La memoria ya no basta para Europa
Lo que val¨ªa para la generaci¨®n de Kohl, de Mitterrand, y debe impulsar a Hollande y Merkel, no servir¨¢ para el siglo XXI
?Hijos del siglo XXI! Peque?os seres reci¨¦n nacidos, ¨¦lficos, que pobl¨¢is ya las escuelas de Europa, escribo estas l¨ªneas pensando en vosotros. Vosotros, para los que la historia del siglo pasado -una guerra, otra guerra, otra guerra, el exterminio y despu¨¦s la descolonizaci¨®n- ser¨¢ una serie de f¨¢bulas y cuentos de terror. Vosotros, que tendr¨¦is que inventar este siglo, el XXI, darle su fuerza po¨¦tica, est¨¦tica, pol¨ªtica. Y, sobre todo, su sentido ¨¦tico. Vosotros, que crecer¨¦is en esta ¨¦poca de ficciones, como yo, pero m¨¢s que yo. Vosotros marchar¨¦is acompa?ados de un repertorio infinito de im¨¢genes: archivos, pel¨ªculas, cruces de los mundos que llaman reales o virtuales pero que son, para vosotros, un solo mundo indisociable. Por ahora, corr¨¦is y jug¨¢is. Vosotros ser¨¦is responsables de inventar el futuro. Y, a mi manera, me gustar¨ªa ayudaros. Y decir, para empezar, esto:
El tiempo de las metamorfosis
?Se?oras y se?ores de las instituciones europeas! Vuestra Europa nos aburre. Nos produce un aburrimiento mortal. Porque carece de esp¨ªritu. De visi¨®n. De imaginario. ?Carece de po¨¦tica! Mirad: el carb¨®n y el acero. La CEE. Luego la UE. Los criterios de convergencia. Europa, en su uni¨®n, no es m¨¢s que una materia y un certificado, un mercado y un acr¨®nimo.
Cuando era ni?o, aprend¨ª todo lo que se dec¨ªa de la construcci¨®n europea desde la ¨¦poca de los fundadores: Monnet, Schumann. En los pupitres de los Institutos de estudios pol¨ªticos, en la London School of Economics, he visto con qu¨¦ empecinamiento se ense?a esta construcci¨®n. Piensan que as¨ª van a formar una generaci¨®n de peque?os comisarios. Creen poder elevar a los ciudadanos de Europa al terreno de la raz¨®n en el que se basa esta uni¨®n. ?Pero fijaos! Los pueblos de Europa no quieren ya saber nada de este edificio construido sobre la raz¨®n --estabilidad monetaria, reducci¨®n de los d¨¦ficits, competencia pura y perfecta-- ni, menos a¨²n, del hambre al que ese edificio les condena.
En su ¨²ltimo libro publicado en Francia, La Constituci¨®n de Europa, J¨¹rgen Habermas se ve a s¨ª mismo como el padrecito de un pueblo europeo ausente. Intenta responder a la cr¨ªtica de que no existe un demos europeo, un pueblo europeo, por lo que no puede haber ni Estado ni Constituci¨®n transnacional. Pero no hace ninguna falta que haya un pueblo, dice Habermas, ante todo debemos establecer una Constituci¨®n, y a partir de ah¨ª se derivar¨¢n unas solidaridades abstractas.
Subrayo la expresi¨®n solidaridades abstractas, entre unos ciudadanos que no hablan la misma lengua pero se incorporan, gracias a la raz¨®n, a un destino com¨²n.
Aqu¨ª, una vez m¨¢s, se evita o se sortea la cuesti¨®n de la lengua, la po¨¦tica.
Comprendo, desde luego, que un hijo del siglo XX como Habermas sue?e con eliminar la pasi¨®n y la emoci¨®n de la pol¨ªtica. Acepto esa exclusi¨®n por todo lo que represent¨® el siglo pasado: la edad de las masas, de las fusiones l¨ªricas y las furias nacionales que, todav¨ªa hoy, asedian el espacio europeo... Tambi¨¦n puedo decir que comparto el objetivo de Habermas: salvar la idea de una pol¨ªtica por encima de las naciones.
Pero sobre todo quiero subrayar su error. El error profundo, intelectual, que comete quien cree poder construir un espacio pol¨ªtico sin que exista un espacio po¨¦tico.
Si digo "Hugo", el nombre implica cierta idea de la Rep¨²blica francesa.
Si digo "Goethe", o m¨¢s tarde "Heine", es una idea determinada de Alemania.
Para Europa, os digo los nombres que considero caracter¨ªsticos: Steiner, Magris y, antes de ellos, Zweig o Val¨¦ry¡
Pero, sobre todo, los invisibles, los traductores que desde hace siglos nos permiten leer las obras escritas en otras lenguas que no dominamos.
Es una Europa del texto, sin duda, una Europa literaria, ?por qu¨¦ ocultarlo?
Pero, en esta historia literaria, se dise?an por encima de todo una pol¨ªtica y una po¨¦tica de la traducci¨®n. Estos traductores invisibles constituyen el centro de lo que llamo una po¨¦tica europea del entrelenguas.
Europa es el lugar en el que se publican y se traducen los textos y las lenguas del mundo.
Durante mucho tiempo, se hac¨ªa por el deseo de poder, por asegurarse el dominio de los conocimientos, del verso, el ritmo y las met¨¢foras a trav¨¦s de las cuales los seres humanos hacen suyo el mundo.
Hoy, en una Europa en la que se cruzan un poco de Asia, ?frica, las Am¨¦ricas, este reconocimiento de la traducci¨®n como po¨¦tica com¨²n es mucho m¨¢s que una simple aceptaci¨®n del mestizaje. Es una idea concreta de los conflictos, las tensiones que derivan de ellos y el instrumento, el esfuerzo, para superarlos.
Pero este esfuerzo y esta idea de la traducci¨®n, deben dejar de ser exclusivos de la literatura.
Nuestra responsabilidad es elevar a cada ciudadano del siglo XXI a esta pol¨ªtica del entrelenguas.
Veamos. La emoci¨®n que se siente durante una campa?a electoral. En Italia, en Suecia, en Polonia, en Grecia, en Hungr¨ªa... Hace poco, en Francia. Los candidatos utilizan una lengua nacional para apelar a una base com¨²n ef¨ªmera del pueblo. Los candidatos tienen sus referencias y sus elocuencias. Se trata de escoger, para quien vota, la palabra, la promesa y la lengua que resuenen con la esperanza. En este contexto, las naciones, por desgracia, siguen teniendo el monopolio de la emoci¨®n colectiva.
?Por qu¨¦, entonces, destacar esta dimensi¨®n de la lengua, de la expresi¨®n?
Precisamente para situar el proyecto europeo frente a las cosas de las que se olvida.
En concreto: la cuesti¨®n pol¨ªtica de una base com¨²n unida por la traducci¨®n.
La cuesti¨®n de una lengua com¨²n que pueda despertar solidaridades concretas y hacer de Europa, tambi¨¦n, un espacio po¨¦tico.
Yo soy hijo del desencanto. No me gusta sentirme arrastrado por unas palabras pronunciadas en p¨²blico. Pero debo reconocer, para ser realista, que no puede existir un espacio pol¨ªtico sin que exista un espacio po¨¦tico: met¨¢foras, referencias, elocuencias, humores... Es decir, frente a las solidaridades abstractas de Habermas -que son las del euro, el derecho europeo, el inter¨¦s industrial de los miembros de la Uni¨®n, este mundo de hambre y austeridad en el que se ha convertido el proyecto europeo-, yo propongo unas solidaridades concretas.
?C¨®mo construir solidaridades entre lenguas?
?Qu¨¦ po¨¦tica para la Europa del siglo XXI podr¨ªa sostener una ciudadan¨ªa de m¨²ltiples lealtades?
Hasta ahora, los constructores de Europa siempre se han conformado con un ¨²nico argumento emocional: las guerras, el siglo XX y el exterminio. Es este argumento repetido el que me ha llevado a escribir, en varias ocasiones, que el pasado es, todav¨ªa hoy, la constituci¨®n no escrita de Europa. Vivimos en un r¨¦gimen del poder de la memoria.
Pero yo digo aqu¨ª, con firmeza, que esa memoria ya no basta.
Lo que val¨ªa para la generaci¨®n de Kohl, de Mitterrand, lo que debe a¨²n impulsar a Hollande y Merkel, no servir¨¢ ya para los hijos del siglo XXI.
Debemos encontrar otra cosa. Construir otra cosa. Imaginar otra cosa.
Ya no basta solo el peso de la memoria, sino que es necesaria una po¨¦tica que defina un horizonte para el futuro. Si no, las naciones, con toda la emoci¨®n que despiertan, retomar¨¢n el poder. Ese es, por desgracia, el camino emprendido hasta ahora. El regreso de las naciones. Y en todas partes, el refuerzo de las identidades.
He expuesto ya, en un libro sobre la tristeza europea, Le H¨ºtre et le Bouleau [El haya y el abedul], qu¨¦ es, en mi opini¨®n, esta po¨¦tica del entrelenguas.
Al final del libro propongo un programa para desarrollarlo en 30 a?os: 1. La difusi¨®n en Europa de una pedagog¨ªa de la traducci¨®n y la creaci¨®n de una escuela del v¨¦rtigo para los ni?os que vayan a nacer, con el fin de sincronizar la ense?anza con la realidad en la que les va a tocar vivir: una realidad h¨ªbrida del entre, de las identidades m¨²ltiples. 2. La redacci¨®n de un Manual de historia ut¨®pica para transmitir a los escolares europeos, que ya no sea una Historia redactada desde el punto de vista de las naciones, sino una Historia de la permeabilidad, los intercambios y los desplazamientos. 3. La creaci¨®n de una Academia europea de las lenguas y la traducci¨®n, con el fin de definir lo que ser¨ªa el embri¨®n de una pol¨ªtica cultural europea. Aqu¨ª, grandes figuras de las letras, portadoras de esta ¨¦tica del desplazamiento, tendr¨ªan el encargo de definir unos c¨¢nones con obras de traducci¨®n obligatoria a las distintas lenguas europeas. 4. Un espacio de ciudadan¨ªa redefinido e inspirado en la figura del traductor: el que conoce el esfuerzo, el conflicto, el angustioso dilema de unir dos lenguas y dos culturas. 5. Por ¨²ltimo, el reconocimiento como lenguas europeas de las lenguas escritas o habladas en los pa¨ªses de la Uni¨®n por quienes deciden vivir en ellos. Ello convertir¨ªa el chino, el ¨¢rabe, el ruso, numerosas lenguas africanas, el hebreo, el japon¨¦s... en lenguas europeas.
Porque lo son. Europa ha querido dirigir y conquistar el mundo. Ahora debe aceptar que el mundo se incorpore a ella, en sus lenguas.
Esta po¨¦tica y esta pol¨ªtica de la traducci¨®n no tiene solo vocaci¨®n de crear solidaridades concretas, entre otros. Es adem¨¢s, sobre todo, se?al de un compromiso de hacer que la Historia vuelva a tener esp¨ªritu, un compromiso que, espero, se tenga en cuenta en este momento crucial de Europa que quiere negociar el nuevo presidente franc¨¦s.
?Crecimiento?, dice ¨¦l, ?por qu¨¦ no? Hace falta, sin duda.
?Pero para construir qu¨¦ sentido y consolidar qu¨¦ elemento com¨²n?
Debo acabar, pues, con una nota oscura: malos vientos recorren Europa.
No es solo la crisis de la deuda y la amenaza de bancarrota de Grecia.
Est¨¢ creciendo una Europa breivikiana. La llamo as¨ª porque adopta, con mayor o menor firmeza, las ideas de Breivik, el hombre que est¨¢ siendo juzgado en Oslo por el asesinato de 77 personas, con el prop¨®sito, seg¨²n ¨¦l, de defender la "civilizaci¨®n" contra la presencia ¨¢rabe, el islam y lo que m¨¢s odia: el multiculturalismo.
Esta Europa breivikiana se considera una ?civilizaci¨®n? atacada y en peligro de disoluci¨®n. Seduce a j¨®venes que buscan una causa y un sacrificio. Obtiene esca?os en los parlamentos. Desde el ascenso de J?rg Haider en Autria, hasta la matanza de Ut?ya en Noriega, esta Europa breivikiana no ha dejado de adquirir m¨¢s tribunas y m¨¢s poderes. Frente a ella, la Uni¨®n Europea parece impotente o, peor a¨²n, cada vez m¨¢s c¨®mplice. Poco a poco se consolida una alianza nauseabunda entre la Europa de la raz¨®n --rigor, deuda, d¨¦ficit-- y la de la pasi¨®n identitaria y xen¨®foba.
Por eso tenemos tanta urgencia.
Debemos organizar el futuro.
Y empezar a trabajar ya en esta po¨¦tica del entrelenguas.
Para construir una base com¨²n habitable en una Europa de las traducciones.
Un futuro que recuerde lo sucedido. Una escuela del otro, de los otros, adaptada a esta gran era de h¨ªbridos y metamorfosis.
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