Viejos rockeros pol¨ªticos
Par¨ªs siempre sorprende. Ni en la pendiente pierde su poder de fascinaci¨®n. Por segunda vez consecutiva, un presidente de la Rep¨²blica efect¨²a una misma jugada, llena de significado pol¨ªtico e incluso generacional. Ante los peores tiempos, los mejores pol¨ªticos: Sarkozy se sac¨® de la manga a Alain Jupp¨¦, y Hollande hace lo propio con Laurent Fabius, para ocupar la segunda cartera en importancia del Gobierno, detr¨¢s del primer ministro. El Quai d¡¯Orsay, el palacio en la orilla del Sena y vecino de la Asamblea Nacional, est¨¢ cargado de historia y de simbolismos sobre la proyecci¨®n mundial de Francia y alberga uno de los cuerpos diplom¨¢ticos m¨¢s experimentados y eficaces del mundo. De ah¨ª que sea una apuesta mayor situar al frente a un peso pesado del partido mayoritario, aunque sea en ambos casos un aut¨¦ntico adversario del presidente.
Laurent Fabius, de 66 a?os, fue el ni?o mimado de Fran?ois Mitterrand, que le nombr¨® ministro del presupuesto de su primer Gobierno en 1981. Fue su segundo primer ministro de 1984 a 1986. Y era evidente en aquel entonces que le lanzaba a una carrera presidencial que luego nunca se lleg¨® a concretar. Volvi¨® a ser ministro de Estado con el Gobierno de Lionel Jospin. Siempre observ¨® al joven Fran?ois Hollande por encima del hombro y en los ¨²ltimos tiempos con la inquina que proporciona la aut¨¦ntica rivalidad. Pero el mayor enfrentamiento con quien era el secretario general del PS se produjo con motivo del refer¨¦ndum sobre la Constituci¨®n europea, en el que propugn¨® el voto negativo, en contra de la consigna de su propio partido. Muchos atribuyen a Fabius la victoria del no y buena parte de los males que de ella se siguieron.
Jugadas similares no son posibles en todos los pa¨ªses. Se han visto en Italia, en Israel o tambi¨¦n en Alemania con Sch?uble. Por supuesto, jam¨¢s en Espa?a, donde las quemaduras del ejercicio del gobierno se consideran definitivas e irreversibles. Ni en mitad de una crisis de caballo, que se puede llevar por delante a instituciones y pol¨ªticas fundamentales, alguien podr¨ªa imaginar apuestas como las que Par¨ªs ha hecho tanto con Sarkozy como con Hollande.
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