El presidente de todos
El nuevo mandatario franc¨¦s va a tener que actuar por Europa y tambi¨¦n con Europa
Se acab¨®. Esta campa?a electoral, que tan interminable ha parecido, no ha producido sorpresas y ha consagrado la llegada de Fran?ois Hollande al El¨ªseo. Comenzada en el aburrimiento, impregnada de las desilusiones e inquietudes generadas por la crisis que padecen nuestras democracias, sacudida desde la extrema izquierda hasta la extrema derecha, culmina hoy en el veneno de los excesos y las divisiones y sin suscitar verdaderas esperanzas.
La culpa de ello es de Nicolas Sarkozy, el ni?o malcriado de la pol¨ªtica francesa o, mejor dicho, el adolescente tard¨ªo, con tanto talento pero inmaduro, incapaz de preservar lo conquistado por haberse desprendido de todas las salvaguardas. ?l, que hace cinco a?os supo dar a los franceses el impulso y el deseo de la modernidad, se eclipsa ahora en un triste cortejo, rodeado de unos cuantos consejeros ba?ados en el rancio olor del siglo pasado y el populismo contempor¨¢neo, culpables de unos c¨¢lculos err¨®neos que durante mucho tiempo ignoraron a Marine Le Pen. Hay que reconocerlo: el presidente saliente no ha tenido suerte, su quinquenio se ha visto golpeado por dos grandes crisis, financiera y econ¨®mica, ante las que, en el mejor de los casos, consigui¨® limitar los da?os. Puso en marcha una serie de reformas indispensables y valientes, como la edad de jubilaci¨®n, el adelgazamiento del Estado y la autonom¨ªa de las universidades. Pero no comprendi¨® del todo a los franceses, su desconfianza ante la majestad presidencial, sus arrebatos de igualitarismo, su odio a los privilegios cuando se extiende la pobreza y les atenaza la angustia de la precariedad, su p¨¢nico ante una globalizaci¨®n en la que ya no saben d¨®nde situar Francia. Con sus excesos y sus incoherencias, Sarkozy ha conseguido transformar la elecci¨®n presidencial en un refer¨¦ndum contra su persona, lo que encarna y lo que la gente le atribuye. Ha atacado a los ricos, a las ¨¦lites, a los medios de comunicaci¨®n y ha pretendido formar parte del pueblo cuando lo que alimentaba en realidad era el populismo.
El Partido Socialista vuelve 10 a?os despu¨¦s de la dolorosa derrota de Lionel Jospin; ?d¨®nde estar¨¢n ahora las expectativas, la impaciente esperanza de unos d¨ªas mejores? M¨¢s all¨¢ del guirigay de la noche, de los gritos en la plaza de la Bastilla y los altavoces de la calle Solferino, Fran?ois Hollande ha logrado la victoria. M¨¢s gracias a su tenacidad, su prudencia, su resistencia, que a su carisma o a que encarne un arrebato colectivo. Hac¨ªa m¨¢s de un a?o que estaba en campa?a: hay que desconfiar de quienes pasan mucho tiempo aguantando que se les minusvalore. Hollande tiene suerte, y eso es una cualidad en pol¨ªtica. Gan¨® las primarias, despu¨¦s de que Strauss-Kahn se quedara enganchado en habitaciones de hoteles, gan¨® ¨¦l, el Flanby, el blandito como una fresa, el marinero de agua dulce, por reproducir los amables calificativos que le atribuyeron sus compa?eros de partido antes de que se convirtiera en su palad¨ªn. Despu¨¦s de lanzarse a la campa?a presidencial en enero, demostr¨® su elocuencia, virtud indispensable en una cultura en la que domina la palabra. Imit¨® a Mitterrand hasta la caricatura; apost¨® por la nostalgia de una ¨¦poca de la que, sin embargo, nadie guarda un recuerdo idealizado. Supo ser h¨¢bil: esquiv¨® las trampas, evit¨® las asperezas, evoc¨® grandes principios y bellos sentimientos. No habl¨® del mundo ni de Europa, ni de la verdadera situaci¨®n del pa¨ªs, ni de los esfuerzos y sacrificios que va a haber que hacer; podemos lamentar que el ejercicio democr¨¢tico se convierta en una enga?ifa. Pero es comprensible: sin dejarse enga?ar respecto al futuro, el pa¨ªs ha querido huir de la realidad en la campa?a, replegarse sobre s¨ª mismo y sobre sus fracturas. Y Fran?ois Hollande es hoy presidente de la Rep¨²blica.
Debe agrupar y pacificar el pa¨ªs, pero no va a disfrutar de un periodo de gracia. La crisis est¨¢ ah¨ª. Los franceses lo saben. Hollande y su equipo, tambi¨¦n. Hay que dejar atr¨¢s la imprecisi¨®n, la realidad se impone. No es imposible que nos encontremos con una agradable sorpresa. El nuevo presidente no es un ide¨®logo, sino un socialdem¨®crata pragm¨¢tico. El margen de su victoria deber¨ªa permitirle calmar los ardores de los pocos que se han entusiasmado con su candidatura.
Las legislativas de junio le dar¨¢n una mayor¨ªa m¨¢s c¨®moda porque la derecha tradicional sufrir¨¢ los mazazos del Frente Nacional. No deja de ser peligroso: dado que la izquierda domina ya el Senado y las instancias locales, ya no habr¨¢ excusas.
En toda Europa resuena el clamor del crecimiento. Hollande tiene la oportunidad de ser su valedor, pero no posee una varita m¨¢gica. Sus recetas, si es que las tiene, no son las mismas que las de un Monti, un Cameron, un Rajoy, ni mucho menos una Merkel. A pesar de no haber hablado de Europa de forma esperanzada, el nuevo l¨ªder franc¨¦s va a tener que actuar por Europa y con Europa. La tarea ser¨¢ dif¨ªcil. Buena suerte, se?or presidente.
Traducci¨®n de Mar¨ªa Luisa Rodr¨ªguez Tapia.
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