, que sali¨® de su largo letargo con el conflicto de Libia y lleva la voz cantante en el de Siria. No se puede comparar la escala de lo que pas¨® en Bahrein con esos conflictos (la oposici¨®n habla a lo sumo de 60 muertos). Pero que su emir, en una entrevista a un peri¨®dico alem¨¢n, le aconseje a El Asad ¡°que escuche a su pueblo¡±, o que el CCG se erija en defensor de los que protestan en Siria, son flagrantes contradicciones. Tal vez defendiendo el cambio fuera las petromonarqu¨ªas esperan legitimar su inmovilismo interno: que cambien los otros para que aqu¨ª nada cambie.
La Liga ?rabe sigue siendo un club con amplia mayor¨ªa de dictaduras, pero sus miembros ya no s¨®lo se dedican a taparse las verg¨¹enzas y rasgarse las vestiduras sobre Palestina sin mover un dedo. No podemos ignorar las motivaciones de quienes impulsan su nuevo activismo. Las monarqu¨ªas del Golfo est¨¢n tomando la delantera y quienes decidan actuar para detener la carnicer¨ªa en Siria deber¨¢n contar con ellas, adem¨¢s de con Turqu¨ªa. Lo dif¨ªcil para Occidente ser¨¢ no resbalarse por la espiral del hacer algo hacia intereses que tienen m¨¢s que ver con rivalidades regionales que con la protecci¨®n de civiles. Para acabar con el apoyo de muchos miembros de minor¨ªas religiosas a El Asad habr¨¢ convencerles de que, en la nueva Siria, no van a sufrir la misma suerte que los chi¨ªes en Arabia Saud¨ª. Por eso, un buen mensaje para un futuro no sectario en Siria ser¨ªa que quienes se presentan como protectores de la poblaci¨®n siria demuestren, con reformas en sus propios pa¨ªses, que convivir sin opresi¨®n es posible en Oriente Pr¨®ximo.
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