La primera muerte de G¨¹nter Grass
Al premio Nobel de Literatura no se le ocurre nada mejor que publicar un "poema" en el que explica que la ¨²nica amenaza seria que pesa sobre nuestras cabezas procede de un min¨²sculo pa¨ªs, uno de los m¨¢s peque?os y vulnerables del mundo, que es tambi¨¦n una democracia: el Estado de Israel
Est¨¢ Corea del Norte y su tirano autista, que cuenta con un arsenal nuclear ampliamente operativo.
Est¨¢ Pakist¨¢n, del que nadie sabe ni el n¨²mero de ojivas que posee ni la exacta localizaci¨®n de estas ni las garant¨ªas que tenemos de que, el d¨ªa menos pensado, no terminen en manos de los grupos vinculados a Al Qaeda.
Est¨¢ la Rusia de Putin, que, en dos guerras, ha logrado la haza?a de exterminar a una cuarta parte de la poblaci¨®n chechena.
Ese viento de mal ag¨¹ero que sopla Europa hinche las velas de lo que cabe sino llamar "neoantisemitismo"
Est¨¢ el carnicero de Damasco, que ya va por los diez mil muertos, cuyo empecinamiento criminal amenaza la paz de la regi¨®n.
Est¨¢ Ir¨¢n, por supuesto, cuyos dirigentes han hecho saber que, cuando dispongan de ellas, sus armas nucleares servir¨¢n para golpear a uno de sus vecinos.
Grass, ese pez gordo de las letras, ese rodaballo congelado por 70 a?os de pose y mentira, empieza a descomponerse
En resumen: vivimos en un planeta en el que abundan los Estados oficialmente pir¨®manos que apuntan abiertamente a sus civiles y a los pueblos circundantes, y amenazan al mundo con conflagraciones o desastres sin precedentes en las ¨²ltimas d¨¦cadas.
Y he aqu¨ª que a un escritor europeo, uno de los m¨¢s grandes y eminentes, pues se trata del premio Nobel de Literatura G¨¹nter Grass, no se le ocurre nada mejor que publicar un ¡°poema¡± en el que explica que la ¨²nica amenaza seria que pesa sobre nuestras cabezas procede de un min¨²sculo pa¨ªs, uno de los m¨¢s peque?os y vulnerables del mundo, que, dicho sea de paso, es tambi¨¦n una democracia: el Estado de Israel.
Esta declaraci¨®n ha colmado de satisfacci¨®n a los fan¨¢ticos que gobiernan en Teher¨¢n, que, a trav¨¦s de su ministro de Cultura, Javad Shamaghdari, se han apresurado a aplaudir la ¡°humanidad¡± y el ¡°esp¨ªritu de responsabilidad¡± del autor de El tambor de hojalata.
Tambi¨¦n ha sido objeto de los comentarios extasiados, en Alemania y el resto del mundo, de todos los cretinos paulovizados que confunden el rechazo a lo pol¨ªticamente correcto con el derecho a despacharse a gusto y a liberar, de paso, los hedores del m¨¢s pestilente de los pensamientos.
Finalmente, ha dado lugar al habitual y fastidioso debate sobre el ¡°misterio del gran escritor que, adem¨¢s, puede ser un cobarde o un canalla¡± (C¨¦line, Aragon) o, lo que es peor, sobre la ¡°indignidad moral, o la mentira, que nunca deben ser argumentos literarios¡± (con lo que toda una pl¨¦tora de ¡°seudoc¨¦lines¡± y ¡°aragones de poca monta¡± podr¨ªan regodearse libremente en la abyecci¨®n).
Pero al observador con un poco de sentido com¨²n este caso le inspirar¨¢ sobre todo tres simples anotaciones.
La decadencia caracter¨ªstica, a veces, de la senilidad. Ese momento terrible, del que ni los m¨¢s gloriosos est¨¢n exentos, en el que una especie de anosognosia intelectual hace que todos los diques que habitualmente conten¨ªan los desbordamientos de la ignominia se desmoronen. ¡°Adi¨®s, anciano, y piensa en m¨ª si me has le¨ªdo¡± (Lautreamont, Los cantos de Maldoror, Canto primero).
El pasado del propio Grass. La revelaci¨®n que hizo hace seis a?os cuando cont¨® que, a los 17 a?os, se alist¨® en una unidad de la Waffen SS. ?C¨®mo no pensar en ella hoy? ?C¨®mo no relacionar las dos secuencias? ?Acaso no queda patente el v¨ªnculo entre esto y aquello, entre el burgrave socialdem¨®crata que confesaba haber hecho sus pinitos en el nazismo y el miserable que ahora declara, como cualquier nost¨¢lgico de un fascismo convertido en tab¨², que est¨¢ harto de guardar silencio, que lo que dice ¡°debe¡± decirse, que los alemanes ya est¨¢n lo ¡°suficientemente abrumados¡± (uno se pregunta por qu¨¦) como para convertirse, adem¨¢s, en ¡°c¨®mplices¡± de los ¡°cr¨ªmenes¡± presentes y futuros de Israel?
Y luego, Alemania. Europa y Alemania. O Alemania y Europa. Ese viento de mal ag¨¹ero que sopla sobre Europa y viene a henchir las velas de lo que no cabe sino llamar ¡°neoantisemitismo¡±. No es ya el antisemitismo racista. Ni cristiano. Ni tampoco anticristiano. Ni anticapitalista, como a comienzos del siglo XX. No. Es un antisemitismo nuevo. Un antisemitismo que solo tiene posibilidades de volver a hacerse o¨ªr y, antes, de ser expresado, si consigue identificar el ¡°ser jud¨ªo¡± con la identidad pretendidamente criminal del Estado de Israel, dispuesto a descargar su ira contra el inocente Estado iran¨ª. Es lo que hace G¨¹nter Grass. Y es lo que hace de este caso un asunto terriblemente significativo.
A¨²n recuerdo a G¨¹nter Grass en Berl¨ªn, en 1983, en el cumplea?os de Willy Brandt.
A¨²n lo oigo, primero en la tribuna, despu¨¦s sentado a una mesa, entre una peque?a corte de admiradores, con el cabello tan denso como el verbo, unas gafas de montura ovalada que le daban cierto aire a Bertolt Brecht y el rostro mofletudo temblando de una emoci¨®n fingida mientras exhortaba a sus camaradas a mirar de frente su famoso ¡°pasado que no pasa¡±.
Y helo aqu¨ª, treinta a?os despu¨¦s, en la misma situaci¨®n que esos hombres con la memoria agujereada, fascistas sin saberlo, acosados sin haberlo querido, a los que, aquella noche, ¨¦l invitaba a asumir sus inconfesables pensamientos ocultos: postura e impostura; estatua de arena y comedia; el Comendador era un Tartufo; el profesor de moral, la encarnaci¨®n de la inmoralidad que combat¨ªa; G¨¹nter Grass, ese pez gordo de las letras, ese rodaballo congelado por sesenta a?os de pose y mentira, ha empezado a descomponerse y eso es, al pie de la letra, lo que se llama una ¡°debacle¡±. Qu¨¦ tristeza.
Traducci¨®n: Jos¨¦ Luis S¨¢nchez-Silva
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