El chantajista
Es la figura del momento, y quiz¨¢s de la ¨¦poca. Cada partido tiene los suyos. Sobran chantajistas y faltan l¨ªderes, he ah¨ª la cuesti¨®n. No hay esc¨¢ndalo pol¨ªtico sin chantaje. No hay crisis institucional sin un chantajista como m¨ªnimo. A veces los hay a pu?ados, en competencia, pugnando por imponer la fuerza de su extorsi¨®n sobre la fuerza de extorsi¨®n de los otros.
El combustible del chantaje suele ser el resentimiento, adem¨¢s del inter¨¦s material, que suministra un considerable consuelo al resentido cuando se ve satisfecho. El problema es que la satisfacci¨®n jam¨¢s termina cuando el chantaje funciona y seguir¨¢ alimentando el resentimiento y por ende su cura chantajista. Del resentimiento salen los mafiosos. Ya se sabe que el buen chantaje no tiene fin y puede llegar a convertirse en toda una forma de vida, rapaz y par¨¢sita a la vez, por supuesto.
El rey, el Papa, el presidente del Gobierno, el empresario poderoso, todos se encuentran de pronto con su correspondiente chantajista que quiere explotar sus debilidades. Que existen, claro est¨¢. Que son abundantes. Que pueden procurarles la ruina s¨²bita, por supuesto.
Pero el chantaje tambi¨¦n prueba la fortaleza de los poderosos. Un buen dirigente es el que sabe distinguir el mal menor a la hora de escoger entre dos opciones nefastas. En eso consiste casi siempre la decisi¨®n de un gobernante: elegir en la gradaci¨®n del mal. El chantajista rinde un servicio a la sociedad porque pone a prueba directamente el temple y el car¨¢cter de sus dirigentes, puesto que calibra la calidad de su capacidad de decisi¨®n cuando deben decidir sobre su propio destino.
El dirigente chantajeado deber¨¢ escoger entre someterse obedientemente al chantajista y perder su libertad, puesto que entrar¨¢ en una historia de nunca acabar de chantajes cada vez m¨¢s osados e intensos; o resignarse a que el chantajista ejecute su amenaza, a riesgo de perder quiz¨¢s el poder mismo. Es evidente que este ¨²ltimo es el mal menor, puesto que ya no podr¨¢ proseguir el chantaje.
No hay signo m¨¢s inequ¨ªvoco de la falta de liderazgo que la proliferaci¨®n del chantaje.
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