La huella de Obama
En estas elecciones el presidente no solo pelea por la reelecci¨®n , tambi¨¦n por su lugar en la historia
Una mudanza en la Casa Blanca es como cualquier mudanza, un desorden de cajas y muebles del antiguo propietario que tienen que sacarse de la noche a la ma?ana para hacer espacio a las pertenencias del reci¨¦n llegado. Como en cualquier mudanza hay prisas, nervios y ansiedad, tanto del que sale, que nunca sabe si podr¨¢ olvidar las experiencias vividas entre esas paredes, como del que entra, que, en este caso, deja un territorio an¨®nimo y tranquilo para acomodarse a un mundo desconocido, imponente y feroz.
Barack Obama tard¨® meses en acondicionar la Casa Blanca a su gusto. Reflexivo y dubitativo como es, no acababa de decidir qu¨¦ estilo quer¨ªa imponer en su nueva residencia. Llegado, adem¨¢s, en plena crisis econ¨®mica, cualquier gasto en l¨¢mparas y cortinas nuevas hubiera sido considerado un derroche innecesario. En la pol¨ªtica de hoy todas esas decisiones cuentan. Hubo tiempos en que cada presidente retocaba la Casa Blanca para acomodarla a su personalidad y su estilo de vida. Ronald Reagan incluso mand¨® construir una peque?a sala, alejada de la vista del p¨²blico, para disfrutar en la intimidad de sus muchos ratos de alejamiento del deber administrativo. Hoy ser¨ªa un sacrilegio afectar a la arquitectura de la mansi¨®n o a?adirle cualquier toque de lujo superfluo.
Sustituy¨® el aspecto sure?o de la Casa Blanca de Bush por otro funcional y moderno
Con el tiempo, Obama cambi¨® algunas mesas y alfombras, y sustituy¨®, con detalles aqu¨ª y all¨¢, el aspecto sure?o impuesto por los inquilinos anteriores, por otro m¨¢s funcional, moderno y acorde con el car¨¢cter de la familia liberal y urbana, aunque tradicional, que ocupaba la casa en ese momento. Hubo que habilitar, por ejemplo, un cuarto para la suegra. Hay cosas intocables. Los retratos de todos sus ocupantes est¨¢n, por supuesto, entre ellas. Cada ma?ana, antes de entrar en su despacho, el presidente atraviesa pasillos llenos de pinturas con los rostros de sus antecesores, para que no olvide la trascendencia y, al mismo tiempo, la fugacidad y caducidad de su misi¨®n. Pero hay otros objetos que s¨ª son reemplazados, y en ellos, como en todo lo que hace desde el minuto uno en ese lugar, cada presidente deja su huella.
El primer cambio que hizo Obama al llegar a la Casa Blanca el 20 de enero de 2009 fue tambi¨¦n el m¨¢s pol¨¦mico de todos: sustituir el busto de Winston Churchill que Tony Blair le hab¨ªa regalado a George W. Bush por otro de Martin Luther King. Tan significativa fue esa modificaci¨®n que Mitt Romney, el republicano que apuesta a ocupar esa residencia a partir del pr¨®ximo 20 de enero, ha prometido, en el torrente de demagogia que genera una campa?a electoral, devolver a su lugar al venerado autor del ¡°sangre, sudor y l¨¢grimas¡±.
Si los detalles son tan importantes en la pol¨ªtica de Estados Unidos, es porque este pa¨ªs, no solo elige presidentes, sino que construye mitos cada cuatro a?os. Como insiste el lenguaje oficial, los norteamericanos acuden a las urnas el 6 de noviembre para elegir a un presidente, pero tambi¨¦n ¡°al l¨ªder del mundo libre¡±, al comandante del mayor ej¨¦rcito de la historia, a la m¨¢s importante autoridad sobre la faz de Tierra. Merecemos al presidente m¨¢s grande porque somos el pa¨ªs m¨¢s grande, merecemos al presidente m¨¢s justo porque somos el pa¨ªs m¨¢s justo, merecemos al presidente m¨¢s fuerte porque somos el pa¨ªs m¨¢s fuerte, merecemos al presidente m¨¢s limpio y virtuoso porque somos el pa¨ªs m¨¢s noble y temeroso de Dios. Esa es la m¨¢xima dominante. Toda la parafernalia que rodea el presidente ¨CLa Casa Blanca, el Air Force One, el protocolo, los himnos y las banderas- est¨¢ pensada para potenciar ese principio. Cuando el sargento de armas de la C¨¢mara de Representantes anuncia cada a?o a voz en grito, al inicio del pleno sobre el estado de la Uni¨®n: ¡°Mr. Speaker, the President of the United States¡±, todos se ponen ritualmente en pie en se?al de respeto al s¨ªmbolo m¨¢ximo del republicanismo americano, que deposita la soberan¨ªa en el pueblo y convierte a los ciudadanos en los principales responsables de la calidad de su Rep¨²blica. ¡°Nosotros, el pueblo,¡ para conseguir una Uni¨®n m¨¢s perfecta¡¡± , reza en las primeras l¨ªneas de la Constituci¨®n.
Ese republicanismo es generoso y, a la vez, displicente con el presidente. Al tiempo que le da mucho el poder, lo rodea de un complejo mecanismo que se lo quita. Los norteamericanos respetan a su presidente y lo desprecian al mismo tiempo; lo respetan en su funci¨®n, lo menosprecian en su condici¨®n humana. El cine, que lo dice casi todo sobre este pueblo, ha representado tanto a h¨¦roes de acci¨®n como a villanos corruptos sentados en el Despacho Oval.
Si gana, todo lo que hoy son objeciones sobre su obra se convertir¨¢n en virtudes
Pero, por encima de todo, la presidencia es un factor de aglutinaci¨®n del que no es frecuente renegar. Puede que alguna vez se haya escuchado aqu¨ª tambi¨¦n eso de ¡°me averg¨¹enzo de ser norteamericano y tener un presidente como fulano¡±. Pero no es lo m¨¢s com¨²n. La instituci¨®n est¨¢ muy por encima de la persona, y a la persona se la incorpora, pese a todo, al bagaje com¨²n.
No existe un solo presidente, entre los 44 que ha tenido este pa¨ªs, de quien se pueda prescindir para entender su historia. Los mejores, Roosevelt (t¨ªo y sobrino), Lincoln, Washington o Jefferson, le dieron a esta naci¨®n la estructura, los recursos y el car¨¢cter de los que hoy presume. Los peores, Andrew Johnson, Buchanan, Nixon o George W. Bush, igualmente han sido motivo para corregir el rumbo y, en un pa¨ªs pragm¨¢tico, aprender del error. La debilidad de Buchanan dio paso a la clarividencia de Lincoln, las trampas de Nixon fueron compensadas por la honestidad de Carter, y el fanatismo de Bush fue sustituido por la cordialidad de Obama. A los mejores se le levantan monumentos en Washington, pero todos construyen bibliotecas en las que se cuida y se estudia su memoria.
Los expresidentes no son en Estados Unidos, como dec¨ªa Felipe Gonz¨¢lez, jarrones chinos, muy lujosos pero que nadie sabe donde colocar. Los presidentes se transmiten experiencias entre s¨ª y colaboran en algunos asuntos de Estado, en ocasiones para delicadas misiones internacionales, como la de Jimmy Carter en Corea del Norte durante la presidencia de Bill Clinton. Lo primero que encontr¨® Obama al sentarse en el Despacho Oval fue un sobre cerrado dejado por George W. Bush en el que figuraba como direcci¨®n ¡°de 43 a 44¡±, citando el orden de cada cual en la lista de presidentes. En su interior, algunos consejos sobre c¨®mo manejarse en esa mesa.
Nancy Gibbs y Michael Duffy, afirman en su libro The Presidents Club que ¡°por un parte, los presidentes tienen poderosos motivos, personales y patri¨®ticos, para ayudarse unos a los otros a tener ¨¦xito y facilitar consuelo en el caso de un fracaso, pero, al mismo tiempo, todos ellos compiten por la bendici¨®n de la historia¡±.
Esa es la obsesi¨®n de un presidente de Estados Unidos: la historia. Pero la historia no es un juez infalible, ni siquiera constante. Algunos presidentes, como Harry Truman o Nixon, se han visto obligados a largas traves¨ªas del desierto antes de alcanzar una sentencia m¨¢s favorable sobre el valor de su gesti¨®n. George W. Bush se encuentra, precisamente, en ese periodo de incubaci¨®n. ?Qu¨¦ juicio recibir¨¢ Obama?
La respuesta depende, en parte, del resultado del pr¨®ximo 6 de noviembre. Obviamente, si Obama gana, todo lo que hoy son objeciones o dudas sobre su car¨¢cter o su obra, se convertir¨¢n autom¨¢ticamente en virtudes. Nada como ganar para adquirir empaque y reconocimiento. Su arrogancia pasar¨ªa a ser confianza en s¨ª mismo, su indecisi¨®n, prudencia. De ganar, su reforma sanitaria ser¨ªa finalmente aceptada como una de las transformaciones fundamentales del ¨²ltimo medio siglo, y su pol¨ªtica exterior, como una sabia combinaci¨®n de di¨¢logo y firmeza.
En su mandato, solo el asalto que acab¨® con Bin Laden exigi¨® una decisi¨®n atrevida
Pero Obama tiene ya un lugar en la historia, independientemente de los resultados de noviembre. Lo tiene, posiblemente, desde el mismo momento de su victoria de 2008, al convertirse en el primer afroamericano en conseguirlo. Y, sin duda, lo tiene despu¨¦s de cuatro a?os en los que hemos conocido mejor su personalidad y sus ideas. A veces se requiere muy poco para hacer historia, historia con min¨²sculas, la historia a la que m¨¢s se alude en los peri¨®dicos. Obama podr¨ªa ser conocido durante a?os simplemente como el presidente del ¡°Yes, we can¡±. Pero en estos a?os se le han descubierto otros m¨¦ritos y tambi¨¦n otro car¨¢cter. El Obama de la Casa Blanca no sido aquel joven brillante de los famosos m¨ªtines. Ha sido bastante diferente. Hemos visto a un hombre huidizo y reflexivo, casi algo atormentado, que carece de conexi¨®n natural con el ciudadano medio ¨Clo que Bill Clinton tiene en sobredosis- y rompe con el molde del pol¨ªtico tradicional. Se ha dicho que es m¨¢s un acad¨¦mico que un pol¨ªtico. No es cierto. Obama es un pol¨ªtico puro, aunque con un estilo diferente de hacer pol¨ªtica. Siempre quedar¨¢ la duda de si el verdadero Obama no es ese que, ¡°tratando de ser educado¡±, como ¨¦l mismo explic¨® posteriormente, se dej¨® avasallar por Mitt Romney en el primer debate de Denver sin ofrecer la menor resistencia.
Obama es un pol¨ªtico nacido para la concordia, el debate culto y el civilizado intercambio de ideas. As¨ª ha gobernado y, seguramente, as¨ª seguir¨¢ gobernando si es reelegido. Reh¨²ye la confrontaci¨®n y el peligro, movido por un instinto de supervivencia que David Maraniss, el autor de Barack Obama: The Story, una de las principales biograf¨ªas del presidente, atribuye a la huella dejada por su raza y su humilde origen familiar. Son sus dificultades de adaptaci¨®n, como negro, a un mundo de blancos y, como blanco de educaci¨®n, a una cultura negra de adopci¨®n, las que explican su comportamiento posterior. Eso le ha hecho, seg¨²n Maraniss, cauteloso, precavido, comprensivo e indeciso. ¡°Es eso lo que explica su precauci¨®n¡±, afirma, ¡°su tendencia a contenerse y a observar la vida como un tablero de ajedrez, mirando siempre d¨®nde puede recibir el jaque mate¡±.
La compleja personalidad de Obama ¨Ca diferencia de la m¨¢s extrovertida y transparente de George W. Bush- es un elemento esencial de su carrera como pol¨ªtico y de su presidencia. ¡°Hay algo en ¨¦l que invita a la proyecci¨®n psicol¨®gica¡±, sugiere el profesor de Humanidades de la Universidad de Columbia Mark Lilla.
De todas sus decisiones en la Casa Blanca, solo una, el asalto al recinto en el que finalmente se acab¨® con la vida de Osama bin Laden, exigi¨® una decisi¨®n atrevida e instant¨¢nea. Y, a¨²n as¨ª, como se ha sabido despu¨¦s, lleg¨® a ella despu¨¦s de un largo proceso de consultas y de varios meses de meticulosa observaci¨®n de los progresos hechos en el espionaje sobre el l¨ªder de Al Qaeda.
El resto, la reforma sanitaria, la negociaci¨®n del techo de deuda, el ataque a Libia, son el fruto de una labor de b¨²squeda de consenso, a veces extenuante y excesiva. El caso paradigm¨¢tico es el de la reforma sanitaria, empantanado y deslucido en gran parte por el lent¨ªsimo proceso puesto en marcha por Obama, que pudo haber aprobado sin dificultad esa ley durante el tiempo en que dispuso de mayor¨ªa absoluta en ambas c¨¢maras del Congreso. Obama nunca descendi¨® a una confrontaci¨®n directa con Hillary Clinton durante las primarias de 2008 ¨Cperdi¨® todos los debates- ni, en realidad, pele¨® a fondo tampoco con John McCain. Aunque ha sido dur¨ªsimamente atacado durante su presidencia, no ha protagonizado ning¨²n duelo personal rese?able con ning¨²n miembro de la oposici¨®n.
Se dice que todos los arrogantes son, en el fondo unos t¨ªmidos, y, en el caso de Obama, es posible que la imagen algo fr¨ªa y distante que proyecta tenga que ver con las particularidades de su car¨¢cter. La columnista Maureen Dowd, dice que al presidente le gusta estar solo. ¡°Cuando habla en un mitin, no quiere a nadie detr¨¢s, cuando viaja en su limusina, no suele llevar a bordo a la autoridad local. Quiere sentir que no le debe su ascenso a nadie, ni a un padre rico ni a una esposa o padre que fue presidente. Cree que puede hacer ¨¦l mismo cualquier trabajo de la Casa Blanca o de su campa?a, ya sea escribir discurso o planificar la pol¨ªtica, mejor que los que en realidad los desempe?an¡±.
Est¨¢ m¨¢s influido por su car¨¢cter y sus experiencias que por sus ideas pol¨ªticas
Se aproxima bastante a esa percepci¨®n la que Jodi Kantor expuso en un art¨ªculo de The New York Times, titulado ¡°El Competidor en Jefe¡±, en el que retrataba a un presidente que busca la perfecci¨®n hasta en las cosas m¨¢s triviales, desde una partida de cartas a bordo del Air Force One hasta la canci¨®n que en alguna ocasi¨®n se ha esforzado por entonar en p¨²blico. Michael Lewis, que pas¨® con ¨¦l varios d¨ªas para la elaboraci¨®n de un reportaje publicado por Vanity Fair, qued¨® tan impresionando del grado de competitividad que se alcanza en los partidos de baloncesto en los que Obama participa de vez en cuando, que tuvo que, literalmente, retirarse huyendo de la pista pocos minutos despu¨¦s de intentar sumarse al juego. El presidente, que practic¨® baloncesto en la escuela pero no en la universidad, participa en esos partidos junto a jugadores que han sido profesionales en Europa o que, como m¨ªnimo, han tomado parte en la liga de la NCAA, y todos ellos son advertidos de empujar sin contemplaciones si quieren volver a ser invitados.
Tan alt¨ªsimo grado de autoexigencia le ha ayudado casi siempre a obtener el ¨¦xito. Fue el primer negro en dirigir la revista de leyes de la universidad de Harvard y, con 50 a?os, ya tiene un premio Grammy, dos libros de memorias y un premio Nobel de la Paz. Pero ese car¨¢cter le ha facilitado tambi¨¦n m¨¢s enemigos de los convenientes en una ciudad como Washington, en la que los poderosos de siempre llevan mal eso de que un reci¨¦n llegado les d¨¦ lecciones constantemente y les hable un poco por encima del hombro.
En su conversaci¨®n con Lewis, Obama niega que la personalidad suya que ha trascendido sea la real: ¡°Una de las cosas de las que te das muy r¨¢pidamente cuenta en este trabajo es de que existe un personaje ah¨ª afuera llamado Barack Obama, que no eres t¨², que puede ser mejor o peor, pero no eres t¨². Te ves obligado a crear un filtro de protecci¨®n, pero ese filtro no puede ser tan grande que acabes viviendo en un mundo de fantas¨ªa¡±.
Unos le reprochan no ser lo bastante de izquierdas, otros, haberlo sido demasiado
Obama ha vivido, sin embargo, en un mundo de fantas¨ªa en algunos momentos de su presidencia, sobre todo en los dos primeros a?os, cuando intent¨® la colaboraci¨®n con el partido rival y s¨®lo consigui¨® estrellarse con la realidad de que hacen falta dos para bailar el tango. Obama perdi¨® dos a?os en los que, ofuscado adem¨¢s en el detalle de sus programas, su mensaje no lleg¨® a los ciudadanos. Fueron los dos a?os que el Partido Republicano utiliz¨® para ganar las elecciones legislativas de 2010 y para construir la imagen de un presidente fracasado.
La decepci¨®n con Obama, hasta dondequiera que eso sea cierto, es atribuible a tantas razones como diversas eran las esperanzas puestas en ¨¦l. En Europa, algunos de sus seguidores iniciales se sintieron decepcionados por motivos completamente opuestos a la decepci¨®n surgida entre algunos norteamericanos. Mientras unos le reprochaban no haber sido lo suficientemente de izquierdas, otros lo criticaban por haberlo sido demasiado. La derecha trat¨® de construir la leyenda de que un enemigo de Estados Unidos se hab¨ªa instalado en el 1600 de la Avenida Massachusetts. ¡°Un presidente peligroso¡±, como dijo, entre otros, la congresista Michele Bachmann. Charles Kesler, un reputado intelectual conservador, acaba de publicar un libro, titulado ¡°I am the Change¡±, en el que incluye a Obama, nada menos que en una tradici¨®n izquierdista que se remonta a la Revoluci¨®n Francesa y pasa por Hegel y Marx.
Obama hace lo que puede, y trata de que eso se aproxime a lo que se debe hacer
Todo eso parece m¨¢s bien el fruto de la visi¨®n de un mundo exclusivamente movido por la ideolog¨ªa. No es ese el mundo de Obama, m¨¢s influido por su car¨¢cter y sus experiencias que por sus ideas pol¨ªticas. Obama hace lo que puede y trata de que eso se aproxime a lo que se debe hacer. ¡°Es desesperadamente pragm¨¢tico¡±, opina David Remnick, autor de ¡°The Bridge¡±. ¡°Nos gust¨® por su progresismo pol¨ªtico y su conservadurismo instintivo, y todav¨ªa nos sigue gustando¡±, a?ade Lilla.
Est¨¢ ya ante la historia. Obama es ya un objeto de estudio, como cada uno de sus antecesores, y pronto tendr¨¢ que ir pensando en el dise?o y la localizaci¨®n de su Biblioteca. El veredicto est¨¢ a¨²n por perfilar, sobre todo si consigue un segundo mandato, pero Michael Grunwald, en su libro ¡°The New Deal: The Hidden Story of Change in the Obama Era¡±, hace uno que puede aproximarse al definitivo: No es la reencarnaci¨®n de Franklin Delano Roosevelt, pero, en conjunto, ha estado por encima de correcto en lo que se refiere a los grandes asuntos dom¨¦sticos y de pol¨ªtica exterior. En un tiempo muy dif¨ªcil, ha sido mejor que la media de presidentes, determinante, prudente, concentrado en la obtenci¨®n de resultados.
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