Sexo y misterio en el ¡®caso Petraeus¡¯
Atractiva y bien relacionada, Jill Kelley puso al FBI sobre la pista del esc¨¢ndalo
En alg¨²n momento del pasado mes de mayo, Jill Kelley solicit¨® la ayuda del agente del FBI Frederick Humphries, a quien conoc¨ªa lo suficiente como para que ¨¦ste le hubiera mandado una foto en la que exhib¨ªa su torso desnudo, para que investigara unos correos electr¨®nicos amenazantes que hab¨ªa recibido con la firma de Paula Broadwell.
¡°Ella le dijo: ?Qu¨¦ podemos hacer con esto? El agente le respondi¨®: Esto es serio. Parecen ser las andanzas de un par de generales¡±, seg¨²n el relato facilitado por un portavoz de la mujer amenazada. Los dos generales son, por supuesto: David Petraeus, el exdirector de la CIA, que ten¨ªa una relaci¨®n con Broadwell, y John Allen, el jefe de las tropas en Afganist¨¢n, que intercambiaba mensajes tiernos con Kelley, quien, a su vez, era tambi¨¦n amiga de Petraeus.
Jill Kelley no es una mujer cualquiera. Atractiva y bien relacionada, ten¨ªa suficiente influencia en Tampa, donde vive, como para entrar sin identificarse a la base a¨¦rea MacDill, uno de los mayores centros militares del pa¨ªs, y para haber sido invitada tres veces en los ¨²ltimos seis meses a distintos eventos sociales en la Casa Blanca. Era c¨®nsul honorario de Corea del Sur, cargo por el que cre¨ªa, equivocadamente, disponer de inmunidad diplom¨¢tica y en el que ha llegado a cobrar, seg¨²n la cadena CNN, hasta dos millones de d¨®lares por facilitar contactos para cierto negocio. Sus ideas est¨¢n pr¨®ximas al Partido Republicano, para el que, junto a su hermana, Natalie Khawam, ha organizado algunos actos en Florida.
Conoc¨ªa al agente Humphries, que vive tambi¨¦n en el ¨¢rea de Tampa, en Dover, de coincidir en distintas celebraciones. Eran solo amigos, seg¨²n portavoces de ambos, y su foto descamisado no ten¨ªa, aparentemente, intenciones sexuales. Humphries, no obstante, estaba lo suficientemente interesado en los problemas de Kelley como para mover el caso en el departamento de delitos cibern¨¦ticos del FBI.
El agente ten¨ªa buena fama en el Bureau. Hab¨ªa contribuido a destapar una conocida conspiraci¨®n terrorista en 1999 y se le valoraba por su arrojo y disposici¨®n. Preocupaba, al mismo tiempo, su temperamento excesivamente caliente y sus ideas excesivamente derechistas. Pese a todo, el FBI le permiti¨® meter la nariz en los correos privados nada menos que del director de la CIA y del jefe de la misi¨®n en Afganist¨¢n, lo que, de entrada, constituye un serio motivo de preocupaci¨®n sobre los l¨ªmites de esa agencia de investigaci¨®n.
El FBI ha dicho despu¨¦s que Humphries fue apartado del caso poco tiempo m¨¢s tarde porque se mostraba ¡°demasiado involucrado personalmente¡± en el asunto. Pero para entonces la bola de nieve bajaba ya imparable por la ladera de la monta?a. Humphries, pese a todo, no se detuvo ah¨ª. En octubre, seg¨²n ¨¦l, frustrado porque la investigaci¨®n no avanzaba, se puso en contacto con un congresista republicano a quien conoc¨ªa, Dave Reichert, qui¨¦n le facilit¨® una entrevista con el n¨²mero dos del Partido Republicano en la C¨¢mara de Representantes, Eric Cantor. Esa conversaci¨®n, seg¨²n Cantor, fue el d¨ªa 27, y ¨¦l se tom¨® hasta el d¨ªa 31 para informar de ello al director del FBI, Robert Mueller. Tambi¨¦n seg¨²n Cantor, no se lo dijo a nadie m¨¢s. El FBI niega que supiera de la iniciativa de Humphries y ¨¦ste niega que su intenci¨®n fuera la de facilitar a los republicanos lo que podr¨ªa haber sido una bomba a 10 d¨ªas de las elecciones presidenciales.
Aunque Humphries ya no estaba oficialmente por medio, el FBI mantuvo la investigaci¨®n sobre Petraeus y Allen, aunque, seg¨²n la agencia, sin poner en conocimiento ni al Congreso ni a la Casa Blanca. El fiscal general, Eric Holder, bajo cuyo control est¨¢ el FBI, confirm¨® esta semana que Barack Obama no supo del asunto hasta el mi¨¦rcoles de la semana pasada, dos d¨ªas antes de que se hiciera p¨²blica la dimisi¨®n de Petraeus.
Algunos opinan hoy en Estados Unidos que Obama no deb¨ªa de haber admitido la dimisi¨®n de Petraeus puesto que ¨¦ste no hab¨ªa cometido ning¨²n delito, no que se sepa hasta ahora, al menos. La CIA ha abierto una investigaci¨®n oficial para comprobar si se ha producido una filtraci¨®n de informaci¨®n secreta, y el FBI se llev¨® el lunes pasado documentos y ordenadores de la casa de Broadwell para tratar de saber qu¨¦ es lo que esta mujer sab¨ªa. Hasta ahora solo se ha dicho que pose¨ªa, efectivamente, datos relevantes, pero ninguno procedente de la CIA.
Broadwell es una graduada de la Academia Militar de West Point y tambi¨¦n una mujer poderosa en su entorno. Ese poder creci¨®, indudablemente, cuando se acerc¨® a Petraeus para escribir su biograf¨ªa. Durante dos a?os viaj¨® con ¨¦l y se hicieron tan ¨ªntimos como para estar a su lado en el Congreso el d¨ªa que lo confirmaron como director de la CIA.
Hasta aqu¨ª, la historia es, por ahora, un romance. O varios romances. Broadwell amenaz¨® a Kelly porque sospechaba que ¨¦sta cortejaba a su general en MacDill. En esa misma base militar, Kelly trab¨® amistad con el general Allen, quien, seg¨²n sus portavoces, encontr¨® durante dos a?os tiempo para dedicarle 12 mensajes diarios de car¨¢cter ¡°afectuoso pero plat¨®nico¡±. Ya parece descartado que este embrollo sentimental tenga que ver con el ataque de Bengasi. Tampoco parece que estos personajes, todos republicanos, puedan poner en peligro a Obama. Pero el esc¨¢ndalo no se ha acabado y algunos misterios perduran.
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