El terror psicol¨®gico comienza a hacer mella en la poblaci¨®n siria
Tras once meses de revueltas, cientos de ciudadanos desocupados sufren fuertes depresiones, conviviendo con las bombas y los francotiradores
Mahmun, un joven de 24 a?os, acude a medianoche al nuevo cementerio de Al Qusayr, improvisado en medio de un descampado, donde hay unas treinta tumbas. Al llegar a una esquina apartada, muestra un agujero cavado en el suelo recientemente.
"Esta es la m¨ªa. Voy a poner una tabla encima para que nadie la use, porque yo ser¨¦ el pr¨®ximo shaheed (m¨¢rtir), estoy seguro, y quiero reservarla para m¨ª", explica, con una sonrisa nerviosa. "Mi familia est¨¢ en la lista negra y si las tropas de El Asad entran aqu¨ª, seremos los primeros en ser capturados". Las tropas del r¨¦gimen est¨¢n presentes en la ciudad, rodeada por 17 controles del Ej¨¦rcito, donde han muerto 85 personas desde el inicio de las revueltas.
No es el ¨²nico que piensa a menudo en la muerte, mentada en numerosas ocasiones a lo largo del d¨ªa por j¨®venes totalmente desocupados, sin trabajo y acudiendo a diario a uno o dos multitudinarios funerales al d¨ªa. Ni ¨¦l ni muchos otros esquivan ya una de esas esquina donde saben que dispara un francotirador, donde sigue acertando a pesar de la barricada de sacos que han instalado con una foto de Bachar el Asad en direcci¨®n al tirador, "?para que le de en su cara!", r¨ªe un vecino.
¡°Es que tengo que ir a comer a casa de mi familia, estoy harto de dar la vuelta por detr¨¢s¡±, explica Mahmun, andando despacio, tentando a la muerte.
¡°El otro d¨ªa le di sangre a Hasem antes de morir¡±, dice un electricista de 25 a?os parado en la misma esquina, "y ahora est¨¢ en el para¨ªso. Creo que mi sangre est¨¢ ahora all¨ª y yo ir¨¦ detr¨¢s¡±, dice con convencimiento, mirando en direcci¨®n al Ayuntamiento y al Hospital central, donde est¨¢n concentrados los soldados de El Asad, unos 400 hombres.
Casi la totalidad de las actividades econ¨®micas de la ciudad, dedicada al cultivo de manzanas, est¨¢ paralizada. Uno de los principales frigor¨ªficos de almacenamiento de frutas se ha convertido en una morgue donde llevan los cuerpos de los fallecidos. Solo hay unas pocas tiendas de v¨ªveres abiertas en las calles que controla el Ej¨¦rcito Libre, visibles en algunas esquinas o patrullando en los coches que consiguieron tras la toma del cuartel general de la Seguridad Nacional (servicios secretos sirios).
Sin nada que hacer, hombres y mujeres j¨®venes se afanan en celebrar manifestaciones diarias, acudir a los funerales o trabajar en los talleres clandestinos en los que fabrican las pancartas y cosen los uniformes del Ej¨¦rcito Libre. ¡°No hay nada que hacer, yo he decidido enrolarme en el Jeish Al Hor (Ej¨¦rcito Libre). Los requisitos eran tener hecho el servicio militar y un arma, pero como no ten¨ªa dinero me han dado un kalashnikov¡±, explica Muamar, un joven de 23 a?os que trabajaba en una pizzer¨ªa. Ayer le toc¨® dirigir la plegaria en el funeral de tres hombres que fueron secuestrados hace cuatro d¨ªas por los shabiha, las milicias del r¨¦gimen, en el centro del pueblo.
Encontraron sus cuerpos abandonados en una calle central, con signos de torturas. Al hospital clandestino llegaron una decena de heridos que hab¨ªan sido alcanzados por las tropas del r¨¦gimen, tres granjeros que trabajaban en las inmediaciones de Al Qusayr, entre ellos un cristiano. Hoy han muerto otras tres personas tiroteadas en el campo por tropas de al Asad. Algunas familias han comenzado a huir.
Ca¨ªda la noche, Mahmun abre su ordenador, sin apenas bater¨ªa porque los cortes de luz son continuos. No puede conectarse a Internet para enviar los v¨ªdeos diarios de funerales y manifestaciones. Durante dos horas, repasa una tras otra las im¨¢genes de hombres fallecidos, operaciones grabadas de cerca y al detalle en el hospital clandestino, llantos de ni?os, mujeres y hombres rodeando un cad¨¢ver m¨¢s.
Lamentaciones que se han convertido en la banda sonora de una localidad que desde hace meses se hunde en la depresi¨®n, castigada por un terror psicol¨®gico que empieza a hacer mella en la salud mental de todos ellos.
Un beb¨¦ llamado Revoluci¨®n
Entre tanto dolor, despunta un rayo de vida llamado?zhaura (revoluci¨®n). Es el nombre con el que han bautizado a un beb¨¦ nacido hace tres d¨ªas. ¡°Me puse de parto pero no pod¨ªa ir al hospital central, que est¨¢ tomado por los soldados de El Asad. As¨ª que mi madre me llev¨® corriendo al otro hospital, escondido en una casa, y naci¨® el peque?o¡±.
La madre, que no quiso dar su nombre, se encuentra en buen estado de salud, confinada en casa, sin luz y rodeada de su marido y sus cuatro hijos. ¡°De momento no nos vamos a ir a L¨ªbano, pero si las cosas se ponen peor, tal vez lo pensemos¡±, confiesa.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.