El interminable tira y afloja con Cuba
Los pol¨ªticos conservadores de Florida siguen usando todos los resquicios legales para contrarrestar las medidas aperturistas de Obama hacia la isla

Es la pugna que no cesa. Casi parece eterna. Los pol¨ªticos conservadores de Florida siguen usando todos los resquicios legales para contrarrestar las medidas aperturistas que el Gobierno de Barack Obama lleva poniendo en pr¨¢ctica con Cuba desde el comienzo de su mandato. No admiten que el nuevo sistema, tras m¨¢s de medio siglo de presi¨®n in¨²til, abra espacios de libertad, y argumentan que ayuda a mantener el r¨¦gimen castrista. Es el interminable tira y afloja por una revoluci¨®n que, a duras penas, sigue en pie casi tres generaciones despu¨¦s.
La historia, aunque repetida, tiene matices ins¨®litos. ?ltimo acto. Salida del primer barco en 50 a?os de Miami hacia La Habana con una carga de mercanc¨ªa humanitaria b¨¢sica permitida por la Oficina de Control de Bienes Extranjeros (OFAC) y el Departamento de Comercio de Estados Unidos. Todo supuestamente legal. Pero la congresista cubanoamericana Ileana Ros-Lehtinen, presidenta republicana del Comit¨¦ de Relaciones Exteriores, envi¨® una carta a la OFAC quej¨¢ndose del permiso y pidiendo una investigaci¨®n sobre la posible violaci¨®n de la ley Helms-Burton del embargo a Cuba.
El Ana Cecilia tuvo que esperar un d¨ªa fondeado antes de entrar en el puerto habanero porque le faltaban dos formularios, pero no estadounidenses, sino requeridos por Cuba. Su ruta ser¨¢ semanal o quincenal, dependiendo de los env¨ªos. Sali¨® el mi¨¦rcoles del peque?o puerto del r¨ªo Miami, un gui?o a su curiosa bandera de Bolivia, pa¨ªs sin mar y que solo tiene navegaci¨®n fluvial y lacustre, y regres¨® el s¨¢bado sin m¨¢s problemas. Apenas llev¨® esta vez un contenedor y pareci¨® simb¨®lico, una prueba, pues el grueso de los viajes y remesas a Cuba se hacen por avi¨®n. Por barco, hasta ahora, solo llegaban de Estados Unidos los productos agr¨ªcolas pagados al contado, una de las muchas rendijas del embargo.
Mario D¨ªaz Balart, otro de los congresistas republicanos del sur de Florida, intent¨® cerrar el grifo de los viajes hace unos meses y volver a las restricciones de la etapa del presidente George W. Bush. Pero fracas¨®. David Rivera ha sido el ¨²ltimo representante del exilio cubano m¨¢s conservador en llegar a la ofensiva tras la retirada del m¨¢s veterano Lincoln D¨ªaz Balart, hermano de Mario. Se ha convertido en el m¨¢s activo palad¨ªn anticastrista, y eso que no acaban de quedar claras algunas de sus actividades econ¨®micas personales, denunciadas reiteradamente por The Miami Herald y El Nuevo Herald. No contesta a ninguna de las acusaciones y solo repite que se trata de calumnias. Pero nunca se ha querellado contra los rotativos.
Sin embargo, su particular huida hacia adelante contra Cuba es imparable. Tampoco consigui¨® frenar los viajes a la isla desde Florida, al ser de competencia federal. Se lo neg¨® un juez, como el que ya ha paralizado otra ley estatal que trataba de prohibir contratos a empresas con negocios en Cuba, promovida por dos parlamentarios locales de la l¨ªnea dura. Pero Rivera, inasequible al desaliento, s¨ª ha logrado una restricci¨®n a los viajes religiosos y culturales, y la ha emprendido nada menos que con la Ley de Ajuste Cubano. Opina que permitir el regreso a la isla un a?o y un d¨ªa despu¨¦s de conseguir la residencia en EE UU gracias a la ley es un abuso. Seg¨²n su proyecto, el que lo hiciera antes de cinco a?os, plazo tras el que se puede obtener la ciudadan¨ªa estadounidense, perder¨ªa ese estatus. Pero ahora la mayor¨ªa de exiliados no son ya refugiados pol¨ªticos, sino econ¨®micos. Llegan a Estados Unidos muchos m¨¢s gracias a la loter¨ªa de visados o a la reunificaci¨®n familiar. Y ayudar a la familia que queda en Cuba es clave, aunque existan tambi¨¦n otros fines deleznables. Por encima de todo est¨¢ la libertad de movimientos, algo que ha cercenado el castrismo durante m¨¢s de medio siglo. Ra¨²l, un viejo exiliado, pero no inmovilista, dice con indignaci¨®n: ¡°Gente como Rivera, al final del d¨ªa, son como los Castro¡±.
Rivera tambi¨¦n logr¨® introducir una cl¨¢usula en una ley sobre gastos de Defensa que proh¨ªbe a las compa?¨ªas que hacen negocios con Cuba ¡ªal igual que con otros pa¨ªses considerados patrocinadores del terrorismo, como Siria, Sud¨¢n e Ir¨¢n¡ª, tener contratos con ese departamento. No se le escapa una.
Cerca de 400.000 cubanos viajan anualmente a la isla desde Estados Unidos. Entre ellos est¨¢n los llamados mulas, a los que se paga el viaje para que lleven mercanc¨ªas y dinero. Es, sin duda, el soporte de la maltrecha econom¨ªa cubana. Si se suman las donaciones y los permitidos viajes religiosos y humanitarios, se calcula que entre todos dejan en la isla m¨¢s de 4.000 millones de d¨®lares al a?o. La cr¨ªtica del exilio duro es que se ¡°alimenta al monstruo¡±, pero en los ¨²ltimos tiempos la interpretaci¨®n es distinta. Se ha creado un aut¨¦ntico mercado paralelo, lo que, unido a los ¨²ltimos permisos de peque?os negocios, ha llevado al Gobierno cubano a subir los aranceles pr¨¢cticamente al doble a partir del pr¨®ximo 3 de septiembre.
Las tiendas estatales han bajado sus ventas, porque llega casi todo de Miami. Las remesas alimentan ya m¨¢s al pueblo que se trata de rescatar. Son el ox¨ªgeno para que la libertad estalle. Por ello, a¨²n tiene menos sentido la cerraz¨®n de los congresistas conservadores, que siguen sin admitir el nuevo estilo de juego abierto propuesto por Obama. ¡°Es ins¨®lito tanto cerrilismo¡±, dice, con gesto cansado, Ra¨²l. ¡°Ser¨¢ porque les interesa seguir as¨ª otros 50 a?os, viviendo de la presi¨®n a trozos sin solucionar nada. Pero, claro, sirven al electorado de los que a¨²n se creen en los a?os sesenta y tambi¨¦n viven del mismo cuento. Tan in¨²til, salvo para ellos¡±.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
?Tienes una suscripci¨®n de empresa? Accede aqu¨ª para contratar m¨¢s cuentas.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.