Un ej¨¦rcito improvisado
En v¨ªsperas de la batalla decisiva contra las fuerzas de El Asad las filas rebeldes crecen. ?Qu¨¦ empuja a un joven universitario a gastarse 1.000 d¨®lares en un Kal¨¢shnikov e irse a la guerra?
En los suburbios de Alepo, la capital econ¨®mica de Siria, pr¨¢cticamente no hay nadie que no quiera ser miembro del Ej¨¦rcito Libre de Siria (ELS). Si se les pregunta por qu¨¦, lo m¨¢s probable es que repitan una serie de palabras de gran calado como derechos, libertad, democracia o partidos. En realidad sus razones para coger un Kal¨¢shnikov y jugarse la vida son mucho m¨¢s personales. Siempre hay un amigo detr¨¢s, alguien que fue injustamente arrestado, un familiar torturado porque fue a una manifestaci¨®n, alguien que acab¨® en una fosa por reunirse para hablar del futuro de Siria. A veces deudas pendientes, a veces sed de venganza, son todas esas historias las que les han hecho albergar esperanzas de acabar con el r¨¦gimen de Bachar el Asad aqu¨ª, en la ciudad de Alepo.
Ahmed Ayouz es el l¨ªder de un grupo de estudiantes universitarios refugiados en el barrio oriental de Sahur, muy cerca del colegio donde se ha acuartelado el ELS. ?l y sus colegas forman una curiosa pandilla de veintea?eros que se alojan en un gran piso de dos plantas, propiedad de un t¨ªo de Ahmed que est¨¢ en prisi¨®n por haberse manifestado contra el r¨¦gimen. Estamos en mes de Ramad¨¢n y los j¨®venes pasan la mayor parte del d¨ªa durmiendo. Cuando se pone el sol, su actividad favorita es escuchar m¨²sica, seguir la guerra por Internet y merodear por el cuartel del ELS para que les den la oportunidad de unirse a ellos. ¡°Buenas noticias¡±, dice Ahmed, ¡°me han cogido. En tres d¨ªas empiezo el entrenamiento y me compro el Kal¨¢shnikov¡±.
El joven reconoce que s¨ª, que adem¨¢s de las grandes ideas por las que podr¨ªa morir, se encuentra una mucho m¨¢s personal: Hassan Batiq. Al igual que Ahmed, Hassan hab¨ªa estudiado literatura inglesa, la carrera que escogen muchos esperando que el idioma les abra las puertas. Cuando la revoluci¨®n comenz¨®, en marzo de 2011, Hassan y otros dos j¨®venes se dedicaron a ayudar en las manifestaciones llevando a los heridos a los hospitales. ¡°Hac¨ªan todo lo que estaba en sus manos. Consegu¨ªan medicinas, te llevaban en coche al m¨¦dico si resultabas herido, todo el mundo ten¨ªa sus tel¨¦fonos y todo el mundo les llamaba si hab¨ªa problemas. Les llamaban Los ?ngeles¡±, relata Ahmed. El 14 de junio les arrestaron en un check-point del barrio de Saladino, al oeste de Alepo. ¡°La gente te dec¨ªa que no preguntaras por ellos¡±, cuenta Ahmed. Siete d¨ªas m¨¢s tarde sus cuerpos aparecieron debajo de un puente. Los cad¨¢veres estaban quemados. ¡°Ese fue el d¨ªa que decid¨ª hacer algo m¨¢s que manifestarme¡±.
Pero no hay tantos Kal¨¢shnikov para todos los que quieren sumarse a la lucha. A Ahmed le costar¨¢ unos 1.000 d¨®lares comprarle el arma a los rebeldes para unirse a ellos, 500 d¨®lares m¨¢s si lo compra en la calle.
En las ¨²ltimas semanas el ELS ha mejorado su organizaci¨®n aunque no tiene armas para todos los nuevos reclutas
Son j¨®venes como Ahmed los que forman parte del ELS. Salvo los dos a?os de mili que tienen que pasar, muchos de ellos no tienen experiencia militar. Ese es el perfil: tipos en los veintitantos, sun¨ªes del campo y la ciudad, con un arma al hombro y una convicci¨®n absoluta en la victoria. Su fe es tan apabullante que a veces se les ve sonre¨ªr en el frente en medio de los tiros y las explosiones. El miedo para ellos parece un mito.
En las ¨²ltimas semanas, el ELS ha mejorado su organizaci¨®n. Su estructura es simple. Los soldados se agrupan en khatibas, grupos de entre 30 y 50 soldados que reciben las ordenes de un l¨ªder. Hasta hace poco las khatibas ten¨ªan disputas entre ellas y no siempre se pon¨ªan de acuerdo en qu¨¦ objetivos deb¨ªan atacar. Pero la conquista de Alepo ha sido distinta. Las khatibas se han agrupado bajo el batall¨®n Al Taujid, comandado por Abu Mahmud Haji Mara, un tipo delgado y serio, de ojos peque?os y espesa barba. A veces est¨¢ en el frente, dirigiendo ¨¦l mismo los combates, en otras ocasiones se le ve sentado en las escaleras de la escuela, en chanclas y camiseta de tirantes, hablando con los soldados y solucionando peque?os problemas cotidianos. Haji Mara fue elegido como comandante del batall¨®n por el Tansih¨ªa de Alepo, el comit¨¦ local que se form¨® cuando estall¨® la revoluci¨®n. Sigue sus instintos y, seg¨²n sus propias palabras, no tiene demasiado contacto con otros batallones, ni siquiera con el de Damasco.
Aun as¨ª, la toma de Alepo sigui¨® una cierta estrategia, no demasiado bien definida, que consist¨ªa ¨²nicamente en obligar al r¨¦gimen de El Asad a atender dos frentes distantes en el mapa. En una semana y media, Haji Mara y sus hombres han conseguido hacerse con un 60% de la ciudad, han resistido el asedio de los tanques e incluso se han apropiado de unos 15 tanques de las tropas de Bachar el Asad, seg¨²n fuentes de los rebeldes. Pero la labor del ELS abarca mucho m¨¢s. Sus miembros se encargan de vigilar que no haya robos en las casas destruidas, de formar grupos vecinales que limpien las basuras y los escombros de las calles, e incluso de evitar que suban los precios. ¡°La situaci¨®n est¨¢ mal y hay quienes intentan aprovecharse de la situaci¨®n¡±, dice un portavoz del ELS. Las colas en las pocas panader¨ªas que quedan son largas. El Ej¨¦rcito sirio ha destruido muchas de ellas. La gente espera durante horas por la noche para comprar algo que puedan llevarse a la boca. A la escasez se suma el mes del Ramad¨¢n que obliga a los musulmanes a ayunar hasta que se pone el sol.
Son los comit¨¦s locales los que le dan al ELS el aspecto civil que necesita. ¡°En ellos se discute todo, los problemas de la gente, los debates sobre la religi¨®n, la mujer, la pol¨ªtica, los partidos... El proceso ser¨¢ lento, pero llegaremos a tener lo que pedimos¡±, dice Yasir, un experiodista que dej¨® la profesi¨®n ante la imposibilidad de publicar libremente.
En la guerra, donde no hay polic¨ªa ni juzgados, es el ELS el que imparte justicia. Esta es bastante arbitraria
En la guerra, donde no hay polic¨ªa ni juzgados, es el ELS el que se encarga de impartir justicia. Esta es bastante arbitraria. No sigue unos preceptos muy claros y por supuesto no hay defensa posible. El trasiego de prisioneros es continuo en la escuela del barrio de Sahur. Si estos son del Ej¨¦rcito sirio, los rebeldes suelen dejarlo all¨ª unas horas y luego los meten en unos camiones para llevarlos a la prisi¨®n de Marea, a unos 30 kil¨®metros de Alepo. Con las manos atadas a la espalda una fila de hombres escucha a un miembro del ELS gritar sus nombres antes de darles permiso para subir al cami¨®n. Uno de ellos lleva tatuado en el pecho la frase: ¡°Todos somos Bachar el Asad¡±. Abdala, un soldado rebelde, tambi¨¦n licenciado en literatura inglesa, le mira y dice en ingl¨¦s, en voz baja: ¡°Qu¨¦ equivocado est¨¢s¡±. ¡°Los tratamos bien¡±, asegura, ¡°los hacemos prisioneros y tendr¨¢n un juicio justo cuando caiga el r¨¦gimen¡±. ?Y a los shabiha? Abdala se sorprende de la pregunta y trata de explicar que la situaci¨®n con los matones del r¨¦gimen es distinta a la de los soldados. ¡°Los soldados est¨¢n obligados a luchar, los shabiha han estado matando a gente por dinero. Son hombres de Bachar el Asad que han asesinado a mucha gente¡±, dice Abdala despu¨¦s de mostrar un v¨ªdeo en el que un shabiha confiesa haber violado a una joven de 15 a?os.
Uno de esos shabiha, Zaino Barri, fue fusilado hace unos d¨ªas en la escuela, frente a un muro con dibujos de Mickey Mouse y Bob Esponja hechos por los ni?os. Zaino era el jefe de la familia Barri, una especie de padrino a la italiana que escog¨ªa a los tipos m¨¢s grandes y forzudos para extorsionar y dedicarse al contrabando y al narcotr¨¢fico. Shabiha era en realidad el nombre que recib¨ªan los contrabandistas. Significa fantasmas y se les llamaba as¨ª por su facilidad para pasar desapercibidos por las fronteras. Las familias mafiosas acabaron haci¨¦ndose con ese negocio y acabaron por apropiarse del nombre. En Alepo son odiados. Su aspecto, muchas veces corpulento y violento les ha convertido en una especie de monstruos, algo con lo que asustar a los ni?os. As¨ª, en la ciudad hay dos guerras, una contra las tropas de Bachar y otra contra los shabiha. Tambi¨¦n dos castigos.
Un hombre y dos mujeres de la ONG Human Rights Watch que se encuentra en la zona han visitado las c¨¢rceles para comprobar de primera mano el trato que se da a los prisioneros. Los tres son occidentales. Las dos mujeres van vestidas a la manera tradicional, con la cabeza y el cuerpo tapados con el chador negro. ¡°Nos ayuda mucho a relacionarnos con la poblaci¨®n¡±, dicen las dos mujeres. Aseguran que los rebeldes est¨¢n intentando hacer las cosas bien, pero que en algunos casos el concepto de ¡°bien¡± no est¨¢ muy claro. ¡°Nos dicen que no les est¨¢n torturando, pero acto seguido nos cuentan que solo les pegan con un palo en los pies. Tienen voluntad, pero est¨¢ claro que a¨²n les queda mucho¡±, dice un portavoz de la organizaci¨®n.
¡°No hemos matado a todos los shabiha que hemos apresado. Pero Zaino era el l¨ªder y ten¨ªamos que hacerlo. Es muy peligroso tenerlo en la c¨¢rcel. Esto es una guerra y todos morimos¡±, dice Abdala. Su nombre completo es Abdala Yasim. Cuatro de sus hermanos pertenecen al ELS. Dos de ellos aguardan en un check-point a que Abdala pare la furgoneta y descargue unos ordenadores para el modest¨ªsimo centro de prensa del que disponen los rebeldes. Los otros dos, uno de ellos con una americana y un Kal¨¢shnikov en la mano, esperan en la parte trasera del veh¨ªculo. Acaban de salir del frente de batalla en el barrio de Saladino y sus caras est¨¢n llenas de polvo. ¡°Somos del ELS, pero somos tantos que deber¨ªamos montar un ej¨¦rcito nosotros mismos, el ej¨¦rcito de los Yasim¡±, dice Abdala haciendo re¨ªr a sus hermanos. El dedo pulgar de Abdala tiene una tremenda infecci¨®n. Una bala explosiva le estall¨® en el arma y los restos le atravesaron el dedo. Desde entonces recibe inyecciones. ¡°No tengo miedo a las balas, pero s¨ª a las inyecciones¡±, bromea.
Conforme pasan los d¨ªas, la atm¨®sfera en algunos pueblos cerca de Alepo se va cargando de tensi¨®n. Hay sospechas de agentes de El Asad infiltrados, o simplemente gente que colabora con el r¨¦gimen dando chivatazos. Hace unos d¨ªas, en un funeral en Tallrifat, ocurri¨® algo raro. Los hombres del pueblo transportaron hasta una colina en las afueras los cad¨¢veres de ocho m¨¢rtires ca¨ªdos en una emboscada en Alepo. Les segu¨ªan miles de habitantes rezando lanzando proclamas. En la colina, los hombres enterraron a sus m¨¢rtires. Un grupo numeroso se alej¨® unos 100 metros de la colina y estuvo haciendo algo en el campo durante unos minutos. Al aproximarnos, un lugare?o nos impidi¨® el paso gritando ¡°?halash, halash!¡± (se acab¨®, se acab¨®) y haciendo gestos de que abandon¨¢ramos r¨¢pidamente el lugar. ?Qu¨¦ pas¨® all¨ª? La pregunta no tiene respuesta y sin embargo s¨ª te dan el consejo de que hay determinadas preguntas que conviene no hacer en mitad de un funeral.
La de Alepo, la que ha sido definida por ambos bandos como la madre de todas las batallas, ha entrado en una segunda fase en la que todo el mundo espera un duro golpe del Gobierno de Asad. Los soldados del ELS andan estos d¨ªas barruntando si ser¨¢ un ataque con cazas, si tratar¨¢n de hacerles un agujero por tierra en las ¨¢reas que ya han tomado o si las cosas seguir¨¢n como est¨¢n, con una guerra de guerrillas en las calles, avanzando o retrocediendo pocos metros cada d¨ªa.
Mientras tanto, los habitantes de la ciudad tratan de recuperar su vida normal, por llamarlo de alguna manera. Por las noches acuden a unos campos de f¨²tbol situados cerca de la localidad de Marea. Llevan camisetas del Bar?a, del Madrid, de la Selecci¨®n Espa?ola, del Manchester o del Liverpool. Se juega al toque, con rapidez. Uno de esos jugadores era Roduan Jatib, un joven de veintipocos a?os que quiso unirse al ELS cuando la revoluci¨®n. Durante meses estuvo pidiendo a su padre y a todo el que le oyera que le comprara un Kal¨¢shnikov para sumarse a los combates. Cuando consigui¨® enrolarse en el ELS le colocaron en un check-point. Su padre, un anciano, iba todos los d¨ªas a verle para cerciorarse de que todo iba bien. El joven muri¨® en una operaci¨®n de los servicios secretos de El Asad. Desde entonces, su padre ha perdido la cabeza. Se le puede ver todos los d¨ªas en una calle de Marea, balbuceando algunas palabras mientras descansa en una silla con su bast¨®n a un lado y rodeado de ni?os peque?os. En cuanto se le menciona el nombre de su hijo sus ojos se llenan de l¨¢grimas y se mete en casa.
En el frente de Alepo, los luchadores son como Roduan, Ahmed o Abdala. Hay pruebas de presencia yihadistas en otros territorios de Siria que habr¨ªan llegado hasta aqu¨ª desde distintas partes del mundo para acabar con el r¨¦gimen de El Asad. En Alepo se ha visto a alg¨²n que otro salafista, con la barba larga y la cabeza rapada, pero la presencia de estos grupos radicales, al menos aqu¨ª, es todav¨ªa escasa o al menos no muy visible. ¡°No les necesitamos¡±, dice Ahmed, ¡°no necesitamos a nadie que luche por nosotros. Nos bastamos nosotros¡±.
Aun as¨ª, muchos j¨®venes que han empezado esta revoluci¨®n saben que si esos elementos m¨¢s radicales tratan de imponer su modo de vida basado en la shar¨ªa tendr¨¢n un problema en cuanto el r¨¦gimen de Bachar el Asad caiga, si es que cae. Pero esperan que el pueblo y las elecciones les den el espacio que merecen y esperan que sea escaso. ¡°Los sun¨ªes no somos radicales por ser sun¨ªes¡±, dice un traductor en las canchas de f¨²tbol de Marea.
Alepo es la batalla definitiva. No solo por ser la capital econ¨®mica y porque lo que pase aqu¨ª pueda determinar el futuro del r¨¦gimen. Si Bachar el Asad cae, todas las fichas de domin¨® caer¨¢n o al menos se mover¨¢n con ¨¦l. Su Gobierno de alau¨ªes, la comunidad chi¨ª del presidente, es visceralmente odiada por muchos sun¨ªes. Son b¨¢sicamente ellos los que se han levantado contra ¨¦l. El conflicto podr¨ªa extenderse a otros pa¨ªses como L¨ªbano, donde los chi¨ªes de Hezbol¨¢ han mantenido siempre fuertes lazos con el r¨¦gimen sirio. Una especie de nueva guerra fr¨ªa se va tejiendo en Oriente Pr¨®ximo con dos claros ejes, uno formado por Estados Unidos, Arabia Saud¨ª e Israel y otro por Ir¨¢n y Hezbol¨¢ con un patio trasero en el que Rusia y China juegan sus bazas. ¡°A m¨ª eso me da igual. Nosotros luchamos porque odiamos a Bachar el Asad. Es el mayor criminal que ha existido. Ha matado en 17 meses m¨¢s que todo lo que ha matado Israel desde que Estados Unidos los puso aqu¨ª¡±, comenta Ahmed. Es una de las frases m¨¢s repetidas estos d¨ªas para definir a Bachar, que ha matado m¨¢s que Israel. No es precisamente un elogio.
Es de noche en Sahur, el barrio donde vive Ahmed y el resto de los chicos. Una lejana luz en el firmamento cruza el cielo de Alepo. Los j¨®venes comentan que es un sat¨¦lite de la CIA y lo relacionan con las ¨²ltimas noticias que hablan de que Obama ha dado ¨®rdenes a la agencia de inteligencia para compartir informaci¨®n. Se oyen explosiones a lo lejos y Ahmed y los suyos discuten sobre si esa ha ca¨ªdo all¨ª o m¨¢s all¨¢. Casi se convierte en un juego. Ahmed pone m¨²sica en su ordenador. Le gustan los compositores del mundo ¨¢rabe y alardear de que tiene todos los ¨¢lbumes del compositor liban¨¦s Marcel Jalif en su ordenador. Tambi¨¦n est¨¢ abierto a algunos cl¨¢sicos populares del mundo occidental. En su tel¨¦fono, a oscuras, mientras las bombas agitan el cielo de Alepo, suena Frank Sinatra cantando My Way
At¨ªpicos y divididos entre los de dentro y los de fuera
Las divergencias entre exiliados y opositores civiles sirios dentro del pa¨ªs afloraron al poco tiempo de empezar la rebeli¨®n en Siria, hace ya casi 17 meses. Los desacuerdos entre militares desertores instalados en Turqu¨ªa y los que llevan sobre el terreno el peso de la lucha armada contra el r¨¦gimen son tan ¨¢speras como las de los primeros, pero emergen menos a la luz.
El coronel Riad Asad, el te¨®rico jefe del Ej¨¦rcito Libre de Siria (ELS), el brazo armado de la rebeli¨®n, dej¨®, sin embargo, patentes, el martes pasado, sus desavenencias con los militares del interior. Les acus¨® nada menos que de querer aprovecharse ¡°de la revoluci¨®n y de la sangre de los m¨¢rtires¡± para adue?arse del poder tras la ca¨ªda del r¨¦gimen de Bachar el Asad. ¡°Est¨¢n resucitando el r¨¦gimen de El Asad, que se derrumba, porque quieren monopolizar el poder de decisi¨®n¡±, denunci¨® en un discurso.
La v¨ªspera, el mando interior del ESL hab¨ªa dejado claro que aspira a dirigir la transici¨®n pol¨ªtica. Proyecta nombrar en su momento un ¡°consejo presidencial¡± de seis miembros militares y civiles, una especie de jefatura del Estado colectiva que gobierne tras el derrocamiento de El Asad. Rechaza as¨ª de antemano las gestiones que se efect¨²an en las filas del exilio sirio para formar un Gobierno provisional que coja las riendas del pa¨ªs cuando el r¨¦gimen se desmorone.
De los numerosos grupos y movimientos que componen la oposici¨®n siria fuera y dentro del pa¨ªs, el que de verdad manda, por ahora, es el brazo interior del ESL. Lo integran desertores de las Fuerzas Armadas y j¨®venes civiles carentes de experiencia, pero sobrados de entusiasmo.
No funciona como un ej¨¦rcito. Carece, por ejemplo, de estado mayor. En 10 de las 14 provincias sirias ¡ªen otras cuatro no tiene presencia alguna¡ª lo dirige un coronel. Todos ellos se coordinan mediante tel¨¦fonos v¨ªa sat¨¦lite, sin reunirse f¨ªsicamente, y forman un consejo militar que act¨²a como mando unificado. En su seno, el coronel Abdul Jabbar al Okeidi, que ahora estar¨ªa en Alepo, es probablemente el m¨¢s influyente.
Ni ¨¦l ni los dem¨¢s miembros del consejo militar obedecen a su te¨®rico jefe, el coronel Riad Asad, que en julio del a?o pasado anunci¨® en un v¨ªdeo grabado en Turqu¨ªa la fundaci¨®n del ESL. Es en el este de Turqu¨ªa donde, junto con Riad Asad, se han instalado casi todos los 28 generales sirios que desertaron a lo largo de los ¨²ltimos meses.
Pero la inexistencia de relaci¨®n jer¨¢rquica no significa que no colaboren. Se necesitan mutuamente para, por ejemplo, introducir en Siria la docena de misiles tierra-aire que el ESL acaba de adquirir. Desde que a finales de julio la rebeli¨®n se hizo con el control de las carreteras entre Alepo y la frontera turca, el flujo log¨ªstico entre el exterior y el interior funciona a pleno rendimiento. Aunque los observadores de la ONU constataron el mi¨¦rcoles en Alepo que el ESL pose¨ªa armas pesadas e incluso carros de combate, sigue estando muy mal equipado. ¡°(...) el 80% de las armas que utilizan los rebeldes han sido cogidas al Ej¨¦rcito del r¨¦gimen¡±, aseguraba el jueves el general sirio Akil Hachem, exprofesor de la Academia Militar, en una entrevista con el diario franc¨¦s Le Figaro. Los cuatro carros de combate que vieron los cascos azules de la ONU en poder del ESL fueron capturados a principios de semana en un enfrentamiento en Anadane, un suburbio de Alepo.
La batalla de Alepo reviste, para los rebeldes, una importancia crucial. Adue?arse permanentemente del norte de Siria equivale a disponer, por fin, de una base territorial alrededor de la capital econ¨®mica del pa¨ªs en la que recibir material desde Turqu¨ªa, alistar a los j¨®venes al ESL, entrenarse, evacuar a los heridos e incluso convertir Alepo en la sede del Gobierno provisional como sucedi¨® con Bengasi en Libia.
El r¨¦gimen echar¨¢ el resto para expulsar a los rebeldes de esa mitad de Alepo que controlan. Por eso recurri¨® a la aviaci¨®n para atacarles, seg¨²n se?al¨® la ONU. Es posible que lo consiga como ya lo logr¨® en Damasco el 24 de julio tras casi diez d¨ªas de combates. Da, sin embargo, la impresi¨®n de que la insurrecci¨®n opondr¨¢ m¨¢s resistencia. Es consciente de la importancia estrat¨¦gica de la ciudad.
Pero si logra retomar Alepo, se reactivar¨¢n otros frentes en Homs, Hama, Deera, etc¨¦tera. As¨ª hasta agotar a la IV Divisi¨®n y a la Guardia Republicana, la ¨¦lite del Ej¨¦rcito de El Asad en cuyas filas apenas ha habido deserciones.
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