Los rebeldes tratan de unir con pasillos los territorios sirios que controlan
Los insurgentes resisten el ataque de las tropas en un barrio de Alepo y toman otro distrito
Convencidos de su victoria, de que esta es solo cuesti¨®n de tiempo y de que sus enemigos combaten aterrados, los rebeldes siguen avanzando en varios barrios de Alepo. Si lo que ellos dicen es cierto, el domingo tuvieron razones para el optimismo. Resistieron el ataque de los tanques en el ¨¢rea de Saladino, en el oeste, y tomaron la ciudad de Al Bab, en el noroeste.
All¨ª, seg¨²n los informes del Ej¨¦rcito Libre Sirio, se hicieron con tanques y mucha munici¨®n. No precisaron cu¨¢nta. Adem¨¢s, a?adieron que unos 700 hombres de El Asad se unieron a sus fuerzas. Estas informaciones no pudieron ser cofirmadas por una fuente independiente, pero se expandieron entre los revolucionarios como la p¨®lvora y sirvieron para insuflarles el optimismo quiz¨¢ perdido estos d¨ªas con la llegada del Ej¨¦rcito sirio a la ciudad.
La sensaci¨®n ahora es que la batalla ser¨¢ larga. Los dos bandos han fijado sus posiciones y desde ah¨ª tratan de ir ganando terreno poco a poco. Los ca?onazos de los tanques no son por ahora suficientes para amedrentar a los rebeldes que siguen empleando todo lo que tienen para apoderarse de ellos. Unas im¨¢genes difundidas por Al Yazira mostraban un tanque abarrotado de personas, entre ellos muchos ni?os, que avanzaban por la calle como si fuera una carroza de carnaval.
En la estrategia de los rebeldes es vital unir aquellos territorios que poseen, abriendo corredores. Para conseguirlo llevan tres d¨ªas intentando tomar una comisar¨ªa de polic¨ªa, en el barrio de Sulem¨¢n el Halabai, en el centro de la ciudad. Tan seguros est¨¢n del ¨¦xito que ya ni siquiera piden armas o ayuda de las potencias extranjeras. Incluso les indigna el tema. Las discusiones en el Consejo de Seguridad de la ONU y las continuas buenas intenciones de los l¨ªderes en 16 meses de revoluci¨®n han terminado por acabar con la paciencia de los rebeldes. [La Liga ?rabe describi¨® lo que ocurre en Siria, y en especial en Alepo, como ¡°cr¨ªmenes de guerra¡± y se?al¨® que los perpetradores ¡°tendr¨¢n que rendir cuentas de sus cr¨ªmenes ante la comunidad internacional¡±, informe Reuters].
Ya nadie quiere aqu¨ª a la OTAN, a Arabia Saud¨ª o al que se ofrezca. Solo se aceptan luchadores que porten un Kal¨¢shnikov y est¨¦n dispuestos a usarlo. ¡°Las carreteras est¨¢n cerradas¡±, dice Luai al Najiar, de 22 a?os, mientras ve un partido de f¨²tbol entre amigos en unas canchas de Marea, a 32 kil¨®metros de Alepo. Entre tanto c¨¢ntico b¨¦lico, Luai resulta un tipo curioso. Estudiaba artes antes de que empezara la revoluci¨®n y, pese a apoyarla, ha optado por no empu?ar las armas. ¡°Me gustar¨ªa que se hubiese hecho sin disparar. No quiero este sistema. Quiero mis derechos, simplemente¡±, dice. Es tranquilo y maneja un buen ingl¨¦s. Quiso optar a un puesto como funcionario en una embajada. No se lo dieron. ¡°Si no tienes contactos en el r¨¦gimen, si no eres de ellos, no tienes nada que hacer. Contra eso luchamos¡±, afirma. Para Luai, como para la mayor¨ªa de los sirios consultados en los ¨²ltimos d¨ªas, la de Alepo es la batalla final. ¡°Es aqu¨ª donde se decidir¨¢ si la revoluci¨®n muere o vence¡±.
En Marea, una peque?a aldea de casas amarillentas por el polvo, y donde caminar bajo el sol a las tres de la tarde es simplemente un horror, las tiendas est¨¢n pr¨¢cticamente vac¨ªas. La gente sigue haciendo largas colas para comprar el pan y resulta dif¨ªcil conseguir gasolina o gas. La bombona cuesta ahora 3.500 libras; antes de que empezara el conflicto solo 300. La gasolina solo se consigue ya a trav¨¦s de contrabandistas que la revenden tras haberla obtenido del propio r¨¦gimen.
En las canchas, Luai cuenta que no ser¨¢ raro ver m¨¢s sangre despu¨¦s de que el r¨¦gimen caiga. ¡°Puede que haya guerras entre religiones, o entre sectas. Ayer, unos t¨ªos que antes eran amigos acabaron a tiros despu¨¦s de una partida de cartas¡±. El partido de f¨²tbol al que asiste Luai tambi¨¦n acaba a trompadas.
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