Los Hermanos Musulmanes recogen su cosecha en las urnas
D¨¦cadas de trabajo social entre los egipcios m¨¢s pobres proporcionan apoyo pol¨ªtico a los partidos islamistas
En las callejuelas embarradas de Sakid Miki solo hay lugar para p¨®steres de Mohamed Morsi. El candidato de los Hermanos Musulmanes, que se adjudica la victoria de las presidenciales del pasado fin de semana, es de lejos el preferido en este suburbio de El Cairo, en el que la gente compra medicinas a plazos y pa?ales por unidades. La pobreza que se ve y se huele en Sakid Miki hace que algunos campos de refugiados palestinos resulten confortables comparados con este lugar, en el que basura, animales y personas conviven como pueden.
Aqu¨ª, al im¨¢n Mahmud Ali se le recibe con honores propios de Mr. Marshall. Es el encargado de distribuir la ayuda que los grupos islamistas ¡ªHermanos Musulmanes y salafistas entre otros¡ª hacen llegar a los que menos tienen por todo el pa¨ªs. ¡°Buenos d¨ªas, se?or Ali. Enhorabuena por la victoria de Morsi¡±, le saludan por la calle. El im¨¢n explica que ¨¦l no pertenece a la Hermandad, pero que comparte su ideolog¨ªa y canaliza parte de su ayuda, porque ese es el deber de todo musulm¨¢n.
En uno de sus locales, el im¨¢n guarda mantequilla, aceite, arroz y v¨ªveres en general, que reparte entre los vecinos de este barrio. Para muchas familias, a las que el Estado ha olvidado durante d¨¦cadas, en un pa¨ªs en el que un cuarto de la poblaci¨®n vive por debajo del nivel de la pobreza, la ayuda de los islamistas resulta vital. Adem¨¢s de la comida, los islamistas ofrecen financiaci¨®n, ayuda m¨¦dica y educaci¨®n religiosa gratis para una poblaci¨®n en la que algo m¨¢s del 35% no sabe ni leer ni escribir.
El im¨¢n, que tambi¨¦n es ingeniero a tiempo parcial y que ha vivido en Arabia Saud¨ª, fue v¨ªctima como muchos otros islamistas de la represi¨®n a los barbudos durante la era Mubarak. ¡°Me detuvieron cinco veces. Cada vez me encerraban en una celda durante diez d¨ªas. Me ataban las manos y me colgaban del techo como a un trozo de carne. Despu¨¦s me daban descargas el¨¦ctricas d¨ªa tras d¨ªa. Quer¨ªan saber los nombres de las personas que financiaban la ayuda isl¨¢mica, pero yo le hab¨ªa prometido a Dios que no responder¨ªa¡±, explica este hombre con barba y sin bigote que viste traje de chaqueta. Luego lleg¨® la revoluci¨®n que destron¨® al rais hace 16 meses y despu¨¦s el ascenso pol¨ªtico de los islamistas. No hay todav¨ªa resultados oficiales de las presidenciales, pero Ali ya camina por el suburbio con andares de vencedor.
En una de las casas a las que presta asistencia vive una mujer divorciada con sus cuatro hijos. La vivienda se cae a trozos. Una de las hijas, Saadeah, de 20 a?os, saluda desde una cama en la que lleva postrada desde hace cinco a?os. Un fallo durante una operaci¨®n m¨¦dica paraliz¨® sus piernas de por vida. En la mezquita les proporcionan las medicinas que necesita. Adem¨¢s acaban de darles una cocina nueva. Esta joven no ha votado porque ni siquiera tiene carn¨¦ de identidad, pero el resto de su familia s¨ª. ¡°Aqu¨ª todos queremos a Morsi. Es un hombre bueno; un hombre religioso que no ser¨¢ corrupto¡±, interviene su madre. Ya de salida, el im¨¢n le pide a Saadeah que no se preocupe, que ¨¦l le tramitar¨¢ el carn¨¦.
Fuera, en la calle, el calor es insoportable. Las mujeres van todas veladas y muchas visten de negro. En un callej¨®n, un hombre carda lana. En una esquina, un grupo de j¨®venes trapichea. Es hora de estar en el colegio, pero la calle est¨¢ llena de ni?os sin escolarizar.
Unas manzanas de chabolas en vertical m¨¢s all¨¢, Zeinab Bishir, de 36 a?os, mira en la televisi¨®n a su telepredicador salafista preferido en un cuartucho oscuro que apesta a or¨ªn. Cuenta que cada mes, ella recibe az¨²car, arroz, macarrones, salsa Maggi, dinero e insulina para su diabetes de la mezquita. Con eso viven los seis miembros de su familia. En seguida ense?a orgullosa la yema de su dedo morado, signo de que este fin de semana ha pasado por las urnas. ¡°Vot¨¦ a Morsi porque ser¨¢ un hombre justo y seguir¨¢ las ¨®rdenes de Al¨¢¡±. ?Y Ahmed Shafiq? ¡°Es un hombre del antiguo r¨¦gimen, nunca le votar¨ªa¡±, responde.
El im¨¢n Ali entra en contacto con estas familias en la mezquita. ¡°Es la mejor manera de conocer a la gente. Es nuestro medio de comunicaci¨®n¡±, opina. Antes de despedirse dice que quiere aclarar un punto, al tiempo. Su aclaraci¨®n da la raz¨®n a los que sostienen que el ritmo pol¨ªtico de los islamistas es lento y que su estrategia siempre es a largo plazo. ¡°Son injustos los que nos acusan de comprar los votos con comida y medicinas. Nosotros llevamos 20 a?os haciendo esto. Mucho antes de so?ar siquiera con la democracia¡±.
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