Provocaciones y ¡°blasfemia¡±
El mundo hundido en las guerras identitarias se puede volver loco por cualquier tonter¨ªa
Una vez m¨¢s, el mismo culebr¨®n. De La inocencia de los musulmanes a las vi?etas de Charlie Hebdo en nombre de la defensa de la libertad de expresi¨®n; de la ira de los Estados musulmanes al fuego y la muerte sembrados por fan¨¢ticos manipulando la fe de millones de individuos, se repite inevitablemente lo buscado por unos y otros: provocar conflictos, gritar el odio, incentivar m¨¢s las guerras de identidades. Los partidarios de la interculturalidad, del di¨¢logo entre confesiones, del encuentro entre seres humanos diferentes pero unidos por la misma condici¨®n humana, lo deben entender: hay cada vez menos espacio por los valores que defienden. El mundo hundido en las guerras identitarias se puede volver loco por cualquier tonter¨ªa.
Lo tr¨¢gico es que se sabe a ciencia cierta que las provocaciones medi¨¢ticas y period¨ªsticas se pagan, de ahora en adelante, con vidas humanas. No haremos aqu¨ª las cuentas macabras que la estupidez y la locura fan¨¢tica de los dos bandos est¨¢n haciendo pagar a la ciudadan¨ªa mundial. Unos invocan la libertad de prensa, de opini¨®n y de expresi¨®n para justificar sus ataques en contra de una religi¨®n obviamente desestimada en Occidente y propicia a todas las inflamaciones. El Islam no tiene buena prensa aqu¨ª. Pero tienen te¨®ricamente toda la raz¨®n los que consideran que no se debe tocar esa libertad fundamental. Incluso si hay insultos, sus adversarios tienen que respetarla; en caso contrario, pueden llevar esa libertad y sus insultos ante la justicia. Afortunadamente, el Estado de derecho est¨¢ aqu¨ª para garantizar, aunque a veces solo en teor¨ªa, la equiparaci¨®n de los derechos fundamentales.
Pero cuando se sabe de antemano que dicha libertad de expresi¨®n puede provocar fuego, ?quieren solo, los que pretenden defenderla, ejercer un derecho o realmente encender el fuego? En materia de libertad de expresi¨®n es bastante dif¨ªcil demostrar jur¨ªdicamente la voluntad de da?ar al otro. ?ticamente es diferente, pues entra aqu¨ª otro concepto cuya existencia parece ausente en la mente de los caballeros de la libertad de expresi¨®n an¨¢rquica: el de responsabilidad. Es esa responsabilidad la que es pateada en el conflicto actual. En el caso del autor de la pel¨ªcula, inepta y grosera, se trata de alguien aparentemente en estado de guerra contra el Islam. Su participaci¨®n en la provocaci¨®n de las manifestaciones es obvia, aunque no se le puede condenar por los asesinatos de oficiales y civiles; en cambio, su responsabilidad ¨¦tica es total y se le puede condenar, moralmente, en nombre de la ¨¦tica de paz que trasciende la voluntad individual. Bien, pero esa condena no tiene contenido pr¨¢ctico. Nuestro hombre puede seguir tranquilamente filmando otras obsesiones de la misma ¨ªndole. Es m¨¢s, tendremos que protegerlo de la ira de los fan¨¢ticos del otro bando. Esto parece un sinsentido, pero es la realidad, dado el funcionamiento de la libertad de expresi¨®n en el Estado de derecho. En las sociedades tradicionales exist¨ªa la condena al oprobio y a la verg¨¹enza eterna: ahora eso no existe y la desverg¨¹enza se ha vuelto, merced a la sociedad de mercantilizaci¨®n generalizada, un valor comercial muy rentable. Queda el desprecio por los que no vinculan la libertad jur¨ªdica con la responsabilidad humana. Eso es lo que merecen los que est¨¢n alimentando el conflicto confesional.
Otros pretenden que en la casa cultural mundial de la globalizaci¨®n, o sea, en el Imperio Internet, hablar mal de su profeta equivale ni m¨¢s ni menos que a una declaraci¨®n de hostilidad. Dejemos de lado a los fan¨¢ticos que se aprovechan de las provocaciones irresponsables para radicalizar esta misma guerra de culturas: con ellos, desgraciadamente, no se puede hablar. Pero cuando se trata de responsables pol¨ªticos o religiosos que piden prohibir la libertad de expresi¨®n en nombre del respeto a las confesiones, podemos decir que hemos llegado a lo m¨¢ximo de la absurdidad pues la cuesti¨®n es: ?qui¨¦n juzga? ?D¨®nde est¨¢n los principios universales comunes en materia de religi¨®n? Intu¨ªan la dificultad, por eso La Liga ¨¢rabe ha pedido a la ONU la creaci¨®n del ¡°delito de blasfemia¡±. ?Faltar¨ªa m¨¢s! ?Habr¨¢ una sacralidad en s¨ª de la religi¨®n? ?D¨®nde empieza la blasfemia y d¨®nde acaba? ?Quiz¨¢ quieren aprovechar la contienda para conseguir por fin que Dios y sus profetas sean intocables? Risible. Entonces ?qu¨¦ hacer? La respuesta sensata es evidente: por un lado, defender la libertad de expresi¨®n, incluso para los est¨²pidos y despreciables provocadores; por otro lado, hacer de la religi¨®n musulmana una confesi¨®n abierta, que no obliga a nadie y lucha en contra de los fanatismos.
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